Lecciones del "buen alumno"
28/11/2000
- Opinión
Alberto Fujimori, el mimado de Washington y de las transnacionales, quienes
en su momento le convirtieron en el paradigma de lo "que hay que hacer para
embarcarse en el tren de la historia", terminó por huir y abandonar el poder
de la manera más ruin para no enfrentar en el Perú las responsabilidades de
su gestión. Las cuentas por saldar del nuevo socio del club de ex
presidentes prófugos, día a día adquieren mayor bulto, pues como "alumno
aplicado" no perdió oportunidad alguna -legal e ilegalmente- para sacarle el
jugo a la modernización neoliberal que encabezó.
Los hechos que precipitaron la caída de Fujimori no fueron precisamente por
una gran fortaleza de la oposición, sino por la descomposición interna de su
entorno inmediato tras el destape de pruebas que confirmaban la
participación de su principal asesor, Vladimiro Montesinos, en actos de
corrupción. La fortaleza de los gobiernos palaciegos -y en este caso
cerrado a un círculo íntimo e incluso semiclandestino- suele tener su "talón
de Aquiles" en las fisuras internas, como en efecto sucedió.
Ante las evidencias de las denuncias, como en las típicas historias
policiales, Fujimori pretendió jugar al "bueno" y no perdió la oportunidad
para montar un nuevo show -ridículo por cierto- dizque para capturar al
"malo", su socio Montesinos. Fracasado el sainete, y nuevas revelaciones de
por medio, el círculo prácticamente se había cerrado. Y es que las
evidencias confirmaban lo que la oposición desde tiempo atrás -por cierto,
con pruebas al canto- venía señalando: la complicidad entre la mandatario y
su asesor en la organización de un esquema mafioso de gobierno era tan
grande que prácticamente les había transformado en "siameses".
La agonía política de Fujimori se extendió por unos meses, debido a que -
pese a todo- siguió contando con un importante factor de poder: el respaldo
de los Estados Unidos, agenciado en momentos específicos por la OEA. En el
curso de su mandato, este respaldo ha sido un elemento clave para encubrir
el giro dictatorial que dio el régimen desde el autogolpe de 1992, con el
establecimiento de un virtual gobierno cívico-militar, en el que se encaramó
Montesinos como pieza clave del Servicio de Inteligencia Nacional.
La química entre Washington y el ex presidente peruano se estableció tan
pronto éste, dejando de lado sus promesas electorales, pasó a convertirse en
el adalid de las políticas fondomonetaristas y de sus medidas de ajuste
estructural: privatizaciones del patrimonio nacional, apertura total a la
inversión extranjera, recortes al gasto social, etc. Y en esta línea, luego
de haber desarticulado el andamiaje de la organización política tradicional
y roto el tejido social, es que paulatinamente implanta un reordenamiento de
las funciones del Estado para concentrar mayor poder y reducir al mínimo
cualquier control democrático. Un manejo político clientelar y el férreo
control de los medios de comunicación, por una parte, y el clima de
intimidación y terror creado por los servicios de inteligencia, por otra,
habrían de ocuparse del resto.
Cinismo
A lo largo de este proceso, el quebrantamiento sistemático de las
disposiciones constitucionales, los abusos de poder, las violaciones
permanentes a los derechos humanos, la impunidad, el rampante incremento de
la corrupción, entre otros aspectos, se convirtieron en pan de cada día. Y
es así como Perú asistió a la ilegal postulación de Fujimori para la
reelección y al carácter fraudulento de los comicios celebrados para el
efecto.
La "comunidad internacional", deslumbrada con la aplicación del Fujimorismo
a las políticas neoliberales, prefirió mirar para otro lado y no hacerse eco
de las denuncias que salían del país andino. En este mundo de cinismo y
doble discurso, es indudable que el ex presidente peruano tenía sus
"habilidades" propias, como lo demostró cuando al llegar a la presidencia,
de un día para otro, cambió en 180 grados su discurso, sin mínimamente
inmutarse. Pero más allá de la actitud personal, el proceso peruano pone -
una vez más- de manifiesto que el modelo de modernización neoliberal tiene
un transfondo estructural que alimenta el autoritarismo, la corrupción y
todas esas salsas, en la medida que disocia la ética de la política y la
economía.
Nuevos vientos soplan en Perú, pero ello no necesariamente implica descartar
la posibilidad de que, a la postre, termine por consagrarse la fórmula de un
"Fujimorismo sin Fujimori", de mantenerse la tónica que primó en la pasada
contienda electoral. Con el abandono de sus jefes, el Fujimorismo -como
intrincada red de poderosos intereses que se articularon en el anterior
Gobierno- no desaparece, aunque transitoriamente pueda perder margen de
maniobra, pero para eso está el reacomodo...
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