Una reflexión desde Cuba

¿Creer en el «imperialismo benévolo» o forjar una correlación de fuerzas para derrotarlo?

Apostar a una normalización de las relaciones con Estados Unidos fue una decisión asumida sobre la base de que Cuba derrotaría al "soft power" o el "smart power" como antes había derrotado el "hard power".

27/10/2021
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En su ensayo «El regreso del “imperialismo benévolo” y su patio trasero», divulgado en Rebelión el 2 de septiembre de 2021, Renán Vega Cantor afirma que «la noción de “imperialismo benévolo” parte de un negacionismo evidente, tanto de la historia imperialista de Estados Unidos desde finales del siglo XIX como de la propia trayectoria de Joe Biden». Entre los elementos de análisis utilizados por el autor para fundamentar sus conclusiones, abundan las referencias al hilo conductor de la política imperialista que rige la actuación de los gobiernos de Barack Obama, Donald Trump y Joseph Biden.

 

Dado que fue en el segundo mandato de William Clinton cuando el imperialismo norteamericano no pudo impedir la primera elección de Hugo Chávez a la Presidencia de Venezuela y, por tanto, cuando empezó a ejecutar la estrategia de desestabilización destinada a derrocar o derrotar a los gobiernos latinoamericanos de izquierda y progresistas, en un reciente artículo yo emitía este criterio:

 

Puede decirse que los desplazamientos de fuerzas de izquierda y progresistas del gobierno en el mandato de Trump (2017‑2021), a saber, uno por traición (en Ecuador), uno por golpe de Estado (en Bolivia) y dos por derrotas electorales (en El Salvador y Uruguay), fueron una «cosecha tardía» de la siembra iniciada en 1999 por Clinton, que Obama recién había «regado», «fertilizado» y empezado a «recolectar» en «abundancia»[1].

 

El comandante Ernesto Che Guevara dijo: «En el imperialismo no se puede confiar, ni un tantito así», mientras enseñaba los dedos índice y pulgar de su mano derecha con una separación imperceptible. Esto no implica que las fuerzas populares latinoamericanas y caribeñas no luchen por una relación respetuosa y constructiva con los Estados Unidos, al tiempo que se opongan a toda política de injerencia e intervención. Pero, es preciso entender que esa eventual relación respetuosa y constructiva no depende de que a la Presidencia de los Estados Unidos llegue una persona de «buena voluntad», representante del «imperialismo benévolo», sino de que los pueblos y gobiernos de la región logren construir y mantener una correlación continental de fuerzas que obligue al imperialismo norteamericano a comportarse de esa manera. Demasiado es creer que ese comportamiento sería sincero y duradero, y no un reacomodo táctico para canalizar la injerencia y la intervención por medios y métodos más sofisticados y con una proyección más a mediano y largo plazo. Pensar así es otra forma de darle crédito a la existencia de un «imperialismo benévolo». Por eso se habla aquí de construir y también de mantener una correlación de fuerzas favorable a los pueblos.

 

En el caso de Cuba, con mucha buena fe y grandes ilusiones, amigas y amigos estadounidenses y cubano‑estadounidenses atribuyen la continuidad dada por Biden al endurecimiento extremo del bloqueo decretado por Trump, a una «mala selección de asesores». Algunas voces en Cuba también plantean esa tesis, quizás para «dejar abierta una rendijita» a la esperanza de un cambio de política de su gobierno o de un posible gobierno demócrata posterior, sea de Biden, de la vicepresidenta Kamala Harris o de algún otro u otra representante del «imperialismo benévolo». Pero, debemos preguntarnos: ¿qué fue primero: el huevo o la gallina? ¿Son los asesores los que determinan la política imperialista o es la política imperialista la que determina la escogencia de los asesores? Respondo a esta pregunta con un fragmento del ensayo de Vega Cantor:

 

Desde cuando ganó las elecciones a finales del 2020, Biden anunció que Estados Unidos estaba de vuelta en el mundo: «No tenemos tiempo que perder en lo que se refiere a nuestra seguridad nacional y política exterior… Necesito un equipo preparado desde el primer día que me ayude a reclamar el asiento de Estados Unidos a la cabeza de la mesa, a reunir al mundo para hacer frente a los mayores desafíos que enfrentamos y a promover nuestra seguridad, prosperidad y valores».

 

Colocar el caso de Cuba en la perspectiva histórica planteada por el conocido autor colombiano, nos lleva a partir de los apetitos expansionistas y anexionistas desatados a raíz de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, incluidos los intentos de comprarle Cuba a España y la política de la «fruta madura» que les caería en los brazos al desprenderse del maltrecho árbol del colonialismo español, seguida de la dominación neocolonial que el entonces naciente imperialismo norteamericano ejerció sobre Cuba desde finales del siglo XIX hasta el triunfo de la Revolución, y de las estrategias, tácticas, medios y métodos con los que intenta destruirla desde hace más de seis décadas, para luego enfocar la atención en las lecciones a extraer de los dos procesos de normalización de relaciones que se han desarrollado entre ambas naciones, uno iniciado en el gobierno de Gerald Ford (1974‑1977), luego concretado y también revertido durante el de James Carter (1977‑1981), y el otro en el segundo período presidencial de Barack Obama (2013‑2017), precedido por señales de ambas partes durante su período anterior (2009‑2013).

 

Si aguzamos los sentidos, notaremos que la normalización de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba realizada durante la presidencia de Obama —de la que Cuba esperaba un canal de diálogo permanente, la eliminación de la abierta hostilidad y agresividad imperialistas, la discusión franca, pero civilizada, de las diferencias y, en especial, el cese del bloqueo—, en lugar de resultar positivo, lo que casi de inmediato produjo fue un agravamiento cuantitativo y cualitativo de los efectos de la agresión imperialista. Nótese que el componente hoy más lacerante de esa agresión imperialista, las 243 medidas de endurecimiento sin precedentes del bloqueo impuestas por Trump, mantenidas por Biden en tiempos de pandemia, e incluso incrementas por él mediante un conjunto de «sanciones» y amenazas de más sanciones, tiene como «punto de partida», «punto de referencia» o «punto de inflexión» al efímero paréntesis que entre 2014 y 2016 tuvo la política genocida que data de hace más de seis décadas.

 

Si la ampliación y profundización del bloqueo es una constante desde los primeros años de la Revolución, ¿por qué decimos que, a partir del efímero paréntesis de la política genocida, abierto en 2014 y cerrado en 2016, se produce un agravamiento, no solo cuantitativo, sino también cualitativo de los efectos de la agresión imperialista? Porque la fulminante marcha atrás de la normalización de relaciones truncó las esperanzas y las expectativas, tanto de la sociedad cubana en general, como de la propia dirección de país, de que cesara la política de cerco, asedio, aislamiento, hostilidad y agresión permanentes, es decir, de que cesara la situación anormal en que las y los cubanos residentes en la Isla vivimos desde hace más de 62 años, y de que las relaciones económicas y comerciales que se establecieran a partir del cese del bloqueo jugarían un papel fundamental en el tan anhelado como postergado desarrollo económico y social de Cuba.

 

La frustración de estas esperanzas y expectativas fue un golpe, no solo material, sino, quizás ante todo, sicológico y político, porque esas esperanzas y expectativas frustradas no tienen precedente. Téngase en cuenta que, cuando se frustró la normalización de relaciones con la administración Carter:

 

  1. Cuba no estaba en una situación económica y social comparable a la actual, sino que, por el contrario, las relaciones con la URSS y el CAME estaban en su mejor momento,

 

  1. Cuba no había sufrido la experiencia de quedar aislada casi por completo, y tener que pasar por el período especial, que entonces se creyó superable a mediano plazo y con garantía de no repetición; y,

 

  1. la normalización de relaciones no avanzó tanto como con Obama, con quien se llegó a restablecer relaciones diplomáticas y abrir embajadas, al tiempo que florecían los intercambios de diverso tipo, incluidos los viajes entre ambas naciones, con un sinnúmero de vuelos comerciales y afluencia sistemática de cruceros.

 

Es como si hubiese aparecido el conjuro para deshacer la maldición de Sísifo y, de pronto, quedara sin efecto.

 

¿Acaso fue un error de Cuba el haber promovido, o accedido o, en todo caso, coparticipado en el proceso de normalización de relaciones con la administración Obama? No, no fue un error de Cuba. Por el contrario, fue una victoria, tanto de Cuba, como de los movimientos populares, las fuerzas políticas y los gobiernos de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe, que lograron establecer una correlación continental de fuerzas, en virtud de la cual el imperialismo norteamericano se vio aislado y asediado por su política anticubana, y optó por modificarla. Fue una victoria de Cuba y de las fuerzas populares latinoamericanas y caribeñas, tanto como en la década de 1970 fue una victoria el proceso de normalización de relaciones realizado con los gobiernos de Ford y Carter, inconcebible sin la elección de Salvador Allende a la presidencia de Chile y la de Héctor Cámpora a la de Argentina, sin la política exterior progresista de los gobiernos militares de Juan Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá, y sin la descolonización de Barbados, Guyana, Jamaica, y Trinidad y Tobago.

 

¿Acaso fue un error de Cuba apostar a una normalización de relaciones en la que el objetivo declarado de la parte estadounidense era minar, erosionar, resquebrajar y destruir a mediano plazo a la Revolución mediante el soft power o el smart power? No, no fue un error de Cuba, sino una decisión asumida sobre la base de que, con sus fuerzas propias y con el apoyo solidario de las fuerzas populares de América Latina y el Caribe, sin duda alguna Cuba derrotaría al soft power o el smart power, como ha derrotado el hard power, y que, en lugar de víctima, sería beneficiaria de la normalización de relaciones que, si en dos oportunidades se malogró, más tarde o más temprano el imperialismo norteamericano se verá obligado a realizar.

 

¿Qué sucedió entonces? Sucedió que se produjo un cambio muy negativo en la correlación de fuerzas entre derecha e izquierda en América Latina, y que como consecuencia de este cambio, el «imperialismo malévolo», el único tipo de imperialismo existente y concebible, sustituyó el soft power o smart power a mediano o largo plazo de Obama, por el hard power incrementado de Trump y Biden en busca de máximos resultados a corto plazo. Con una correlación regional de fuerzas como la existente durante el mandato de Trump y el principio del de Biden, Obama no hubiese iniciado la normalización de relaciones con Cuba, o él mismo la hubiese revertido, como hizo Carter. En las actuales condiciones, la «rendijita» concebible de un eventual planteamiento «negociador» de la administración Biden sería en términos inaceptables para Cuba.

 

En esencia, este artículo resume cómo afecta a Cuba el cambio en la correlación latinoamericana de fuerzas ocurrido entre 2012 (derrocamiento del presidente Zelaya en Honduras) y 2019 (golpe de Estado en Bolivia y derrota de los candidatos presidenciales del FMLN en El Salvador y el Frente Amplio en Uruguay), que también afecta a todas las fuerzas populares de la región con su secuela de políticas ultraderechistas, incluida una nueva oleada neoliberal, un aumento generalizado de la criminalización, la represión y la judicialización de líderes y lideresas populares, cuya máxima expresión fue el encarcelamiento de Lula.

 

Dos comentarios finales:

 

  1. quien en América Latina y el Caribe crea en el «imperialismo benévolo» y le esté apostando a que Joseph Biden cambie sus «malos asesores» o a que Kamala Harris o cualquier otra persona de «buena voluntad» que asuma la presidencia de los Estados Unidos se rodee de «asesores buenos», es mejor que se dedique por entero a forjar una nueva correlación latinoamericana y caribeña de fuerzas favorable a los pueblos, porque esta es la única manera de «mantener a raya» al imperialismo realmente existente; y,

 

  1. quien en América Latina y el Caribe, en cualquier circunstancia, por favorable que parezca, negocie un acuerdo en el que Estados Unidos sea un actor directo o indirecto, deberá tener en cuenta la diferencia existente entre el gobierno temporal de esa nación (que se renueva periódicamente) y el gobierno permanente del imperialismo norteamericano (regido por los consensos de los sectores dominantes), para evaluar qué grado de probabilidades existe de que los compromisos asumidos por el gobierno temporal sean cumplidos por el gobierno permanente.

 

Entre otras experiencias similares, los acuerdos de paz firmados por las FARC‑EP y el gobierno de Juan Manuel Santos, después saboteados e incumplidos por el gobierno de Iván Duque, indican que la diferencia entre gobierno temporal y permanente, no solo se expresa en Estados Unidos como actor directo o indirecto de procesos negociadores, sino también en los países cuyos conflictos armados o no armados sean objeto de negociaciones y acuerdos. Lo ocurrido con los acuerdos de paz entre las FARC‑EP y el gobierno de Santos no es algo único. Hay experiencias previas, tanto en la propia Colombia como en otros países, entre los que resaltan Nicaragua, El Salvador y Guatemala.

 

 

 

[1]     Roberto Regalado: «Doble filo del bloqueo (II)», de la serie «El “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba. Acumulación de problemas propios, doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana», en revista digital La Tizza, 27-4-2021.

https://www.alainet.org/en/node/214206?language=es
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