Nuestra América 2016: ¿Comienzo de un nuevo ciclo?

13/01/2016
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Foto: Archivo ALAI mujeres nicaraguenses custom
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Hay quizá una salida, pero esa salida debería ser una entrada. Hay quizá un reino milenario, pero no es escapando de una carga enemiga que se toma por asalto una fortaleza. … Puede ser que haya otro mundo dentro de éste, pero no lo encontraremos recortando su silueta en el tumulto fabuloso de los días y las vidas…

Julio Cortázar, Rayuela

 

A comienzos de cada año, se nos antoja siempre intentar visualizar qué nos depara, qué podemos esperar de él a partir del balance hecho de lo acontecido en el año que recién concluyó.  Se trata de un ciclo anual que se repite, sin que estemos conscientes de su genealogía grecorromana y su fundamentación en el ciclo solar y el cultivo de la tierra.  De ahí que hubo un tiempo en que el año se iniciaba con la primavera, aún en Oriente, hasta que por diversas consideraciones se fue imponiendo desde Europa que el ciclo arrancara con el mes de enero. Fue bautizado así en honor a Jano, el dios de las dos caras, las del pasado y el futuro. La deidad romana es el de las puertas, las entradas y las salidas, así como el de la dialéctica de los comienzos y los finales.

 

El 1 de enero se conmemora en Nuestra América dos grandes acontecimientos históricos que abrieron la puerta a una nueva posibilidad para construir una nueva sociedad y un nuevo mundo sin la explotación y opresión de unos seres humanos sobre otros.  Me refiero a Cuba, cuya revolución socialista cumplió el primero de enero 57 años de existencia. También hablo de la conmemoración ese mismo día de veintidós años desde la insurgencia zapatista en México y la construcción de ese poder y forma de vida muy otra, desde las comunidades chiapanecas.  Permanentemente en armas, listos para defender lo alcanzado y seguir avanzando, ambos son, a su modo, dos territorios libres de Nuestra América.  

 

Ahora bien, además de festejar estos logros históricos, Nuestra América confronta en este nuevo año la necesidad de repensar críticamente experiencias más recientes como las de Venezuela, Ecuador y Bolivia, así como las que en México, desde sus entrañas sociales y comunales, se protagonizan no sólo en Chiapas sino que a través de todo su mapa nacional. Está también Nicaragua y El Salvador, así como Brasil y Uruguay, sin dejar a Argentina.  Sin embargo, no podemos caer en el error de reducir cada uno de esos procesos y su potencia revolucionaria a lo coyuntural. Tenemos que esforzarnos por elevar nuestras miradas analíticas más allá, a su contexto granestratégico, pues no se trata de procesos aislados y reducidos a sus propias fuerzas e impulsos, sino que son parte de un todo globalmente determinado, en última instancia.

 

El motor de la vida es la contradicción

 

El mundo es todo lo que acontece, desde los hechos y eventos que irrumpen con aparente aleatoriedad hasta los que silenciosamente anidan en éste como una nueva posibilidad histórica que necesita ser potenciada. Se trata de captar el orden vigente desde sus contradicciones. Decía Eduardo Galeano que el motor del mundo y de la vida es la contradicción. 

 

Por eso afirmar, como hacen algunos, que nada será igual en la América Latina como resultado de lo acontecido en el 2015, es una verdad a medias.  La realidad siempre está en constante movimiento producto de las contradicciones que encierra.  Es un cántaro de relaciones y tensiones bajo el cual todo fluye y nada permanece igual.

 

Es por ello que no basta con hablar de los avances más recientes de las fuerzas neoliberales en, por ejemplo, Argentina y Venezuela, sino que más allá hay que aquilatar las grietas sistémicas desde las cuales han surgido, en el presente siglo, nuevas contestaciones antisistémicas de no poca monta ante las pretensiones de someter la vida toda, nuestras vidas todas, a la lógica totalitaria del actual modo neoliberal de acumulación de riqueza mediante la desposesión y pauperización de la inmensa mayoría de la humanidad. 

 

De ahí que los afanes autoritarios de un Mauricio Macri, el nuevo mandatario argentino, por reimplantar por decreto un orden sumiso al capital internacional, particularmente estadounidense, ha potenciado nuevas contestaciones populares, conscientes de que tanto la política así como la legalidad es, en última instancia, producto del balance real de fuerzas y de poder. De paso, el nuevo gobierno, compuesto mayormente por representantes del capital internacional, ha evidenciado una vez más lo poco o nada que le vale la democracia a la burguesía cuando se trata de reinstaurar su poder cuasi-absoluto de clase.

 

Comuna o nada

 

En Venezuela, el golpe de timón al proceso bolivariano que en el 2012 quiso asestar Hugo Chávez, poco antes de morir, a favor de la construcción urgente de un poder comunal como única vía de desarrollo de una verdadera y exitosa revolución, parece que por fin se ha retomado, con el ímpetu y el contenido debido, por sus herederos políticos luego del triunfo de la derecha en las recientes elecciones legislativas y su amenaza de desacatar la autoridad y las decisiones del gobierno del presidente Nicolás Maduro hasta derrocarlo.

 

Chávez estuvo siempre consciente de las limitaciones del Estado heredado, sobre todo por su burocratización, sectarismo y corrupción. De ahí́ la creación de las “misiones”, como el primer paso hacia la socialización efectiva del poder político. El desarrollo de un nuevo poder comunal constituyó el próximo paso, fiel a su creencia en un socialismo del siglo XXI.  Conforme a ello, decía que se necesita desarrollar “una red que vaya como una gigantesca telaraña cubriendo el territorio de lo nuevo” y contestando la dominación del capital en todos los ámbitos de la vida social. Si ello no se hace, advirtió Chávez, “la revolución bolivariana estaría condenado al fracaso”.  Por ello le reprochó a sus más cercanos colaboradores haberse dedicado, por ejemplo, a construir y entregar viviendas pero no a la constitución de ese poder comunal.  “Comuna o nada”, sentenció.  Y añadió: “Cuidado, si no nos damos cuenta de esto, estamos liquidados y no sólo estamos liquidados, seríamos nosotros los liquidadores de este proyecto. Nos cabe una gran responsabilidad ante la historia”.

 

A veces se nos olvida que los procesos revolucionarios están permanentemente permeados de contradicciones. Por ello no asumen formas fijas, ni permanentemente ascendentes.  Irrumpen, para luego tomar cierta consistencia en su cometido por desarrollar una nueva ordenación política, económica y social. Sin embargo, en el proceso de avanzar, enfrentan retos que deben ser encarados adecuadamente. De lo contrario advienen reflujos y retrocesos.  La historicidad concreta, con sus correspondientes tensiones, que enfrentan los procesos revolucionarios es lo que hace que sean fenómenos abiertos y no cerrados, cuyas determinaciones y limitaciones internas y externas son un desafío permanente a su reproducción ampliada y a su supervivencia en el tiempo.

 

¿Comienzo de un nuevo ciclo?

 

Hay quienes se preguntan si lo ocurrido recientemente en Venezuela, así como en Argentina e, incluso, Brasil, con el escasamente disimulado golpe que anida tras los intentos por residenciar a la presidenta Dilma Roussef, no será señal de un fin de ese ciclo inaugurado por Chávez, junto a Lula en Brasil y Kirchner en Argentina; o el agotamiento de un modelo de cambio y desarrollo que se redujo a cambios parciales, aunque importantes, de lo existente, sobre todo del orden neoliberal heredado, sin producir una ruptura sistémica con el capitalismo y el lugar que le fuera asignado por éste dentro de la economía mundial como productor y exportador de materias primas. 

 

Decía Marx con razón que si lo que se propone es la superación de la dominación del capital, no se trata entonces meramente de adoptar formas de propiedad más racionales e incluyentes, más allá de la privada. Ello se debe a que en el corazón de la institución de la propiedad privada burguesa yacen leyes económicas que sólo responden, en última instancia, a la fría necesidad del capital según se manifiesta a través de los mercados globales y sus intercambios. De ahí la inescapable necesidad de que se confronte como tal o se paguen las consecuencias fatales de su minusvaloración, al no cortársele al capital su capacidad de reproducción.

 

Ahora bien, siguiendo la dialéctica de Jano, lo que puede parecer como un fin de ciclo, a su vez constituye la posibilidad para dar comienzo a un nuevo ciclo, con sus retos y oportunidades para aprender del pasado y repotenciar el futuro.

 

La maldita dialéctica de la dependencia

 

Si hay algo que debemos finalmente entender de las actuales turbulencias económicas que afligen a la América nuestra y que, entre otras cosas, han limitado las posibilidades para profundizar algunas de los importantes cambios que se han protagonizado bajo gobiernos progresistas como los de Venezuela, Ecuador y Bolivia, es que hay que profundizar la superación de la dialéctica de la dependencia que ha caracterizado su lugar subordinado en la economía-mundo capitalista.  Las posibilidades revolucionarias de estos procesos se van a determinar, en última instancia, por la economía política, es decir, las relaciones y luchas entre clases en el seno de un régimen históricamente concreto de producción e intercambio social, así como el balance real de fuerza entre éstas.

 

La reducción actual en las tasas de crecimiento, en comparación con las de hace cinco años, son el resultado de una inserción maldita como productores de materias primas en una economía-mundo sujeta a los vaivenes de la especulación capitalista que ha deprimido significativamente sus precios en estos momentos. A eso hay que añadir la reducción del consumo en las economías centrales del capitalismo global (Estados Unidos, Unión Europea y Japón), producto de la pérdida de poder adquisitivo de la inmensa mayoría de sus ciudadanos a partir de la profundización de las políticas neoliberales que sólo benefician a unos pocos.  Ello ha tenido un efecto depresivo sobre el comercio internacional, incluyendo la demanda por materias primas. 

 

En el caso de Venezuela, la situación se agrava por la guerra encubierta que libra Washington contra dicho país, buscando hacer chillar a su economía, con la consiguiente inflación y desabastecimiento que diluye, en muchos sentidos, los avances habidos en la redistribución de las riquezas hacia abajo.  Ello auxiliado por una masiva fuga de capitales, sin hablar de algunas políticas económicas desacertadas por parte del gobierno.

 

También el capitalismo enfrenta un fin de ciclo

 

El mundo capitalista en general se enfrenta así a un periodo de escaso o ningún crecimiento económico, a merced de una cada vez mayor concentración de las riquezas en sectores cada vez más minúsculos. De ahí que se puede vislumbrar que los aleteos neoliberales de Macri en Argentina o de Peña Nieto en México, se estrellarán contra los límites estructurales de la economía-mundo capitalista en estos tiempos.  Que al igual que Peña Nieto, a Macri sólo le cabrá acentuar la concentración desigual de riqueza y, de paso, criminalizar las protestas de todos aquellos que se le opongan a sus designios.

 

De paso se vuelve a corroborar lo que una y otra vez advirtió Marx: el sistema capitalista es un régimen marcado por la lucha entre clases antagónicas y no un orden conciliador de intereses. Su fin no es la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos. Bajo éste, la acumulación de capital tiende a ser proporcional a la acumulación de miseria y desigualdad. Por ello, el capitalismo es incapaz de garantizar un desarrollo equilibrado y prolongado, lo que le tiene dando tumbos de crisis en crisis.  En ese sentido, la crisis le es inherente pues está fundamentada en una contradicción que le resulta irresoluble dentro del mismo sistema.

 

La llamada globalización actual es un intento de retornar a las lógicas de acumulación e internacionalización de fines del Siglo XIX y principios del siglo XX, su belle époque, interrumpidas por el radical declive que sufrió a partir de la Gran Depresión, la crisis del liberalismo, el impacto mundial de la revolución rusa y los procesos de liberación nacional, además de dos conflagraciones mundiales. Lo que le distingue en gran medida de ciclos anteriores de internacionalización es que la globalización actual del capital, mediante su efectiva represión de la contradicción social entre capital y trabajo, ha aumentado la polarización, los antagonismos y la desigualdad a través de la totalidad del planeta, con su secuela impresionante de víctimas.

 

Ahora bien, ¿estaremos ante una mera crisis cíclica del capitalismo o acaso estamos inmersos en una crisis terminal, en términos de sus tendencias más profundas y de más largo plazo, ante el progresivo agotamiento de las posibilidades de seguir reordenando el mundo de espalda a las necesidades y expectativas de sus grandes mayorías?  Y es que, en términos estratégicos, el capital también parecería estar enfrentando su propio fin de ciclo.

 

Las asimetrías impuestas por la fase de expansión neoliberal, particularmente por el capital financiero, ha provocado una serie de turbulencias, sobre todo producto de la redistribución desigual de la riqueza.  Ello potencia, por necesidad, un nuevo periodo histórico que está caracterizado por una batalla entre aquellos que buscan seguir apuntalando al actual régimen de acumulación por desposesión, encabezados por EEUU, y aquellos otros que despliegan una serie de iniciativas contrahegemónicas de largo alcance que persiguen la reestructuración del régimen de acumulación prevaleciente hacia uno nuevo, multipolar y equitativo.  Entre éstos últimos están, por ejemplo, los países miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), particularmente Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua.

 

El Imperio contraataca

 

Incluso, si bien existe en la actualidad una creciente pérdida de confianza en el liderato de Washington sobre esa economía-mundo capitalista, sobre todo desde la crisis financiera del 2008 y la debacle geoestratégica que ha provocado en el Medio Oriente, ello no quiere decir que no siga empeñado en seguir imponiendo, a las malas lo que tal vez se le dificulta cada vez más imponer a las buenas.  De paso, no hay que olvidar que en un tiempo de estados endeudados hasta más no poder, Estados Unidos ha advenido en la mayor nación deudora de la historia mundial.  También tal vez constituya uno de los países con una mayor disfuncionalidad en su capacidad para consensuar decisiones y políticas, entre sus elites económicas gobernantes, profundamente divididas y polarizadas, para una más efectiva gobernanza sobre la economía-mundo capitalista.

 

Esta pérdida de credibilidad por Washington ha propiciado en la actualidad una geopolítica mundial en la que prevalece una situación de caos e incertidumbre, caracterizada por la conversión del mundo actual en un orden de batalla con sus guerras abiertas y sus golpes suaves contra sus enemigos. En el caso de América Latina, Washington pretende recuperar la iniciativa perdida bajo el gobierno de George W. Bush. 

 

Bajo la administración de Barack Obama, se niega, con excepción en cierta medida de Cuba, a un nuevo acomodo ante la ofensiva contrahegemónica protagonizada principalmente por Chávez, Kirchner y Lula, junto a Rafael Correa y Evo Morales, la cual puso fin, por ejemplo, en el 2005 al proyecto imperial del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas).  De ahí su apuesta a favor de la Alianza del Pacífico, conformada por México, Colombia, Perú y Chile, además de Panamá y Costa Rica como miembros observadores.  Se plantea como arreglo alternativo al ALBA y al Mercosur ampliado, con Venezuela y Bolivia, intentando descarrilar así el proceso solidario de integración latinoamericana promocionado militantemente por Chávez, el cual culminó en el 2010 con el establecimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), institución independiente del clásico panamericanismo neocolonial representado por la Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en Washington.

 

El desafío es ser anticapitalista

 

Ante lo anterior, se presenta la necesidad de articular con urgencia una economía política que potencie un nuevo ciclo que se proponga ya la ruptura sistémica con el capitalismo.  “La izquierda olvidó ser anticapitalista”, se quejó recientemente el pensador británico marxista David Harvey. Advierte que si bien hay que reconocer que ha habido una importante redistribución de ingresos y una significativa incorporación de nuevos sujetos políticos bajo los procesos de cambio de los últimos tiempos en la América nuestra, no se ha intervenido con “la base estructural subyacente de la vida”.  

 

Éste es el desafío mayor con el que nos vamos adentrando en el nuevo año. En torno a ello nos jugamos el futuro de la revolución en Nuestra América.

 

Esta es una versión editada del artículo publicado en San Juan de Puerto Rico bajo el mismo título, en dos partes, en el semanario Claridad, los días 7 y 13 de enero de 2016, respectivamente.

 

https://www.alainet.org/en/node/174716?language=es
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