Transiciones turbulentas en América Latina
02/06/2013
- Opinión
América Latina fue la primera región donde se implantó la fase neoliberal del capitalismo, y sufrió algunas de sus peores consecuencias. Pero es en América Latina donde el neoliberalismo ha enfrentado su más grande desafío en los últimos años en forma de los nuevos movimientos sociales de campesinos sin tierra, comunidades indígenas y desempleados urbanos.
En varios países, este poderoso fermento democrático abrió caminos a la elección de gobiernos antineoliberales y antiimperialistas -un proceso que comenzó con la victoria electoral inicial de Hugo Chávez Frías, a finales de 1990-.
La prematura muerte del destacado líder venezolano el 5 de marzo llevó a muchos a reflexionar sobre los importantes logros de su gobierno y los retos aún no resueltos que enfrenta no sólo Venezuela sino toda América Latina.
¿Cuál es la naturaleza de estos nuevos gobiernos de la llamada “marea rosa”? ¿Y cuáles son las perspectivas para la construcción de un movimiento continental de masas hacia un socialismo democrático y libertario del siglo XXI, el objetivo que Chávez asumió y defendió en el ámbito internacional?
Este volumen oportuna Latin America’s Turbulent Transitions: The Future of Twenty-First Century Socialism (Zed Books, 2013) presenta una excelente visión general y análisis de las principales novedades de las “transiciones turbulentas” en curso en América Latina dentro del contexto de la caída del bloque soviético, el debilitamiento de la hegemonía de EE.UU., y los cambios en el comercio mundial y patrones de inversión que han abierto nuevas perspectivas para reformas radicales en la región. Los tres autores (Roger Burbach, Michael Fox, and Federico Fuentes) son bien conocidos por sus estudios perspicaces de algunos de los países en cuestión. Reconocen también la asistencia crítica de otros dos colaboradores, Marc Becker (quien escribió el capítulo sobre Ecuador) y Greg Wilpert, fundador de la valiosa sitio web Venezuelanalysis.com.
Capítulos introductorios describen y analizan las principales novedades y tendencias en América Latina durante las últimas décadas. Luego vienen capítulos específicos sobre ciertos países, proporcionando más detalles sobre las experiencias en Venezuela, Bolivia y Ecuador. Capítulos finales discuten brevemente dos países en los extremos opuestos del espectro político de los gobiernos progresistas: Brasil (“desafiando hegemonía y abrazándola”) y Cuba, donde se está intentando actualizar su socialismo del siglo XX.
Aunque, como el título indica, un subtexto de este volumen es el esfuerzo profesado en algunos países para construir un “socialismo del siglo XXI”, el término en sí (como los autores reconocen) pide aclaraciones. Aunque Venezuela ha establecido esto como meta, ningún gobierno en América Latina (con la excepción parcial de la Cuba revolucionaria) ha ido más allá del capitalismo. Sin embargo, algunos gobiernos de Suramérica están tratando con un éxito notable a revertir los estragos del neoliberalismo. Cada uno está persiguiendo estrategias distintas a su medida para satisfacer las necesidades de sus condiciones sociales particulares, sujeto a las limitaciones impuestas a todos ellos por su inserción en el sistema capitalista mundial.
Un primer capítulo describe el contexto internacional. “El viejo orden se está desmoronando con el declive de los Estados Unidos como potencia hegemónica del planeta.” Y mientras que Washington está preocupado por sus guerras en el Medio Oriente y Asia del Sur, su dominio sobre América Latina se ha ido debilitando con la entrada en este mercado de una China emergente en búsqueda de materias primas para abastecer su economía en auge. China es ahora el mayor socio comercial de Brasil y Chile. Su comercio con América Latina en su conjunto aumentó dieciocho veces en la primera década de este siglo, mientras que las exportaciones a los Estados Unidos se redujeron del 55 por ciento del total de la región a 32 por ciento.
A pesar de que estos cambios no liberan a América Latina de su dependencia económica en las exportaciones de recursos naturales, dan a sus gobiernos más poder para diversificar sus alianzas y estrategias económicas, desarrollar una política exterior independiente y evitar algunos de los peores efectos de la crisis económica global. Se podría añadir - aunque los autores no dicen esto - que Pekín generalmente tiende a ser mucho más respetuosa que Washington de la soberanía nacional de sus socios comerciales. Sus relaciones comerciales, préstamos y otras ayudas de desarrollo cuentan con un menor número de condicionantes.
En los últimos años, los gobiernos de América Latina han sido capaces de desarrollar una serie de acuerdos económicos y políticos regionales de beneficio mutuo (MERCOSUR, UNASUR y el ALBA, para citar sólo aquellos), al tiempo que rechazaron el intento de Washington de imponer un acuerdo de libre comercio continental, el ALCA, en la región.
Esta evolución ha creado un espacio para que los gobiernos más progresistas puedan utilizar el aumento de las rentas de la extracción de recursos naturales que han negociado, no sólo para llevar a cabo programas de redistribución de ingresos importantes para combatir la pobreza, sino también para comenzar a desarrollar estrategias orientadas a la industrialización endógena y procesamiento relativamente ecológico de materias primas, un paso necesario hacia el aumento de la soberanía económica y el desarrollo.
Una segunda independencia
Doscientos años después de Simón Bolívar lideró el movimiento por la independencia política, América Latina está pasando por “una segunda independencia”, dicen los autores. Bolivarianismo, el nombre de este movimiento en Venezuela, “significa la expansión de la democracia y la soberanía nacional en la mayor medida posible, sin necesariamente yendo más allá del capitalismo.” Sin embargo:
El proyecto socialista se construye sobre esta base, tratando de construir sociedades democráticas más profundas, más igualitarias mediante la transformación del orden económico. Ambos proyectos son de carácter continental... Un atributo fundamental del socialismo del siglo XXI es que es construido por los movimientos sociales y las personas organizadoras de abajo; no se deriva de decretos gubernamentales ni de partidos autodefinidos de vanguardia.
El socialismo, por supuesto, tiene profundas raíces en la experiencia histórica de América Latina. Tras el triunfo de la revolución cubana, hubo muchos intentos de replicar su éxito a través de movimientos guerrilleros en otros países. Ninguno tuvo éxito, aunque en Nicaragua la guerrilla sandinista contribuyó a desencadenar un levantamiento urbano que derrocó al dictador Somoza.
En Chile hubo un intento de enfoque diferente, con la elección del gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende. Se nacionalizó las industrias clave, pero termino siendo derrocado por las fuerzas armadas chilena, apoyados por la burguesía chilena y Washington. La represión mortal que siguió bajo Pinochet, marcó la inauguración del régimen neoliberal descrito tan vívidamente por Naomi Klein en su libro seminal The Shock Doctrine.
El gobierno sandinista, aunque apoyado por Cuba, estuvo prácticamente aislado. Su derrota electoral coincidió con la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y el desmantelamiento de la Unión Soviética en 1991.
El neoliberalismo tuvo consecuencias devastadoras en América Latina. La privatización a gran escala, la desregulación y la evisceración de programas sociales existentes desmovilizo y desmantelo las organizaciones de la clase trabajadora. En Bolivia, por ejemplo, los poderosos sindicatos mineros que habían jugado un papel decisivo en la revolución nacional de 1952 fueron casi completamente destruidos por la privatización de las minas de estaño y plata, la columna vertebral de la economía del país. Por todo el continente, un vasto precariado urbano, parte de la “economía informal”, se expandió con la entrada a las ciudades de masas de campesinos expulsados de sus tierras por los gigantes empresas de agronegocio.
El comercio y las inversiones extranjera directa se dispararon, pero los “programas de ajuste estructural” impuestos por el FMI impidieron a los gobiernos nacionales captura las ganancias. Al mismo tiempo, el neoliberalismo socavo la legitimidad política de los gobiernos de América Latina, ahora “cada vez con menos herramientas política para reducir el desempleo, combatir la inflación, proteger el medio ambiente y el lugar de trabajo, o guiar inversión.” Partidos que una vez habían conducido las luchas nacionalistas estaban ahora aplicando políticas neoliberales. El estancamiento económico, el endeudamiento y la pobreza fueron aumentando durante las sucesivas crisis financieras (México en 1994, Brasil en 1999, Argentina en 2001-02).
A pesar de que la izquierda tradicional estaba paralizada, y que existía una clase obrera fragmentada que no pudo proporcionar liderazgo, las “nuevas multitudes” resistieron con levantamientos espontáneos que sacudieron la vida política de algunas ciudades e incluso países.
En 1989, el Caracazo, una revuelta masiva en Caracas contra los aumentos repentinos de los precios de productos y servicios básicos, y que tuvo como resultado la masacre de cientos, quizás miles de manifestantes, aliento a oficiales nacionalista dentro del ejercito, liderados por Hugo Chávez, a que intenten un golpe de estado en 1992. Aunque no tuvieron éxito, Chávez surgió como un héroe popular y fue capaz de ganar las elecciones en 1998. El capítulo del libro sobre Venezuela relata cronológicamente cómo su “revolución Bolivariana” radicalizó en reacción a los sucesivos enfrentamientos con la burguesía nacional y el imperialismo.
En algunos países, nuevos movimientos indígenas se levantaron, sus luchas moldeadas tanto por su “memoria larga” de resistencia indígena al colonialismo y (en Bolivia) la “memoria corta” del nacionalismo revolucionario, “mejor ejemplificado por la Revolución Nacional de 1952, cuando los mineros y campesinos armados marcharon a La Paz para exigir la nacionalización de las minas y una redistribución radical de la tierra.” Algunos, como los zapatistas en Chiapas, México, eludieron la lucha por el poder estatal, y de pronto se encontraron en un callejón sin salida estratégica. Sin embargo, en Bolivia, los movimientos mayoritariamente indígenas libraron fuertes combates contra la privatización del agua y planes de exportar gas natural no-procesado, y lograron derrocar dos presidentes, en 2003 y 2005. En diciembre de 2005 el candidato del partido indígena-campesino MAS-IPSP, Evo Morales, fue elegido presidente.
En Brasil, el movimiento de los campesinos sin tierra, el MST, se convirtió en el movimiento social más grande de América Latina, inspirando la creación de movimientos similares en otros países. El MST mantuvo su independencia frente al Partido de los Trabajadores (PT), que ha estado en gobierno en Brasil desde 2002. Las políticas del PT en gobierno “han disminuido la desigualdad mediante la ampliación de una serie de programas de asistencia social para los pobres. Pero también han abrazado el capital financiero, las empresas multinacionales, y una agro-industria en auge que esta completamente al contrario del programa del MST.
En general, hay progreso, aunque desigual
Aunque las generalizaciones pueden ocultar diferencias importantes, es posible identificar algunos de los enfoques y políticas comunes compartidos por los nuevos gobiernos latinoamericanos.
La búsqueda de la integración regional. La Revolución Cubana, bloqueado por Washington y diplomáticamente aislado en América Latina, no podría haber sobrevivido sin la ayuda masiva del bloque soviético en sus primeros años. El gobierno de Unidad Popular de Chile de la década de 1970 enfrentó no sólo la hostilidad de Washington, sino también gobiernos contrarios en su vecindario y se convirtió en un rehén de los militares del país, que finalmente lo derrocaron. Los nuevos liderazgos en América Latina operan en un entorno muy diferente. Han logrado subordinar sus fuerzas militares al control civil, en algunos casos (Venezuela, Bolivia) fomentando una cultura anti-imperialista e incluso hasta anti-capitalista entre los oficiales militares nacionalistas y nuevas reclutas. Han formado también una compleja red de nuevas alianzas para defender y promover el comercio e infraestructuras regionales y la asistencia política y económica.
La más innovadora de estas alianzas es ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, un “Acuerdo de Comercio de los Pueblos”, fundada por Venezuela y Cuba en 2004, que ahora incluye a otros seis países latinoamericanos y del Caribe en calidad de miembros pleno. “El objetivo de ALBA es casi diametralmente opuesta a los acuerdos de libre comercio” favorecidos por los Estados Unidos y Canadá, escriben los autores del libro. Promueve:
…comercio dentro el principio de solidaridad, en lugar de la competencia –un enfoque estado-céntrico, en lugar de la visión neoliberal, hacia la integración... El concepto clave es el comercio e intercambio de recursos en las áreas donde cada país tiene fortalezas complementarias y sobre la base de la equidad, en lugar de los precios determinados por el mercado.
Un primer ejemplo de este tipo de acuerdo fue el intercambio de personal médico cubano con petróleo venezolano. Pero ALBA también ha sido el vehículo para proporcionar cursos de alfabetización a los pueblos de los demás países miembros, la creación de empresas supranacionales para la producción de medicamentos y alimentos, una cadena de televisión continental Telesur, y la empresa regional petrolero Petrocaribe, que subministra combustible a precios muy por debajo de los precios del mercado mundial. ALBA ha dado lugar a un banco que concede préstamos a bajo interés para el desarrollo agrícola e industrial, y ahora esta estableciendo una moneda, el Sucre, como un paso hacia una moneda común para los países miembros.
ALBA ha influido en los bloques comerciales regionales más antiguos, como el MERCOSUR, fundado en 1991 por cuatro países del Cono Sur, pero que ahora incluye Venezuela. Y en 2008, doce países formaron UNASUR, la Unión de Naciones Suramericanas, que tendrá un parlamento y un consejo de defensa común. Otros proyectos incluyen la fundación de BANCOSUR, el Banco del Sur.
En diciembre de 2011 la fundación de CELAC, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, creó una nueva alianza de 33 países del hemisferio, entre ellos Cuba revolucionaria - pero excluyendo los Estados Unidos y Canadá - como “un desafío directo a la OEA, promovido por los Estados Unidos, y que había dominado los asuntos hemisféricos durante décadas.” Como señalan los autores, “poco a poco, los Estados Unidos ha ido perdiendo su dominio histórico en la región.”
Antiimperialismo. Además de la integración regional, muchos gobiernos latinoamericanos promueven el multilateralismo para hacer frente a la dominación y amenazas de los EE.UU. y otras potencias imperialistas. Ellos prefieren comercio y diplomacia con todos los países, pero especialmente aquellos como Rusia, China o Irán, amenazados por Washington porque desafían Israel o por ser posibles competidores para el acceso al petróleo y otros recursos vitales.
Incluso Brasil, que ha actuado por mucho tiempo como un “sub-hegemon, o socio de los Estados Unidos en la región”, ha iniciado, desde la elección del gobierno del PT, un proceso de “forjar una nueva política exterior independiente”, escriben los autores. No sólo ha trabajado para ampliar los nuevos alianzas comerciales y diplomáticas continentales sino ha jugado un papel fundamental en confrontando la hegemonía de los EE.UU. - por ejemplo, oponiéndose al bloqueo de Cuba, y dando refugio por varias semanas al depuesto presidente hondureño, Manuel Zelaya, en su embajada en Tegucigalpa. Y respaldo a Bolivia cuando las elites agroindustriales del este del país intentaron derrocar al gobierno de Morales en 2008.
El registro no es del todo consistente. Por ejemplo, Brasil es el pilar fundamental de las fuerzas militares de la ONU que ha venido ocupando Haití desde el derrocamiento del presidente democráticamente electo Jean-Bertrand Aristide, por los EE.UU., Canadá y Francia en 2004. Pero hasta Ecuador, cuyo presidente Rafael Correa es reacio a utilizar el término “anti-imperialismo”, se ha ganado su reputación radical, en parte, por la posición clara de su gobierno de oposición al golpe de Estado en Honduras (Ecuador fue el único país que votó en contra de readmitir el régimen golpista al OEA), su apoyo a Cuba (Ecuador fue el único país que boicoteó la VI Cumbre de las Américas, debido a la exclusión de Cuba), su apoyo a la UNASUR (Ecuador alberga su secretaría permanente en Quito), y la decisión de Correa de dar asilo a Julian Assange, el perseguido fundador de WikiLeaks.
Neo-extractivismo? Los autores señalan que “ninguno de los gobiernos de la marea rosada fue electo con una plataforma que prometía una transición al socialismo.” Ellos lo atribuyen a varios factores, entre esos, la caída del bloque soviético y la fragmentación y aplastamiento, bajo el neoliberalismo, de las organizaciones tradicionales de la clase trabajadora, la base social típica para una transformación socialista. Confrontando directamente la afirmación del título del libro, se preguntan:
¿Se puede decir que alguno de estos gobiernos ha embarcado verdaderamente en la construcción de una sociedad posneoliberal, mucho menos un proyecto anticapitalista radical enraizado en el socialismo histórico?... En pocas palabras, ¿qué tan real es el espectro del socialismo del siglo XXI en América Latina?
Todos los gobiernos latinoamericanos están en una posición de gran dependencia en las exportaciones de recursos naturales no-procesado. En el caso de Venezuela, Bolivia y Ecuador, los hidrocarburos, minerales y bienes agrícolas suman más del 90 por ciento de sus exportaciones; hasta Brasil, con un sector industrial importante, deriva más del 50% de sus ingresos de exportación de productos primarios.
“¿Estamos simplemente presenciando un neo-desarrollismo del siglo XXI, basado en el proyecto fallido de industrialización de sustitución de importaciones de los años 1960 y 1970, o se puede decir que alguno de estos gobiernos ha comenzado a romper con la lógica del capital?”, preguntan los autores. Reconocen la crítica del ecologista uruguayo Eduardo Gudynas, que ninguno de los gobiernos de la marea rosada “ha modificado sustancialmente el sector extractivo” o disminuido sus impactos sociales y ambientales negativos.
Estas son preocupaciones legítimas. Una dependencia excesiva en las exportaciones de recursos tiende a bloquear la diversificación económica. Y supone constante conflicto con las poblaciones indígenas y campesinas por la contaminación de sus aguas, desprecio a sus derechos y tradiciones ancestrales, y la violación de la ley internacional sobre la consulta previa de los pueblos expulsados de sus tierras. Ejemplos de este tipo de prácticas son legión en Venezuela, Bolivia y Ecuador, entre otros.
Nuevos modelos de desarrollo
"El vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, sin embargo, es un exponente elocuente de una estrategia alternativa de desarrollo. Su gobierno, dice, ha creado un “espacio regional” que va más allá del neo-extractivismo. En efecto, está exportando más recursos, pero por el hecho que impone impuestos y regalías muchas más altas sobre esta producción, el 80 por ciento de la riqueza ahora queda en manos bolivianas. Esto no es neoliberalismo. “La apropiación de la riqueza es colectiva.” García Linera sostiene que el continente se basa en un nuevo trípode económico: la diversificación de los mercados internacionales, mayores vínculos económicos regionales, y un fuerte mercado interno.
Ellibro citalas metas del“nuevo modelo económico”deBoliviaque “buscarevertirel neoliberalismo” reafirmandola soberanía del Estadosobre la economía, la promoción de la procesamiento industrialde los recursos naturales, el uso derentas más altassobrelas exportaciones de recursospararedistribuir los ingresosa través denuevos programas sociales, y “el fortalecimiento de la capacidad organizativade las fuerzasproletariasy comunitariacomolos dos pilaresesenciales dela transición al socialismo....”
Comodice GarcíaLinera:
[Se] intenta priorizar la riqueza como valor de uso, por encima del valor de cambio. En ese sentido, el Estado no se comporta como un “capitalista colectivo” propio del capitalismo de Estado, sino como un redistribuidor de riquezas colectivas entre las clases laboriosas y en un potenciador de las capacidades materiales, técnicas y asociativas de los modos de producción campesinos, comunitarios y artesanales urbanos. En esta expansión de lo comunitario agrario y urbano depositamos nuestra esperanza de transitar por el poscapitalismo, sabiendo que también esa es una obra universal y no de un solo país. (citado pp. 83-84)
Vale la pena señalar, tal vez, que la asignación de mayores rentas de los recursos a las estrategias de desarrollo económico y social nacional contrasta frontalmente con la forma que tales rentas se utilizaron en el apogeo del neoliberalismo. Cuando los productores de petróleo del Tercer Mundo forman la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, a mediados de la década de 1970 como un cartel para aumentar el ingreso nacional generado por las exportaciones de petróleo, gran parte de la nueva riqueza apropiada por los regímenes semifeudales de Oriente Medio o de las élites neoliberales en países como Venezuela se desplegó no al desarrollo nacional, sino como depósitos en instituciones financieras imperialistas - que a su vez presto ese dinero a otros países semicoloniales, encerrarlos en un peonaje por deudas que fomentó las prácticas neoliberales cuando las más altas tasas de interés en la década de 1980 los obligaron a nuevos préstamos y plazos de amortización de deuda onerosa, junto con las demandas de regresivas “ajustes estructurales”.
La estrategia de desarrollo de Bolivia, aun limitado en su aplicación, tiene sus homólogos en Venezuela y Ecuador, donde los gobiernos de Chávez y Correa también han formulado programas para la industrialización y el empoderamiento de la comunidad que demarcan estos países de otros de la “marea rosada”.
En Venezuela, en particular, el gobierno de Chávez ha tratado de compensar el relativo subdesarrollo de los movimientos sociales -a su vez vinculado a la existencia de una estructura estatal clientelista heredado de una larga historia de dependencia sobre hidrocarburos y extractivismo mineral- mediante el desarrollo de formas alternativas de organización de la comunidad, los “consejos comunales”.
Estos, se espera, funcionarán hasta cierto punto como instituciones paralelas de democracia popular “protagónica”, al lado e incluso en competencia con las instituciones burguesas más tradicionales de representación electoral y parlamentaria.
En estos tres países, nuevas constituciones han sido adoptadas en un intento de refundar el Estado como una representación más democrática de sus ciudadanos; y en Bolivia y Ecuador, para incluir por primera vez el reconocimiento de sus substanciales poblaciones indígenas (mayoritaria en Bolivia) en las nuevas estructuras del Estado que son explícitamente “plurinacional” y, en Ecuador, hasta para asignar derechos a la Pachamama, la Madre Tierra.
Las expectativas de empoderamiento popular que estos avances han estimulado a menudo dan lugar a conflictos entre las comunidades indígena-campesino (cuyo derecho a la organización autónoma es ahora reconocido constitucionalmente) y los esfuerzos del Estado para el desarrollo de infraestructuras de transporte y la industria y las exportaciones agrícolas. Estos conflictos, como el reciente proyecto de carretera dentro del TIPNIS en Bolivia, han suscitado un gran comentario y crítica internacional. El vicepresidente boliviano García Linera, sin embargo, los describe como “tensiones creativas dentro de la revolución”.
Hay más, mucho más, en este más bien delgado libro. Por ejemplo, ni siquiera he tocado la importante cuestión de la organización política y nuevos partidos políticos, o los problemas derivados de la falta de ella -un tema ampliamente discutido-. Este libro es una contribución imprescindible para nuestra comprensión de las fuerzas sociales y los desafíos involucrados en estas “transiciones turbulentas”, aunque, como es comprensible, los autores siguen siendo un tanto ambivalentes acerca de su destino final.
Los autores dejan la última palabra al politólogo brasileño Emir Sader, que en términos gramscianos escribe: “América Latina está viviendo una crisis de la hegemonía de enormes proporciones. Lo viejo está luchando para sobrevivir, mientras que lo nuevo tiene dificultad de reemplazarlo”.
https://www.alainet.org/en/node/76461
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