Entre el fracaso y la ilegalidad

06/07/2012
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Todo parecía demasiado bucólico para nuestro barrio en un mundo que vive una tormenta casi perfecta.
 
En Paraguay, Fernando Lugo elegido presidente democráticamente - encabezando una alianza de fuerzas muy heterogéneas de centro izquierda que interrumpió más de 70 años de gobiernos colorados, la mayoría de los cuales bajo la dictadura de Alfredo Stroessner- , fue destituido en un proceso relámpago, por un parlamento donde muchos de sus integrantes están sospechados y acusados de graves actos de corrupción.
 
La lectura literal de la Constitución del Paraguay cubre las formalidades del enjuiciamiento por parte de la Cámara de Diputados y una condena que requiere el voto de 30 de los 45 senadores. La destitución obtuvo 39 votos, una aplastante derrota política para Lugo y sus escasos partidarios. Sólo 4 senadores apoyaron al presidente electo.
 
Asumió el cargo Federico Franco, un liberal que comenzó a conspirar contra Lugo al otro día de las elecciones. Hay varios dirigentes políticos uruguayos que lo saben personalmente. Las ambiciones de Franco no tenían límite. Se presentó a las elecciones internas del Partido Liberal del pasado mes de marzo, con una clara posición opositora al presidente Lugo y compitiendo con otras dos figuras liberales, el senador Blas Llano y el ex ministro de Obras Públicas y Transporte de Lugo, Efrain Alegre. Franco entró tercero, lejos. Las elecciones fueron un gran escándalo y Blas Llano, el candidato apoyado de manera explícita por Lugo, ganó las elecciones a través de un fraude grosero.
 
Lugo interviene directamente en las tensiones internas del Partido Liberal y lo hace no sólo ideológicamente o políticamente, sino materialmente. A la paraguaya. Lo insólito de la situación o, mejor dicho, el desbarranque de la misma es que el propio fidelísimo Blas Llano y sus partidarios votaron la destitución de Lugo, en el Parlamento.
Lugo - que tenía entre sus planes su reelección -, destituyó a los dos ministros más populares de su gobierno, Efrain Alegre y Rafael Filizzola, cuando éstos no acompañaron sus planes reeleccionistas hace más de un año. La reelección requería una reforma constitucional, para la cual Lugo, la estuvo manoseando con sectores de todos los partidos.
 
El Paraguay logró importantes niveles de crecimiento económico de la mano sobre todo, del crecimiento del campo y de la producción de la soja, y de una buena renegociación de los acuerdos energéticos con Brasil que permitieron inversiones importantes en infraestructura.
 
La situación no cambió en lo fundamental en cuanto a los datos sociales: casi el 40% de pobreza y la mitad de ellos en la miseria, mientras el 2% de la población es propietaria del 80% de las tierras. Y una de las grandes promesas electorales de Lugo fue la reforma agraria, o al menos soluciones para los millones de campesinos sin tierra. No sucedió casi nada.
 
Una gestión financiera y económica seria y profesional es otro de los logros del gobierno Lugo, incluso con algunas reformas fiscales progresistas. Pero no mucho más que eso. Y la caída de popularidad del presidente, registrada en forma constante desde hace un año y medio, son expresiones del creciente fracaso de su gestión.
 
Las figuras del Partido Colorado comenzaron a crecer y a posicionarse como posibles ganadores en las próximas elecciones presidenciales del 2013, ésta es otra demostración del fracaso creciente de su mandato.
 
Nada de esto justifica un juicio político y la destitución de Lugo, ni siquiera su manejo grosero del poder rodeándose de acólitos que usaban y abusaban del poder, ni siquiera los episodios de su vida disipada como obispo, al que periódicamente se le descubrieron paternidades. Más allá de que la sociedad nacional e internacional lo llevó al plano de la broma y de la chanza, no reforzó por cierto, su imagen popular. Atribuirle a las particularidades paraguayas estos episodios es una burda manera de opacar su responsabilidad por el abuso de su poder como autoridad de la iglesia para aprovecharse de varias mujeres.
 
No hablamos de violar el celibato y sus propias obligaciones como obispo ligado a las causas populares, sino del abuso de su poder sobre la pobre gente. Pero ni siquiera esas miserias justifican violar su derecho a un debido proceso. Hasta los abusadores, los mentirosos encaramados en el poder, los personajes sin pasado político y que traicionan las esperanzas de millones de hombres y mujeres que lo votaron, ni siquiera todo eso, justifica que no se le brinden todas las garantías del debido proceso.
 
El último episodio, la masacre de Curaguaty, en la que luego de la ocupación de tierras por parte de un grupo de carperos, murieron once campesinos y seis policías, fue el desencadenante. Y a partir de allí, nadie pudo contener el desbarranque.
Lugo le agregó leña al fuego, como hizo en otras oportunidades, en su oscilación pendular se aproximó al Partido Colorado y destituyó al ministro del Interior, Carlos Filizzola y en su lugar designó a Rúben Candia Amarilla, un colorado, de claro cuño strossnerista, ex fiscal del estado. Esta designación se hizo al mejor estilo Lugo, sin consultar a nadie. Ni siquiera esa nueva traición al origen popular de su mandato, justifica un juicio sin todas las garantías.
 
La dura y trabajosa construcción de la democracia en Paraguay, que sin duda tiene por delante un largo camino, ha sufrido un fuerte golpe. La Constitución de la República prevé el mecanismo para el enjuiciamiento del presidente, pero las garantías del debido proceso son fundamentales y el núcleo duro que impulsó el juicio impuso plazos rápidos y expeditivos y generó una muy compleja situación internacional y regional.
 
Es que la formalidad es una componente fundamental de la democracia. Este atropello al debido proceso ni siquiera puede atribuirse a una venganza por las políticas de izquierda o radicales del gobierno Lugo, porque éstas brillaron por su ausencia. Federico Franco derrotado ampliamente en su partido, se subió al carro para cumplir su conspiración miserable que lleva adelante desde hace años. Pero se sumaron 39 senadores en 45 lo que es una expresión del hartazgo, del desprestigio y de los errores acumulados por el gobierno Lugo y su pequeño y cada día más heterogéneo grupo, que lo acompañaba en el palacio López.
 
Lo cierto es que el proceso sustantivo de la democracia ha sufrido una herida seria y que se abrió un periodo nuevo en la política paraguaya, donde las perspectivas de que el poder vuelva al viejo, corrupto y retrógrado grupo conducido por el Partido Colorado, se han fortalecido.
 
Las más firmes condenas son correctas, pero no nos podemos quedar en eso. También debemos analizar el enorme daño que se le puede hacer a las causas populares y progresistas, cuando surgen personajes de este tipo, sin compromiso político, sin historia y que son devorados por el poder.
 
Las fuerzas retrógradas y conservadoras siempre están al acecho, el problema de fondo es cuando las fuerzas progresistas pierden el rumbo y se ahogan en sus contradicciones y en las miserias del poder. También los personajes juegan su papel, en los buenos ejemplos y en los que traicionan sus obligaciones y las esperanzas de millones de personas, de gente humilde y de trabajo.
 
Los rótulos son importantes cuando son verdaderos y son una tragedia cuando encubren miserias y aprovechadores del poder, incluso de los que llegan a la cima.
 
- Esteban Valenti es  Periodista, escritor, director de Bitácora y de Uypress. Uruguay
 
https://www.alainet.org/en/node/159380?language=es
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