Enfermedades y guerras en la estrategia hegemónica imperialista
- Opinión
Algunas mentes brillantes que sigo en diversas publicaciones y redes digitales han abierto el debate sobre la verdadera causa y dimensión del coronavirus que azota al orbe. Fundamentalmente abren la posibilidad de que la pandemia haya tenido su origen en una acción terrorista deliberada de algún sector de los imperialismos, para afectar al irrefrenable modelo de crecimiento adelantado con todo éxito por la República Popular China, esa gran creación del genial Mao Tse Tung que dirige tan sabiamente su actual líder Xi Jinping.
La sospecha, a la luz de la teoría económica y la historia, es absolutamente fundada.
Releyendo a Malthus
En los días de estudiante de economía -con más melena y menos kilos- tuvimos que leer sobre un sacerdote inglés que en sus momentos de ocio le dio por oficiar de economista. Thomas Robert Malthus fue el cura anglicano que formuló las tesis reaccionarias según las cuales la natalidad de las clases desposeídas es la causa del atraso de la sociedad, por lo que no debían implementarse políticas públicas asistencialistas ni solidarias, que –según él y sus seguidores- redundan en un mayor crecimiento demográfico que a su vez incrementa la pobreza y así sucesivamente. (Por eso los maltusianos odian que China planee alcanzar en 2021 niveles de cero pobreza extrema).
Para Malthus la población se incrementa en proporción geométrica (multiplicación por un factor determinado) y los bienes de subsistencia se incrementan en proporción aritmética, es decir, a través de la suma de un factor equis. Esta afirmación ya era equivocada en las postrimerías del siglo XVIII cuando la hizo, pero sostenerla en la actualidad raya en lo esotérico si tomamos en cuenta que las ciencias –precisamente- se encargaron tanto de regular la fertilidad humana como la agrícola en los sentidos contrarios al dogma maltusiano. La planificación familiar, los métodos anticonceptivos y la incorporación cada vez más progresista de la mujer en los campos productivos y culturales, tumbaron la predicción del predicador anglicano en cuanto a tasas de natalidad desbordadas, y las tecnologías agroalimentarias terminaron de rematar su corta visión de terrateniente feudal.
Los planteamientos de Malthus pulularon en ideologías conservadoras europeas y norteamericanas precursoras del nazi fascismo, los supremacismos, la xenofobia. Sus palabras resuenan en voces de la política contemporánea como si se tratase de pétreos teoremas: “Parece que es una de las inevitables leyes de la naturaleza que algunos seres humanos sufran de miseria. Estas son las personas que, en la gran lotería de la vida, fracasarán”. Tal ha sido el desiderátum del neoliberalismo pregonado por tecnócratas y toda especie de hechiceros al servicio del capitalismo transnacional.
Esta tesis que propugna un apocalipsis por efecto de la “superpoblación”, ha sido asumida por los promotores de las guerras, las hambrunas y enfermedades pandémicas como formas de “autorregulación” demográfica; y es en ese entorno que los negocios globales se funden con el belicismo imperialista, dando paso a las conflagraciones inter capitalistas de la primera mitad del siglo XX, y al desarrollo inusitado de todas las formas de guerras, incluidas la bacteriológica y la cibernética.
El modelo de gestión pública emanado de este engendro es ese mismo que desmanteló el sistema de salud en los llamados “estados de bienestar” europeos y en el estigmatizado “populismo” latinoamericano. Allí está de muestra la tragedia italiana y el alto riesgo de su repetición en España. No quiero ni imaginar escenarios en el vecindario que tan malos deseos ha tenido para Venezuela y ahora claman siquiera su estadística.
Invasión colonial viral-bacteriana
El navegante planetario Américo Vespucio dejó este testimonio de su viaje a Brasil en el año 1501: “allí las personas llegan a ser muy viejas, no conocen enfermedades, epidemias ni vapores febriles, y no mueren de muerte natural, sino a mano de otra persona o por su propia culpa. Es decir, que los médicos allí lo tienen difícil”.
El 31 de mayo de 1521, Hernán Cortés inició el ataque final a Tenochtitlán, sede central del Estado Azteca. Meses antes habían propagado la viruela diezmando a los guerreros aztecas, muchos de los cuales murieron como el tlatoani Cuitláhuac, heredero de Moctezuma. El nuevo líder Cuauhtémoc condujo la resistencia por más de dos meses, hasta que, agotados los esfuerzos, sin líneas de abastecimiento y con una población enferma por un mal para el cual no tenían siquiera defensas, el 13 de agosto la sitiada Tenochtitlán cayó en manos del astuto invasor.
En el Tahuantinsuyo de los Incas, esta arma letal, aplicada ya no “casualmente”, sino como primogénita de la guerra bacteriológica, fue fríamente premeditada por los conquistadores españoles que diseminaron cepas de viruela por toda la ruta hacia el actual Perú, contagiando a propósito aún a aquellos que los recibieron amigablemente.
En la obra “Vida, Naturaleza y Ciencia”, de los autores Detlev Ganten, Thomas Deichmann y Thilo Spahl, encontramos el dato que estamos comentando: “El desarrollo histórico del mundo, en particular la conquista y dominio del Nuevo Mundo por parte de los europeos desde finales del siglo XV, no podría entenderse si no se tuviera en cuenta de qué lado luchaban los pequeños asesinos…Las bacterias y los virus eran las armas más importantes de los europeos...Entre los siglos XVI y XIX los conquistadores y colonos llevaron a América la viruela, la tosferina, el sarampión, la gripe, el tifus, la difteria, la malaria, las paperas, la peste, la tuberculosis y la fiebre amarilla”.
La prestigiosa literatura de Eduardo Galeano nos avisaba hace cinco décadas que “las bacterias y los virus fueron los aliados más eficaces que los europeos traían consigo, como plagas bíblicas, la viruela y el tétanos, varias enfermedades pulmonares, intestinales y venéreas, el tracoma, el tifus, la lepra, la fiebre amarilla, las caries que pudrían las bocas. La viruela fue la primera en aparecer. ¿No sería un castigo sobrenatural aquella epidemia desconocida y repugnante que encendía la fiebre y descomponía las carnes?”
En sus lecciones de historia, Carmen Robleda concluye: “Pero el factor decisivo en la derrota de las civilizaciones americanas fue el colapso demográfico. Entre los investigadores y sectores sociales no hay consenso sobre las causas de ese colapso, atribuyéndolos unos a un genocidio, otros a la introducción de nuevas enfermedades y un tercer grupo a una combinación de ambas causas. Hay un cierto consenso en considerar que el colapso demográfico de la población original de América fue la causa principal de su derrota militar”.
El historiador estadounidense Charles Mann dice que España no habría vencido al Imperio Azteca si, “mientras Cortés construía las embarcaciones, Tenochtitlán no hubiera sido arrasada por la viruela donde se perdió la tercera parte de población”. (Tomemos nota camaradas).
Termino por hoy con esto: ¿Sabían que en 1918 surgió una tal “gripe española” que realmente se gestó en Kansas, Estados Unidos?
En la Breve Historia de España de García de Cortázar y González Vesga se puede ver el impacto que dicha gripe tuvo en la demografía del país ibérico, y que “en todo el mundo dejaría un reguero de veinticinco millones de muertos”.
Interesante tema para una siguiente entrega de estos aportes desde mi cuarentena en Maracaibo, donde esa “gripe española” made in USA hizo estragos mientras los gringos clavaban sus colmillos de hierro en mi “lago de óleo”.
Yldefonso Finol (Cronista de Maracaibo)
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