Cuál es el papel de las CPIs?

27/04/2006
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Las Comisiones Parlamentarias de Investigación (CPIs) necesitan recurrir a la UTI para una cirugía reconstructora. Actúan como una delegación policíaca interrogando. Dan curso a denuncias de corrupción, como si meterle mano al dinero sucio apenas se derivara de problemas de carácter. Olvidan que la ocasión hace al ladrón, y no cuestionan a las instituciones ni a la misma legislación del país, según la cual los parlamentarios son responsables. La exposición televisiva de las CPIs hace de ellas una especie de Gran Hermano legislativo. El público está atento a ver quién sale malparado. En esa ola de mironismo que azota al país hay una atracción perversa por el espectáculo de humillados y ofendidos por diputados que pelean las atenciones del público, tratando de conquistar prestigio y votos. Prueba de ello es el que pocos son los dispuestos a preguntar. Ni investigan ni buscan informes, actúan movidos por el afán de destruir al partido adversario y blindar el suyo propio. Una casa legislativa no merece ser comparada con la delegación policial. No condice con su naturaleza presionar a los interrogados hasta que, bajo tortura sicológica, pasen a la condición de reos. El presentar pruebas le corresponde a quien acusa. A menos que el interrogado tome la iniciativa de admitir su culpa, como sucedió con varios acusados. No se puede reducir la ética al comportamiento individual, como si él fuese el único responsable de la corrupción. Hay que atender al conjunto de las relaciones sociales y a las conexiones institucionales que configuran la realidad. No basta con identificar al corrupto, hay que ir hasta las causas de la corrupción. Éste es el papel que distingue a una CPI de un interrogatorio policial. Le corresponde al Legislativo dar normas acerca de las instituciones nacionales, imprimirles legalidad, establecer sus derechos, sus deberes y sus límites, así como identificar las brechas en la legislación que favorecen la corrupción. ¿Cómo las empresas burlan al fisco llevando doble contabilidad? ¿Por qué tanta facilidad para enviar fortunas al exterior? ¿Qué es lo que dificulta la transparencia en la contabilidad de los partidos? ¿Dónde están los agujeros en el financiamiento de las campañas? ¿Por qué se dan tantos fraudes en las licitaciones? Eso sí es legislar. Una CPI no debería ocultar nunca sus trabajos presentando a la nación una lista de sospechosos. Para no correr el riesgo de falso testimonio, mejor no nombrarlos si no hay pruebas convincentes y contundentes. Toda persona cuya honra es manchada aunque sea levemente en pocos minutos, queda motivada a pasar el resto de su vida tratando de limpiar su nombre. Le toca al Ministerio de Justicia y a la policía investigar, anotar y castigar a los que comprobadamente infringieron la ley. Las CPIs deberían interesarse especialmente sobre el trabajo del Congreso y aquilatar las causas de la corrupción, de la malversación, de la caída del decoro parlamentario. Y esas causas muchas veces hunden sus raíces en la misma legislación que rige nuestras instituciones y que más parece un queso suizo, con tantos hoyos por los que se introduce la acción delictiva. Y la legislación tiene su origen en el Congreso. Legislar es la función principal de quienes son elegidos parlamentarios. El pueblo tiene derecho a hacer todo lo que la ley no prohíbe; sin embargo, las autoridades sólo debieran hacer lo que la ley permite. Es desalentador ver a una CPI acabar en un mar de conclusiones, cuando tanto se esperaba que, alertado por ella, el Congreso asumiera la tarea de apresurar la reforma política. ¿Qué se hace para impedir que los partidos incurran nuevamente en marrullerías? Desde que me tengo por gente observo que ciertas palabras resumen los paradigmas que movilizan nuestra vida política. En los años 50/60 el tema era el desarrollo; en los años 70/80 la democracia; en los 90 la modernización; ahora la ética. La ética se inclina hacia el moralismo udenista cuando queda desvinculada de la producción de sentido. Nótese que la moral tiende a caer en el moralismo, pero al menos existe el vocablo “eticismo”. Porque la ética, tan valorada en las obras de Aristóteles, implica principios universales, perennes, orientadores de los grandes proyectos humanos. Es ella quien nos proporciona los elementos para el “discernimiento militante”, como dice Emmanuel Mounier. Si nuestros partidos políticos pierden de vista las estrategias históricas, cambian el proyecto de nación por el de elección, dejan de darle sentido a la nación y se vuelven meros consorcios de luchas de poder, entonces la ética se volatiliza en la abstracción de los discursos demagógicos y los políticos se hunden en el terreno de la hipocresía. Hipócrita era el actor que, en el antiguo teatro griego, formaba parte del coro que proclamaba lo contrario de lo que de hecho sucedía en escena. Más grave que la corrupción es una elección desprovista de consistentes proyectos capaces de hacer que el Brasil no tenga vergüenza de sí mismo, de sus niños consumidos por el narcotráfico, de multitudes vagando sin tierra, en fin, proyectos que cambien el peor de nuestros problemas nacionales: la desigualdad social. No es a un candidato a quien el elector quiere dar su voto, es a la esperanza. - Frei Betto es escritor, autor de “La Obra del Artista. Una visión holística del Universo”, entre otros libros. Traducción de J.L.Burguet
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