¿Dónde está la izquierda?

17/08/2016
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 manifestacion juventud
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El mensuario juvenil uruguayo SurVersión publica una extensa nota de tapa baja el título ¿Dónde está Izquierda?, abriendo un necesario debate en el que participan dos de los candidatos a la presidencia del Frente Amplio -Roberto Conde y Alejandro Sánchez- y el diputado socialista Roberto Conde. A continuación, el disparador del debate y las notas:

 

Durante décadas, la llamada izquierda latinoamericana manejaba su accionar en términos de conspiración revolucionaria, resistencia y lucha armada. Muy pocas veces en términos de economía, comercio, defensa, que son los desafíos que debe enfrentar hoy, sobre todo en los países donde ejerce el gobierno y donde la resistencia debiera convertirse en construcción.

 

Y cuando hablamos de izquierda, no nos estamos refiriendo a partidos marxistas, leninistas o trotskistas, sino a todos los movimientos que impulsaban -desde sindicatos, partidos, organizaciones sociales, estudiantiles, campesinas, indígenas-, los cambios estructurales que desembocaran en sociedades inclusivas, equitativas, justas.

 

El mayor desafío era superar y sustituir al neoliberalismo en todas sus dimensiones. Si bien el fracaso de la propuesta económica del neoliberalismo abría la oportunidad para que la izquierda surgiera como alternativa de gobierno, la verdad era que debía enfrentar la recesión, el debilitamiento del Estado, la desindustrialización, la exclusión y fragmentación social.

 

Y como si todo eso fuera poco, debía enfrentar la fuerza ideológica del neoliberalismo no sólo a nivel nacional, sino regional y global. La potencia del estilo de vida estadounidense con su paradigma de que todo es mercancía –todo se vende, todo se compra, como en los shopping-centers–, la utopía neoliberal junto a la publicidad, las marcas, la televisión del mensaje y la imagen únicas.

 

La tarea de reimaginar la izquierda no se puede desarrollar desde los esquemas tradicionales (sean o no oficialistas). Hace rato que la izquierda tradicional está agotada, sin capacidad para abandonar sus viejos nichos, para pensar una alternativa para amplias franjas –incluidas aquellas que no se definen de izquierda– y pasar a la disputa de conciencias con una derecha que, pese a su crisis, sigue avanzando en la reconquista de diversos escenarios sociales y en la restauración conservadora.

 

La izquierda aun no generó valores, formas de sociabilidad ni alternativas al mundo de valores neoliberales centrado en el consumismo, el individualismo y la falta de solidaridad, sobre todo para con los menos favorecidos. La interrogante que surge es si es posible incorporar propuestas anticonsumistas –más allá de consignas– en sociedades donde el acceso al consumo es una gran (y reciente) conquista para las grandes mayorías.

 

Sin dudas, hay que reconstruir el pensamiento de izquierda. Y en esta reconstrucción hace falta la academia, hacen falta los intelectuales para sumar capacidades de reflexión y formulación de propuestas alternativas al pensamiento hegemónico. Durante más de tres décadas se denostó el modelo neoliberal, pero no se avanzó en la elaboración de propuestas alternativas.

 

El discurso de la izquierda tradicional quedó anclado en la etapa de la resistencia, por incapacidad propia, por no entender que se transita una nueva era de construcción, sobre todo de estas propuestas y teorías alternativas al liberalismo, vinculadas a los desafíos del siglo XXI. La intelectualidad “progre”, olvidada o ignorante del pensamiento crítico latinoamericano, no participa activamente en los nuevos procesos políticos, muchas veces anclada en el “marxicismo” (narcisismo marxista), en la denunciología permanente o en la repetición de consignas y firma de solicitadas (que engruesan los listados de organismos de seguridad), lo que algunos confunden con militancia.

 

Marx (siempre viene bien recordarlo, pero contextualizándolo) manejaba el concepto de las oleadas. Estamos apenas en el reflujo de la primera y en espera de la nueva oleada que permita que las ideas y praxis se expandan a otros territorios y permitan profundizar y anclar los cambios en los que se avanzó, en general parcialmente estructurales, diría el vicepresidente boliviano Álvaro García.

 

Se necesitan nuevas teorías para poder ponerle freno a este proceso de vaciamiento democrático que caracterizó por décadas a los gobiernos neoliberales, dictatoriales o no. Hoy se transita la oleada de recuperar la memoria, reconstituir y ampliar los derechos de la sociedad, asumir el control del excedente económico y expandir la generación de la riqueza con su distribución (defensa de los recursos naturales y manejo soberano de los mismos), esperando que la redistribución de las riquezas se puedan concretar en una tercera oleada. Una distribución de la riqueza que no es sostenible puede generar frustraciones terribles de las que difícilmente haya recuperación en décadas.

 

Las estructuras productivas en la región responden aún a la realidad del capitalismo dependiente, periférico y subdesarrollado. El neoliberalismo vendió la idea de que era rentable sustituir la noción de patria y de nación por la de mercados. El libre comercio está demostrando que tiene una capacidad letal para desmontar los aparatos productivos y convertir a los estados en blanco de la delincuencia organizada y del capital financiero. Y para eso tampoco hubo propuestas ni respuestas. Solo denuncias.

 

Es necesario que en las agendas de nuestros movimientos y gobiernos progresistas, se reposicionen ideas que nacieron en esta época, como la creación de instrumentos de financiamiento del desarrollo –el Banco del Sur, por ejemplo–, la utilización de monedas nacionales en el comercio regional, el fortalecimiento de los mecanismos de pagos a través de la cooperación, la reducción de la fuga de excedentes a través del fortalecimiento de los mecanismos de control de capitales.

 

Se enfrenta una arremetida contra la unidad latinoamericana y especialmente contra los avances y logros que generaron los gobiernos y los pueblos en la integración. Los partidarios de mantener nuestras sociedades y nuestras economías en una relación subordinada se reorganizaron y vistieron de otro ropaje sus propuestas de libre comercio. Quizás nos tomó desprevenidos, pero está en marcha una contrarrevolución conservadora contra los logros alcanzados en nuestro sur: se reactivan propuestas de desarrollo favorables al libre comercio, mientras los sectores más reaccionarios se disfrazan de abanderados de la defensa de los derechos humanos y la democracia.

 

Ese proceso de producción de amnesia colectiva cuenta con el inmenso poder que tienen los medios de comunicación corporativos para producir mentiras y medias verdades –y cartelizados para difundirlas–, confundir y manipular, privatizando la opinión pública. La estructura de la desigualdad la mantienen no sólo el capital financiero, las instituciones financieras internacionales, o el complejo industrial-militar, sino que tienen un puntal fundamental en los grandes conglomerados privados de comunicación, que se atribuyen el poder de determinar cuál gobierno es bueno y cuál es malo, de acuerdo a los intereses del capital que ellos defienden.

 

En casi toda América Latina (quizá salvo Uruguay, donde sobrevive la central única de trabajadores), el fraccionamiento del sector laboral, en capillas aisladas, que no es reciente ni casual, únicamente beneficia a una clase patronal insensible, sustentada en el leseferismo oficial de los llamados gobiernos populares y en la postura conformista de las grandes mayorías.

 

Uno de los objetivos de ese uno por ciento de los “dueños del mundo” es neutralizar, aniquilar todo movimiento de resistencia en su contra, desde los partidos progresistas hasta los movimientos populares. Durante muchos años, los dueños del poder encontraban más cómodo negociar con los sindicatos, darle un lugar en sus gobiernos o parlamentos, pero en esta etapa, donde desde los gobiernos progresistas intentaron (y algunos lograron) realizar cambios estructurales, la derecha ha decidido ahogar todo vestigio de movimientos antisistémicos.

 

No hay lugar para aquellos que no siguen a rajatabla el libreto neoliberal, extractivista, depredador. Para ello trabajaron en la domesticación, el adocenamiento, incluyendo la inserción o cooptación de líderes de movimientos y partidos de izquierda en la estructura del poder fáctico. Pero como esto no alcanzó, trabajan en la desestabilización y los golpes de Estado, cruentos o blandos, con una estructura de poder donde confluyen las grandes corporaciones nacionales y trasnacionales, las elites y el terrorismo mediático desarrollado por las usinas de imposición de imaginarios colectivos de la prensa hegemónica.

 

Sin duda no es lo mismo el acceso al mercado de consumo, muchas veces sacando de la pobreza a importantes sectores sociales, que jugarse por cambios estructurales que garanticen la inclusión, la equidad, la igualdad de oportunidades en educación, salud, nutrición y la gestación de democracias participativas (no solo declamativas).

 

Es hora de pensar a largo plazo, con sentido estratégico y no ahogarse en esa confusión de que resistencia significa denunciología permanente. Es la única forma de construir nuevas sociedades, nuevas democracias, y no continuar ayudando a gestionar las dificultades de este sistema antipopular, Tenemos en América Latina y el Caribe más de cinco siglos de luchas de resistencia y nos cuesta comprender que es tiempo de construcción. Claro, es mucho más difícil que la denuncia permanente, y para ello hay que tener una visión estratégica y no coyuntural.

 

Y, lamentablemente, seguimos comprando los espejitos de colores que nos ofrecen desde la usinas del colonialismo, en Estados Unidos o Europa. Ese colonialismo cultural, que aún no hemos logrado sacudirnos, hace que no creamos en nuestras fuerzas, en nuestras soluciones colectivas, y nos dejemos llevar por cantos de sirenas de quienes jamás entendieron quienes somos, como somos y qué queremos ser.

 

¿Qué es izquierda?

 

Gonzalo Civila | Pretender definir “izquierda” formulando o desagregando conceptos de manual sería tan abstracto como artificial e inútil. Cuando nosotros, militantes del cambio social, mencionamos ese término o nos identificamos con él, no evocamos un significante politológico, sino más bien un “hacer” desplegándose dialécticamente en la historia, orientado por valores de solidaridad, libertad y justicia, una convicción de que el mundo puede y necesita ser transformado, una praxis comprometida de liberación con y desde el lugar social de los oprimidos, una memoria y una actualidad de lucha.

 

La izquierda es para nosotros proyecto emancipatorio, radicalmente humano, que se propone construir sociedades en las que quepamos todas y todos, no como competidores que disputamos límites o establecemos relaciones de dominio, sino como sujetos abiertos y cooperantes, protagonistas de un destino común.

 

En esta perspectiva, ser de izquierda es rebelarse contra cualquier relación de sojuzgamiento y humillación, es revindicar la capacidad democrática de crear el presente y el futuro en función de voluntades colectivas, es desafiar las lógicas dominantes del sistema para inventar y practicar otras que nos permitan reducir brechas, acortar distancias, superar cualquier tipo de explotación y alienación deshumanizante o colonizadora, entre clases, países o grupos cualesquiera sean.

 

Ser de izquierda es tensionar los límites del sistema, no de forma voluntarista o heroica, sino buscando hacer posible lo necesario y deseable, forjando trabajosamente las condiciones objetivas que permitan avanzar en ello y la conciencia social mayoritaria que esté dispuesta a ponerse en acción para concretarlo. Ser de izquierda es deconstruir el sentido común conservador.

 

La izquierda así concebida implica programa, pero también una ética, una actitud, una construcción desde las mayorías sociales subalternas y desde las minorías discriminadas, segregadas y oprimidas, una superación práctica y teórica de la resignación, una afirmación política de la diversidad de la vida y de la comunidad como fundamento y posibilidad.

 

Ser de izquierda es, en definitiva, concebir a la política como lucha para transformar, como gesta policéntrica y plural, como síntesis de imaginarios, intenciones, demandas y acciones justas, solidarias, auténticamente libres. La izquierda es política de partidos y gobiernos, lucha de grandes organizaciones, pero también construcción microsocial, territorio, filosofía crítica, cultura, arte, universidad, educación popular.

 

¿Qué hacemos los que integramos el campo de la izquierda? ¿Qué funciones tiene nuestra lucha política y social? ¿Qué contenidos implica el despliegue de esas funciones en un contexto histórico determinado?

 

Hoy, en esta América Latina revuelta, planteamos la necesidad de analizar a los movimientos y partidos de izquierda en una matriz que implica tres dimensiones dialécticamente imbricadas, concebidas las mismas como funciones de la acción: 1) lucha reivindicativa, 2) construcción contra-hegemónica y 3) definición de políticas públicas. Creemos que esta matriz resulta más dinámica, menos esquemática, que la de tres actores: movimientos sociales, fuerzas políticas y gobiernos, aunque guarda cierta correlación con ella.

 

1) La izquierda es, aquí y ahora, lucha reivindicativa, como siempre ha sido y jamás dejará de ser. Es decir, no hay izquierda sin movimientos sociales que expresen demandas justas y solidarias surgidas desde la subalternidad. La lucha de la clase trabajadora organizada, la de las mujeres feministas, la de los grupos discriminados por etnia u orientación sexual, la de los y las cooperativistas, la de los que revindican la necesidad de modelos que superen el extractivismo y detengan la degradación ambiental, la de las organizaciones de derechos humanos, y un sinnúmero de agentes más que constituyen un campo de reclamos y propuestas de distribución y de reconocimiento, clasistas, identitarias, territoriales, temáticas, que para concretarse necesitan desafiar al status quo funcional al poder dominante y profundizar la democracia, son consustanciales a cualquier plataforma de izquierda.

 

2) La izquierda es, aquí y ahora, construcción contra-hegemónica, es decir lucha por forjar un sentido común alternativo, por hacer avanzar una orientación moral e intelectual en la sociedad opuesta a los valores y prejuicios dominantes, enfrentando decididamente la lógica del egoísmo, el lucro y la competencia que rige la dinámica del mercado capitalista y que formatea y disciplina las subjetividades en nuestra sociedad. En definitiva, la necesidad de desnaturalizar lo establecido y desafiar los parámetros habituales de la percepción y la construcción de los problemas sociales – como sabemos, deformada por la ideología dominante – es también consustancial a la izquierda. Tan consustancial que incluso las luchas reivindicativas tomadas separadamente, pueden hiper-fragmentarse, corporativizarse y hasta desviarse o instrumentalizarse en sentido opuesto, sino logran converger y formularse integradamente en el contexto de una visión alternativa del mundo y la vida.

 

3) La izquierda es, aquí y ahora, gobierno o vocación de gobierno, porque el Estado sigue siendo un factor importante en la dinámica del poder social, expresión de una correlación de fuerzas y un proyecto de sociedad, porque desde él pueden promoverse políticas públicas orientadas según los intereses de los sujetos sociales que la izquierda expresa, porque gobernar a la vez que implica administrar supone para nosotros mostrar que otra forma de pensar lo público es posible, promover la participación, hacer pedagogía política con hechos y palabras en el sentido de la construcción contra-hegemónica y también del reconocimiento de luchas reivindicativas justas. Ciertamente el riesgo de que la lógica del Estado, instituido por las clases dominantes, despotencie o desdibuje nuestro proyecto político, el riesgo de que lo institucionalizado nos coopte está a la vuelta de la esquina, pero no hay forma de deconstruir eficazmente esa matriz sin conquistar posiciones que permitan redirigirla, perforarla, imprimirle una dinámica rebelde que se vuelva críticamente sobre ella para producir, por aproximaciones sucesivas, síntesis nuevas y mejores.

 

La vigencia de las luchas de izquierda, así comprendidas, es indudable en un mundo caracterizado por una brutal concentración de poder y riqueza en manos de minorías privilegiadas y grandes corporaciones transnacionales, por el avance de una cultura que consagra y reproduce esa realidad -generando además de miseria, pobreza y desigualdad, una creciente insatisfacción y vacío en las personas y la inviabilidad de la vida de una parte importante de la humanidad-, sumado a una creciente degradación ambiental, producto de una relación irracional y destructiva con la naturaleza. En este contexto el horizonte de la izquierda es, nada más ni nada menos, que la construcción de una alternativa civilizatoria que garantice y priorice la vida humana, de vocación esencialmente poscapitalista y radicalmente democrática, concibiendo a la democracia como desmercantilización y socialización creciente de factores políticos, económicos, sociales y culturales.

 

La realidad global confirma que la crisis que hizo eclosión en 2008 en Wall Street -corazón financiero de EEUU y el mundo-, no era tan sólo una crisis financiera, como algunos nos quisieron hacer creer, sino una profunda crisis económica y productiva, producto de la lógica intrínseca del capitalismo, para la cual la razón del lucro sin límite ni medida a favor de unos pocos, se antepone a la vida humana misma.

 

Esta nueva crisis, sucede a una etapa en la que EEUU pudo sostener un proceso de expansión del consumo con salarios reales a la baja. En lo que pretendía ser una receta perfecta que aplacaba el conflicto distributivo esencial entre capital y trabajo en el centro más poderoso del capitalismo, grandes masas trabajadoras fueron víctimas de una brutal, inescrupulosa e insostenible burbuja financiera, que hizo más ricos a los ricos y reventó en desempleo, pobreza y desesperación para los demás.

 

La actual fase del ciclo económico deja además en evidencia que no hay economías desacopladas o inmunizadas frente a una crisis que no termina ni deja de producir víctimas sociales, ante la impasibilidad de burocracias internacionales que no modifican sustantivamente sus recetas e imposiciones a la vez que contemplan de forma cómplice la usura internacional y la expansión de un imponente sistema financiero en las sombras, carente de regulación alguna.

 

La reversión de varios procesos de avance popular en América Latina – esperanza y laboratorio político de un mundo sin alternativas a la vista – y la etapa de ajuste estructural que parece abrirse paso en la región, los límites objetivos y subjetivos del modelo de inclusión y bienestar entre los que se cuenta el papel de sectores sociales que habiendo mejorado su vida miran con recelo al Estado y se identifican con los de arriba, y la violentización creciente de las relaciones sociales son algunos datos innegables de una coyuntura que nos desafía.

 

Por su parte, la prolongación de la crisis global y la exacerbación de fenómenos fundamentalistas y nacionalismos xenófobos y fascistoides en otras latitudes, nos coloca una vez más al filo de una “resolución” trágica, agudizando y generalizando los conflictos ya existentes. Esta “salida” constituye un gran negocio para el capitalismo ilegal en general, la industria armamentista y el conglomerado bélico de los centros más poderosos del mundo, que a su vez reducen y legitiman como “choque de civilizaciones” y conflictos interreligiosos la podredumbre de un sistema insostenible y tendencialmente incompatible con la vida humana, cuya superación, en tanto fenómeno global, no está al momento contenida dentro de ningún proyecto políticamente formulable con alcance, escala y niveles de aceptación social suficientes.

 

Ser de izquierda es, en este mundo y en este continente, un imperativo humanista de defensa de la vida, e implica hoy una reivindicación de la política hecha desde las mayorías sociales, mucho más allá del reduccionismo de la gestión, confrontando nítidamente con los proyectos conservadores y preservando nuestra lucha política de cualquier práctica funcional a su deslegitimación. Ser de izquierda es reconstruir, global y regionalmente, alianzas y perspectivas comunes que nos permitan avanzar, desde la sociedad, en esa formulación tan urgente como incierta y pendiente. La utopía reaccionaria del capitalismo eterno puede terminar con nosotros si no llegamos a tiempo.v

 

Izquierda hoy, a propósito de nuestros debates actuales

 

Roberto Conde| En un trabajo publicado en 2013 por Nueva Sociedad, el profesor Thomas Meyer analiza la situación de la socialdemocracia en Europa y a modo de balance de la crisis desatada en 2008 evalúa que: “nuevamente se acentúa la división de clases en bloques, se eliminan las oportunidades de ascenso social y aumenta el riesgo de caer en la precariedad, mientras el contrapoder sindical se debilita y el estado democrático tiene cada vez menos poder para imponer las reglas de la economía”.

 

En la nota de presentación la revista hace mención a los 150 años de fundación del SPD y comenta que el autor convoca a recuperar la radicalidad de la socialdemocracia retomando de manera militante sus cinco grandes objetivos: igualdad, superación de la sociedad de clases, estado social universal que asegure la inclusión, seguridad social y humana y predominio de las decisiones políticas democráticas frente al poder de la gran propiedad y los mercados.

 

El curso de los acontecimientos que observamos en Europa en los tres últimos años no va precisamente en esa dirección. Por el contrario asistimos al ascenso de las políticas de derecha, al disciplinamiento sanguinario contra Grecia, la caída de la solidaridad europea, el crecimiento del euroescepticismo y ahora al brexit. En suma más desigualdad en Europa, además de la barbarie de la política antiinmigración, y el asomo de las actitudes chauvinistas incluso en las clases trabajadoras. Esta película ya la vimos.

 

Aquí en nuestro continente estamos asistiendo al pleno desenvolvimiento de un incruento pero categórico golpe de Estado en Brasil. Golpe “parlamentario” pero lo fundamental es su neto contenido de clase. La burguesía paulista con José Serra a la cabeza toma el poder para manejar las condiciones de la acumulación del capital en tiempos de crisis, ante un gobierno que no ha tenido poder de sustentación institucional porque no pudo construir suficiente poder político-social para controlar democráticamente las instituciones. El PT fue contenido o controlado o condicionado por la burguesía y cayó después de doce años de gobierno, y su lucha tendrá que recomenzar.

 

Por detrás se detecta sin ningún esfuerzo, la presencia discreta pero hegemónica de los EE.UU. imponiendo su visión geopolítica global y la defensa de sus intereses, o sea el dominio militar absoluto del Atlántico Sur, el petróleo del pre-sal y la apertura sin condiciones de una vez por todas del gigantesco mercado brasileño. También el petróleo, igual que en Venezuela aunque allí su presencia es menos discreta. Es abiertamente injerencista.

 

Nuestras izquierdas en el intento de consolidar “el cambio de época progresista” tienen que enfrentarse una vez más al poder de las estructuras dominantes en su urdimbre de alianzas nacionales-transnacionales, alianzas de clase que “en tiempos de paz” se revelan a través del control económico y de los medios masivos de comunicación para imponer el consumismo y evitar la masificación de una cultura alternativa y emancipatoria.

 

Y aquí nosotros, nuestro Frente Amplio, nuestro Uruguay. Estamos comenzando a enfrentar el “límite del crecimiento” en condiciones tales que nos encontramos en una hiperdependencia de las decisiones de los inversores privados, lo que constituye un fuerte límite a nuestra autonomía de políticas. Enfrentados a las consecuencias de la crisis del capitalismo central, que caen sobre los países periféricos, estamos viviendo además las tensiones políticas internas propias de la falta de recursos y de consenso para responder.

 

Estamos padeciendo por la falta de claridad estratégica para conservar el impulso de estos once años. En este inventario de dificultades encontramos posiciones totalizadoras que plantean directamente el agotamiento de un modelo. Gudynas, por ejemplo (ver Brecha del 23/12/15) escribe: “el agotamiento de los progresismos puede ser descrito en tres dimensiones. La primera es la pérdida de su capacidad de innovación en las ideas y prácticas; la segunda está en que finalmente asumen como fatalidad no poder resolver una serie de cuestiones clave que habían prometido solucionar, y finalmente un cambio en el balance de las prioridades, donde se ponen casi todas las energías en permanecer en el poder estatal”.

 

En esta última afirmación se desliza otro orden de críticas dirigidas a un cuestionamiento ético sobre el ejercicio del poder. En la misma publicación Zibechi, luego de afirmar que en el Uruguay y en el Frente Amplio la corrupción no juega un papel determinante, agrega sin embargo que en el Frente Amplio existe esa “tremenda tendencia a no despegarse del sillón”. “La hipótesis es (continúa) que la voluntad de poder deglutió la voluntad de cambios, que la administración de lo existente insume tantos esfuerzos que no deja restos para crear algo nuevo que es la única forma de cambiar el mundo”.

 

Y más abajo refiriéndose a lo que califica de confusión en el Frente, añade: “Hoy son pocos los que pueden decir de forma sencilla y clara, en que consiste ser de izquierda”.

 

Desde su condición de”frentista histórico” Fernández Galeano aporta (Voces 17/3) también su mirada crítica: “La causa del declive es la despolitización, la pérdida de valor de la política, … ausencia de debate y de autocrítica, … se instala el dejá quieto, o barrer para debajo de la alfombra.” … “El problema nodal que tenemos en el Frente Amplio hoy es la pérdida de iniciativa en el debate político. El Frente agotó su agenda”. Y reclama la necesidad de pensamiento crítico.

 

Todos estos diagnósticos derivan de la realidad en que nos encontramos: el progresismo no se conjuga sino que choca contra el núcleo duro del capitalismo. El centro del pensamiento crítico de izquierda debe enfocarse en este fenómeno contemporáneo.

 

En la revista que cité arriba, Marc Saint-Upéry entrevista a uno de los editores de la revista estadounidense de izquierda “Jacobin”. En una de sus respuestas, Seth Ackerman afirma:”nosotros siempre sostuvimos de manera explícita que no existe una contradicción intrínseca entre las reformas dentro del capitalismo y una posible superación de este”.

 

¿En qué tramo de esta historia nos encontramos?

 

¿Qué significa esto en la búsqueda de una salida a la crisis de civilización en que nos encontramos?

 

Es una tesis apasionante porque hasta ahora no ha sido probada. Si queremos explorarla tenemos que empezar por plantearnos ese camino y no conformarnos sólo con “administrar lo existente” y saber además que para llegar a él la única conexión posible es nuestra lucha de siempre.

 

¿Dónde nos encontramos como izquierda?

 

Alejandro “Pacha” Sánchez| La izquierda uruguaya protagonizó durante los últimos meses una revitalización del debate interno con la discusión central sobre su futuro. Lo hizo en el marco de sus elecciones internas para la renovación de la conducción política a nivel nacional, departamental y local. Trató de reencontrarse a si misma en el intercambio cara a cara, en los comités y en los territorios, sobre lo hecho hasta ahora y lo que resta por avanzar, que no es poco.

 

En un escenario regional marcado por la fuerte ofensiva de las derechas para retomar la iniciativa política, lo realizado por el Frente Amplio es significativo, y merece ser analizado con detenimiento.

 

No es un secreto que los procesos políticos progresistas y de izquierda en la región sudamericana se encuentran en situaciones contradictorias. Un primer elemento, poco analizado hasta ahora, es que en los países de la región en los cuales gobiernan fuerzas progresistas, las derechas se han reorganizado y de a poco se fueron consolidando. Aunque no tienen modelos alternativos para aplicar, despliegan ofensivas en alianza con los grandes medios de comunicación y los sectores financieros ligados al capital transnacional, que son los que le dictan la receta. Con esa fórmula, avanzan sobre todos los logros que mal o bien se hayan podido concretar por parte de los gobiernos progresistas.

 

En cambio, en los países donde gobierna la derecha (Colombia, Perú, Paraguay), las fuerzas de izquierda aún se encuentran en proceso de reorganización, sin unidad política de largo plazo. En el peor de los casos, dispersas o enfrentadas entre sí.

 

Independientemente de quien gobierne, a nivel latinoamericano necesitamos reconocer la debilidad de los partidos de izquierda, como organizaciones políticas, como organizadores de la realidad. La debilidad de los partidos de izquierda repercute directamente sobre la politización de la sociedad, y por ello tienen consecuencias sobre el conjunto del sistema político.

 

En paralelo a la ofensiva de las derechas, lo que viene presentándose es la emergencia de nuevos liderazgos conservadores, asociados a un perfil que proviene de fuera de la “política tradicional”, personajes exitosos en el terreno empresarial o que impulsan un discurso alejado de la política. Se presentan a si mismos como envases desideologizados (“ni de derecha ni de izquierda”) que vienen a gestionar el Estado de forma profesional, supuestamente neutra y sin criterios políticos. Sostienen que existe un supuesto “agotamiento de la política para resolver problemas de la gente”.

 

Uno de los caldos de cultivo ideales para la emergencia de este tipo de planteos es precisamente la ruptura en la polítización de la sociedad, donde las organizaciones y partidos de izquierda dejaron de jugar el papel central. Son varias razones las que explican esta ausencia: la salida de dirigentes políticos hacia responsabilidades en la gestión de gobierno, la desconexión con los planteos estratégicos y de largo plazo, la escasa renovación en los planteos y la militancia.

 

A lo largo de la historia del Uruguay, la población se ha sabido dotar de organizaciones e instrumentos para incidir sobre el sistema político, articulando los diferentes intereses específicos e ideologías, para generar las síntesis necesarias entre opiniones diferentes. Los partidos políticos tradicionalmente, han jugado este en Uruguay.

 

A partir del acceso al gobierno por parte del Frente Amplio, Uruguay comienza a experimentar un proceso de transformaciones, partiendo del cambio en la idea de que el país solo podía ser conducido por las élites políticas dentro de los partidos tradicionales. Antes de eso, Uruguay era un país de partida que no retenía a sus jóvenes, no protegía a los niños, no daba suficientes oportunidades a los trabajadores y no reducía las fuentes de exclusión social. Eso de a poco fue cambiando y sin dudas todavía falta concretar muchas transformaciones, pero más allá del terreno social o productivo, vale la pena centrarse en el terreno político.

 

El Frente Amplio socializó la política. La participación de la sociedad en política se generó por diversas vías: reconociendo derechos, restableciendo ámbitos de negociación colectiva, estableciendo regulaciones, generando ámbitos de diálogo social y político, más allá de los resultados concretos de cada proceso particular. El Congreso de Educación, la Ley de Educación, y la situación de la educación en la actualidad, es un ejemplo de proceso en el cual el resultado no está a la altura de los componentes que lo integran.

 

Por esto, cuando hoy se habla de que el Frente Amplio se encuentra en crisis, y se asocia esta supuesta crisis a problemas de participación, masividad y movilización, se pierde de vista que las consecuencias van más allá de la situación partidaria, y se extienden sobre las posibilidades de la sociedad uruguaya de continuar politizándose.

 

Los problemas pasan por otro lado. Pasan por la ausencia de conducción, de formación política y de información a la base partidaria, y finalmente por la ausencia de un diálogo estratégico con los sectores organizados de la sociedad, particularmente el movimiento de los trabajadores.

 

Hay que estar alertas contra el riesgo de vaciar a los partidos políticos, algo que sucede si se convierten en meros depósitos vacíos para el emprendedor político más exitoso del momento. Allí, donde no hay partidos fuertes, con vida orgánica propia, con objetivos y procesos de discusión en los cuáles éstos se debaten y se clarifican los medios para alcanzarlos, los procesos de cambios sociales se terminan deteniendo y en muchos casos, volviendo atrás.

 

En muchas oportunidades incluso se ha visto cómo ante la ausencia de partido o organización política que sostenga los procesos de transformaciones sociales y económicas, se intenta recrear -detrás de un liderazgo exclusivo- estructuras de gestión política.

 

En Uruguay se está queriendo implantar de a poco un sistema político de “menos partido”. Ese escenario favorece a dinastías políticas, millonarios volcados a la política, y otros tipos de outsiders.

 

Un partido débil no tiene capacidad de cumplir su programa. Este es uno de los principales riesgos que corre el Frente Amplio…

 

En la medida que mucha de la energía militante de las llamadas “bases” y de los sectores se dirige a la discusión del programa, éste luego se convierte en el resultado de un proceso político que unificó una propuesta: el Frente Amplio deja de ser coalición cuando aprueba el programa, que es el programa “de todos”. Si el Frente Amplio continúa sin conducción política, el programa -que es la expresión del conjunto- se queda en papel escrito, sin posibilidad de salir de él.

 

Por ende, el fortalecimiento del Frente Amplio se asocia directamente con las posibilidades de concretar el desarrollo en el Uruguay.

 

Las lógicas de gobierno y de construcción de gobernabilidad son muy demandantes y existe el riesgo -muchas veces constatado- que se confunda organización política con gestión de gobierno. Esas lógicas, en el peor de los casos, terminan succionando toda la energía de las organizaciones políticas, que se ven reducidas a poleas de transmisión desde lo gubernamental a lo societal.

 

Debemos evitar este camino, porque conduce no solo a fracasos electorales, sino a derrotas políticas y estratégicas.

 

La restauración conservadora propone una supuesta “nueva política”, lo cual nos genera contradicciones, y demuestra que tenemos pendiente el planteo estratégico para la etapa que se viene. Ya sacamos al país de la crisis, ya demostramos (y nos demostramos) que podemos gobernar. Ahora es preciso enfrentar la idea (posible) de que el período histórico del Frente Amplio no es más que una anomalía en el devenir de los acontecimientos, luego de lo cual todo volverá a una relativa estabilidad.

 

* Joven político y legislador que pertenece al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros e integra el Movimiento de Participación Popular (MPP) en el Frente Amplio.. Presidió la Cámara de Representantes entre el 15 de febrero de 2015 y el 15 de febrero de 2016 y fue candidato a la presidencia del FA.

 

16 agosto, 2016

http://estrategia.la/2016/08/16/debate-en-uruguay-donde-esta-la-izquierda/

 

https://www.alainet.org/en/node/179556?language=es

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