El 4 de Febrero de 1992: crónica instantánea
- Opinión
1
La noche del 3 de febrero de 1992 fue inmensamente larga, y para más extenderse, como una serpiente amazónica que avanza muy lentamente entre el monte y las densas aguas, se juntó a la madrugada del 4 para hacerse siamesas terribles de la tensión y la oscuridad.
Sólo un puñado de venezolanos sabía lo que estaba ocurriendo. La mayoría veía su telenovela de moda. Los noticieros también pasaron desapercibida la hora histórica que se tejía con sigilo como esas redes traslúcidas que dejan las arañas en los rincones abandonados.
La noche fue el escenario de una orquestación armada que nunca pudo ensayarse. Sólo se soñó en una mente tenaz, se ideó en silencio y en secreto se subió a las tablas sin haber convocado público ni tener muy claro el guion.
Pero el telón se abrió intempestivamente y había que actuar.
La noche del 3 de febrero de 1992, en casi todas las ciudades de Venezuela, piquetes de militares -tensos, emocionados, algunos desconcertados- salieron de sus barracas en tropeles hipnóticos rumbo al seductor abismo de la historia.
No es que lo sabían a conciencia, es que lo sentían hervir en la sangre; así lo delataban las frentes húmedas, las miradas absortas, las manos apretadas sobre el fusil.
Eran cientos de muchachos que llegaban a miles, todos con brazaletes tricolores terciados al brazo, todos con el pensamiento en el hogar, en los seres queridos, en lo que podría quedar atrás para siempre, en el amor y la vida posible, en lo que se piensa cuando se va a ese camino misterioso que conduce a la muerte.
Algunos civiles también entraron en la gesta, otros quedamos esperando contactos que nunca se concretaron. Pero la acción contaba con muchos más corazones que balas.
2
No fue hasta el mediodía del 4 de febrero que pudimos ver la cara de la insurrección. Hasta ese instante seguíamos siendo una revolución anónima.
El rostro del jefe de la insurrección lo decía todo: era un alzamiento popular.
Los párpados más cerrados que de costumbre por el evidente trasnocho, proyectaban en la pantalla televisiva la genética indígena del que asumió públicamente la responsabilidad del movimiento militar bolivariano.
Se trataba de esa mezcla que la cultura oficial bautizó como zambos, híbridos de población originaria y descendencia africana.
Tal vez sea este detalle de piel una de las razones que hizo posible que en Venezuela se desarrollara una fuerza armada muy diferente a la de los países vecinos.
Mientras esos ejércitos del Cono Sur, de Brasil o Colombia, fueron manejados por castas sociales y familiares que impedían el acceso del pueblo humilde a puestos de mando; en la patria de Bolívar y Zamora ocurrió lo contrario: el pueblo trabajador es quien constituye en su gran mayoría la soldadesca nacional en todos los niveles.
Muchas versiones de los graves sucesos que vivieron países como Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay en la década del setenta, donde las fuerzas armadas actuaron como agresoras de su propio pueblo, achacan a esta conformación clasista el surgimiento de los fascismos en Suramérica.
Pero Venezuela fue otra cosa, lo que no quiere decir que en algún momento el ejército llamado a ser el heredero de El Libertador, haya maldecido su existencia disparando contra el pueblo: el 27 de febrero de 1989.
Este joven teniente coronel que ha dado la cara por el alzamiento militar, no es precisamente uno de los que disparan contra su propia gente.
Su alocución recuerda aquella frase del Brindis del Bohemio, porque este hombre sudado, con todo el ser popular del venezolano común en la cara, habló “bueno, breve y substancioso”.
3
En febrero de 1992 Venezuela tenía una pobreza general del 71% y una pobreza extrema del 37%, cifras que contrastaban de manera lacerante con la voluminosa riqueza petrolera de que ha dispuesto el país.
Iban tres años del segundo mandato de Carlos Andrés Pérez, quien había gobernado a Venezuela entre 1974 y 1979, en medio de la mayor bonanza petrolera jamás conocida por el país, tras los aumentos en el precio del petróleo en tiempos del Embargo Petrolero y la Guerra del Yom Kippur.
Pérez llegó a su segunda presidencia con el discurso populista que lo caracterizaba. La gente lo siguió en parte por el recuerdo reciente de aquellos días de abundancia.
Pero la realidad al llegar al poder fue la contraria: CAP II fue la instauración del paquete neoliberal impuesto por el Fondo Monetario Internacional, que se traducía en sacrificios enormes para la población y beneficios adicionales para el capital transnacional.
Contra eso se alzó la gente humilde en 1989, sin armas, sin partido, sin organización, sólo con el pecho expuesto a las balas de la represión porque ya la rabia no se podía acallar.
Algunos historiadores han calificado al “Caracazo” como la primera insurrección popular contra la era neoliberal.
Pues contra eso mismo se alzaron los muchachos uniformados del 4 de Febrero.
Esto fue lo que dijo el jefe de la sublevación, una vez derrotado militarmente, al momento de llamar a sus compañeros en otros lugares del país a deponer las armas:
“Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento de Paracaidistas de Aragua y en la Brigada Blindada de Valencia. Compañeros: Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos. Compañeros: Oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias”.
4
El hombre que habló se llama Hugo Chávez, llevaba traje camuflado y boina roja, al estilo tradicional de los paracaidistas.
Hasta el día de hoy sólo le conocían su familia, sus amigos y sus compañeros de los cuarteles, era un perfecto anónimo, pero hoy nació para la historia.
Ese año de 1992 en Venezuela había 20.638.452 habitantes. El salario mínimo era de 130 dólares mensuales y la inflación promedio rondaba el 40%.
Dos millones de televisores encendidos dieron cuenta del protagonista del suceso.
El mensaje sólo duró un minuto y nueve segundos.
En los hogares, una mezcla de desconcierto y emoción contenida hizo brillar muchas miradas. Hubo silencios prolongados. Hubo interpretaciones variopintas. Hubo noticias.
El gobierno de turno acumulaba la cifra récord del 74% de rechazo por parte de la ciudadanía. A los insurrectos no se les hizo nada difícil granjearse algunas simpatías.
Claro que las dudas asaltaban a las mayorías, pero en el fondo del alma popular algo llamaba a solidarizarse con los oficiales alzados.
La vena bolivariana también fue acariciada. El vocero del alzamiento habló de “este movimiento militar bolivariano”. Esa palabra abrió muchas puertas ese día, puertas que pasaron décadas cerradas, puertas de bisagras oxidadas, puertas cansadas de posar inertes ante la intemperie de patria.
5
Las claves en sintonía popular fueron siendo extraídas del breve discurso en la conversa familiar de los días posteriores.
–Vieron que si son de los nuestros, le comentaba un viejo militante de izquierda a sus amigos cercanos. –Sólo un hombre claro políticamente dice con tanto sentimiento que “el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor”.
-Quizás tengas razón, camarada, pero no nos hagamos ilusiones con estos militares, recordemos lo que hicieron en el Cono Sur, eso pasó hace poco, y yo soy de los que piensan que en el fondo cada militar es un potencial gorila.
-Yo no lo veo así, compañero, no hay que generalizar; además en Venezuela siempre ha habido militares honestos y con raíces populares, eso viene desde Zamora, pasando por los que se sumaron a la revolución en los sesenta como Juan de Dios Moncada Vidal, que llegó a ser comandante de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional.
-Ojalá tengas razón, camarita, ojalá y estos muchachos sean de verdad bolivarianos.
En cada rincón de Venezuela era tema obligado hablar de ese 4 de febrero.
La clase política, contra quienes se produjo la sublevación, lo trató a su manera en el Congreso de la República.
- “No estoy convencido de que el golpe, felizmente frustrado, hubiera tenido como propósito asesinar al presidente de la República. Yo creo que una afirmación de esa naturaleza no podría hacerse sino con plena prueba del propósito de los sublevados... Afirmar que el propósito de la sublevación fue asesinar al presidente de la República es muy grave”, fueron parte de las palabras de un experimentado político de derecha que olfateó la oportunidad de recuperar protagonismo y lo logró.
Rafael Caldera usó su posición de senador vitalicio, en calidad de ex presidente de la República, para regresar del ostracismo en que se hallaba, derrochando oportunismo. Muchos afirman que ese día se ganó su segunda presidencia.
- “Debemos reconocerlo, nos duele, profundamente, pero es la verdad: no hemos sentido en la clase popular, en el conjunto de venezolanos no políticos y hasta en los militantes de partidos políticos, ese fervor, esa reacción entusiasta, inmediata, decidida, abnegada, dispuesta a todo frente a la amenaza contra el orden constitucional”, continuaba el septuagenario socialcristiano.
Nadie como Caldera le sacó provecho a los trascendentales acontecimientos de aquellas cuarenta y ocho horas que definieron el destino de Venezuela.
- “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de subsistencia; cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad. Esta situación no se puede ocultar. El golpe militar es censurable y condenable de toda forma, pero sería ingenuo pensar que se trata solamente de una aventura de unos cuantos ambiciosos que por su cuenta se lanzaron precipitadamente y sin darse cuenta de aquello en que se estaban metiendo. Hay un entorno, hay un mar de fondo, hay una situación grave en el país y si esa situación no se enfrenta, el destino nos reserva muchas y muy graves preocupaciones”.
Con estas afirmaciones compartidas por el 80% de la población, el fundador de la democracia cristiana se aseguró un boleto directo en primera clase hacia Miraflores, la casa presidencial con sede en Caracas.
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- “No hemos sido convocados para venir a juzgar al Gobierno ni para emitir opinión con respecto a las políticas que se hayan estado aplicando en el país hasta la madrugada de hoy. El debate podemos darlo en cualquier momento después, pero ahora de lo que se trata es de condenar a los golpistas, de condenar el golpe, de hacerle saber al mundo que en el Congreso de Venezuela se produjo un repudio total para el uso de la fuerza, a objeto de deponer el Gobierno e implantar en nuestro país un régimen arbitrario”.
Así empezó su intervención el senador por Acción Democrática David Morales Bello, hombre de muy mala fama, a quien se le atribuía el control abusivo del Poder Judicial a través de una estructura mafiosa denominada “La Tribu de David”.
Era también este señor, una de las personas más mala sangre de la historia venezolana. Mala sangre en el sentido de intragable, impasable, odioso, mala gente.
Su aspecto físico encajaba perfectamente en el estereotipo del villano con ínfulas aristocráticas. Altivez exagerada, cejas pobladas, frente ancha y tensa, nariz respingada, barbilla puntiaguda, y sobre todo, una mirada rapaz, desdeñosa, despreciativa.
Tal era la pose de este muñeco de palo insensible, avaro y petulante.
-“Vinimos para dejar muy claro que los golpistas no cuentan con aliento alguno, directa ni indirectamente, en los diputados y senadores que integran el Congreso. Y, por muy inteligente que se sea –esto iba contra Caldera– y por mucho que se pronuncien las palabras con un bisturí, lo cierto es que se camina en el filo de la navaja cuando, frente a una intentona de golpe como la que estamos condenando, se hacen consideraciones que de alguna manera alguien pudiera interpretar como que buscan darle algún tipo de razón a quienes procedieron en la forma que estamos condenando”.
Acción Democrática tenía en el Congreso que defender un gobierno donde casi no tenía influencia, porque esa fue la época que Carlos Andrés Pérez le dio por gobernar con sus amigos personales y una cuerdita de tecnócratas neoliberales que en su mayoría, no guardaban vínculos con el partido de Rómulo Betancourt.
Pero este Morales Bello formaba parte de los acólitos de Pérez y se tomó muy a pecho su papel de perro guardián.
-“No podíamos, sin incurrir en gravísimas contradicciones, plantear a destiempo hechos y circunstancias políticas que desdibujaran la intención cierta y condenatoria del Congreso. Se condena en una sola palabra ¡mueran los golpistas!”
Si antes de este arrebato de fascismo adeco los alzados tenían amplias simpatías entre toda la gente, no hay manera de cuantificar el despegue ascendente que lograron tras el discurso de Morales Bello: pasaron al primer lugar de popularidad en las encuestas.
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Carlos Andrés Pérez Rodríguez nació en una finca agropecuaria del Norte de Santander, Colombia, en octubre de 1922. Se trataba de una propiedad de su familia paterna cercana a Chinácota, población de donde su padre era nativo.
Así se podía constatar de las copias de la partida de nacimiento que sus adversarios internos en AD repartieron por todo el país a principios de los setenta.
CAP fue un animal político innato. A la muerte de su padre, Antonio Pérez Lemus, en 1936, la familia se muda a Caracas y allí comienza su ascendente carrera que se coronaría en 1945 al ser nombrado secretario privado del jefe de la junta de gobierno tras el golpe contra el general Medina Angarita.
Rómulo Betancourt subió a Pérez al carro de la historia nacional para desgracia de este país.
CAP es el típico megalómano compulsivo. Su primer gobierno a partir de las elecciones de 1973 es una orgía de gasto público descomunal. De ese tiempo es el refrán “con los adecos se vive mejor, roban y dejan robar”.
El ímpetu faraónico que le imprime a su primera gestión lleva al sabio petrolero Juan Pablo Pérez Alfonzo, adeco también y fundador de la OPEP, a afirmar que el plan de desarrollo implementado por CAP es un plan de destrucción nacional.
Sobre esa ilusión de bonanza petrolera cabalgó para ganar su segunda elección, pero la decepción voló rauda para recordarle al pueblo con “sangre, sudor y lágrimas”, aquella cancioncita de Julio Iglesias que decía “tropecé de nuevo con la misma piedra”.
Porque realmente Pérez nunca fue buen gobernante, buen politiquero sí que lo era, y de los mejores. El camino de su ascenso dentro de Acción Democrática está regado de cadáveres, en el sentido figurativo y también en el literal.
Como ministro de interiores de Rómulo Betancourt, CAP fue un represor destacado. Su especialidad fue la persecución de la izquierda, a la que odiaba de manera enfermiza. Inauguró prácticas lesivas de los más elementales derechos humanos como la desaparición de personas. No tuvo escrúpulos para aplicar la tortura, como no los tuvo para robar.
Fue en su primer gobierno cuando se pusieron de moda frases inmorales que envenenaron el alma nacional: “¿cuánto hay pa’ eso?”, “no me den, pónganme donde haiga”, “bájate de la mula”; expresiones escatológicas de una etapa mugrienta de la vida pública en Venezuela.
Se puede afirmar que en el segundo gobierno de CAP el sistema de dominación instaurado en Venezuela desde 1958 hizo implosión. El estallido de la insurrección espontánea del 27 de febrero de 1989, a apenas tres semanas del fastuoso acto de su coronación, marcó el inicio de una fase de inestabilidad política permanente, que aún no cesó con su salida del cargo el 21 de mayo de 1993.
8
La Causa R (con la erre al revés) fue la organización que fundó el antiguo comandante guerrillero Alfredo Maneiro. Hombre de pensamiento denso, Maneiro se negó a seguir los pasos de la corriente disidente del Partido Comunista que en la división reformista del año 1970 fundó el MAS, Movimiento al Socialismo.
Él había asistido a aquel “Congreso de la Mayoría Comunista” con un puñado de sus compañeros más cercanos. Luego de observar la tendencia conciliadora y oportunista que tomó el evento, Maneiro se retiró con su grupo, el que los detractores descalificaban diciendo que cabía en un Volkswagen.
Su tesis de la construcción del partido revolucionario partía de una aguda interpretación de la realidad venezolana, según la cual, la inexistencia de movimientos sociales debilitaba la capacidad de convocatoria y organización de la izquierda, de allí que sus primeros pasos se dirigieron a crear y fortalecer gérmenes de movimientos.
Los sectores definidos como prioritarios fueron los trabajadores, las comunidades urbanas, los estudiantes y los intelectuales. Estas eran las llamadas “cuatro patas” en el argot maneirista; aunque había una “quinta pata” de la que nunca se hablaba.
A nivel territorial se escogieron varios puntos de la geografía nacional para emprender la tarea, a saber: Guayana y sus empresas básicas, como centro piloto del trabajo sindical; Catia, populosa barriada caraqueña, para el experimento vecinal-comunitario; la UCV –y luego la ULA- para el trabajo estudiantil, y se convocó a sectores intelectuales básicamente de la capital.
Matanceros fue el nombre que adoptó el movimiento sindical, cuya política central se denominó el Nuevo Sindicalismo. Pro-Catia fue la organización vecinal. PRAG fue la onomatopéyica formación de los estudiantes universitarios en la Central y BAFLES en Mérida. Mientras, la Casa del Agua Mansa era el encuentro de la intelectualidad ligada al proyecto La Causa R.
Cuenta la leyenda que Maneiro y Chávez se conocieron en Barinas, en casa de la familia Ruíz Tirado. Pues resulta que Vladimir, el mayor de los hermanos, era contemporáneo y amigo de Adán Chávez y su hermano Hugo, quien ya para entonces tenía el grado de Subteniente del Ejército.
Parece que en ese encuentro clandestino hubo química entre el veterano ñángara y el joven bolivariano. Hablaron bajito, se confesaron cosas, tramaron un futuro común.
José Esteban, padre de los Ruíz Tirado, testigo de excepción de aquella conversación, fue el mismo que aconsejó a Chávez cuando éste tuvo dudas sobre su continuidad en la carrera militar. “Un teniente vale más que dos sindicatos”, fue la expresión que salió del ingenio de un hombre de firme formación socialista, que sabía la importancia estratégica de contar con un componente militar a favor de la causa revolucionaria.
Y vaya que tenía razón el viejo José Esteban. Sin ese consejo oportuno, nunca hubiese ocurrido el alzamiento 4 de Febrero. Ese día, José Esteban y el azar incesante parieron al Comandante Chávez.
9
En el pequeño apartamento de Paula Berbesí, en Valencia, hubo una reunión secreta de algunos miembros de la Dirección Nacional de La Causa R. Era el mes de mayo de 1991.
En la sala diminuta, las veinte personas convocadas respiraban un aire cargado de misterio. La convocatoria se hizo boca a oído, sin anunciar agenda alguna.
-“Bueno compañeros, los hemos convocado para tratar un asunto muy delicado, así que vamos a guardar silencio para no tener que hablar alto”.
Con esta breve introducción, el doctor Roger Capella, jefe de la Causa R en el estado Carabobo y uno de los fundadores de la organización, inició la que sería la reunión más crucial de los radicales en toda su historia.
-“Como ustedes saben, nosotros mantenemos una relación desde los tiempos de Alfredo, con los camaradas bolivarianos en el Ejército”.
La verdad, no todos quienes allí estábamos conocíamos de este hecho. Sabíamos que la “quinta pata” existía, pero no nos imaginábamos que tuviésemos una militancia en el seno de la Fuerza Armada oficial. Constatarlo fue un hallazgo muy emocionante.
-“Los compañeros militares nos mandan un saludo de hermanos y quieren trasmitirnos algunas quejas. Ellos dicen que les hemos fallado en varios compromisos logísticos. Hay tareas que la parte civil debe asumir, ya que para ellos se hace cuesta arriba por su situación en los cuarteles. Tenemos información de que a algunos los están siguiendo y no podemos arriesgarnos a que desmantelen este trabajo de años por simples errores de comunicación”.
Casi nadie miraba al hablante, la mayoría de los presentes optaron por mantenerse cabizbajos y reflexivos. El relato de Capella entró en materias graves, de esas que a uno lo colocan en la encrucijada de la historia, son las bifurcaciones vitales donde se escoge sin derecho a dudar y sin vuelta atrás.
El planteamiento era claro, estábamos en puertas de una insurrección armada y nosotros teníamos que definir sí definitivamente acompañaríamos la acción o no.
El sector mayoritario de la Dirección de la Causa dudó. Andrés Velázquez, cara más visible del partido y para entonces gobernador del estado Bolívar, y su asesor Lucas Matheus, con sus seguidores del sindicalismo de Guayana, no veían con buenos ojos plegarse a la sublevación, esgrimieron pretextos como que lo civil debía prevalecer sobre lo militar y hasta hubo un sesudo sindicalista que dijo que “los trabajadores no van a tomar un fusil contra la democracia”.
Esa noche la Causa R quedó partida en dos mitades, la división era inminente, como lo era el hecho de que la organización fundada por Alfredo Maneiro ya no le servía a la revolución para nada.
10
En la Circunvalación 1 de Maracaibo, a la altura del puente de Sabaneta, los convoyes militares controlaban el tránsito de vehículos desde las diez menos cuarto de la noche del 3 de febrero.
Los soldados llevaban los brazaletes tricolores atados en el brazo y trataban a las personas con mucha educación.
-“Adelante ciudadano”, me dijo el muchacho uniformado que se me acercó, tenía una cara de buena gente que no la salta un venado; le dije a mi compañera: -“Estos son de los nuestros”.
Cuando unos compañeros me avisaron que esa noche habría alzamiento militar, pero que no estaban seguros de qué bando era la cosa, tomé una bolsa de cuero que guardaba con monedas para la ocasión y me fui a los teléfonos públicos de la CANTV en la tradicional vecindad maracaibera de Sabaneta, para hacer unas llamadas claves, tal como eran mis instrucciones.
Marqué el número de mi correaje en Caracas y me respondió que sí, que “el juego ya empezó” y que el “equipo que bateaba era el nuestro”.
Con el corazón galopando me trasladé al lugar acordado, donde debía esperar el contacto de “Flamingo” o “Pancho”, seudónimo del que –según me había dicho un mes atrás Alí Rodríguez- sería el jefe militar de la operación.
Alí me citó para vernos en Valencia en la sede de un banco privado cuya denominación no recuerdo ahora, pero que quedaba en la Avenida Bolívar. La reunión fue de madrugada. El enlace lo hizo Douglas Pérez, quien me llamó desde Acarigua mientras yo estaba en plena luna de miel. Mi joven esposa supo precozmente que esos asuntos de patria no perdonan placeres.
Al amanecer del 4 de febrero, como nadie llegó a buscarnos, me movilicé con algunos camaradas hasta el centro de la ciudad a intentar sumarnos espontáneamente a la protesta armada, pero ya la insurrección había sido derrotada.
En un primer momento el alzamiento en el Zulia fue victorioso, llegando a controlar lugares claves de la vida militar y gubernamental. Luego las fuerzas leales al gobierno de Carlos Andrés Pérez lanzaron una fuerte contraofensiva y ganaron el estado.
Los días siguientes fueron de persecución y sigilo. Vivimos la paradoja de que sólo nuestros enemigos sabían del compromiso que teníamos con la acción bolivariana, porque con nuestros compañeros uniformados, nunca hubo encuentro previo que permitiera la coordinación necesaria.
Fue en el diario La Columna donde por fin pudimos conocer a Pancho. Pero ya era tarde.
11
Después del susto que pasó la clase política en febrero de 1989, cuando los barrios pobres de Guarenas, Guatire, Caracas y otras ciudades del país, salieron a la calle a expresar su rabia contenida por años de burla y malos tratos, vinieron los mea culpa y las promesas de rectificación.
Uno de los espejismos más cacareados por el régimen bipartidista fue la reforma del Estado. Crearon una Comisión Presidencial (COPRE) y tanto blablablaron de reformas que nunca se concretaron, que entre la ciudadanía se acuñó la palabra “coprófagos” para referirse a politiqueros y tecnócratas que cual Saturno devoraban a la criatura que engendraron.
Ese año 89 el Congreso aprobó velozmente leyes que llevaban mucho tiempo engavetadas, se llevó a cabo en diciembre la primera elección directa de gobernadores de estados y también se eligieron alcaldes municipales, todo con tal de remozar la imagen agotada de un sistema político en franco proceso de descomposición.
En esos días el comandante Chávez trabajaba en Miraflores, ya que desde 1988 había sido designado ayudante del Secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa.
Cuentan que el hombre andaba como león enjaulado por la impotencia de no poder actuar frente a la masacre que la Guardia Nacional, las policías y hasta su propio Ejército, cometían contra el pueblo desarmado e indefenso.
Esos eternos enemigos del pueblo también le tendieron la emboscada traicionera al Catire Felipe Antonio Acosta Carles, cofundador del Movimiento Revolucionario Bolivariano 200.
El bravo pueblo salió a pelear sus derechos con la gloria que da la indignación por arma y el pecho desnudo por escudo. Cuál más valiente que ese pueblo alzado con sueños frente al acero inmisericorde de los guardianes del capital.
12
La sublevación del 4 de febrero arrancó simultáneamente en Maracaibo, Caracas, Valencia y Maracay. El Comandante Chávez montó su centro de mando en el Museo Histórico Militar, ubicado en La Planicie, cerca de Miraflores, desde donde tenía una visual estratégica de todo el sector.
Envió dos grupos a tomar La Casona y el Palacio de Miraflores. La Guardia Nacional sale en defensa del Gobierno y resiste el ataque. Hay combates en las proximidades de ambas instalaciones presidenciales. También llegan refuerzos del Ejército leales al sistema. Los revolucionarios no logran capturar a CAP.
Chávez tiene que rendirse y propone presentarse ante las cámaras de televisión para instruir a sus compañeros en todo el país en el mismo sentido.
-“Compañeros: Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor”.
Nunca un minuto fue tan bien utilizado en la televisión venezolana. Las escuelas de comunicación social, sea en audiovisuales o en publicidad, deberían estudiar esta pieza como el ejemplo más efectivo de productividad en la relación tiempo-efecto.
Tal vez también en esta ocasión Chávez utilizó sus aprendizajes de Alfredo Maneiro, quien en su elogio de lo breve, nos invitaba permanentemente a exponer las ideas de manera nítida, concisa, tal como él mismo hacía y mostró de manera magistral en su brevísima pero impecable tesis sobre Maquiavelo: política y filosofía.
El país admiró cómo un hombre derrotado, trasnochado, extenuado por la dura jornada, tuvo la entereza de asumir su fracaso autocríticamente, reconocerle a sus compañeros los méritos, y anunciar que la lucha por ese destino mejor sólo por ahora no había logrado sus objetivos.
Ningún político o líder de cualquier otra índole en Venezuela había sido capaz de asumir ante el país su responsabilidad por algo. Lo normal era la evasión de responsabilidades.
- “…yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias”.
Por eso podemos afirmar en términos históricos que Chávez nació el 4 de Febrero de 1992.
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