Millones sufren hambre y desnutrición
28/10/2011
- Opinión
Pese a ser una de las mayores productoras de alimentos del mundo, la región de América Latina y el Caribe tiene 209 millones de pobres —35% de sus 595 millones de habitantes—, de los cuales 81 millones sufren hambre y subnutrición. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en los próximos años la crisis alimentaria, potenciada por la inflación y la caída de la producción, golpeará aún con más fuerza.
“La inflación impacta negativamente sobre los índices de nutrición, principalmente sobre los más pobres, no sólo porque reduce su acceso a los alimentos sino porque conlleva un cambio de dieta, en el que los alimentos baratos reemplazan a los de calidad”, explicó en marzo Alan Bojanic, representante regional de la FAO, en boletín informativo del organismo. Por eso reclamó el urgente apoyo estatal para los sectores vulnerables, reforzando las redes de protección social, los programas de alimentación escolar y el sistema jubilatorio.
En un informe titulado “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2011”, la FAO y otras dos organizaciones de las Naciones Unidas —el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA)— señalaron el pasado 10 de octubre que la actual crisis “está dificultando los esfuerzos para alcanzar los Objetivos del Milenio, de achicar [en el 2015] a la mitad la cantidad de personas que sufren hambre en el mundo”.
Los tres organismos aconsejan reducir el despilfarro de alimentos en los países desarrollados y la pérdida de alimentos en los países en vías de desarrollo. Advierten, además, que de no tomarse las medidas necesarias la crisis derivará en un menor consumo alimenticio que puede reducir la ingesta de nutrientes esenciales para los niños durante sus primeros 1,000 días de vida.
Los expertos explican que el mayor riesgo de la región es su dependencia de la importación de alimentos y la volatilidad de los precios de aquellos que requieren insumos importados. Citan como ejemplos particulares a Venezuela y Perú, y como paliativo a esa dependencia señalan la importancia de la reconversión productiva alimentaria. Por eso, la FAO promueve la “recuperación de los hábitos alimentarios ancestrales”, lo que está en línea con la idea del “Buen Vivir” de los pueblos indígenas.
Producción local
Bolivia, justamente, tomó la posta en la lucha por la “seguridad alimentaria con soberanía”, como la describe el presidente Evo Morales. Con la Ley de la Revolución Productiva Comunitaria Agropecuaria, promulgada a fines de junio, que incluye apoyo crediticio y seguros agrícolas para los campesinos, busca aumentar la producción, abastecer el mercado interno y generar mayores volúmenes de exportación.
En ese contexto, y bajo el lema “Come lo nuestro, sano y soberano”, Bolivia impulsa la ingesta de alimentos producidos por pequeños productores, “alimentos naturales de alto valor nutricional, buenos para la tierra y libres de agroquímicos y transgénicos”. La iniciativa aconseja la práctica del sistema de labranza tradicional, basado en la equidad y la reciprocidad, a partir de semillas compartidas, “patrimonio colectivo, sustento de la agricultura y soberanía alimentaria”.
En Argentina —que puede abastecer hasta el triple de su población— hay ámbitos donde se sigue esa dirección. Del 14 al 16 de setiembre se realizó en la céntrica ciudad de Rosario, el Encuentro por la Soberanía Alimentaria y la Biodiversidad, convocado por organizaciones sociales que rechazan “el paradigma productivo de agricultura industrial, basado en la extracción de los recursos naturales y el monocultivo de soja y favorecido por el uso de semillas transgénicas, grandes cantidades de agrotóxicos y la ampliación de la frontera agrícola mediante la deforestación y el aniquilamiento del bosque nativo.
Días antes, en la ciudad norteña de Resistencia, capital de la provincia de Chaco, la Feria de las Semillas Nativas había marcado la misma tendencia. Bajo el lema “la semilla en la tierra es vida y es libertad en las manos de las familias que la siembran”, apuntó a “beneficiar a los grupos familiares y a la defensa de la tierra y el agua desde un enfoque de soberanía alimentaria”.
De acuerdo al Banco Mundial, el alza del costo alimentario en 2010-2011 llevó a la pobreza extrema a 70 millones de personas en el mundo. No señala cuántos de esos 70 millones corresponden a América Latina y el Caribe, pero recordó que “la región está en pleno crecimiento, cosechando los frutos del auge en el precio de las materias primas”. Y agregó: “En contraste, las economías no exportadoras enfrentan la doble amenaza de una crisis alimentaria y la suba de precios”.
Acción para erradicar desnutrición
Para el PMA América Latina y el Caribe cuenta hoy con la infraestructura básica, la disposición política y el capital social para iniciar una profunda ofensiva contra el hambre y la pobreza extrema. El PMA deja libradas las formas a la decisión de cada país y, a cambio, ofrece ayuda técnica y económica para la ejecución de las mismas.
El PMA recordó que la región es la más desigual del mundo “pese a los progresos políticos y económicos que han creado una impresionante prosperidad para algunos segmentos de la población de sus 33 países”, aunque el 35% de los habitantes siguen sumidos en la pobreza.
De acuerdo al PMA, “pese a que la región produce alimentos como para satisfacer un 30% por encima de las necesidades de su propia población, en muchas áreas el acceso a los mismos es difícil y está amenazado por el incremento en la frecuencia e intensidad de los desastres naturales”.
El PMA cita la producción de biocombustibles como otro factor que atenta contra la seguridad alimentaria, y así denigra, inesperadamente, la solución que otras entidades mundiales encontraron para enfrentar, a expensas de los seres humanos, la crisis que se derivará del agotamiento de los recursos no renovables (hidrocarburos). Para obtener biocombustibles se emplean grandes cantidades de granos y semillas hasta ahora destinados, exclusivamente, a la alimentación de humanos y animales. —Noticias Aliadas http://www.comunicacionesaliadas.org
“La inflación impacta negativamente sobre los índices de nutrición, principalmente sobre los más pobres, no sólo porque reduce su acceso a los alimentos sino porque conlleva un cambio de dieta, en el que los alimentos baratos reemplazan a los de calidad”, explicó en marzo Alan Bojanic, representante regional de la FAO, en boletín informativo del organismo. Por eso reclamó el urgente apoyo estatal para los sectores vulnerables, reforzando las redes de protección social, los programas de alimentación escolar y el sistema jubilatorio.
En un informe titulado “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2011”, la FAO y otras dos organizaciones de las Naciones Unidas —el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA)— señalaron el pasado 10 de octubre que la actual crisis “está dificultando los esfuerzos para alcanzar los Objetivos del Milenio, de achicar [en el 2015] a la mitad la cantidad de personas que sufren hambre en el mundo”.
Los tres organismos aconsejan reducir el despilfarro de alimentos en los países desarrollados y la pérdida de alimentos en los países en vías de desarrollo. Advierten, además, que de no tomarse las medidas necesarias la crisis derivará en un menor consumo alimenticio que puede reducir la ingesta de nutrientes esenciales para los niños durante sus primeros 1,000 días de vida.
Los expertos explican que el mayor riesgo de la región es su dependencia de la importación de alimentos y la volatilidad de los precios de aquellos que requieren insumos importados. Citan como ejemplos particulares a Venezuela y Perú, y como paliativo a esa dependencia señalan la importancia de la reconversión productiva alimentaria. Por eso, la FAO promueve la “recuperación de los hábitos alimentarios ancestrales”, lo que está en línea con la idea del “Buen Vivir” de los pueblos indígenas.
Producción local
Bolivia, justamente, tomó la posta en la lucha por la “seguridad alimentaria con soberanía”, como la describe el presidente Evo Morales. Con la Ley de la Revolución Productiva Comunitaria Agropecuaria, promulgada a fines de junio, que incluye apoyo crediticio y seguros agrícolas para los campesinos, busca aumentar la producción, abastecer el mercado interno y generar mayores volúmenes de exportación.
En ese contexto, y bajo el lema “Come lo nuestro, sano y soberano”, Bolivia impulsa la ingesta de alimentos producidos por pequeños productores, “alimentos naturales de alto valor nutricional, buenos para la tierra y libres de agroquímicos y transgénicos”. La iniciativa aconseja la práctica del sistema de labranza tradicional, basado en la equidad y la reciprocidad, a partir de semillas compartidas, “patrimonio colectivo, sustento de la agricultura y soberanía alimentaria”.
En Argentina —que puede abastecer hasta el triple de su población— hay ámbitos donde se sigue esa dirección. Del 14 al 16 de setiembre se realizó en la céntrica ciudad de Rosario, el Encuentro por la Soberanía Alimentaria y la Biodiversidad, convocado por organizaciones sociales que rechazan “el paradigma productivo de agricultura industrial, basado en la extracción de los recursos naturales y el monocultivo de soja y favorecido por el uso de semillas transgénicas, grandes cantidades de agrotóxicos y la ampliación de la frontera agrícola mediante la deforestación y el aniquilamiento del bosque nativo.
Días antes, en la ciudad norteña de Resistencia, capital de la provincia de Chaco, la Feria de las Semillas Nativas había marcado la misma tendencia. Bajo el lema “la semilla en la tierra es vida y es libertad en las manos de las familias que la siembran”, apuntó a “beneficiar a los grupos familiares y a la defensa de la tierra y el agua desde un enfoque de soberanía alimentaria”.
De acuerdo al Banco Mundial, el alza del costo alimentario en 2010-2011 llevó a la pobreza extrema a 70 millones de personas en el mundo. No señala cuántos de esos 70 millones corresponden a América Latina y el Caribe, pero recordó que “la región está en pleno crecimiento, cosechando los frutos del auge en el precio de las materias primas”. Y agregó: “En contraste, las economías no exportadoras enfrentan la doble amenaza de una crisis alimentaria y la suba de precios”.
Acción para erradicar desnutrición
Para el PMA América Latina y el Caribe cuenta hoy con la infraestructura básica, la disposición política y el capital social para iniciar una profunda ofensiva contra el hambre y la pobreza extrema. El PMA deja libradas las formas a la decisión de cada país y, a cambio, ofrece ayuda técnica y económica para la ejecución de las mismas.
El PMA recordó que la región es la más desigual del mundo “pese a los progresos políticos y económicos que han creado una impresionante prosperidad para algunos segmentos de la población de sus 33 países”, aunque el 35% de los habitantes siguen sumidos en la pobreza.
De acuerdo al PMA, “pese a que la región produce alimentos como para satisfacer un 30% por encima de las necesidades de su propia población, en muchas áreas el acceso a los mismos es difícil y está amenazado por el incremento en la frecuencia e intensidad de los desastres naturales”.
El PMA cita la producción de biocombustibles como otro factor que atenta contra la seguridad alimentaria, y así denigra, inesperadamente, la solución que otras entidades mundiales encontraron para enfrentar, a expensas de los seres humanos, la crisis que se derivará del agotamiento de los recursos no renovables (hidrocarburos). Para obtener biocombustibles se emplean grandes cantidades de granos y semillas hasta ahora destinados, exclusivamente, a la alimentación de humanos y animales. —Noticias Aliadas http://www.comunicacionesaliadas.org
https://www.alainet.org/en/node/153630?language=en
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