Sin valores es imposible el cambio

11/01/2006
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Nos lo dicen, no sólo los textos de ética, sino también la propia experiencia socio-política: sin valores es imposible un auténtico cambio, una verdadera revolución institucional. A lo sumo, se lograrán, con buena voluntad, logros reformistas, sin duda muy positivos, y hasta necesarios, pero totalmente insuficientes para configurar el ideal transformador con el que, actualmente, sueña nuestra sociedad y el nuevo Gobierno. Nuestro pueblo ha votado por el cambio, no sólo por mejorar algunos parámetros de nuestra realidad económica, social y política. Ese gran ideal no es ya una mera opción deseable: es una exigencia ineludible que nace de la voluntad soberana del pueblo. El pueblo votó por el cambio, un cambio en profundidad. Toda verdadera revolución es siempre una revolución moral. Si, por el contrario, los objetivos éticos y sus valores no están claramente formulados, o se los ha traicionado en el ejercicio del poder, esos proyectos socio- políticos terminan siempre en el fracaso. La gran revolución impulsada en Bolivia el año 1952 por el MNR, fracasó porque no estaba asentada sobre fundamentos éticos. Lo mismo pasó con la revolución mexicana, con el sandinismo y últimamente, es lo que está sucediendo con el PT de Lula en Brasil. Como ejemplo, quizás el más impactante en la historia de los pueblos, lo tenemos en la caída del Imperio Romano. No fue ningún poderoso ejército quien derrotó a ese pueblo que todo lo dominaba. El gran Imperio se vino abajo a causa de una total degeneración moral interna. Ellos mismo fueron la causa de su absoluta derrota. Todos los movimientos transformadores, a lo largo de la historia, han comenzado siempre por plantearse y dar vida a un pensamiento revolucionario plasmado después en cambios substanciales. Frente a la terrible crisis de valores que afecta a todos los estamentos de nuestra sociedad, hay que plantearse las exigencias de un verdadero rearme moral y diseñar, para ello, estrategias conducentes a un cambio en la escala de valores. Si no fuera así, no lograremos superar el mero reformismo, ni siquiera garantizar la futura estabilidad y gobernabilidad. La opinión pública de Bolivia pide un cambio real y es ese el mensaje más claro y contundente que nos han dejado las elecciones nacionales. Se dice y se piensa que hay que acabar con el modelo neo-liberal vigente, pero para ello es de absoluta necesidad comenzar por cambiar los antivalores que lo sustentan. El neo-liberalismo es un modelo aplazado, totalmente, en ética: no parte, ni se basa en valores humanos, antepone el dinero a la persona, el capital al trabajo y el crecimiento económico a la calidad de vida de toda la población. Busca la concentración del dinero y no la equidad, la rentabilidad y no la justicia social. Pregona el individualismo frente a las exigencias de la solidaridad, privilegia a los sectores competitivos mientras hunde en la pobreza y en la exclusión social a quienes no pueden competir. Es un modelo profundamente anti-democrático y anti-humano y anti-cristiano. No podremos corregir las consecuencias desastrosas del modelo, sin desechar la ideología y los falso valores que lo sustentan. El gran desafío y la mayor dificultad está en que esos anti-valores que caracterizan a la esencia misma del modelo neo-liberal, están muy presentes en todas nuestras instituciones, y aún nos atreveríamos a decir, en el corazón de la gran mayoría de las personas. Veamos: el economicismo domina las relaciones comerciales; importa más el tener que el ser; la apariencia vale más que la realidad; el consumismo y el éxito individualista se imponen sobre los proyectos comunitarios y de solidaridad. Nuestra juventud, sobre todo, ha ido perdiendo su propia identidad, mientras los falsos modelos de la TV, los encandilan y los desarraigan... Ahora, podemos preguntarnos ¿cuál es el cambio que nuestro pueblo quiere? Debemos aceptar el que el pueblo exige la recuperación plena de los hidrocarburos por parte del Estado, así como la erradicación de la pobreza, y el logro del pleno empleo; desea mejorar radicalmente los índices de salud pública y de educación; quiere una distribución más equitativa del ingreso, mejoras salariales significativas, destierro de la discriminación y la exclusión social y una justa la redistribución de la tierra… Podríamos continuar con este listado de legítimas y necesarias conquistas sociales que hay que alcanzar, sin embargo, todos esos grandes objetivos socio-económicos pueden ser tergiversados y hasta anulados por la corrupción imperante, que todo lo desvirtúa y lo corroe. Ese gran horizonte de reformas no llegarán a constituirse en un en verdadero cambio si seguimos con el cueteo, el prebendalismo político, el nepotismo, los padrinazgos, los negociados, el robo, la inseguridad ciudadana, el espíritu gremialista, corporativista, regionalista, divisionista…etc. Si no se avanza en la vivencia de los valores tradicionales de nuestro pueblo, en la fraternidad, en la justicia, en la equidad, en la solidaridad, en el respeto a la vida y los derechos de las personas, …. no se habrá logrado el cambio que el pueblo exige y lo ha expresado a través de su voto eleccionario. Necesitamos una auténtica revolución moral de las conciencias y de las instituciones. Necesitamos una verdadera metamorfosis de los espíritus. El pueblo no quiere cambios que nada cambian. La revolución de la que nos habla en nuevo Gobierno o será moral o no será nada. - P. Gregorio Iriarte o.m.i.
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