Arena Coliseo

16/05/2016
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A la bella Kila.

 

Aprovecho que estoy medio noqueado de salud y en cierre de la edición número 332 de Forum en Línea, próxima a cumplir su primer cuarto de siglo de vida, en agosto, para compartirle uno de los textos de mi archivo favorito, el de Remembranzas:

 

La cantina de don Catarino se encontraba en la calle 10 entre Independencia y Victoria, a sólo cinco cuadras de la Arena Coliseo y era, entonces, paso obligado de todas las estrellas del boxeo y de la lucha libre que se presentaban en la fronteriza Matamoros, de la que era amo y señor del crimen organizado Juan N. Guerra, el tío de Juan García Ábrego, a la luz del día y con la complacencia de los hombres del poder.

 

Una figura estelar naciente, en 1956, era Ultiminio Ramos. En camino a la Coliseo lo acompañaron cientos de sus seguidores que convirtieron a la décima y al barrio en una romería.

 

El de Matanzas, Cuba, hizo un alto en el camino para tomarse una de las aguas de fruta, bien heladas para un calor que en verano rayaba los 40 grados centígrados, que preparaban Maximiana y Pascual, la hija y el yerno de don Catarino, y que vendían en un pequeño puesto situado a un costado de la cantina pero separado de ésta.

 

Como la estrella boxística más tarde mexicanizada, recorrieron el mismo camino muchos de sus pares, pero es mejor omitir los nombres para evitar los arbitrarios olvidos, que la memoria ya desgastada por el tiempo suele cobrar. (Mas recuerda bien que cuatro décadas más tarde, Gustavo Robles le presentó al Ratón Macías, ambos compañeros en el Revolucionario Institucional, afuera del Fiesta Americana, de la Glorieta de Cristóbal Colón).

 

En aquel bullicio boxístico y de la lucha de los encordados, estimulada también por la clientela del Valle del Río Grande, Texas, el séptimo de los hijos de don Catarino y doña Graciela, se resignaba a verlos pasar, si acaso saludarlos e incluso acompañarlos las cinco cuadras restantes del festivo recorrido popular, en el que los niños ponían la nota de la algarabía y la inocencia.

 

Fue seguramente ésta, la inocencia, la que permitió al niño decirle a su padre que deseaba asistir a una función, y aquél preguntó si todavía había boletos a la venta. La respuesta afirmativa sorprendió al progenitor, quien preguntó el precio de la entrada más barata, en gayola, por supuesto.

 

Sin la menor conciencia del dinero y las dificultades para ganarlo, aunque en la vida diaria el niño como su numerosa familia padecieron las estrecheces, verbalizó al padre la cantidad requerida y por el gesto paterno comprendió que era imposible y para que no cupiera duda escuchó “¡Estás loco hijo!”

 

Cuatro décadas más tarde, el tren de la vida colocó al frustrado admirador de aquellas figuras populares como no existen ahora –y de ninguna manera porque “todo tiempo pasado fue mejor” como es común se presuma desde el conservadurismo de los sexagenarios para arriba–, frente a Ultiminio Ramos y Rubén Olivares, alrededor de los micrófonos de Radio Chapultepec y de la improvisada pero audaz conductora de Sin Barreras, quien sencillamente no sabía qué preguntar.

 

Todo fue expresar lo que el par de boxeadores, en particular el de origen cubano, representaron para los niños de la generación del entrevistador, para que se entablara una conversación amena, rica en experiencias boxísticas y vivenciales de los dos, ante el azoro de Martha Elva González.

 

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