Casi simultáneamente a que Wuhan, con sus 11 millones de habitantes, superó radicalmente su condición de epicentro del Covid-19 tras una cruenta batalla de férreo aislamiento (del 23 de enero al 8 de abril) y múltiples medidas sanitarias del gobierno y la sociedad chinas, el secretario general de la Organización Mundial de la Salud hizo un llamado a Donald Trump para que “no politice la crisis del coronavirus” y convocó a Washington y Pekín  “a unir esfuerzos para combatir a este peligroso enemigo”.

El etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus solicitó con humildad “Por favor, pongan la politización del Covid en cuarentena. Si queremos ganar, no debemos perder el tiempo apuntando con el dedo. La unidad es la única opción para derrotar este virus”.

Resulta que en la víspera el negacionista que despacha en la Casa Blanca y que lo mismo niega el calentamiento de la Tierra como “una historia para favorecer a China” –su gran obsesión que más temprano que tarde desplazará a Estados Unidos del sitial de potencia otrora indiscutible–, repitió el esquemita mental y subestimó la pandemia prácticamente hasta cuando comenzó a causar grandes estragos en Nueva York y California, y colocó a Estados Unidos a la cabeza de esta suerte de peste del siglo XXI.

El magnate inmobiliario y depredador sexual al parecer con licencia, sabe muy bien que su abulia despótica puede causarle graves complicaciones en su otra obsesión, ésta casera, la reelección para ocupar la Oficina Oval e Ivanka y su parentela hagan grandes negocios a la luz del día.

Las cifras de entre 100 y 240 mil muertos por el coronavirus que pronostica Donald John son estrujantes, impresionan, pero no tanto como cuando las televisoras transmitan las imágenes de los ataúdes de los caídos en esta batalla sanitaria y el impacto que produzca en la opinión pública y publicada. Recuérdese el efecto causado por los ataúdes envueltos en la bandera de las barras y las estrellas con soldados que llegaban a EU procedentes de Saigón.

Batalla sanitaria crucial para la que el capitalismo salvaje estadunidense y global despojó a las mayorías de los servicios públicos de salud, desmantelándolos o de plano los privatizó. Fenómeno y práctica sistémicos de la que guardan sepulcral silencio los propagandistas y defensores del modelo en quiebra precipitada por el Covid-19, del tipo Leo Zuckermann y Luis de la Calle, entre miles de intelectuales orgánicos del gran capital.

Las acusaciones de Donaldo Juan en contra de la OMS de ser “chinocentrista” y de que se equivocó en alertar al mundo sobre el nuevo coronavirus, así como la amenaza de suspender los cientos de millones de dólares que dona, de lo que reculó enseguida por las preguntas formuladas por los colegas el martes 7, genera críticas y rechazos en diversas latitudes, junto al uso imperialista, sin hipérbole criminal, de la pandemia para asfixiar más aún a países como Cuba, Irán, Nicaragua, Siria y Venezuela.

Justamente también a lo anterior implica el llamamiento unitario del médico de Etiopía que recibe amenazas de muerte y mensajes racistas, cuando con singular precisión pide: “Por favor, pongan la politización del Covid en cuarentena”.

Fórmula aplicable a varios actores políticos, agentes económicos y sociales mexicanos que cometen un grave error de apreciación al considerar llegado el momento y el tema, el Covid-19, para sacar raja política y económica, como el orate que dirige la Coparmex capitalina y sueña, sin alucinógenos de por medio, con “derribar” al presidente Andrés Manuel.

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