Un debate que empieza mal

20/05/2020
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El solo anuncio de acotar las leoninas reglas del juego que impusieron al sector eléctrico los presidentes del capitalismo salvaje (1982-18) para favorecer a trasnacionales como Iberdrola –de la que fue empleado Felipe Calderón– en detrimento de la Comisión Federal de Electricidad, apunta a generar un debate que urge rebase las filias y las fobias características de cualquier tema polémico, generalmente para defender desde la mediocracia, las dirigencias partidistas y la academia los intereses del gran capital y arremeter contra la Cuarta Transformación.

 

Arremeter, pues significa “Atacar o acometer con ímpetu y furia… Precipitarse a realizar una acción”, vocablo con el que La Jornada encabeza notas sobre las críticas que hace el presidente Andrés Manuel a los medios de comunicación que cada vez pierden su naturaleza de “medios” y actúan como lo que son, “parte” de la defensa de los intereses mercantiles de los corporativos de los que forman parte los “grandes medios” que deben su existencia a que los magnates los usan para abrir paso a los intereses de sus consorcios energéticos, mineros, hospitalarios, financieros…

 

Todavía no empieza el indispensable debate sobre “las nuevas disposiciones en política energética” para poner en orden el sector, tras décadas de “negocios sucios” con los que se “dejó de lado” a la CFE, y ya Denise Dresser lo canceló con el argumento de que se perderá el juicio en tribunales y los causantes “pagaremos con nuestros impuestos”. El mismo pretexto adujo Leo Zuckermann cuando el litigio heredado con las tres empresas constructoras de ductos para Petróleos Mexicanos, juicio que se resolvió en la mesa de negociación con un ahorro para el Estado de 4,500 millones de dólares y que aún le cobran a Manuel Bartlett con investigaciones periodísticas de Carlos Loret y Mexicanos contra la Corrupción, ONG propiedad de los magnates Claudio X. González y administrada por Amparo Casar.

 

Y como parte de esa discusión que esperemos se dé, sobre todo con aportaciones de expertos como Antonio Gershenson y José Luis Apodaca para que no sean sustituidos por todólogos que abundan en el trinomio de la televisión y el oligopolio de la radio que pontifican, como Sergio Aguayo al lamentar “el nivel argumentativo” de López Obrador sobre el tema en cuestión, pero no se atrevió el doctor a desmentirlo porque sabe bien que tiene razón y que le habla a millones de mexicanos, mientras Aguayo se dirige a las elites.

 

Debate al que se adelantaron para desnaturalizarlo al confrontar sólo a uno de los debatientes, a Obrador, The Wall Street Journal, The Washington Post, The New York Times, Financial Times y El País. Y encontraron la respuesta de que “están coludidos” con las grandes corporaciones trasnacionales, lo que ha provocado una decadencia en la prensa internacional.

 

Colusión, apunto, que disminuye la importancia del fenómeno, porque forman parte de los gigantescos corporativos que dominan en Estados Unidos, Gran Bretaña y España, en la aldea.

 

Más aún, dice AMLO que sus representados en México, “el sector conservador” –opto por denominarlos poderes fácticos–, “como ya no se le da desinformar con la prensa en el país, acude a los medios internacionales para promover una campaña de desprestigio de nuestro gobierno.

 

El quinteto mediático es pieza esencial del gigantesco entramado global que constituye la dictadura mediática que hace de todos los que no se alinean con el modelo de libre mercado y la democracia liberal, y más aún si no se subordinan a la geopolítica estadunidense y de sus aliados, en automático los reducen a dictaduras. Y con las propias se hacen de la vista gorda, porque como decía Henry Kissinger de Anastasio Somoza “es nuestro hijo de puta”.  

 

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