Luis Macas, candidato indígena a la Presidencia en Ecuador:

Reconstitución de la izquierda y plurinacionalidad

28/05/2006
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A Aníbal Quijano Las elecciones tienen un “tempo” y una dinámica que parecen coincidir con aquello que Guy Debord llamaba la “sociedad del espectáculo”. Trama y escenario; simulacro y libreto, la política asume los contenidos de los candidatos y no aquellos que la sociedad demanda; así se produce el fenómeno de que mientras más se alejen los candidatos de los problemas reales más crecen, supuestamente, las “intenciones de voto”. La política, entonces, se reduce al marketing y el discurso político tiene que acoplarse a la parafernalia de las campañas electorales. Tiempo de tarima y discurso fácil. Tiempo de ofertas y contraofertas. Tiempo de radicalismos de ocasión y poses de estadista. Por ello, los candidatos rehuyen, como a la peste, pronunciarse sobre los problemas reales. Así, la historia con todos sus conflictos y la lucha de clases con todas sus aristas, es puesta entre paréntesis. No hay explotadores, sino ricos, abusivamente ricos, obscenamente ricos, que, gracias a las elecciones, podrían ser castigados en las urnas. Tampoco hay explotados, sino pobres que a veces, y como diría el Banco Mundial, no ven o no quieren ver que la pobreza, en realidad, es una oportunidad. Es en este escenario, de vacuidad y cansancio, de banalización de la política, y de baratillo de ofertas electorales, que el movimiento indígena ecuatoriano ha decidido decir no a la ventriloquia. Ha decidido ir con un candidato propio y ha propuesto el nombre de su mejor cuadro y líder histórico, Luis Macas, para conformar un amplio abanico de alianzas electorales con movimientos de izquierda y con fuerzas sociales. Cabría esperar un análisis de las repercusiones y alcances de esta decisión, sobre todo para el sistema político ecuatoriano y para la democracia ecuatoriana, tan reacia a dar cabida a nuevas agendas y nuevos discursos. Cabría esperar una deconstrucción teórica de lo que significaría la presencia de un candidato indígena de esa trascendencia en un ambiente electoral tan sobrecargado de mediocridad y de obsecuencia con el poder. Cabría suponer las respuestas que a esta iniciativa pueden generarse desde la sociedad ecuatoriana, tan atravesada de racismo. Cabría, incluso, un ejercicio de análisis de las consecuencias que tendría para uno de los movimientos sociales más importantes del continente, esta decisión. Pero no, quizá es mucho pedir al sistema político, y a sus teóricos, un ejercicio de tanta democracia analítica. Por ello, las primeras reacciones tienden a la tautología o a la banalidad: la candidatura de Luis Macas fragmenta el espacio de la centroizquierda (¡?). Pero, más allá de la posible indiferenciación o invisibilización que el sistema político, y el complejo mediático que le es correlativo, harán de esta candidatura, es imprescindible situarla y contextualizarla dentro de la complejidad del sistema político ecuatoriano, de la geopolítica del Plan Colombia, y de las formas particulares que ha ido asumiendo el estado oligárquico neoliberal en el caso del Ecuador, porque las repercusiones de esta decisión del movimiento indígena afectarán, sin duda alguna, al futuro político del país y de la región. Una primera aproximación, y que hace referencia a los tiempos cortos de la coyuntura, parte de la consideración de que la candidatura de Luis Macas, se inscribe en un espacio político abierto, precisamente, por el movimiento indígena gracias a las movilizaciones de noviembre del año 2005, y de marzo de 2006, en contra del Tratado de Libre Comercio, (TLC) con EEUU, y por la caducidad del contrato con la transnacional petrolera americana Occidental (Oxy). Esas movilizaciones cambiaron el escenario político ecuatoriano de manera radical. Obligaron a que el país entero ponga en primer término de la agenda política nacional los temas del TLC y de la Oxy. Fueron quince días del mes de marzo en los que los indígenas se movilizaron en todas las provincias de la serranía, algunas de la región amazónica y, además, concitaron apoyos de otras organizaciones sociales en el resto del país, que, luego de la movilización de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (CONAIE), decidieron continuar con las marchas y protestas en contra del TLC y la Oxy. En apenas semanas, el consenso construido por las elites y el mismo gobierno alrededor de la necesidad de suscribir el TLC se desmoronó. La movilización indígena destruyó las argumentaciones que presentaban a las negociaciones del TLC como irreversibles por su necesidad económica y comercial. El movimiento indígena puso en la discusión los temas ocultos del TLC: el agua, la biodiversidad, la propiedad intelectual, los conocimientos ancestrales. No cayó en la trampa de las cifras que presentaban al TLC como una oportunidad para la pequeña producción campesina. Pudo articular un discurso coherente, sólido y aglutinador. No solo eso, sino que supo crear las convergencias necesarias entre el TLC y la petrolera Oxy, de tal manera que lo uno implicaba lo otro. Se trató de una hábil estrategia política que le permitía constituir una agenda nacional que discutía y disputaba, de hecho, el sentido que la globalización neoliberal estaba adquiriendo en el Ecuador, y estaba situando su nivel de confrontación directamente con la agenda norteamericana para la región. El movimiento indígena se pronunció por la transparentación de las negociaciones sobre el TLC, y por su democratización pidiendo un referéndum para su aprobación final, porque sabía que existían las condiciones para que la población rechace en una gran mayoría estas negociaciones. El sistema político ecuatoriano fue pillado en falta. A pesar de la trascendencia del tema, no había participado de manera activa, y, más bien, había generado una cobertura de indiferencia y complicidad para legitimar su aprobación. De la misma manera con el tema de la caducidad del contrato con Oxy, a pesar del reconocimiento generalizado de que la transnacional había violado las leyes ecuatorianas, se había generado un consenso alrededor de la idea de negociar con esta empresa, aunque el marco jurídico existente lo prohibía de manera explícita. El movimiento indígena, a la par que pedía transparencia y democracia, en el caso de la Oxy, se declaró defensor de la soberanía nacional, y obligó a debatir sobre los contenidos que tiene la soberanía nacional en estos tiempos de globalización neoliberal. A pesar de todas las salvaguardas políticas que se habían creado desde el régimen y las élites para blindar tanto a las negociaciones sobre el TLC, cuanto a la petrolera Oxy, el movimiento indígena, con sus movilizaciones y su amenaza de levantamiento generalizado, obligó a que éstos sean los temas prioritarios de la agenda política ecuatoriana. Esto significó que el régimen sea obligado a pronunciarse sobre estos temas de acuerdo a las normativas existentes y el contexto político, es decir, el gobierno de Alfredo Palacio no podía entrar a negociar con la empresa Occidental porque habría significado violentar el marco legal, provocar un levantamiento indígena, y dar paso al pedido de juicio político por actos lesivos al Estado, que estaba ya tramitándose en el Congreso Ecuatoriano; en otras palabras, su destitución y posible encarcelamiento, lo que en el caso del Ecuador, que en estos últimos diez años ha tenido siete presidentes, dos de ellos prófugos de la justicia, un tercero ya pasó un año en la cárcel, el quinto cumplió ya una condena de varios meses, y el sexto de ellos acaba de terminar su periodo de prisión domiciliaria, es una posibilidad real. La declaratoria de caducidad de la Oxy liquidó las expectativas que se tenían alrededor de la negociación del TLC, y desnudó el proyecto de las elites. En efecto, para las elites y sus organizaciones gremiales (las cámaras de comercio, de industrias, de agricultura, etc.), el Ecuador al momento de declarar la caducidad con la petrolera Oxy y, por tanto, de suspender de manera indefinida el TLC con EEUU, había cometido el peor acto de traición con su propio futuro. Solo faltó que declaren el anatema y la excomunión a todos los que apoyaron las tesis de soberanía, democracia y transparencia. En estos tiempos de globalización, decían las elites (y es textual!), “la soberanía no se come”, y la dignidad es apenas un pretexto político. Entre el anatema y el apocalipsis, las elites fueron acotando su propio espacio político: perdieron legitimidad y credibilidad. Su posición demostró que confundían el interés nacional con su interés particular. Este escenario se trasladó al ambiente electoral, ninguno de los candidatos de la derecha quiso pronunciarse sobre el tema del TLC y de la Oxy, al tenor de lo dicho por las elites. El único candidato que, más por torpeza que por necesidad, se pronunció a favor del TLC, el magnate bananero Alvaro Noboa, vio que sus preferencias electorales declinaron rápidamente al extremo de pensar en un posible retiro de las elecciones. En cambio, los candidatos de ese ambiguo espacio denominado “centro” y “centroizquierda”, hicieron o declaraciones ambiguas o más bien adoptaron una posición oportunista, sin estar vinculados de ninguna manera con las movilizaciones sociales ni con las organizaciones sociales que las convocaron. Existía, entonces, un vacío de representación que recoja esas luchas y esa agenda para movilizarlas al interior del sistema político. Ahora bien, podría decirse que al menos uno de los candidatos del centroizquierda tuvo pronunciamientos firmes y radicales, pero no es menos cierto que su distancia de los procesos organizativos y de las movilizaciones realizadas, lo colocaron en una posición que podría verse como oportunismo, de hecho, mientras la represión estaba en su momento más dramático y el ejército hacía verdaderas razzias en las carreteras del país en contra de los indígenas, al extremo que el relator de las Naciones Unidas para Pueblos Indígenas, Rodolfo Stavenhagen, denunció esta represión, este candidato divulgaba su encuentro en el Vaticano con Ratzinger, como hecho político y de campaña electoral, sin denunciar las violaciones a los derechos humanos y colectivos que el gobierno ecuatoriano provocó en su represión en contra del movimiento indígena y social. De ahí que el movimiento indígena no se haya sentido representado en las candidaturas existentes y haya creído conveniente situar un cuadro de sus propias estructuras organizativas en los difíciles espacios del sistema político ecuatoriano. Una segunda aproximación y que se debe a un tiempo de mediano plazo, hace referencia a la participación electoral del movimiento indígena en las elecciones de 2002 en alianza con Lucio Gutiérrez. Esta alianza significó uno de los golpes más duros para el movimiento indígena ecuatoriano. Los pocos meses en los cuales participó en ese equívoco gobierno, significaron un desgaste de sus estructuras organizativas, y una pérdida de legitimidad de su proyecto político. Es muy difícil que el movimiento indígena pueda repetir una alianza electoral con alguien que no proceda de sus propios espacios organizativos, independientemente de su “color étnico”. Pero existe una tercera lectura de esta decisión del movimiento indígena, quizá la más importante, y es su proyecto histórico de largo plazo: el Estado plurinacional. Desde el levantamiento de 1990, el movimiento indígena ecuatoriano había propuesto la reforma política al Estado bajo las condiciones de plurinacionalidad. De hecho, la creación en 1996 del movimiento político Pachakutik había sido pensada para incorporar al sistema político el debate de la plurinacionalidad del Estado. Empero de ello, el proyecto político de largo plazo del movimiento indígena, había sido pospuesto en diferentes coyunturas. Las movilizaciones sociales pidiendo una Asamblea Constituyente en 1997 y 1998, fueron realizadas al tenor del proyecto político de largo plazo del movimiento indígena: la plurinacionalidad del Estado. Es esta circunstancia la que motiva a que el movimiento indígena asuma una decisión que prima facie puede ser vista como a contrapunto de una sociedad racista y con tendencias autoritarias, la de proponer un candidato propio y la de, a partir de allí, construir una alianza de fuerzas de izquierda para las elecciones. Ahora bien, tal como está el debate político en el Ecuador, ninguno de los candidatos ni de izquierda, y peor aún aquellos de derecha, no tienen una idea muy clara de lo que significa la plurinacionalidad del Estado. Para los candidatos de la izquierda o la centroizquierda, la mayor ambición de su proyecto político se reduce a una tímida intervención estatal en ámbitos regulatorios de inversión pública que permitan una mejor redistribución del ingreso, con énfasis en salud, educación. Para los candidatos de la derecha, se trata de profundizar y consolidar el esquema neoliberal privatizando los espacios que aún quedan en el Estado. Incluso para los más audaces, el proyecto político de una izquierda radical estaría en una nacionalización de recursos naturales, y en un amplio programa de obras sociales hechas desde el Estado. En ese esquema no cabe una comprensión en el ámbito conceptual y político de los alcances y posibilidades de una propuesta como aquella del Estado plurinacional, por una razón de tipo epistemológico: para la izquierda las posibilidades de la emancipación están definidas desde el concepto de trabajo y su correlato de la producción. La liberación del trabajo equivale a la emancipación humana. Se trata de una herencia del iluminismo y de las promesas emancipatorias de la modernidad. La plurinacionalidad, en cambio, apela al concepto de diferencia y comunidad, e interpela al Estado como figura central de la modernidad. Por ello, lo que el movimiento ecuatoriano está proponiendo no se reduce solamente a la disyuntiva de participar o con un candidato propio, o apoyar a aquel que mayores expectativas electorales tendría, sino utilizar los espacios políticos abiertos desde las elecciones para posicionar un debate que el sistema político ecuatoriano sistemáticamente se ha negado: el carácter del Estado Nación ecuatoriano, como estado homogéneo, Uninacional, patrimonial, clientelar, autoritario, y la crisis en la que se encuentra. Y no se trata solamente del Estado, también está en cuestión la economía ecuatoriana como correlato de la acumulación capitalista mundial, porque el Estado-Nación es la figura jurídica-política que permite, justamente, el funcionamiento de mercados autorregulados y eficientes. Cuestionar al Estado, desde la plurinacionalidad, es también cuestionar al mercado como locus de significación histórica que permite la regulación social, la asignación de recursos y la misma globalización. El movimiento indígena apuesta a que la sociedad ecuatoriana se mire su rostro en el espejo, que aprenda a convivir con sus diferencias, que aprenda a respetarlas, porque al hacerlo se estará respetando a sí misma. La plurinacionalidad quiere abrir un espacio a un ethos que implique el respeto al otro como condición para el respeto a sí mismo. Entonces, la irrupción de un candidato indígena en el escenario electoral es la oportunidad para posicionar debates y discursos que están fuera no solo de las elecciones, sino de toda la construcción política del Estado moderno. Pero esta misma participación electoral abre una serie de otras interrogantes, y son aquellos que hacen referencia al futuro político de la mayor organización indígena del Ecuador, y de hecho una de las más importantes del continente, la CONAIE: ¿la participación electoral del movimiento Pachakutik, acaso no debilita los espacios organizativos? ¿Cómo evitar que esas fuerzas centrífugas que nacen desde el mismo discurso liberal de la democracia representativa no puedan alterar de manera significativa las estructuras organizativas del movimiento indígena? ¿Cómo proteger a la organización indígena de las redes clientelares, patrimoniales y caciquismos que son parte del sistema político y que emergerán con fuerza en un contexto electoral? Una votación minoritaria, ¿no estaría afectando la propuesta de plurinacionalidad e interculturalidad? Y el hecho de entrar en el territorio de la democracia representativa del liberalismo, ¿no significa otorgar criterios de validación histórica a un discurso que por definición no reconoce la diferencia? ¿No se está apostando todo un recorrido histórico para terminar legitimando, a la postre, estructuras de poder diseñadas y definidas justamente desde los parámetros del discurso del liberalismo? ¿Cómo construir, luego de las elecciones, y con una votación minoritaria, una propuesta de interculturalidad y plurinacionalidad en el largo plazo y reclamar legitimidad histórica? En otras palabras ¿son los votos captados referentes de constitución política e histórica y legitimadores del proyecto político de largo plazo de la CONAIE? ¿Cómo salir de esa trampa? Entonces, cabría, si no se ganan las elecciones ¿quizá apostar a las siguientes elecciones y transar el proyecto de cambiar la sociedad por aquel más prosaico de ganar las elecciones? Son interrogantes que cuestionan e interpelan a la organización indígena vis-à-vis de uno de los formatos ideológicos más fuertes de la modernidad y del capitalismo: el discurso del liberalismo frente a la práctica política de los sujetos históricos que se construyen desde la diferencia y lo comunitario. Empero, puede darse el otro caso, aquel de una votación mayoritaria e incluso aquel de ganar las elecciones (¡en el Ecuador contemporáneo todo es posible!), en ese caso ¿qué significa el captar el gobierno para la CONAIE? ¿Cómo puede sustentar una propuesta de gobierno la CONAIE sin tensar sus estructuras organizativas y no caer en la tentación de las prácticas corporativas? ¿Puede sobrevivir la mayor organización indígena a un gobierno que le pertenece sin que se imbriquen y se confundan las agendas? ¿dónde termina el uno y comienza el otro? ¿Qué naturaleza tiene esa frontera que los une o los separa? ¿Puede construirse un estado plurinacional desde el gobierno, al menos de ese aparato gubernamental que ha sido casi desmantelado por las multilaterales? Y ¿cómo construir la plurinacionalidad? ¿convocando a una Asamblea Constituyente? Y, algo que atañe a la misma conformación de la burocracia estatal y a la razón de Estado: ¿acaso las prácticas gubernamentales, por las mismas relaciones de poder en las que están inscritas, no afectarían el proyecto histórico del movimiento indígena? En el caso de que la racionalidad propia de lo gubernamental implique tomar decisiones que puedan afectar al proyecto indígena, en la ocurrencia, decisiones de tipo fiscal ¿Puede la CONAIE pasar a la oposición a su propio gobierno sin perder legitimidad propia ni atentar a la legitimidad de su gobierno? Y quizá algo más de fondo: ¿es requisito fundamental, acaso, conquistar el gobierno como condición previa para la construcción de la plurinacionalidad del Estado? Las estructuras de poder vigentes en el Ecuador, que han construido un estado oligárquico, patrimonial, ¿cómo reaccionarían frente a un eventual gobierno de Pachakutik y de una alianza de izquierda? ¿Qué mecanismos de defensa activarían las oligarquías para defender sus privilegios y para sostener las estructuras de poder? ¿A qué violencias apelarían? Y en una visión más regional ¿Cómo reaccionarían los EEUU ante un eventual gobierno indígena en Ecuador, habida cuenta de la importancia estratégica del país para el Plan Colombia? ¿La administración Bush puede adscribir la incorporación de un nuevo miembro al eje Caracas-La Habana- La Paz, sin que medie una estrategia de intervención? Y, de producirse, ¿cómo sería esa estrategia de intervención, qué características, qué resortes movilizaría? ¿qué agresiones provocaría? Como puede apreciarse, la decisión del movimiento indígena es compleja y rebasa con mucho al ámbito electoral y a las definiciones de la coyuntura. Independientemente de las elecciones, la CONAIE tendrá que articular sus estructuras organizativas a los nuevos momentos políticos, de tal manera que pueda proteger su organización de las elecciones. Curiosa paradoja esta la de protegerse de la democracia representativa liberal y, al mismo tiempo, apelar a ella para intentar llevar adelante su proyecto histórico. Ahora bien, en el fondo se tratan de cuestiones que afectan a la relación entre el movimiento social y el sistema político construido en clave liberal, es decir, rebasan el ámbito de las elecciones y cuestionan directamente la matriz epistemológica del discurso del liberalismo que es aquel que otorga las nociones de sentido desde donde se articula la democracia representativa, el régimen de partidos, la división de poderes, la condición de ciudadanía y, en última instancia, la fundamentación del estado moderno. La CONAIE para participar en estas elecciones tendrá que necesariamente proteger sus estructuras organizativas, y las protege, precisamente, de la democracia representativa, porque el formato en el que está estructurada esa democracia no se corresponde con la visión de los pueblos indígenas, ni tampoco con la de muchos movimientos sociales (campesinos, de mujeres, etc.). Uno de los dirigentes de la CONAIE lo expresaba de una manera contundente: es necesario descolonizar la democracia. Es decir, hacer que la democracia pueda hablar el lenguaje de la plurinacionalidad, hacer que la democracia pueda reconocer la diferencia y aceptarla. Y quizá ese pueda ser uno de los aportes que el movimiento indígena ecuatoriano pueda realizar en esta coyuntura electoral, posicionar a la democracia plurinacional, como condición previa para el Estado plurinacional. Es decir, rescatar al concepto de democracia de su condición de rehén del discurso liberal. En efecto, y solo como ejemplo, uno de los principios rectores de la democracia liberal es la denominada “regla de la mayoría”, que se define desde el reconocimiento de un sujeto individualista autónomo, racional, egoísta. En la lógica de los pueblos indígenas no existe la práctica de la “regla de la mayoría” porque las decisiones se toman en consenso, y para que exista el consenso es necesario el diálogo. La asamblea comunitaria es el espacio del diálogo, de la construcción de una hermenéutica política que construye sentidos desde la participación de toda la comunidad, y en el cual la palabra de los ancianos, en el sentido de sabios, es determinante, porque ellos representan una memoria histórica viva. La democracia plurinacional, sustentada en el diálogo, el consenso, la participación y el reconocimiento de otros sujetos históricos además de aquel sujeto histórico del liberalismo, el individuo, bien puede ser uno de los aportes que contribuyan, en última instancia, a reconstruir las claves de la emancipación y de la liberación humana. Porque, por una de esas paradojas de la historia, la izquierda ecuatoriana, ha transado su proyecto histórico de hacer la revolución, y ni siquiera por ganar el gobierno en las elecciones, sino por aquel más modesto de ganar algunos diputados en un Parlamento cada vez más desgastado y deslegitimado, dando razón, legitimando y a la larga consolidando el poder de su supuesto enemigo de clase, la burguesía. Es otra de las paradojas de la historia y que evidencia el dramatismo de estos tiempos de globalización neoliberal, la izquierda ecuatoriana, generalmente autista con relación a lo indígena, no tiene otra opción que lo indígena para reconstruirse. Mas, para hacerlo necesita de un trabajo profundo de olvido. Necesita olvidar sus pretensiones de hegemonía, de vanguardismo, de “entrismo”, de dogmatismo, sus prácticas antidemocráticas de “centralismo democrático”. Necesita comprender que el horizonte de la emancipación humana es más vasto, complejo y profundo, que aquel que heredó de la modernidad y el iluminismo. Quizá ese sea uno de los aportes más importantes que la participación indígena en las elecciones pueda dejarnos a futuro: una izquierda tolerante, plural, abierta, intercultural y, porqué no decirlo, plurinacional.
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