Protestas en Brasil
Sorpresa sospechosa
28/06/2013
- Opinión
Miles de personas convocadas en las redes sociales por el movimiento Pase Libre manifiestan con violencia en las calles de decenas de ciudades brasileñas ante el desconcierto de políticos y analistas.
Brasil está alterado y el resultado visible y concreto ha sido desestabilizar al gobierno de Dilma Roussefff.
Sólo hay que mirar lo que está sucediendo y sumar dos más dos. En situaciones similares, en los países “serios” se disparan todas las alertas y las fuerzas de seguridad despliegan represión. Sin embargo, igual situación denunciada en Sudamérica suena a paranoia o a intento forzado de desarrollar teorías conspirativas.
Es demasiado lo que hay en juego y las protestas que desde hace una semana son noticia en el país más grande de Sudamérica se han producido “casualmente” coincidiendo con la permanencia de la prensa internacional que cubre la “Copa de las Confederaciones” de futbol.
Esa oportunidad “casual” permitió la difusión de las imágenes de un Brasil copado por el descontento a los televisores de millones de hogares en el mundo. Miles de ciudadanos salidos sincronizadamente de todas partes con un grado de violencia que no está en consonancia con el gobierno progresista que conduce el país.
Está claro que el ataque es a Rousseff. Simple dos más dos. Hasta un minuto antes de que se desatara la ola de descontento por el aumento del boleto de colectivo, Dilma Rousseff mantenía un altísimo nivel de popularidad. Aun después y a pesar de varios años de desgaste de gestión; de cientos de operaciones de prensa; de interminables acusaciones infundadas de corrupción.
En un país en el que por la diversidad de sus gentes y quizás también por las enormes distancias la masividad de la protesta callejera no es habitual. Se ha gestado un movimiento que desafía a los observadores y analistas.
Merece recordarse que existieron en el pasado otras grandes movilizaciones populares. Desde comienzos de los 80 cuando se exigía la elección directa del presidente bajo la consigna “Directas ya!!!”. También las manifestaciones multitudinarias que expulsaron de la presidencia a Collor de Mello en 1992 o las que hicieron posible el triunfo de Lula en el 2002. Sin embargo, la distancia que media entre las gestas señaladas les otorga un carácter de excepcionalidad que no puede ser asimilable a una tradición de política en las calles al estilo venezolano, argentino o boliviano, dónde cada acción política de peso tiene su correlato callejero.
Y no se trata de ser peyorativo con los motivos de la protesta. Sobran justificativos atendibles. Son los modos; la oportunidad; la sincronización; la masividad y la violencia los que llaman la atención y despiertan suspicacias.
Lo que comenzó “razonablemente” por un aumento del transporte avanzó rápidamente hasta la denuncia y la protesta por causas más estructurales como salud y educación. A eso se sumaron otros reclamos derivados de falencias tradicionalmente agitadas por las derechas conservadoras y por los oligopolios de prensa: corrupción, impunidad, desprestigio parlamentario y descreimiento de la política en general.
De golpe, inesperadamente, el gobierno de Rousseff se asemejó a una sucursal del averno.
¿Por qué la demanda creciente y no desde el inicio? ¿Por qué con argumentos clásicos de la derecha opositora? ¿Por qué la violencia en el rechazo a las agrupaciones políticas que intentaron sumarse?
Las respuestas hay que intentarlas: ¿Demanda creciente porque no esperaban el grado de adhesión posterior y se necesitaron argumentos de refuerzo que justificara la continuación de la protesta? Se sabe que cuando el ataque exploratorio progresa es una opción transformarlo en ataque principal.
¿Banderas de la derecha porque resulta fantasioso correr a Rousseff por izquierda? ¿La gestión Rousseff encarna la izquierda posible, la izquierda real?
Por último, el rechazo a las banderas políticas esconde el intento de legitimar la protesta a través de la desideologización de las razones que la motivan. Pero, de fondo, ya se sabe que cuando la política sale lo que entran son los intereses de unos pocos.
Párrafo aparte merecen los reflejos frente al desarrollo de los hechos de los medios de comunicación masivos opositores a la gestión de Rousseff. De la descalificación inicial de la protesta se pasó al apoyo en el instante en que los medios reconocieron la oportunidad para lastimar al gobierno federal.
Esta conducta fue notable en O Globo, pero también incluyó a Foha de San Pablo y Veja. Sin embargo, los intentos de estos medios de acercarse a cubrir los hechos fueron rechazados por los manifestantes en forma agresiva.
El comportamiento de la prensa sugiere que fueron sorprendidos por los acontecimientos y que, por tanto, fueron en algún punto ajenos a su planificación y ejecución. No es un dato menor teniendo en cuenta que en todo el mundo los medios corporativos de prensa han estado asociados a movimientos desestabilizadores de gobiernos progresistas.
A la hora de la teoría conspirativa, es verdad que no hay pruebas pero… ¿de qué pruebas se habla? ¿Se necesita la foto de una reunión en dónde se planea la agitación popular mediante el uso de una nueva arma, las redes sociales, que desde las revueltas árabes aparecen como incontenibles?
Veamos que sucede si se dejan las pruebas de lado por un minuto y se analiza el botín y sus posibles beneficiarios. Verdaderamente hay mucho en juego.
Para empezar el blanco del ataque es el proyecto político iniciado por Inacio Da Silva y continuado por Rousseff. Un proyecto que ha posibilitado estar a punto de alcanzar en Brasil el menor nivel de desigualdad desde la década del 60. Un proyecto que además ha conseguido hacer crecer el Producto Bruto Interno a un ritmo promedio del 4 por ciento anual durante la gestión combinada de ambos mandatarios.
Esa misma gestión combinada ha posibilitado que las empresas nacionales crezcan hasta competir con las más grandes del mundo. Los descubrimientos de hidrocarburos of shore, que son un milagro largamente soñado que alienta con fundamento la secular ambición de transformar a Brasil en potencia mundial, todo coronado además con el hecho de que el país se ha convertido ya en un actor global de peso y, lo más importante, en líder y locomotora de Sudamérica.
Aun así es cierto que falta mucho, pero lo hecho, lejos de ser solamente “marketing” –como algunos especialistas han sugerido- ha sido lo que se podía dentro de un sistema democrático como el brasileño en dónde la oposición es fuerte, los medios están en contra y el Congreso está desacreditado.
No sólo las carencias tradicionales no han recibido total respuesta. También con los éxitos y el crecimiento nacional se han agudizado el narcotráfico, la delincuencia y los problemas derivados de la necesidad de distribuir mejor la tierra. La mayoría de las víctimas de la violencia son, como siempre, los habitantes de las favelas, los negros y los pobres. Todo eso en un contexto de silenciada discriminación racial como residuo no superado de la esclavitud y de una perenne estructura de patriarcal y latifundista.
Por más que se exijan más derechos no se puede pretender en un minuto lo que no se hizo en 200 años. Hay formas y formas de exigir, a sabiendas de que los excesos de forma pueden malograr lo deseado y acabar con lo conseguido. Brasil es un país que muchos quisieran ver desguazado. Un país de riquezas enormes y que unido posee potencial para un liderazgo excepcional de orden mundial.
A la hora de otros ejemplos desestabilizadores surge el caso de Bolivia. Evo Morales enfrentado no hace muchos días multitudinarias marchas de protesta que exceden largamente cualquier reclamo por la construcción de una autopista que atraviesa territorio ancestral. También Morales se ha cansado de señalar a funcionarios extranjeros (eventual y oportunamente expulsados) de pretender interferir en los asuntos internos del país. Incluso ha hecho denuncias de intentos de magnicidio.
Siria es otro ejemplo lejano en un mundo cada vez más chico. Un país donde las revueltas funcionan artificialmente con propulsión a mercenarios; informaciones sesgadas emitidas desde cadenas de comunicación internacionales y armas inyectadas desde sectores que por razones estratégicas necesitan la caída del presidente Al Assad.
Un dato no menor es que las protestas callejeras de Brasil se dan en contexto de la contraofensiva para detener a los gobiernos nacionales y populares agrupados en CELAC; UNASUR y Mercosur.
El intento por sembrar el desconcierto en Brasil se combina con el lanzamiento de la Alianza del Pacífico; la gira por Sudamérica del vicepresidente estadounidense Joe Biden; los ejercicios binacionales de Estados Unidos con Paraguay en derredor de la base Mariscal Estigarribia; las maniobras internas de las fuerzas opositoras locales en cada uno de los países progresistas de Sudamérica. También suman las operaciones de prensa; los golpes judiciales o parlamentarios o el intento de posicionar la figura del presidente colombiano Santos como el líder regional e interlocutor válido en detrimento claro de las figuras de Rousseff o de Da Silva o de cualquier exponente de la corriente anti neoliberal que pueda surgir de Brasil. Todos esos movimientos tendrían su coronación si Brasil, locomotora progresista de Sudamérica, perdiera su rumbo.
Frente a los disturbios, Rousseff ha usado todos sus reflejos para corregir el andar “automático” inicial de la policía militar y ha dejado claro que no es su voluntad reprimir pero que defenderá el patrimonio del ataque de fracciones violentas.
También ha hecho saber que “escucha la protesta” y dio señales fuertes en el sentido de mejorar los transportes (excusa inicial de todo el desbarajuste); la medicina social y la educación pública, cuestiones centrales de los reclamos. Ha todo eso le apunta con una iniciativa de reforma política integral.
Incluso la presidenta de Brasil se reunió con los organizadores de las protestas, integrantes del colectivo “Pase Libre” pero ellos no han satisfecho sus demandas dado que estiman excesivo el tiempo para implementar la reforma política propuesta por Rousseff. Los líderes de la protesta lo quieren todo ya.
El objetivo de la mandataria al celebrar reuniones con sectores sociales y anunciar medidas específicas en los temas más sensibles para la sociedad ha sido principalmente apaciguar el clamor de las revueltas callejeras dándole un espaldarazo a los miles de manifestantes, que lejos de reconocer el esfuerzo presidencial continúan organizando protestas a través de las redes sociales. Es precisamente esa intransigencia la que lleva a suponer que hay otra cosa detrás de los reclamos, además de una lógica necesidad.
Mayara Longo Vivian, una de las lideresas del Movimiento Pase Libre, sostuvo que “ la lucha continuará" pese a lo que prometa Rousseff.
Vivian se refirió a los miles de millones de dólares que Brasil está gastando en la Copa del Mundo y sostuvo que "Si hay dinero para construir estadios, tienen dinero para tarifa cero" en el transporte público.
La señal emitida por los líderes de la revuelta ha quedado clara: “no importa que Brasil sea un gigante territorial, igual existe la capacidad de incendiar a la sociedad si nos place” y frente a ese mensaje, las medidas que adopte Dilma Rousseff serán vistas como cesión frente al chantaje.
De hecho, el ejemplo del incendio social en Brasil amenaza con exportarse a países limítrofes como metodología de chantaje.
En efecto, en medio de una creciente tensión entre el gobierno de Uruguay y los gremios de la enseñanza, sindicalistas orientales advirtieron ayer que en Uruguay se pueden dar estallidos sociales como los de Brasil.
Otro que vertió similares conceptos fue el secretario general de la Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado (COFE), José Lorenzo López quién comentó al diario El País que "el gobierno debe atender los reclamos de los trabajadores porque así como hace un año estas cosas en Brasil no pasaban es probable que puedan pasar aquí".
La Presidenta de Brasil no ignora que le exigen cuestiones que demandarían años de esfuerzos. Por ahora, ante las protestas, se ha mostrado “en control” y decidida a realizar los cambios políticos necesarios. Incluso está dispuesta a invertir todo el beneficio de la renta petrolera del país si la necesidad económica así lo ameritase.
Del éxito de ese esfuerzo extraordinario también depende su proyecto personal de reelección y buena parte de la suerte de sus socios sudamericanos.
Sólo hay que mirar lo que está sucediendo y sumar dos más dos. En situaciones similares, en los países “serios” se disparan todas las alertas y las fuerzas de seguridad despliegan represión. Sin embargo, igual situación denunciada en Sudamérica suena a paranoia o a intento forzado de desarrollar teorías conspirativas.
Es demasiado lo que hay en juego y las protestas que desde hace una semana son noticia en el país más grande de Sudamérica se han producido “casualmente” coincidiendo con la permanencia de la prensa internacional que cubre la “Copa de las Confederaciones” de futbol.
Esa oportunidad “casual” permitió la difusión de las imágenes de un Brasil copado por el descontento a los televisores de millones de hogares en el mundo. Miles de ciudadanos salidos sincronizadamente de todas partes con un grado de violencia que no está en consonancia con el gobierno progresista que conduce el país.
Está claro que el ataque es a Rousseff. Simple dos más dos. Hasta un minuto antes de que se desatara la ola de descontento por el aumento del boleto de colectivo, Dilma Rousseff mantenía un altísimo nivel de popularidad. Aun después y a pesar de varios años de desgaste de gestión; de cientos de operaciones de prensa; de interminables acusaciones infundadas de corrupción.
En un país en el que por la diversidad de sus gentes y quizás también por las enormes distancias la masividad de la protesta callejera no es habitual. Se ha gestado un movimiento que desafía a los observadores y analistas.
Merece recordarse que existieron en el pasado otras grandes movilizaciones populares. Desde comienzos de los 80 cuando se exigía la elección directa del presidente bajo la consigna “Directas ya!!!”. También las manifestaciones multitudinarias que expulsaron de la presidencia a Collor de Mello en 1992 o las que hicieron posible el triunfo de Lula en el 2002. Sin embargo, la distancia que media entre las gestas señaladas les otorga un carácter de excepcionalidad que no puede ser asimilable a una tradición de política en las calles al estilo venezolano, argentino o boliviano, dónde cada acción política de peso tiene su correlato callejero.
Y no se trata de ser peyorativo con los motivos de la protesta. Sobran justificativos atendibles. Son los modos; la oportunidad; la sincronización; la masividad y la violencia los que llaman la atención y despiertan suspicacias.
Lo que comenzó “razonablemente” por un aumento del transporte avanzó rápidamente hasta la denuncia y la protesta por causas más estructurales como salud y educación. A eso se sumaron otros reclamos derivados de falencias tradicionalmente agitadas por las derechas conservadoras y por los oligopolios de prensa: corrupción, impunidad, desprestigio parlamentario y descreimiento de la política en general.
De golpe, inesperadamente, el gobierno de Rousseff se asemejó a una sucursal del averno.
¿Por qué la demanda creciente y no desde el inicio? ¿Por qué con argumentos clásicos de la derecha opositora? ¿Por qué la violencia en el rechazo a las agrupaciones políticas que intentaron sumarse?
Las respuestas hay que intentarlas: ¿Demanda creciente porque no esperaban el grado de adhesión posterior y se necesitaron argumentos de refuerzo que justificara la continuación de la protesta? Se sabe que cuando el ataque exploratorio progresa es una opción transformarlo en ataque principal.
¿Banderas de la derecha porque resulta fantasioso correr a Rousseff por izquierda? ¿La gestión Rousseff encarna la izquierda posible, la izquierda real?
Por último, el rechazo a las banderas políticas esconde el intento de legitimar la protesta a través de la desideologización de las razones que la motivan. Pero, de fondo, ya se sabe que cuando la política sale lo que entran son los intereses de unos pocos.
Párrafo aparte merecen los reflejos frente al desarrollo de los hechos de los medios de comunicación masivos opositores a la gestión de Rousseff. De la descalificación inicial de la protesta se pasó al apoyo en el instante en que los medios reconocieron la oportunidad para lastimar al gobierno federal.
Esta conducta fue notable en O Globo, pero también incluyó a Foha de San Pablo y Veja. Sin embargo, los intentos de estos medios de acercarse a cubrir los hechos fueron rechazados por los manifestantes en forma agresiva.
El comportamiento de la prensa sugiere que fueron sorprendidos por los acontecimientos y que, por tanto, fueron en algún punto ajenos a su planificación y ejecución. No es un dato menor teniendo en cuenta que en todo el mundo los medios corporativos de prensa han estado asociados a movimientos desestabilizadores de gobiernos progresistas.
A la hora de la teoría conspirativa, es verdad que no hay pruebas pero… ¿de qué pruebas se habla? ¿Se necesita la foto de una reunión en dónde se planea la agitación popular mediante el uso de una nueva arma, las redes sociales, que desde las revueltas árabes aparecen como incontenibles?
Veamos que sucede si se dejan las pruebas de lado por un minuto y se analiza el botín y sus posibles beneficiarios. Verdaderamente hay mucho en juego.
Para empezar el blanco del ataque es el proyecto político iniciado por Inacio Da Silva y continuado por Rousseff. Un proyecto que ha posibilitado estar a punto de alcanzar en Brasil el menor nivel de desigualdad desde la década del 60. Un proyecto que además ha conseguido hacer crecer el Producto Bruto Interno a un ritmo promedio del 4 por ciento anual durante la gestión combinada de ambos mandatarios.
Esa misma gestión combinada ha posibilitado que las empresas nacionales crezcan hasta competir con las más grandes del mundo. Los descubrimientos de hidrocarburos of shore, que son un milagro largamente soñado que alienta con fundamento la secular ambición de transformar a Brasil en potencia mundial, todo coronado además con el hecho de que el país se ha convertido ya en un actor global de peso y, lo más importante, en líder y locomotora de Sudamérica.
Aun así es cierto que falta mucho, pero lo hecho, lejos de ser solamente “marketing” –como algunos especialistas han sugerido- ha sido lo que se podía dentro de un sistema democrático como el brasileño en dónde la oposición es fuerte, los medios están en contra y el Congreso está desacreditado.
No sólo las carencias tradicionales no han recibido total respuesta. También con los éxitos y el crecimiento nacional se han agudizado el narcotráfico, la delincuencia y los problemas derivados de la necesidad de distribuir mejor la tierra. La mayoría de las víctimas de la violencia son, como siempre, los habitantes de las favelas, los negros y los pobres. Todo eso en un contexto de silenciada discriminación racial como residuo no superado de la esclavitud y de una perenne estructura de patriarcal y latifundista.
Por más que se exijan más derechos no se puede pretender en un minuto lo que no se hizo en 200 años. Hay formas y formas de exigir, a sabiendas de que los excesos de forma pueden malograr lo deseado y acabar con lo conseguido. Brasil es un país que muchos quisieran ver desguazado. Un país de riquezas enormes y que unido posee potencial para un liderazgo excepcional de orden mundial.
A la hora de otros ejemplos desestabilizadores surge el caso de Bolivia. Evo Morales enfrentado no hace muchos días multitudinarias marchas de protesta que exceden largamente cualquier reclamo por la construcción de una autopista que atraviesa territorio ancestral. También Morales se ha cansado de señalar a funcionarios extranjeros (eventual y oportunamente expulsados) de pretender interferir en los asuntos internos del país. Incluso ha hecho denuncias de intentos de magnicidio.
Siria es otro ejemplo lejano en un mundo cada vez más chico. Un país donde las revueltas funcionan artificialmente con propulsión a mercenarios; informaciones sesgadas emitidas desde cadenas de comunicación internacionales y armas inyectadas desde sectores que por razones estratégicas necesitan la caída del presidente Al Assad.
Un dato no menor es que las protestas callejeras de Brasil se dan en contexto de la contraofensiva para detener a los gobiernos nacionales y populares agrupados en CELAC; UNASUR y Mercosur.
El intento por sembrar el desconcierto en Brasil se combina con el lanzamiento de la Alianza del Pacífico; la gira por Sudamérica del vicepresidente estadounidense Joe Biden; los ejercicios binacionales de Estados Unidos con Paraguay en derredor de la base Mariscal Estigarribia; las maniobras internas de las fuerzas opositoras locales en cada uno de los países progresistas de Sudamérica. También suman las operaciones de prensa; los golpes judiciales o parlamentarios o el intento de posicionar la figura del presidente colombiano Santos como el líder regional e interlocutor válido en detrimento claro de las figuras de Rousseff o de Da Silva o de cualquier exponente de la corriente anti neoliberal que pueda surgir de Brasil. Todos esos movimientos tendrían su coronación si Brasil, locomotora progresista de Sudamérica, perdiera su rumbo.
Frente a los disturbios, Rousseff ha usado todos sus reflejos para corregir el andar “automático” inicial de la policía militar y ha dejado claro que no es su voluntad reprimir pero que defenderá el patrimonio del ataque de fracciones violentas.
También ha hecho saber que “escucha la protesta” y dio señales fuertes en el sentido de mejorar los transportes (excusa inicial de todo el desbarajuste); la medicina social y la educación pública, cuestiones centrales de los reclamos. Ha todo eso le apunta con una iniciativa de reforma política integral.
Incluso la presidenta de Brasil se reunió con los organizadores de las protestas, integrantes del colectivo “Pase Libre” pero ellos no han satisfecho sus demandas dado que estiman excesivo el tiempo para implementar la reforma política propuesta por Rousseff. Los líderes de la protesta lo quieren todo ya.
El objetivo de la mandataria al celebrar reuniones con sectores sociales y anunciar medidas específicas en los temas más sensibles para la sociedad ha sido principalmente apaciguar el clamor de las revueltas callejeras dándole un espaldarazo a los miles de manifestantes, que lejos de reconocer el esfuerzo presidencial continúan organizando protestas a través de las redes sociales. Es precisamente esa intransigencia la que lleva a suponer que hay otra cosa detrás de los reclamos, además de una lógica necesidad.
Mayara Longo Vivian, una de las lideresas del Movimiento Pase Libre, sostuvo que “ la lucha continuará" pese a lo que prometa Rousseff.
Vivian se refirió a los miles de millones de dólares que Brasil está gastando en la Copa del Mundo y sostuvo que "Si hay dinero para construir estadios, tienen dinero para tarifa cero" en el transporte público.
La señal emitida por los líderes de la revuelta ha quedado clara: “no importa que Brasil sea un gigante territorial, igual existe la capacidad de incendiar a la sociedad si nos place” y frente a ese mensaje, las medidas que adopte Dilma Rousseff serán vistas como cesión frente al chantaje.
De hecho, el ejemplo del incendio social en Brasil amenaza con exportarse a países limítrofes como metodología de chantaje.
En efecto, en medio de una creciente tensión entre el gobierno de Uruguay y los gremios de la enseñanza, sindicalistas orientales advirtieron ayer que en Uruguay se pueden dar estallidos sociales como los de Brasil.
Otro que vertió similares conceptos fue el secretario general de la Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado (COFE), José Lorenzo López quién comentó al diario El País que "el gobierno debe atender los reclamos de los trabajadores porque así como hace un año estas cosas en Brasil no pasaban es probable que puedan pasar aquí".
La Presidenta de Brasil no ignora que le exigen cuestiones que demandarían años de esfuerzos. Por ahora, ante las protestas, se ha mostrado “en control” y decidida a realizar los cambios políticos necesarios. Incluso está dispuesta a invertir todo el beneficio de la renta petrolera del país si la necesidad económica así lo ameritase.
Del éxito de ese esfuerzo extraordinario también depende su proyecto personal de reelección y buena parte de la suerte de sus socios sudamericanos.
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