La “reforma educativa”, la más trascendente de las 11 “estructurales” impulsadas por Enrique Peña, eso decía el hasta hoy secretario de Educación Pública, es en buena medida una disputa por las riendas del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el más numeroso del subcontinente pero ya sin la influencia que tuvo durante Elba Esther Gordillo, la cacique prisionera del sexenio y sin el apoyo de la cual resultaría inconcebible la gubernatura que ocupó EPN en el estado de México.

Riendas que formalmente se encuentran en manos de Juan Díaz, el operador político principal de Gordillo Morales hasta su encarcelamiento, y ahora aliado principal de Peña Nieto y Nuño Mayer en su proyecto de someter al magisterio a una evaluación punitiva permanente, la inestabilidad en el empleo y la cancelación de los derechos laborales y prestaciones sociales conquistados en décadas, todo ello en consonancia con dictados de organismos de dominación como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, conducida por el salinista y precoz pensionado José Ángel Gurría.

Lo explica así Manuel Gil, doctor en Sociología de la Educación: “La reducción del problema educativo a un solo factor y este factor el magisterio, es estigmatizado, acusado en su totalidad como un conjunto de ignorantes, irresponsables, faltistas, etcétera, condujo a una reforma educativa que tiene como eje principal el sometimiento de un magisterio que previamente fue marcado”. Esto bajo la presión de Televisa y Mexicanos Primero, donde convergen los dueños del país y sus muy inteligentes intelectuales orgánicos, a buen recaudo en las nóminas de los corporativos de la plutocracia.

El “eje central” de la reforma educativa tuvo que “pasar por el desprestigio de los maestros, ignorando las autoridades, en particular (Aurelio) Nuño que “durante los 10 años previos ya en el proceso el complejísimo problema educativo mexicano que es deficiencias en el aprendizaje derivado de muchísimos factores”. Los maestros fueron concebidos “como objetos y no como sujetos de la transformación”.

Es comprensible que las voces que proponen abrir un debate sobre la reforma educativa y que desemboque en la revisión de la legislación aprobada por la partidocracia que sustituyó al Senado y la Cámara de Diputados, sean mayores, diversas e influyentes: los obispos de Chiapas y de Acapulco, varios senadores panistas y perredistas, también Jorge Castañeda mientras no está acompañado de su socio y amigo Héctor Aguilar, porque entonces todo lo reducen a una disputa por clientelas y dineros. Hasta Leo Zuckermann los increpó: ¿Entonces el movimiento magisterial nada tiene de legítimo? Silencio. (La Hora de Opinar, 4-VII-16).

La pujanza ascendente del movimiento de la Coordinadora Nacional que incluye secciones magisteriales que no habían destacado por su participación como Monterrey y Torreón; la permanencia y dinamismo de los bloqueos en Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán a pesar del ultimátum del secretario de Gobernación; las simpatías entre padres de familia y comunidades rurales y urbanas completas; el relativo fracaso de la histeria gubernamental por el “desabasto de productos básicos” (desmentido por medios y voces críticas) y patronal por las pérdidas multimillonarias; el linchamiento mediático al más viejo estilo de la verdad única (la triunfal despedida, pues, del rostro de Joaquín López-Dóriga, no de su manipuladora y corrupta práctica de desinformar), alimentan el incierto futuro de la madre de todas las “reformas estructurales”.

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