El MERCOSUR en discusión

19/01/2006
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En los últimos tiempos se generaron expectativas de relanzamiento del MERCOSUR. Es un tema que surge con cada cambio político en la región, y que se suceden recurrentemente en lo que va del Siglo XXI y a propósito de la emergencia del pueblo movilizado como actor político. Al acercamiento inicial entre Argentina y Brasil en el 2003, que hizo pensar en un proceso de integración favorable a los pueblos, se le sumó el triunfo en 2005 de la coalición liderada por el Frente Amplio en Uruguay, que agregaría política de izquierda al proceso integrador. Luego, el ingreso de Venezuela como miembro pleno del MERCOSUR, precisamente a pocos días del rechazo a la política de EEUU en la IV Cumbre de Presidentes de las Américas en Mar del Plata (Noviembre de 2005) y finalmente el reciente triunfo de Evo Morales en Bolivia, e incluso el acceso de Michelle Bachelet al gobierno de Chile, aún cuando no es de esperar cambios esenciales en la política económica de ese país, inspira opiniones favorables hacia una integración alternativa.

Todo parece que las condiciones están para un cambio de rumbo al interior de cada país y es una realidad que ofrece una perspectiva de articulación e integración regional en sentido alternativo a la que predomina de cuño “neoliberal”. Con Eduardo Duhalde como coordinador del MERCOSUR, y con especial acuerdo del gobierno de Lula, se amplió la apuesta y se inició la construcción de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN). La realidad es que la CSN no avanza más allá de una aspiración de deseos y el MERCOSUR, que cambió de coordinador por otro argentino, el renunciado ex vicepresidente de De la Rúa (Chacho Alvarez), mantiene esencialmente las indefiniciones de un eventual relanzamiento, mientras continúan beneficiándose los capitales más concentrados que actúan en la región: combustibles, alimentos y automotrices.

Además, la Presidente electa de Chile señala que no existe incompatibilidad entre el ALCA y el MERCOSUR, cuando en noviembre pasado fue clara la confrontación con el proyecto de Bush por parte del movimiento continental de lucha contra el ALCA y que incidió en el posicionamiento del MERCOSUR y Venezuela para dividir las aguas en torno a la conveniencia o no de avanzar en las negociaciones por el ALCA. Consignemos además, que Brasil y Argentina discuten sobre un comercio que es desfavorable, ahora, para Buenos Aires y Uruguay avanza en negociaciones bilaterales con EEUU, tema que lo aleja del acuerdo regional, aunque es más un tema para llamar la atención de los grandes decidores en el MERCOSUR. Además, el gobierno de Tabaré Vázquez impulsa la instalación de las plantas papeleras en el margen del Río Uruguay, afectando el medio ambiente con impacto en ambas orillas y favoreciendo la apropiación de los recursos naturales por los inversores transnacionales. Chacho Alvarez la juega de imparcial y el gobierno de Néstor Kirchner no propone alternativas productivas conjuntas entre Uruguay y Argentina, superadoras del proyecto depredador. Son muchos problemas para un acuerdo que genera expectativas como mecanismo alternativo de integración.

Quizá, el principal problema sea que el MERCOSUR es un instituto producto de otra época, la del 90´, donde las políticas hegemónicas respondían al Consenso de Washington, que eran las políticas seguidas por los gobiernos de nuestros países según las aspiraciones del gobierno de EEUU y los organismos financieros internacionales, todos ellos expresando el interés del capital transnacional dominante en nuestros países. El espíritu del Tratado de Asunción (1991) y todos los protocolos de actualización posterior, especialmente en Ouro Preto (1994) tenían la impronta de favorecer la iniciativa privada, la orientación al mercado y la liberalización del comercio, las inversiones y el libre flujo de los capitales. Era y es el programa de las clases dominantes que se levantó sobre la represión del terrorismo de Estado imperante en los países del Cono Sur de América y que generó una fuerte resistencia, que abrió caminos a procesos con pretensión social por los cambios y que hoy transitamos.

Esa resistencia es la que genera los cambios políticos que se manifiestan en gobiernos que, aún continuando esencialmente las políticas neoliberales, ejercen “discursos” diferenciados en acuerdo con las demandas de la movilización popular. Este es el problema a resolver, e implica terminar con el divorcio existente entre la demanda social extendida por cambios y la adecuación discursiva para mantener el poder económico en las mismas manos. Desde Caracas se insiste en que el capitalismo no aporta soluciones a los problemas de nuestras sociedades y que por lo tanto tiene que pensarse en la construcción del Socialismo del Siglo XXI como respuesta popular a las reivindicaciones de los trabajadores y sectores empobrecidos en nuestros países. Es una definición para pensar en toda la región, en cada país y en la potencialidad de un trabajo de integración regional. Contrariamente, la definición del gobierno argentino pasa por la “reconstrucción del capitalismo nacional”, lo que supone la recreación del ciclo de negocios de los capitalistas que definen el poder del capitalismo en la Argentina: los acreedores externos, los grandes productores y exportadores transnacionalizados, las privatizadas de servicios públicos y la banca transnacional.

¿Se puede ir contra la recreación recurrente del capitalismo? ¿Es posible pensar y actuar en términos alternativos, incluso socialistas? En primer lugar se trata de una cuestión de voluntad política y de orientación y rumbo para avanzar en el desarrollo económico y social y en ese sentido vale un interrogante. ¿Si Argentina y Brasil dispusieron de 25.000 millones de dólares para cancelar deuda con el FMI y utilizando parte de sus reservas internacionales, no es posible destinar parte de las reservas de nuestros países, superiores a los 100.000 millones de dólares para establecer un fondo autónomo para una política independiente, contra el desempleo y la pobreza, por la producción y el desarrollo integrado? Brasil y Argentina disputan en que territorio desarrollar la producción conjunta de fármacos contra el SIDA. El tema es diferente si la discusión involucra a todos los integrantes del MERCOSUR, plenos o no, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Venezuela, Bolivia y Chile e incluso el México observador, para un proyecto de integración que potencie un desarrollo equilibrado y trascienda las ventajas específicas de cada uno y que Venezuela y Bolivia no se detengan en su ventaja energética; o Brasil en su potencia industrial o Argentina y Uruguay en su carácter de productores especializados de alimentos.

Pensar en forma alternativa no es discutir donde se instala una fábrica o donde se radica una inversión, sino pensar articuladamente con otra lógica de organización de la relaciones sociales, para la producción y la distribución. Eso responde a una lógica anticapitalista y es repensar el socialismo en la región. Volver a instalar el imaginario por el socialismo en el movimiento popular es un desafío imprescindible para discutir el MERCOSUR y el porvenir del orden social en cada uno de nuestros países. El MERCOSUR está en discusión y lo que está haciendo falta es la intervención política popular, de izquierda, para asegurar una integración alternativa, al servicio de la independencia, la soberanía, los trabajadores y los pueblos.

Buenos Aires, enero de 2006.

 

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