Segunda vuelta electoral con pronóstico reservado

23/04/2006
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Ha culminado la primera batalla de una guerra que va mucho más del proceso electoral. Y los resultados de la primera vuelta electoral, no han hecho sino confirmar lo que la tradicional derecha política y económica peruana -y que la Oficina Nacional de Procesos Electorales, ONPE, que pasó del conteo rápido al conteo lento, se encargó de convertir en una lenta agonía política- tanto temía: su candidata, no había sido capaz, de pasar a una segunda y definitiva vuelta electoral, y quedaba irremediablemente fuera de la carrera presidencial por segunda vez consecutiva. Había sido derrotada por un hasta entonces poco conocido militar retirado, novato en política y hasta carente de discurso, Ollanta Humala; y por quien es considerado como uno de los más cuestionados presidentes de los últimos 30 años, Alan García. Este primer desenlace, que confirmó las tendencias que se habían perfilado durante las dos últimas semanas antes del 9 de abril, día de las elecciones, sin embargo está muy lejos todavía de apuntar a resolver las cuestiones de fondo que se han manifestado en este proceso electoral, en un país cuya polarización y fragmentación se ha desnudado dramáticamente y se han puesto en evidencia una vez más. Y si bien hay una gran derrotada, este proceso también ha podido convertirse en el cortejo fúnebre de otros sectores políticos, cuya agonía puede tornarse irreversible. Sin embargo, si algo ha sido reconocido por diversos analistas, es que en esta primera ronda electoral ha expresado el rechazo mayoritario de la población a un modelo económico neoliberal que ha profundizado las diferencias e injusticias sociales, ha impedido la redistribución de la riqueza favoreciendo solo a un sector poderoso que controla la economía; así como a un régimen político que levanta una democracia representativa cada vez más lejos de las reales necesidades de las grandes mayorías. Este hecho incuestionable ha pretendido también ser relativizado por la derecha política y mediática, que muestra una vez más su miopía histórica; y por ello, sus medios han procurado tender una cortina de humo desviando la atención de la gente durante más de dos semanas con el cuentagotas del conteo oficial de los votos. Lo que nos deja la primera vuelta En efecto, Lourdes Flores, la candidata presidencial de la alianza Unidad Nacional, UN, ha sufrido no cualquier derrota. Hay que recordar que ella fue convertida en la apuesta política más importante de los últimos años de la derecha y el poder económico neoliberal para alzarse con el gobierno. Y como tal, no solo pudo desarrollar una millonaria campaña en todo el país, sino que contó con el apoyo casi unánime de los grandes medios de prensa y televisión, tenía más de dos años en campaña electoral y hasta noviembre del año pasado encabezó todas las encuestas de intención de voto, las que se encargaron de proyectarle una aureola de vencedora inevitable, que al final terminó devorándola. Como lo han reconocido sus más destacados líderes de UN, Lourdes Flores, de tanto haber corrido sola en los primeros meses de la campaña, terminó proyectando una soberbia, que cuando se estancó en las encuestas, terminó cambiando su discurso, recurriendo a propuestas que antes calificaba de “populistas”, como aquella de crear más de medio millón de empleos anuales o destinar fondos públicos para construir escuelas públicas y hospitales; o en el extremo de anunciar lo que hasta entonces era una herejía para la derecha, como la de modificar la política económica que han defendido por más de 15 años. Sin embargo, estas contradicciones de la “candidata de los ricos”, como la identificó la gente, no son de ahora. Recordemos, que ya en el 2001, en su afán de llegar a sectores populares, no vaciló en llevar en su plancha presidencial a un líder sindical y militante del Partido Comunista, José Luis Risco. Ahora, en el 2006, buscó remediar dicho “error” con algo que resultó peor: llevó como candidato a primer vicepresidente a un representante del más poder económico y financiero más grande del país, como es el grupo Romero, Arturo Woodman. Y el remedio resultó peor que la enfermedad. Por ello, su derrota la extendió también a su plancha congresal. Su representación parlamentaria, que las encuestas proyectaban como la primera fuerza en el Congreso de la República, apenas alcanzó 19 curules –de 120- superada ampliamente por la bancada de Ollanta Humala, que llega a 43 y la del APRA, que se ubica en segundo lugar con 35 representantes. Por ello, no se exagera cuando se afirma que la derecha política neoliberal ha sufrido una derrota de envergadura y que ya está amenazando el futuro de la alianza de Unidad Nacional. De otro lado, si bien Ollanta Humala, que postuló con el membrete del partido Unión por el Perú –pues su Partido Nacionalista Peruano no había alcanzado su inscripción legal- ha logrado un triunfo en esta primera vuelta con casi el 31 %, su victoria sin dejar de ser importantísima, no ha sido de la envergadura que ellos esperaban. No hay que olvidar que algún momento, desplegaron una estrategia que apuntaba a “ganar en primera vuelta”, objetivo que al parecer fue mellado por la intensa guerra sucia que caracterizó la campaña y por las denuncias sobre su participación en presuntas violaciones a los derechos humanos cuando fue miembro activo del ejército. Lo que sí hay que rescatar, como ya se ha dicho, es haber logrado la primera minoría parlamentaria en el Congreso, desplazando al Apra y a UN; y el hecho de haber logrado ganar en 18 de los 25 departamentos o regiones que existen en el país. Y además, el hecho paradójico de que en justamente en aquellos departamentos de la sierra donde se centralizó la violencia y las violaciones de los derechos humanos, como Ayacucho, Huancavelica o Apurímac, superó largamente a sus contendores con más del 60 por ciento. Algo que por cierto, merece un mayor análisis. El otro gran beneficiario de este primer episodio electoral, es sin duda, Alan García, el candidato del APRA, que tuvo el mérito de remontar una campaña electoral que, según todas las encuestas, hasta tres semanas antes de la elección, lo daban como perdedor. El haber logrado pasar a la segunda vuelta con casi el 25% de los votos, no es nada desdeñable, si tenemos en cuenta su más nefasto antecedente como fue su gestión de gobierno entre el 1985 y 1990, la inflación desbocada, la corrupción y las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos. Hubo también otros derrotados: la izquierda que llevó hasta tres listas presidenciales, el Partido Socialista, el Movimiento Nueva Izquierda y la llamada Concertación Descentralista. El fenómeno Humala los arrasó en lo que siempre había sido su bastión electoral como los departamentos del surandino, donde hay una gran presencia campesina. Ninguno de ellos logró pasar la valla electoral, han perdido su inscripción legal y tampoco tendrán representación parlamentaria. Segunda vuelta: lo que se viene Si bien la primera parte de la campaña no se ha caracterizado necesariamente por el debate de propuestas o programas, hay elementos que merecen destacarse. Uno de ellos, es el hecho de que los principales candidatos no pudieron evadir referirse aunque de manera tangencial a temas que hasta entonces eran levantados por los partidos de la izquierda que, vaya paradoja, no han recibido el apoyo de los electores. La convocatoria a una Asamblea Constituyente para reemplazar la carta heredada por Fujimori y Montesinos, la modificación del modelo económico neoliberal, la revisión de los contratos de estabilidad tributaria de las grandes empresas transnacionales, el nuevo rol del Estado en la economía, y por supuesto, el Tratado de Libre Comercio, que Toledo ha firmado con Estados Unidos, son temas que necesariamente marcarán la campaña en la segunda vuelta. Y justamente la trascendencia de estos temas condiciona las estrategias para la segunda vuelta. Ollanta Humala es el que ha enarbolado las propuestas de cambio al respecto, sobre todo en lo referente al TLC, anunciado que de llegar al gobierno lo revisará en caso de que se llegue a aprobar. Alan García, si bien ha cuestionado aspectos del TLC, ha mostrado una posición ambigua al respecto. Humala ha planteado la Constituyente, aunque luego ha bajado el tono al respecto. García no quiere una nueva Constitución y solo se conforma con hacer reformas a la carta fujimorista. Humala ha insistido en revisar los contratos a las transnacionales; García desliza la posibilidad de sacarles algo más sin llegar necesariamente a la revisión, “para no ahuyentar la inversión extranjera”. La derecha mediática apuesta a sacar del centro del debate estos temas y propicia otros que giran en torno a las alianzas que harán ambos candidatos para la segunda vuelta. Seguramente persistirán en otros aspectos como vincular a Ollanta con Hugo Chávez o asustar con supuestos peligros sobre la libertad de prensa, o levantando de nuevo la supuesta contradicción entre democracia y autoritarismo. En ese marco se ubica por ejemplo, el reciente llamado del escritor ultraliberal Mario Vargas Llosa, habitual crítico de Alan García, quien no ha titubeado en proponer una alianza entre el APRA y Unidad nacional, para “defender la democracia”. En principio, ambos candidatos han descartado cualquier alianza explícita; sin embargo, no se descartan acuerdos tácitos. Hay más de un actor político que está dispuesto a negociar sus votos. Uno de ellos, es el sector fujimontecinista que ha logrado una nada despreciable bancada parlamentaria de 15 representantes, y que no han ocultado su objetivo de negociar la impunidad de Fujimori. Los operadores del poder económico, también entran en el juego, y fieles a su estilo, tratarán de lograr cualquier acuerdo para bloquear los cambios al sistema para seguir preservando sus intereses. En todo caso, no hay que olvidar que tanto Humala como Alan García están rodeados de no pocos “oportunistas de oficio”, que van desde fujimoristas –como el candidato humalista a vicepresidente Carlos Torres Caro- hasta empresarios que antes apoyaron a Toledo. O de gente vinculada a la violación de derechos humanos como el también candidato vicepresidencial del APRA, el vicealmirante retirado Alejandro Giampetri. Aunque se cuide de admitirlo públicamente, García sabe que los votos de Flores son los únicos que le pueden garantizarle el triunfo en la segunda vuelta. Pero sabe también que eso implicaría, hacer concesiones importantes en sus propuestas electorales, que podrían ser percibidas por el electorado como la típica y oportunista “escopeta de dos cañones”. Mientras tanto, a Humala no son pocos los que le sugieren “rebajar” sus propuestas y el tono radical de sus discursos, con el argumento de que es la única manera de ganar los votos de los indecisos y de los que votaron por otras opciones que estuvieron en juego. Ello conlleva un riesgo muy serio, pues si algo lo catapultó a Humala en la escena política fue precisamente su discurso “anti sistema”. Aunque ha dicho que su única alianza es “con el pueblo”, tendrá que hilar muy fino, para quitarse la etiqueta de autoritario y antidemocrático que le ha puesto la derecha y el APRA. En fin, todo indica que si de resultados se trata, esta segunda vuelta será de pronóstico reservado. Las encuestas, hasta antes de la primera elección, daban en su gran mayoría como triunfador a Humala frente a García, en una segunda vuelta entre ellos. Ahora, se han mostrado más conservadoras y ello ha sido aprovechado por García para trabajar una imagen de candidato ganador, “el único capaz de parar a Humala”, como fue su lema en la primera vuelta. Lo cierto es que como se señaló al principio, más allá de esta segunda vuelta, se vienen otras batallas, en la que necesariamente tendrá que tallar el movimiento social y aquellos sectores políticos que siguen apuntando al cambio, a despecho de no haber logrado mayor presencia electoral. El escenario será otro y una primera confrontación será en torno al futuro del TLC. Si los resultados de esta primera vuelta han expresado un rechazo mayoritario al modelo y al régimen político, difícilmente, gane quien gane, podrá obviar esta demanda y voluntad de cambio. Desconocer este dato de la realidad solo profundizará el desencanto y la frustración social, y ello abonará las condiciones para un escenario de nuevas confrontaciones cuyas consecuencias podrían ser impredecibles, como tan impredecible ha sido el Perú a lo largo de su historia reciente.
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