Dijo usted “cambiar”?

28/03/2006
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“Queremos cambiar el mundo”…cuántas veces se repitió este estribillo en todos los idiomas, en todos los rincones del mundo, en todas las épocas. “Cambio”: no hay palabra más afortuna en el léxico de las sociedades. Si de “cambiar” se trata puede usted contar a buen seguro con la entusiasta declaración de cualquier persona en todos los estratos de la sociedad. Hay la sospecha de que este término está hueco y que en verdad no quiere decir nada, o lo que da lo mismo, quiere decir cualquier cosa. De allí los innumerables esfuerzos por colocarle un apellido: “cambio político”, “cambio cualitativo”, “cambio de sistema”, “cambio revolucionario”. Lo cierto es que por intentar “cambiar” –lo que sea—hay mucha sangre dejada en el camino. Eso es lo paradójico: si se trata de un asunto tan espúreo, ¿cómo es que tanta gente se hace matar para logar ciertos “cambios” y otros hacen lo mismo para evitar que las cosas “cambien”? Algo extraño ocurre aquí. Parece que no es tan neutro eso de que un puñado de hombres y mujeres emprendan la cruzada de una transformación de la sociedad donde viven. Tinta a borbotones ha corrido para debatir sobre las “teorías del cambio”. Las hay para todos los gustos. De hecho muchas Escuelas de Sociología en el mundo estructuran sus planes de estudio alrededor de las “teorías del cambio social”. El relevo lo han tomado las teorías gerenciales con la idea-fuerza de los “cambios organizacionales”. En el fondo retumba desde lejos la misma inquietante pregunta: ¿Cómo lograr transformaciones efectivas en una sociedad? Lo anterior viene a cuento a propósito del planteamiento central de la “Misión Ciencia”: cambiar el paradigma de ciencia y tecnología con el que se ha funcionado en el pasado. ¿Qué significa este planteamiento? ¿Qué implica cambiar un paradigma? Es fundamental esclarecer estas preguntas porque en ellas se condensa muy nítidamente lo que puede ser en Venezuela el establecimiento de un nuevo modelo de gestión científico-técnica montado sobre una transformación radical de las bases epistemológicas y culturales de los viejos modos de producción de conocimiento. Justamente esta preocupación por el contenido sustantivo del tipo de ciencia y de técnica que se desarrollan en el país se plantea de entrada que no es suficiente con “aplicar” un arsenal preexistente de tecnologías ni de “aumentar” el gasto en este sector para encarar en serio la cuestión del desarrollo ecológicamente sustentable y socialmente pertinente (así como tampoco la cuestión es sólo “aumentar” el consumo cultural o el acceso a la educación sin preguntarse, al mismo tiempo, sobre el contenido y la naturaleza de eso que estamos llamando “cultura” o “educación”). La “Misión Ciencia” no puede contentarse con “ampliar” la cobertura de sus programas o con “aumentar” el número de actividades que se realizan desde el MCT. Hay muchísimo más que esos. Habrá desde luego un gran impacto desplegado en áreas ya trabajadas en las políticas públicas de ciencia y tecnología que vienen desarrollándose en todos estos años. Pero lo más importante es el giro en las orientaciones de esas políticas, los nuevos horizontes de su sentido social, las concepciones que le sirven de base, su articulación con las transformaciones de fondo que están en juego en todas las esferas de la sociedad. Son justamente esos los cambios más complejos que están en la agenda de hoy. Son esos cambios los que justifican el empeño que hoy se pone en dotar de otros contenidos lo que se nombra con las palabras convencionales de “ciencia” y “tecnología”. Estamos usando una terminología de empleo corriente para nombrar procesos enteramente nuevos, para caracterizar relaciones inéditas, para identificar prácticas y discursos que pertenecen a otros paradigmas epistemológicos, a otra cultura, a un nuevo modelo se sociedad. Es comprensible por ello que a primera vista cueste mucho detectar “por dónde van los tiros”, apreciar qué es lo que está en juego más allá de las apariencias, calibrar en su justa medida el sentido de decisiones puntuales que por sí solas no dicen mucho. La “Misión Ciencia” se enfrenta a muchos desafíos en eso de querer cambiar las concepciones sobre el conocimiento, las visiones tradicionales sobre “la verdad”, las ópticas convencionales sobre el “progreso” y en torno a los saberes populares. Cambiar la mentalidad de los científicos modernos, de los profesores de ciencia o de los gestores en este campo es una labor complicadísima que puede implicar costos humanos y políticos muy altos. Pero es claro que sin esos cambios (por muy progresivos y concensuados que sean) la “Misión Ciencia” estaría hipotecada en su sentido más profundo. Ello quiere decir que aparecerán obstáculos y tensiones en todos los niveles. Hay que estar claros en los intereses que se están tocando, en las ideologías que se ponen en cuestión, en las incomprensiones que se derivan de las ópticas tradicionales sobre el quehacer científico-técnico. El mundo de hoy está inaugurando nuevas formas de concebir el conocimiento. Venezuela es sólo un eslabón en la mundialización de una nueva agenda que ha roto los viejos paradigmas. La “Misión Ciencia” es una política pública que engancha con una onda internacional que se expande progresivamente. Ese clima ayudará a vencer las resistencias que están ya a la vista. Pero los cambios que están planteados reclamarán una voluntad muy firme de la dirección política de ese proceso, de su liderazgo ético-intelectual, de la gente cuyo compromiso es en fin de cuentas con el sueño de construir otro modo de vivir.
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