La soberanía de los pueblos y la dignidad de las mujeres

29/10/2012
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 479: El horizonte de los derechos de la naturaleza 06/02/2014
Las comunidades Campesinas e Indígenas, nacidas, enraizadas en la Pacha Mama, en la Abya Yala, aún nos negamos a destrozar la tierra, a destruir su unidad sagrada, no sólo pensando en nuestra sobrevivencia, sino asumiendo el compromiso de defenderla, a ella y a sus habitantes, de un sistema que quiere poseer, abarcar, dominar todo. De un sistema que invade y mata para acumular, de una irracionalidad que para mantener su poder devasta, contamina, erosiona, depreda, como si se hubiera propuesto exterminar la vida del planeta. (1989 “Campaña Continental” 500 años de Lucha).
 
A partir de ese reto histórico que nos propusimos desde la Campaña de 500 años de Resistencia Indígena, Campesina, Negra y Popular, en la defensa y lucha por la Madre Tierra, sehan reconstruido vínculos sociales, políticos y culturales con los movimientos sociales y populares en el mundo entero. El Grito de resistencia y rebeldía que de ahí emergió con fuerza y esperanzas, paulatinamente fue creciendo hasta constituirse en rebeldía cotidiana de muchas y muchos, de pueblos y naciones, de movimientos sociales, culturales y políticos.
 
En ese proceso, la sabiduría, espiritualidad, sensibilidad y tenacidad de las mujeres fue impregnando este camino de una nueva cultura, que recogiendo los nuevos pensamientos y saberes de las generaciones actuales, dan un contenido más amplio e integral de cara a las realidades del mundo en que hoy vivimos, partiendo de la base, como fue expresado por las mujeres indígenas y campesinas que “500 años de opresión y dominación han destruido y arrasado, en muchos casos, nuestra manera de ver y entender el mundo, nuestras riquezas materiales y culturales, pero no han agotado nuestra resistencia y capacidad de lucha”. De esas sabias reflexiones surgen nuestras firmes decisiones de no continuar invisibilizadas ni omitidas, en este mundo nuevo que queremos construir y como un anuncio a esos cambios, al inicio de la Campaña 500 años, establecimos que…”el reconocimiento de nuestras diferencias fortalezca lazos de unidad. Donde nuestro brazo trabajador encuentre siempre fértil y generosa a nuestra Madre Tierra”.
 
A partir de estas concepciones, nuestra lucha ha sido incesante ante la ofensiva del capital que no ha tenido límites en sus perversos intereses de dominación; brutal ha sido el debilitamiento de las conciencias en una parte significativa del mundo popular, la devastación de territorios, el saqueo a nuestros bienes naturales, la agresión a nuestras culturas y por ende, a nuestra Pacha Mama; bajo estas realidades, nuestras resistencias frente al despojo de la tierra y las luchas por reforma agraria han sido extremadamente criminalizadas.
 
La relación de las mujeres con la Madre Tierra constituye una fuerza central por alcanzar no solo sus derechos sino más bien por su rol trascendente en el desarrollo de la vida y las comunidades que ha estado desde siempre ligado a su identidad con la tierra; sólo hace algunas décadas las mujeres del campo hemos conquistado espacios y abierto la posibilidad de empezar a construir una historia omitida por siglos.
 
Desde tiempos ancestrales, las mujeres hemos desplegado un papel fundamental en el desarrollo de las diversas agriculturas y sistemas agrícolas locales y en el mantenimiento de la diversidad y el cuidado de la tierra.Sin duda que la agricultura nació con alma y fuerza de mujer y de su arraigo y relación con la Madre Tierra.
 
Sus huertos, que proporcionan principalmente la alimentación local, son ricos y variados en producción de hortalizas y frutas, suministrando las vitaminas y minerales esenciales para la dieta de la familia. También están ahí las plantas mágicas que dan aromas y sabores a nuestras comidas y las que sanan, las medicinales, que alivian nuestros dolores y nos brindan armonía a nuestro espíritu. Sus huertos, a menudo son centros de búsqueda e investigación y reproducción de las semillas campesinas no reconocidas, ahí se transfieren conocimientos, se fomentan y se resguardan las variedades autóctonas de sus semillas. Responsables de la alimentación y la agricultura, la recolección y el conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas, las mujeres se han erigido por siempre como mujeres sabias, sembradoras, tejedoras, crianceras, curanderas, cirujanas, parteras, alquimistas, constructoras, meicas, machis o doctoras. Denuestras abuelas y otras abuelas de más atrás fuimos aprendiendo a preparar barro y hornear cerámica, a hilar la lana, ellas construyeron el telar, descubrieron la función de las semillas, domesticaron aves y animales menores.
 
Sin embargo, a pesar de su abrumadora contribución a la producción alimentaria y al desarrollo de las culturas, generalmente su importante contribución se mantiene casi "invisible", desde el punto de vista económico, estadístico y en las imágenes estereotipadas de los medios de comunicación, aún cuando según la FAO: “Las mujeres trabajadoras rurales son responsables de la mitad de la producción mundial de alimentos.  Producen entre el 60% y el 80% de los alimentos en la mayoría de los países del tercer mundo. Las campesinas son las principales productoras de los cultivos básicos del mundo -el arroz, el trigo, el sorgo y el maíz- que proporcionan hasta el 90% de los alimentos que consumen los pobres de las zonas rurales”.
 
Es bien sabido, señala la FAO: "Sin propósito de ofender a los campesinos que luchan y trabajan mucho y 'que todavía abundan', hoy ya se reconoce la tendencia a la feminización de la agricultura en grande…”. Jacques Diouf, ex director general de la FAO señaló, en 1998: "Las mujeres pueden alimentar hoy al mundo, pero dada la enorme lista de obstáculos con que se topan ¿estarán en condiciones de producir los alimentos adicionales necesarios para una población mundial que se prevé que alcanzará los tres mil millones de personas [adicionales] para el año 2030?...".· "Si las mujeres en las zonas rurales tuvieran el mismo acceso que los hombres a la tierra, la tecnología, los servicios financieros, la educación y los mercados, se podría incrementar la producción agrícola y reducir entre 100 y 150 millones el número de personas hambrientas en el mundo”, según indicó la FAO al publicar su informe anual sobre el estado mundial de la agricultura y la alimentación (SOFA 2010-11).
 
Lo cierto es que todo esto suena a palabras de buena crianza, pues al parecer, las intenciones de las instituciones y de la mayoría de los estados avanza en otra dirección, y el panorama que nos brinda la modernidad y el mal concebido desarrollo, hoy agudizado ante el creciente proceso de acaparamiento de tierra, son la gran amenaza que enfrentan los pueblos originarios y las y los campesinos.
 
La búsqueda incesante del capital y del agronegocio por buscar los caminos de mayor acumulación, lleva a inversionistas, empresarios y estados, a adquirir millones de hectáreas en diferentes países y continentes. Algunos buscan especular con las tierras, otros sembrar agrocombustibles para los países ricos, y otros, aprovechar el agua y la tierra ajena para cultivar alimentos y luego exportarlos a sus naciones, por cierto que nos encontramos frente a una acción de “acaparamiento de tierras” jamás antes vista.
 
La Vía Campesina, ha sido enfática al señalar que lo fundamental es que la sociedad en su conjunto comprenda cuál es el objetivo principal del capital hoy, y por qué es imperioso poner la defensa de la Madre Tierra en un nivel superior en las luchas políticas. Es imprescindible rescatar su valor social y cultural, y mantener su capacidad de producción alimentaria, basado en los sistemas de producción campesina diversificada, así como la preservación de los bienes naturales para garantizar la independencia y la soberanía de los pueblos, por ende, la lucha por la Soberanía Alimentaria es un deber de todas y todos, de las comunidades indígenas y campesinas pero también de toda la sociedad.
 
Tenemos el deber de hacer comprender a la humanidad que la tierra es un bien común, y es una responsabilidad y una necesidad imperativa que tenemos todos los seres vivos del planeta de protegerla, al igual que lo más valioso que de ella proviene, nuestros alimentos. Éstos son los que nos dan las características de humanos y humanas, constituyéndose para nuestra especie no sólo en una necesidad fisiológica básica, lo es también, una forma de relacionarnos y compartir. Se hace indispensable reencontrarnos con nuestra historia, nuestras culturas, encontrarnos entre pueblos, estableciendo y asumiendo compromisos para cambiar los modos de producción insustentable y altamente contaminante que destruyen nuestra Madre Tierra y que orienta la producción principalmente a las exportaciones.
 
Es la hora de asumir, practicar y reproducir sistemas de producción donde los alimentos, su procesamiento, la comercialización y el consumo de otros productos agropecuarios ocurran en torno a la comunidad y las localidades lo más cerca posible. La Madre Tierra sobrevivirá sólo si logramos alcanzar conjuntamente, campo y ciudad, recuperar identidad, nuestros mercados locales, regionales y nacionales; y que al mismo tiempo, a través de cientos de formas creativas, las mujeres continuemos con nuestro legado histórico como agricultoras, desarrollando nuestras capacidades soberanas en la producción, manteniendo el cuidado, la recreación y creación alimentaría. Para sostenerla y defenderla requerimos urgentemente construir un puente de hermandad y solidaridad desde el campo a la ciudad.
 
Esto fue uno de los principales llamados en nuestra IV Asamblea Continental:
 
“Para las mujeres del campo de nuestra América, reunidas en la mitad del mundo, el reconocimiento de los derechos de la Pachamama, “La Madre Tierra” y de nuestros deberes frente a ella, la afirmación de la diversidad económica y productiva, la prioridad de la reproducción de la vida y no la del capital, constituyen una significativa concreción de las reivindicaciones históricas de las campesinas, indígenas y afrodescendientes”. (IV Asamblea Continental de las Mujeres del Campo CLOC-VC- Quito, octubre 2010)
 
Francisca Rodríguez, dirigenta campesina chilena, integra la coordinación de la Vía Campesina y de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo.
https://www.alainet.org/en/node/74679
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