Cambiar el sistema militar-industrial, no el clima

03/09/2015
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En París 2015, los gobiernos del mundo pretenden lograr un acuerdo universal vinculante para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Se trata de la negociación de un nuevo protocolo —el Protocolo de París—, esta vez obligatorio para todas las naciones. Y como ha ocurrido con más intensidad en el último lustro, durante las reuniones de la XXI Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP21), en la capital francesa, se manifestarán dos posiciones incompatibles:

 

Seguir haciendo negocios con la crisis climática, sin reducir sustancialmente las emisiones ni cuestionar de fondo el modelo económico y social dominante, a riesgo de cambiar el clima peligrosa e irreversiblemente más allá de la frontera de los 2°C… O cambiar el sistema.

 

La primera posición estará adentro mismo de la COP21, sobrerrepresentada por los gobiernos alineados a Washington y las corporaciones. La segunda, será defendida por movimientos sociales y organizaciones civiles en todo el mundo, mediante manifestaciones masivas y segmentos representativos que acudirán al espacio alterno de la Cumbre de los Pueblos, en París. Todo ello atravesado por los intereses geopolítico-militares de Estados Unidos que orbitan el petróleo.

 

El gobierno estadunidense, después de mantenerse al margen de los compromisos internacionales para la reducción de emisiones, ahora pretende liderar el proceso. Pero su propuesta interna, anunciada como el más grande y más importante paso para combatir el cambio climático, en el marco del proceso hacia París, resultó el parto de los montes: un ratoncillo que intentará limitar las emisiones contaminantes de las centrales de carbón generadoras de energía eléctrica (verdaderas bestias anacrónicas), en un 32 por ciento en comparación con 2005, durante los próximos 15 años[1]. Así sólo se consigue un liderazgo desteñido.

 

Si se aplican las nuevas normas, advertidos de que el anuncio del Plan de Energía Limpia del presidente Obama ha desatado la histeria de la derecha republicana, muchas plantas de esa clase tendrán que cerrar, pero en justicia deberían haber cerrado hace años pues al no haber estado sujetas jamás a regulación han contaminado impunemente y funcionado por el doble de su expectativa de vida.

 

Más allá de frases afortunadas (“Somos la primera generación que siente el impacto del cambio climático y la última generación que puede hacer algo al respecto”), su diagnóstico coincidente con el consenso científico no hace sino subrayar el gran abismo entre lo que Obama admite y las medidas evidentemente insuficientes que el plan contiene: no mira al conjunto de la industria contaminante y no revierte los pasos negativos de la administración que dieron impulso al fracking y luz verde a las perforaciones de la Shell en el Ártico.

 

El Pentágono y el petróleo

 

Obama usó una cita del Pentágono para argumentar que el cambio climático plantea riesgos inmediatos a la seguridad nacional, pero no considera ni en sueños a las fuerzas armadas en el plan de recorte de emisiones.

 

El complejo militar industrial (es decir, la aterradora maquinaria de guerra del imperio) que detenta el poder en el globo, es el principal dique para las corrientes que intentan acotar y en el mediano plazo abandonar por completo la adicción de la civilización contemporánea por los combustibles fósiles.

 

¿Cuál es la institución que por sí sola consume más petróleo en el mundo? El ejército yanqui. [2] ¿Quién garantiza en última instancia la hegemonía del sistema global encabezado por las corporaciones del petróleo (y las otras)? El ejército yanqui.

 

Por eso es tan difícil la transición a fuentes limpias y renovables de energía porque su desarrollo no tiene aún la densidad energética ni la disponibilidad requeridas para mover el poderío militar y la gran industria del imperio. La única opción viable para evitar la catástrofe climática ahora es reducir las emisiones a partir de bajar el consumo de energía, limitando la actividad industrial y acotando el despliegue militar en el mundo.

 

Pero a pesar de las advertencias de los científicos y del reclamo de los movimientos, adentro de la COP casi nadie está pensando en mover al mundo hacia estilos frugales de vida y sin derroche de recursos. Casi nadie parece dispuesto a frenar a las élites consumistas en su absurda y cómoda carrera de dispendio energético. Y nadie habla de la guerra. Es más, las emisiones contaminantes de los equipos e instalaciones militares ni siquiera son parte del debate.

 

El Pentágono es el ente institucional que consume mayores cantidades de petróleo, pero está exento en todos los acuerdos y medidas sobre control de emisiones en EE.UU. y en los tratados internacionales. En su larga historia de intervenciones, acciones y guerras, el ejército estadunidense no se responsabiliza por daños al ambiente, a los pueblos y a la biodiversidad. Durante las negociaciones del Tratado de Kioto, Estados Unidos exigió que sus operaciones militares en todo el mundo fueran exentas de mediciones y reducciones de gases de invernadero. Aunque consiguió tan ruin exención, se negó a firmar los acuerdos y su Congreso aprobó garantías expresas que eximen a su aparato bélico de cualesquier restricción y medida de emisiones.

 

Oficialmente, el ejército estadunidense usa unos 320 mil barriles de petróleo al día, sin considerar el combustible usado por los contratistas o el consumido en instalaciones alquiladas. La cuenta tampoco incluye el enorme gasto de energía que implica producir y mantener sus equipos mortíferos como granadas, bombas y misiles.

 

Según la clasificación de la CIA World Factbook 2006, de 210 países en el mundo, sólo 35 países consumen más petróleo por día que el Pentágono. Sus guerras sin fin, sus operaciones secretas, sus más de mil bases militares en el globo y sus 6 mil instalaciones en territorio estadunidense; todas las operaciones de la OTAN; sus portaaviones, jets, helicópteros, vehículos de ruedas de variados tipos, sus pruebas de armas y entrenamiento; son parte de la dinámica macabra del sistema capitalista y nada de ello está sujeto a los límites de emisiones de gases de invernadero ni se incluyen en la cuenta total de emisiones estadunidenses.

 

Aun así, EEUU forma parte de la docena de países con mayor cantidad de emisiones de CO2 per cápita en el mundo (17 toneladas al año)[3], al lado de naciones pequeñas como Luxemburgo y Qatar y muy arriba de China, India o Brasil. El gendarme universal, con menos de la vigésima parte de la población mundial, produce sin embargo una octava parte de las emisiones globales de gases de invernadero, arriba de 5 giga toneladas de bióxido de carbono.

 

Tarde o temprano, como puede verse, la crisis climática también pondrá en jaque el modelo de subordinación de las naciones, regido por el poder corporativo y militar de Estados Unidos, basado esencialmente en el uso de combustibles fósiles.

 

Dependencia a los combustibles fósiles

 

Según un informe del Banco Mundial publicado en 2013, apenas un poco más del 18 por ciento de la energía producida en el mundo es renovable. En la mayoría de los países desarrollados, más del 80 por ciento de la energía proviene de petróleo, gas natural y carbón. La economía capitalista está condenada a mantener su dependencia de los combustibles fósiles porque su remplazo con fuentes limpias resulta incosteable en la lógica del sistema y aún poco práctico para un uso intensivo y en gran escala.

 

La fusión nuclear es una promesa de energía limpia e ilimitada todavía no viable más allá de usos militares. Por ahora, la energía solar resulta de baja densidad dado que las zonas industriales y las áreas de alta concentración poblacional reciben menos energía aprovechable por m2 que la que consumen; los agro combustibles como el etanol o el biodiesel no son limpios ni sostenibles. El hidrógeno tampoco es la solución porque no es una fuente primaria, ya que debe obtenerse por electrólisis.

 

Por eso hay quienes se niegan a abandonar la dependencia del petróleo para mantener sus enormes ganancias, ideando peligrosas quimeras como el confinamiento geológico del carbono. Su razonamiento es simplista. Si el CO2 es desecho, tratémoslo como tal, mandándolo al cesto de la basura.

 

La captura y depósito de carbono, inyectándolo en el lugar de donde vino, en viejos campos petroleros, en yacimientos no explotables o acuíferos profundos y salinos, es una idea de hace más de 20 años que ha sido resucitada recientemente en las deliberaciones de la COP y que representa una tecnología no viable y sumamente peligrosa[4]. Requeriría enormes inversiones (públicas y ganancias privadas, por supuesto) e inmensos cambios tecnológicos, de infraestructura y organizacionales.

 

Por otra parte, según un investigador de la Universidad de Stanford, el desarrollo tecnológico en marcha permitiría sustituir completamente las fuentes contaminantes por limpias a partir del aprovechamiento del sol, el agua y el viento, pero esto sería posible hasta el 2030, o más allá, si se toman ahora las decisiones políticas correctas5[5].

 

Otros autores no son tan optimistas, porque el reto tecnológico es enorme, especialmente en conducción y almacenamiento de energía, y podría llevarnos a un círculo vicioso al remplazar los combustibles fósiles por minerales como el litio, la plata y el silicio, igualmente no renovables. Todo consumo de energía tiene un impacto. No existe tal cosa como el motor de movimiento perpetuo de las energías renovables.

 

Pero mientras éstas avanzan, el mundo no puede seguir uncido a las dinámicas depredadoras del capital. No hay tiempo para esperar a que las energías renovables alcancen la densidad que el sistema militar-industrial requiere. El tránsito tiene que instrumentarse en el plazo inmediato —en la presente década, digamos— aunque ello implique reducir no sólo las emisiones sino propiamente el gasto de energía y transformar de raíz los sistemas generales de transporte, producción y consumo.

 

Cambios de fondo

 

La situación a que nos ha traído la crisis del clima nos obliga a plantear cambios de fondo en el modelo de desarrollo, el sistema capitalista y en la civilización misma. Para evitar los peores efectos climáticos es urgente abandonar la lógica del crecimiento ilimitado (inviable en un mundo finito), reducir el consumo de energía y acelerar la transición a fuentes limpias y renovables.

 

Pero también es necesario acabar con la pobreza. Cerca de mil millones de personas en el planeta amanecen cada día en el límite de la sobrevivencia. Si hay algo que caracteriza al mundo de la globalización capitalista —además de la militarización planetaria— es la enorme brecha entre ricos y pobres que no ha hecho sino ampliarse en los últimos 30 años. Militarismo y pobreza son dos lados de la misma moneda. Se estima que con alrededor del 5 por ciento del gasto militar global se podría erradicar la pobreza extrema en el mundo.[6]

 

Un nuevo modelo de desarrollo que corrigiera las desviaciones que han llevado a la humanidad a un callejón sin salida, debería basarse en la economía solidaria, la soberanía alimentaria y el Buen Vivir. La economía debería producir bienestar para todos sin destruir el medio ambiente. La sociedad ganaría armonía en la medida en que los beneficios tuvieran un impacto equitativo, sin explotar a los trabajadores, sin discriminar a las mujeres, sin violar los derechos sociales y respetando las garantías individuales.

 

Esta crisis exige frenar la globalización mediante un retorno a reglas que destierren la idea perversa del libre mercado, y al mismo tiempo acabar con el militarismo, elementos tan caros al sistema dominante.

 

¿Quién tendrá la voluntad política para plantear una transformación radical del mundo?

 

 

- Alfredo Acedo es colaborador con Programa de las Américas www.cipamericas.org en temas de soberanía alimentaria y cambio climatico, y el director de Comunicación Social y asesor de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA)

 

25 agosto 2015

 

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[1] Barack Obama estima que su plan en 2030 evitará 3 mil 600 muertes prematuras y prevendrá 90 mil ataques de asma infantil, entre otros impactos en la salud pública. https://www.whitehouse.gov/climate-change

 

[2] Las actividades militares estadunidenses representan un 80 por ciento del gasto de energía del gobierno federal. El papel del Pentágono en la catástrofe global. Sara Flounders, 2010 http://www.iacenter.org/o/world/climatesummit_pentagon121809/

 

[3] Los otros países con mayores emisiones per cápita son Arabia Saudita, Aruba, Australia, Bahrein, Brunei, Trinidad y Tobago, Emiratos Árabes, Kuwait y Omán. Un chino emite casi tres veces menos GEI que un estadunidense. http://datos.bancomundial.org/indicador/EN.ATM.CO2E.PC

 

[4] Friedmann/Homer-Dixon, Foreign Affairs, enero-marzo 2005

 

[5] Mark Z. Jacobson y Mark A. Delucchi, en 2009, en un artículo de Scientific American, presentaron un plan para producir 100 por ciento de la energía global utilizando tecnologías eólicas, solares e hidráulicas. http://www.scientificamerican.com/article/a-path-to-sustainable-energy-by-2030/

 

[6] Estudios confiables indican la posibilidad de erradicar la enfermedad, el hambre y el analfabetismo con inversiones comparativamente modestas. Se sabe que un gasto adicional de 13,000 millones de dólares resolvería los problemas de salud y nutrición de la población mundial. Con 9,000 millones habría agua y saneamiento para todos. La educación de la población infantil requeriría un gasto adicional de 6,000 millones. El año pasado el gasto militar global superó 1.7 billones de dólares. Más del 40 por ciento correspondió a Estados Unidos. http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=01 y http://www.infobae.com/2014/11/28/1611668-el-mapa-del-dia-los-10-paises-mas-gasto-militar-del-mundo

 

 

Fuente: Americas Program http://www.cipamericas.org/es/archives/15919

https://www.alainet.org/en/node/172149
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