Calígula y el espectáculo
- Opinión
Cayo Suetonio en su célebre obra, De vita Caesarum (Vida de los doce césares), presumiblemente escrita hacia el 121 de nuestra era, nos refiere el advenimiento de Calígula, rodeado del cariño de sus contemporáneos: “De este modo llegó al Imperio, al que le llamaban los votos del pueblo romano, y hasta puede decirse del mundo entero: querido por las provincias y por los ejércitos, que le habían visto de niño, y querido por los habitantes de Roma, que amaban en él la memoria de su padre Germánico y el último vástago de una familia desgraciada” Suele acontecer en la historia humana que las masas, seducidas por algún equívoco personaje, lo aclaman con fervor un día sin adivinar las consecuencias de tal apasionamiento.
El rotundo triunfo de Donald Trump en el estado de Nevada ha convertido la nominación del candidato en una posibilidad cierta. El exótico e histriónico personaje ha prometido erigir un muro en la frontera con México, expulsar a millones de latinos indocumentados e impedir el acceso de musulmanes a territorio estadounidense, entre otras medidas. Para sorpresa de todos, -incluidos sus correligionarios-, sus toscos argumentos y sus insultantes diatribas xenófobas no han hecho sino aumentar su atractivo ante un amplio sector del conservadurismo norteamericano.
Mediante un hábil discurso básico, inscrito en la cultura de masas, se dirige a ciudadanos ayunos de la más elemental formación política. El resultado, previsible por lo demás, es arrastrar a las mayorías hacia un eslogan tan vacuo como inane: Make América Great Again. Como un buen conocedor de las debilidades de su pueblo, tras casi un siglo de domesticación mediática –la proverbial estupidez americana-, le ofrece exactamente aquello que reclaman: una idea simple y fácil, pero al mismo tiempo seductora y atractiva. Donald Trump ha convertido la campaña presidencial de los Estados Unidos en el más grande espectáculo para su nación y para el mundo entero cuyo protagonista no podría ser sino él.
El candidato Trump –animal telegénico por definición– se enfrenta a un establishment político e institucional que incluye, por igual, a demócratas y republicanos. De este modo, la cultura de masas, travestida como “video política” o “política del espectáculo”, se contrapone a la racionalidad política anclada, todavía, en los retazos del pensamiento ilustrado y moderno. La mera presencia del candidato Donald Trump en la actual campaña presidencial es, de suyo, un síntoma inquietante, pues señala en primer lugar una decadencia de la noción misma de democracia y, acaso, la bancarrota de una racionalidad que ponía límites a lo “políticamente correcto”.
Para aquellos que consideraban una eventual candidatura de Donald Trump a la presidencia una suerte de imposible, los recientes triunfos del candidato vienen a desmentir esa idea. El candidato Trump sí puede llegar a ser el rostro republicano para ser presidente de los Estados Unidos. Es más, su candidatura abre la increíble posibilidad de que, el día de mañana, con más o menos atributos, emerja otro candidato tanto o más exótico que el actual. La cuestión no radica tanto en el personaje sino en el nivel de descomposición y violencia de la sociedad norteamericana actual.
Por cierto, al decir de Suetonio, uno de los factores que le otorgaron el cariño y la popularidad a Calígula entre las masas a su llegada al poder fue su capacidad para ofrecer “espectáculos” a su público: “Excitaba Cayo al cariño público por todos los medios que granjean esa popularidad… Los juegos que dio en el Circo duraron algunas veces desde la mañana a la noche, teniendo por intermedios ya una cacería de animales africanos, o bien una carrera troyana. Algunos espectáculos de éstos fueron notables, especialmente por estar sembrada la arena de bermellón y polvo de oro, y porque los carros eran guiados sólo por senadores”. Después de dos milenios, las cosas no han cambiado tanto. El circo y el espectáculo sigue excitando la pasión de las multitudes y Donald Trump ha demostrado ser un maestro en este tipo de artes. Habría que insistir en algo que ya hemos señalado: Un idiota es un idiota, dos idiotas son dos idiotas, pero unos cuantos miles ya forman un movimiento político.
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