Lecciones de la derrota en el plebiscito de la paz
- Opinión
Ya ha pasado un año. De cara a las elecciones presidenciales de 2018 es pertinente hacer un balance, tanto de las causas de la derrota de las llamadas “fuerzas de la paz” como de la actitud mostrada por los dirigentes de las agrupaciones políticas que tenían que asumir su responsabilidad por ese negativo resultado. Pocos lo hicieron. La gran mayoría pasó de agache, achacándole la culpa a la desinformación orquestada por Uribe y reconocida por el jefe de la campaña por el NO. Sabemos que no fue la única causa.
Para quienes desean acertar en 2018 es indispensable la evaluación y el balance. Es más que necesario cuando nuevamente amplios sectores de las “fuerzas de la paz” insisten en conformar una gran convergencia con los mismos actores que fueron los causantes de la derrota. Pero además, hay que ir un poco más atrás, para analizar el tipo de respaldo que los demócratas le otorgaron a la re-elección de Santos en 2014 y cómo contribuyó –ingenua e inconscientemente– a reforzar la actitud frívola de Santos.
En anteriores artículos hemos identificado las causas inmediatas del triunfo del NO: La demagogia de Santos; las mentiras y habilidad de Uribe para aprovechar los errores del gobierno, entre ellos, la polémica causada por la “educación de género” de la ex-ministra Parody; el triunfalismo de las FARC; la confusión de los demócratas y la flojera de la “izquierda” para deslindarse de los corruptos vestidos de “pacifistas”; el saboteo dentro del mismo gobierno encabezado por Vargas Lleras y Juan Carlos Pinzón; la celebración del triunfo antes de tiempo –con pompa y arrogancia– en Llanos del Yarí y Cartagena por parte del gobierno y las FARC. Y otras de menor calado.
Ahora de lo que se trata es de identificar razones de mayor importancia. El mismo proceso de paz debe ser revisado para reconducirlo. Hoy que la implementación de los acuerdos y la reincorporación de los integrantes de la guerrilla a la sociedad se encuentran en un momento de graves dificultades, se requiere una mirada crítica de conjunto. El nuevo gobierno va a heredar un Estado en medio del caos y el desorden institucional, una conflictividad política y social de marca mayor, en medio de una situación económica francamente crítica y la acumulación de problemas de todo tipo. El destape de la corrupción, especialmente en la justicia, hace más complejo el momento.
El país ya entró en la dinámica electoral. Santos no fue capaz de cumplirles a las FARC. Si no se asume esa realidad seguiremos colgados de unos acuerdos que han quedado reducidos al sometimiento de la insurgencia, en su concentración y desarme, pero que en los demás aspectos, están en una especie de limbo jurídico y presupuestal. Y lo más grave es que quienes se alimentaron de burocracia y contratos durante los 7 años del gobierno de Santos han cambiado de bando ante la posibilidad de perder la presidencia en 2018. Hoy encabezan el bloqueo al cumplimiento de los acuerdos con el fin de polarizar al país entre paz y guerra, entre perdón y venganza, entre reconciliación y odio. El fiscal general y congresistas de la fracasada coalición nacional, ya lo hacen.
Además, la dinámica de la guerra estructural se mantiene. El gobierno no cumple ni en lo más mínimo. Las expectativas creadas en torno a la sustitución de cultivos de uso ilícito triplicaron las áreas cocaleras pero el gobierno no avanza con los programas (ni puede cumplir mientras el negocio del narcotráfico sea rentable). La estrategia de reinserción colectiva diseñada por las FARC muestra serios problemas frente a una realidad inocultable: un porcentaje importante de sus integrantes convirtió la lucha guerrillera en una forma de vida, con poder y dinero, que está muy lejos a lo que es la vida de un trabajador común. Y las zonas donde las FARC tenían presencia son copadas por otros grupos armados ilegales, entre ellos el ELN y las disidencias de las FARC.
Las lecciones de fondo
Las fuerzas democráticas que representan a los sectores sociales que efectivamente necesitan la paz (campesinos, indígenas, comunidades negras, trabajadores, clases medias empobrecidas, pequeños y medianos empresarios) nunca identificaron los intereses de las clases y sectores sociales que viven de la guerra o que querían una paz sin costos políticos ni económicos.
Se jugó al logro de una “paz imperfecta”, una “paz pura y simple”, sin entender que una “paz neoliberal” solo es la continuidad de la guerra por otros medios. Así fuimos pasando de una guerra instrumentalizada por el gran capital a una “paz perrata”, como la que ya estamos viviendo (que tiende a convertirse en una nueva versión de lo que ocurrió en Centroamérica con “paras” y “maras” de nuevo tipo). Este balance no desconoce la importancia de parar la guerra y de evitar más muertes, pero lo que se está acumulando en la trastienda no puede ocultarse.
La insurgencia y gran parte de la izquierda se volvieron a ilusionar con la estrategia de aliarse con una supuesta burguesía “progresista” para derrotar a los “vetustos terratenientes”. No se ha entendido que la oligarquía juega al policía bueno (Santos) y al policía malo (Uribe). Así lo ha hecho desde siempre.
Se colaboró con la versión demagógica de la “paz estable y duradera”. En vez de insistir en separar lo que es el fin negociado del conflicto armado con las FARC de lo que es una verdadera paz, se contribuyó con la política de Santos de engañar a la sociedad colombiana con promesas y fantasías incumplibles. Por ello el grueso del pueblo (65% del electorado) no participó en la farsa.
Mientras la gran burguesía transnacional (grandes grupos financieros que Santos representa) querían desarmar a las FARC para entregar “en paz” extensos territorios y riquezas a la inversión extranjera, los terratenientes de nuevo cuño (hacendados y mafiosos que se apropiaron de 6 millones de hectáreas de tierra despojada a los campesinos pobres) deseaban exterminar a la guerrilla y a las izquierdas para no devolver nada. Entre esos intereses contradictorios pero, de alguna manera, complementarios, “las fuerzas de la paz” vienen naufragando estruendosamente.
Al no tener en cuenta los intereses en juego, las fuerzas democráticas le entregaron la dirección de la “lucha por la paz” a la burguesía transnacional y se aliaron en las formas políticas con la burguesía burocrática, que es profundamente descompuesta. Aceptaron la táctica de Santos de impulsar el “proceso de paz” con toda clase de negociantes y burócratas, además de permitir que guerreristas camuflados hicieran parte del gobierno y actuaran como “caballos de Troya”. En esa dinámica se desgastaron, perdieron credibilidad y hoy –una parte de ellas– están confundidas.
En esa fiebre de ilusión, las FARC se involucraron en hacer una pequeña revolución por decreto. En vez de concentrarse en depurar sus fuerzas, en asegurar serias condiciones para garantizar su seguridad y una reintegración viable, digna y sobria a la sociedad, se empeñaron en lograr reformas agrarias y políticas para entrar por la puerta grande. Esas reformas requieren de un gran movimiento social y democrático para que sean realidad. Los acuerdos en el papel, por más folios, puntos y parágrafos que tengan, solo son eso, papel. Y por ello, los incumplimientos del establecimiento oligárquico no se han hecho esperar y la sociedad no se da ni por enterada.
No se ha entendido tampoco que al entregarle la dirección de la “lucha por la paz” a Santos, se le dejó el terreno abierto a Uribe para liderar la oposición política y canalizar la inconformidad de amplios sectores sociales y económicos que han sido afectados por la globalización neoliberal y por la ineptitud del gobierno. Esos sectores sociales se expresaron en octubre de 2016 en contra del SI en el plebiscito, no porque rechazaran la paz sino porque la percibían como un engaño y una trampa. Ese fenómeno hace parte del surgimiento de los “populismos de derecha” que se expresaron a nivel global con el Brexit, la elección de Trump, y ahora, con los secesionistas catalanes y escoceses y otros procesos en desarrollo.
No hay que ensillar sin tener las bestias. Es indudable que había que obligar a Santos a negociar previamente con Uribe. El imperio estadounidense –gran interesado, beneficiado y componedor– habría tenido que intervenir con fuerza contundente. Pero no, se prefirió hacer un ejercicio de desgaste, usando temas jurídicos, extradiciones y otro tipo de presiones que no han logrado su objetivo. Por el contrario, Uribe hábilmente se hace la víctima y mantiene su cauda electoral. Sigue siendo un peligro, amenaza con “hacer trizas los acuerdos” y, por ello, debe ser enfrentado con inteligencia y capacidad política y comunicativa.
La corrección estratégica
Menos mal que las fuerzas democráticas contaban con reservas estratégicas que no estaban comprometidas con el conflicto armado y que no se habían dejado contaminar de las prácticas corruptas. Estos sectores políticos reaccionaron rápidamente después de la derrota del Plebiscito e iniciaron un proceso de convergencia para deslindarse del gobierno, de las FARC y diferenciarse totalmente del “uribismo” y el “vargas-llerismo”.
Hace 15 días se presentó la Coalición Colombia a la opinión pública. Está conformada por la Alianza Verde, el Polo Democrático y Compromiso Ciudadano. Está encabezada por los candidatos presidenciales Claudia López, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo. Es la expresión de una alianza anti-corrupción que tiene la ventaja de estar lejos de la izquierda que fue connivente con los graves errores de las FARC (tanto en la guerra como en el proceso de paz) y también de los políticos corruptos que blandieron la bandera pacifista mientras les sirvió para alimentarse de “mermelada” durante los dos períodos del gobierno de Santos.
Esa coalición política ha identificado con claridad la respuesta al momento coyuntural. La lucha contra la corrupción político-administrativa es su principal prioridad pero sin renunciar a darle continuidad a los acuerdos de fin del conflicto, corrigiendo lo que haya que corregir. No sabemos si lograrán construir una estrategia de largo plazo, para varios períodos presidenciales, que implique un verdadero “proceso constituyente” de largo aliento, pero esa debe ser la intención para poder ganar las elecciones en 2018.
Por ahora, dicha coalición ha logrado interpretar los intereses de los pequeños y medianos empresarios del campo y de la ciudad (e incluso, de algunos grandes) que requieren un Estado eficiente y moderno, y apoyan la causa de la paz. También, representan a amplios sectores de clases medias. No obstante, hay que atraer a los trabajadores, campesinos, indígenas y afros, a los profesionales precariados y demás trabajadores informales, que por lo menos deben avizorar un camino cierto para avanzar –poco a poco y con paso firme– hacia cambios de mayor envergadura en temas del modelo productivo, empleo, medio ambiente, salud, educación, seguridad y justicia.
Lo importante es que se logró rectificar a tiempo y el horizonte está despejado.
Popayán, 2 de octubre de 2017
E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
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