Poquita fe

27/05/2006
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Como en el viejo bolero, algunos dirigentes e intelectuales de la izquierda, recuerdan amargamente haber confiado tantas veces en los outsiders, que ya no les es posible volver a creer. Creímos en Fujimori, luego en Toledo, porqué vamos a hacerlo por Ollanta Humala si nos volverá a engañar. Los políticos improvisados, sin partido, sin programas, sin pasado claro, sin filtros en sus entornos, son un riesgo, claro que sí. Millones de hombres y mujeres en todo el país están, sin embargo, decididos a jugársela, tomando cualquier riesgo, incluso el de ser abaleados por sicarios apristas, para detener la más vasta y poderosa coalición reaccionaria de nuestra historia, encabezada por Alan García, que trata de preservar las extraordinarias tasas de ganancia de los últimos tiempos, pero una parte de la izquierda, la más atildada y orgullosa de si misma, no acepta acompañarlos. Tienen un montón de motivos, pero la resultante de todos ellos es la parálisis más absoluta. Ni Madre Mía ni el Frontón, es una de las principales consignas de la abstención. Y con ella se quiere decir que pueden ser equivalentes las responsabilidades de uno de los jefes políticos de la guerra sucia, corresponsable de la militarización del Perú, de la existencia de grupos paramilitares, de matanzas totalmente comprobadas, con las de un oficial de rango intermedio encargado de una base de operaciones de la selva, enmarcado en la política antisubversiva general, sobre el cual hay tres acusaciones específicas negadas y no terminadas de probar. . O, convierte en iguales el hecho que Alan García y Giampietri hayan estado, por años, enfrentados a toda investigación sobre violaciones de derechos humanos realizadas por agentes estatales, tanto las que los involucran directamente, como las que recaen en otros mandos militares y autoridades políticas; y Humala no se haya resistido a ser investigado por las acusaciones que le lanzaron los medios de derecha por su desempeño en el Huallaga en el año 1992. Que los casos no estén aún esclarecidos es una verdad obvia. No podían serlo porque se presentaron en plenas elecciones y recién están en fase de instrucción. Pero el mayor error aquí es imaginar que Humala y los que están cerca de él representan algún tipo de política contraria a los derechos humanos hacia el futuro, cuando es el único partido que ha suscrito las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, que para muchos era el eje demarcatorio de una política de paz y reconciliación. ¿Puede sostenerse, en todo caso, seriamente que sucede lo mismo en el caso de Alan García? Hay improvisación, lo rodean indeseables, hay oficiales montesinistas cerca suyo. Pero es casi una tautología que un partido armado en pocos meses, con alianzas tomadas por el camino y asesores llegados de distintos orígenes, sea un producto muy defectuoso. Todo depende, ciertamente, de lo que estemos discutiendo: si de los años que se deben invertir para conformar una estructura que pueda llamarse partido; o de la necesidad que tiene una gigantesca cantidad de peruanos de frenar la aplicación del modelo económico que afecta directamente sus vidas. Algunos apostaron al buen partido, serio, con sus técnicos programáticos, sus comités, etc., y fueron eliminados de la contienda aún antes de poder competir, por un mecanismo que incluye instituciones, medios de comunicación, encuestadoras, etc., estableciendo ganadores y perdedores, antes que comience la campaña. Ollanta, en cambio, se metió por la ventana y no han podido sacarlo. Y, como es evidente, arrastró grandes defectos. Y algunos pueden sentir legítimas desconfianzas frente a ello. Pero lo esencial es que a pesar de ellas ha seguido avanzando en términos progresivos como lo hemos visto todos. ¿Y el montesinismo? En este punto se podría especular hasta el infinito si un coronel que fue secretario de un general de Montesinos, es en la actualidad, necesariamente, un tipo de nexo con sus antiguos jefes. También podríamos dedicar varias páginas a si le damos alguna seriedad a lo de la “farsa de Locumba” y la fuga con cubierta desde las alturas de Tacna, o que López Meneses alardeaba en la cárcel que él decidió la lista, etc. Aquí, lo esencial es que cuando le tocó hablar al ex asesor su mensaje fue directo para García: así como me han creído cualquier cosa sobre Humala, hasta que es un “antivalor”, dicho por Montesinos, qué podría pasar si muevo lo de Mantilla y otros tratos con el APRA. El silencio del candidato sobre el punto en el debate presidencial, fue más que elocuente de que está con las manos atadas. Podemos volver a declarar nuestra “desconfianza”, en el tema del entorno. Porque precisamente desconfianza, confusión, miedo, es lo que ha alimentado día a día la prensa chichi, que ha reemplazado a la prensa chicha del asesor, con sus mismos métodos, empeorados. Pero para alguien con formación política es inexcusable no tener la entereza de reconocer que nada puede ser mejor para los corruptos, que un corrupto comprobado llegue al poder. Y ese es un reto que está ante nosotros: ¿la presencia de Torres Caro, el coronel Villafuerte y aún de Siomi Lerner, en el grupo que acompaña a Humala; lo pone en el mismo plano que el candidato del BCCI, los Mirage, el Tren Eléctrico, la carne malograda, los dólares MUC, etc.?, ¿hay punto de comparación entre un Ollanta que trata de mantener el rumbo, a pesar de los muchos autogoles que se han producido a partir de sus seguidores, familiares y otros; con un Alan que representa a estas alturas a Toledo, Vargas llosa, Lourdes Flores, Rey, Fujimori, Montesinos, Romero, Vega Llona, Morales, Favre, CONFIEP, ADEX, COMEX, SNI, Sociedad de Minería y a la totalidad de los medios de comunicación? El Programa Nadie creerá, por supuesto, que los peruanos que votan por Humala lo que están haciendo es pedirle un certificado de conducta como el que se pretende, en los círculos intelectuales. Para el pobre, el excluido, el explotado, lo que hay claramente es una opción entre continuismo y cambio, que ellos ven claramente. Entre crecimiento con un puñado de beneficiados, frente a la propuesta de democratizar las ganancias, para forjar un Estado con recursos para el desarrollo y comprometido con la redistribución social. Esta contraposición que se ha sostenido en toda la campaña, a pesar que algunos decían que era fantasiosa o que se iba a blanquear en segunda vuelta, acomodándose a las circunstancias, es la clave los campos que se han dibujado en el Perú y que aparecen brutalmente confrontados. Es de este conflicto que están desertando los abstencionistas. Algunos con argumentos increíbles como que les parece “populista” querer intervenir la economía para resolver necesidades sociales, o que se ha copiado mi programa, o que al final todos los programas son lo mismo porque sólo se emplean para mentir. En realidad, sólo una crisis ideológica de caracteres catastróficos puede explicar una caída tan profunda como la que se verifica en este tipo de argumentación. Lo elemental es que estamos ante una propuesta que forma parte de la corriente latinoamericana que apunta a modificar el tipo de relación que el país ha mantenido con la globalización y los Estados Unidos, que es el que está determinando a su vez las características del sistema de dominación interna, expresado en la hegemonía de las trasnacionales que explotan recursos naturales, asociadas con sectores del capital nacional que han aceptado la condición de socios menores, con tal de recibir su parte de las sobre-ganancias de estos años. Es extraordinario que hayan personas que están todos los días en la lucha para que no se apruebe el TLC y que no aprecien el valor de la coincidencia que tienen con uno de los candidatos y no con el otro. Y podríamos seguir en el caso de los contratos mineros, las privatizaciones, el camino hacia la nueva Constitución, etc. Pero mucho más que esto. Se sigue hablando de improvisaciones, que no me gustó el debate, me aburrió, que llegó tarde, que no tiene programa, que soy socialista y no nacionalista; como si se hubiera quedado el ritmo y la soberbia de la primera vuelta, que tan duramente fueron castigados por el pueblo. Tal vez para algunos el militar radicalizado, su mancha desordenada, su programa hecho hace pocos meses, sean muy poca cosa para el nivel en que se consideran situados. Pero si esto es lo que dirige las decisiones de algunos intelectuales y dirigentes de la izquierda, entonces que no se quejen de los porcentajes cada vez más minúsculos de aceptación que tienen entre las masas. Ellas actúan bajo otros criterios, mucho más prácticos. Si no entendemos y apreciamos el giro a la izquierda de la votación del 9 de mayo, los mandatos y exigencias que llevaron a la población a definir su voto, no podremos ubicarnos en esta segunda vuelta y será cada vez peor en los episodios de la crisis que se viene por delante. Y eso le resta todo significado a fórmulas como desconfío y vigilo, porque para eso hay que saber qué vamos a vigilar: ¿A García para que no vuelva a preguntar “y cómo es la mía”, cuando se firme un contrato? ¿A Humala para que no apruebe el TLC? ¿A García como garante de la inversión extranjera? ¿A Humala para que revise los compromisos de estabilidad jurídica y tributaria?. ¿Otro Fujimori? En 1990, la izquierda que había intervenido dividida en las elecciones generales, se encontró ante el hecho que sus anteriormente numerosos votos se habían corrido hacia un desconocido que no había ofrecido sino unas cuantas generalidades sobre la honradez, la tecnología y el trabajo, y que entraba a la segunda vuelta en ventaja sobre una poderosa candidatura de la derecha, aproximándose a la propuesta de la izquierda. No estaba planteado si teníamos que creer o no en ese liderazgo incierto (que nunca lo hicimos), pero tampoco podíamos igualar la duda a la certeza que teníamos sobre el plan reaccionario en marcha. No eran candidatos igualmente “no endosables”, a los que había que balancear defectos; y en última instancia, ¿quiénes éramos nosotros esas alturas para decir algo, si nuestros votos ya se habían ido?. Para entender el “error” del año 90, hay que ubicarse en el contexto de la división, de la obvia falta de voluntad de poder que mostramos con nuestros actos y del programa rebajado que levantamos para esa circunstancia. Votamos por Fujimori para no quedar completamente desconectados de nuestras bases. Sin asuntos de confianza. Y nos distanciamos aún antes del final de la segunda vuelta cuando se empezó a revelar el giro a la derecha del candidato y, como PUM, rechazamos tajantemente la posibilidad integrar el primer gabinete del nuevo gobierno, lo que determinó nuestra salida de Izquierda Unida. ¿Podíamos haber seguido otra política? Hubo quienes estuvieron por el voto viciado, pero ello es ahora intrascendente, aunque no deje de estar presente en los debates de círculos ilustrados. ¿Cuán responsable fuimos de lo que hizo Fujimori a partir del 8 de agosto de 1990, cuando lanzó el fujishock? Si se ve bien el principal problema no era haber votado por Fujimori, sino la debilidad del compromiso establecido alrededor del “no shock”. Esta posición era casi nada, por eso, cuando fue traicionada, no hubo forma de mover la situación para denunciarlo. Y por años, todavía la izquierda siguió afirmando que la mayor limitación era la falta de compensación social en el ajuste. Entretanto Fujimori iba aumentando su inversión en programas sociales, sin que sus críticos terminaran por darse cuenta, aunque lo hiciera con métodos clientelistas y autoritarios. Muy diferente fue el caso de Lucio Gutiérrez en Ecuador, mentado también como ejemplo de outsider elegido con unas posiciones para gobernar con otras. En esta situación las fuerzas comprometidas en una propuesta nacionalista y progresista respondieron a la traición rompiendo con el régimen y a la postre derrocándolo. ¿Son culpables de haber ayudado a ganar un proyecto que pudo lograr mucho más pacíficamente aquello por lo que los ecuatorianos siguen peleando, y están conquistando con su esfuerzo a través de los años? Finalmente, en el caso de Toledo, la discusión sobre el voto debe considerar los distintos momentos: (a) en la primera vuelta del 2000 era, hasta marzo, un candidato más, de una mancha de competidores con mínima opción que competían con el re-reeleccionista, y recién con el desinfle de los otros sectores de oposición quedó ubicado como una alternativa de fuerza. En esas circunstancias un sector de izquierda corrió su voto hacia él, con la idea de que no importa quién fuera, sino que ganara a Fujimori[i]. Evaluando este voto no hay como cuestionarlo a pesar que se colgó de un Toledo que carecía de todo mérito. El resultado ajustado de la primera vuelta, la crisis y la resistencia de Toledo a reconocer los resultados, cambiaron la coyuntura y dieron contenido democrático al nuevo liderazgo; (b) en la segunda vuelta, Toledo se enredó sólo y empujó al país a una patética confusión con sus declaraciones sobre el retiro de su candidatura y de que de todas maneras participaba, colocando a sus seguidores y a sus nuevos aliados en actitudes contradictorias: unos votaron por Toledo, otros viciaron su voto, otros simplemente no fueron a las urnas; (c) en la elección de 2001, Toledo ya no era el rebelde demócrata, y no pretendía ser más que un neoliberal, con promesas populistas y apertura a programas de concertación para encauzar los programas sociales. ¿Qué tenía en común la izquierda con esta propuesta? Muy poco, salvo que venía de una relación muy cercana con el candidato y que varios de sus cuadros se iban a ubicar en los espacios de políticas sociales del Estado, en cargos que terminaron complementando la gestión neoliberal. Es sintomático que algunos de los que llevaron la relación con Toledo hasta su incorporación en altas responsabilidades públicas de confianza, sean hoy los que mayores desconfianzas tienen hacia el nuevo outsider, pretendiendo dar lecciones sobre las diferencias entre una asociación política seria de una improvisada. ¿Será que una estaba bien soldada con el sistema financiero internacional, y la otra aún cuelga del aire? Hay que aprender de los errores. Eso es indiscutible. Para no repetirlos y no cometer otros distintos. En el 2006, estamos en el trance en que estamos, en gran medida por lo que hicimos mal los años y meses anteriores. La división que se produjo para esta elección repitió lo que ya habíamos vivido en 1980 y en 1989-1990, como si nada hubiéramos aprendido. Y otra vez nos descartamos como fuerza con voluntad de poder, capaz de disputar con los partidos del sistema. Ahora estamos en el momento de ahondar los errores o detener la caída. Un sector de la izquierda ha entendido este problema como la obligación de apoyar el esfuerzo final por el triunfo del nacionalismo de Ollanta Humala, con todos sus defectos. Pero otro sigue al margen, porque cree que no pasa nada que tenga que ver con ellos. Es el pueblo el que se ha equivocado al no escogerlos. Que siga en su error. Parece que eso es todo lo que tienen que decir. Nota: [i] En esos días mi posición particular fue impulsar el retiro de los candidatos no fujimoristas, que se impulsaba desde el diario “Liberación”, que en un determinado momento giró al apoyo a Toledo, dejándome sólo en mi posición.
https://www.alainet.org/es/active/11617
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