Después de la campaña de Libia
Blanco sobre negro
05/09/2011
- Opinión
En el contexto de revueltas árabes que se iniciara este año, el virtual triunfo de la coalición OTAN-CNT en Libia constituye un señalador del rumbo contraofensivo adoptado por Estados Unidos, las potencias europeas y algunos secuaces para el reordenamiento estratégico mundial.
La caída de Libia abre una nueva página en las Relaciones Internacionales y en la conducta estratégica de las potencias occidentales. También es un grito de alarma para otras regiones del planeta.
Después de un primer capítulo que comprendió las invasiones de Afganistán y de Irak, la participación de las potencias hegemónicas en territorio libio ha demostrado ser una etapa “superadora” concebida como una verdadera contraofensiva frente a los recientes movimientos de revuelta en los países árabes y con objetivos a ultranza.
A diferencia de las intervenciones anteriores citadas, el caso de Libia mostró el “avance” de contar con el aval de la comunidad internacional legitimado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Es cierto que se puede discutir largamente la validez legitimadora de ese selecto club de potencias, pero también es verdad que a principios del siglo XXI la humanidad aún no ha podido constituir un órgano más plural, más democrático, que sirva de ordenador de las conductas entre los estados de la Tierra y que esa es una cuestión pendiente que exige, más que nunca antes, una rápida solución.
En el plano de las excusas, una vez más se demostró la poca importancia de los argumentos. A pesar del largo camino que separa hoy al mundo de las supuestas “armas químicas” de Saddam Hussein, parecía imposible que pudiera imponerse un sucedáneo tan mediocre como la falaz idea de “proteger civiles” con bombardeos indiscriminados y, sin embargo, contra toda lógica, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó acciones basadas en ese concepto.
La Corte Penal Internacional es otro organismo internacional que sale herido en su credibilidad. El apuro del tribunal por “cazar” a Muammar Kadafi no se compara con el trato que el organismo dispensa a otros líderes mundiales, en especial cuando se trata de mandatarios de Potencias Occidentales Hegemónicas -por abusos en Irak o Afganistán- algunas de las cuales ni siquiera han reconocido la competencia de la Corte.
Por último la cereza del postre fue la acción de las corporaciones internacionales de prensa -que merced a su agenda y a un accionar parcial disfrazado en su pretensiones de objetividad- han silenciado toda voz opositora al conflicto para crear internacionalmente una imagen negativa del líder libio al solo efecto de desacreditarlo y así avalar los bombardeos.
Esa forma de actuar, siempre acompañada de conceptos “inmaculados” como la “libertad de expresión” “objetividad” y “periodismo independiente” ha conseguido convertir a la prensa en un arma bélica más, tan importante como la Caballería, la Infantería o la Artillería y contribuyente al logro de efectos devastadores.
También cabría especular que el mecanismo sería menos eficiente si los receptores europeos y estadounidenses de los mensajes no estuviesen tan aletargados por el bombardeo de casi cien años de “modos de hacer” de la propaganda mediática occidental. Sin dudas, la guerra libia dará abundante material de estudio a los investigadores de la comunicación que aborden el conflicto desde esa rama del conocimiento.
Resulta tentador señalar, por ejemplo, que nunca se mostraron imágenes de los destrozos causados por los bombardeos que supuestamente Kadafi ejecutó para abortar las protestas en Trípoli y que fueron el punto de origen del levantamiento que propició su caída.
A eso se suma el descubrimiento de que ciertas imágenes “anti Kadafi” fueron filmadas en escenarios cinematográficamente levantados en Qatar y con el concurso de actores. Sin entrar en detalles, también es interesante observar la calidad de los mensajes. Como sostiene la periodista y ensayista Stella Calloni “llamar ‘rebeldes’ a grupos de mercenarios manejados por la CIA y sus asociados, es faltar el respeto a los rebeldes reales que luchan en el mundo por su liberación”.
Lo dicho hasta aquí acentúa la necesidad imperiosa de adoptar una nueva agenda de debates en el ámbito de las relaciones internacionales que problematice la vigencia y legitimidad de Naciones Unidas; el establecimiento de un organismo mundial soberano –soberano en serio- de justicia internacional y cómo encarar el rol de los medios de prensa en momentos en que los paradigmas teóricos de objetividad, imparcialidad e independencia se desmoronan a la vista de todos.
Desde lo estratégico, las operaciones en Libia forman parte de una contraofensiva a las revueltas árabes y conllevan claros objetivos a ultranza.
En efecto, dejando de lado el tema de la apropiación de los recursos petroleros; acuíferos y auríferos de Libia, la caída de Kadafi abre las puertas al establecimiento en África de una base de operaciones que apunta en dos sentidos: la lucha occidental establecida contra del expansionismo de China en el continente y la consolidación de un poder militar destinado al control de medio oriente, desestabilizado luego de la caída de Mubarak en Egipto y por las revueltas árabes en general.
En el imaginario de Washington, el frente de Medio Oriente debe contribuir a la protección de Israel; asegurar los canales de acceso de los hidrocarburos desde el Golfo Pérsico, mantener el control y la amenaza latente sobre Irán y frenar la llegada de nuevas potencias a la región.
La caída de Mubarak en Egipto cambió todo el esquema que Estados Unidos tenía implementado a esos fines con consecuencias directas en Israel, país donde surgieron inéditas manifestaciones de indignados de más de trescientas mil personas.
Así, los nuevos movimientos populares pusieron a la defensiva a las potencias occidentales en un contexto de fuertes elementos antiimperialistas -y hasta pan arabistas- y obvias consecuencias económicas agravadas en el contexto de la crisis financiera.
El contexto panárabe se visualizó en las banderas palestinas presentes en todas las manifestaciones ocurridas en la región. Tanto el apoyo a la causa palestina como el rechazo a la política de los dictadores son componentes comunes de la revolución árabe. En ese marco insurgente, las dictaduras estarían cayendo por sus pésimas políticas económicas -que colocan a sus pueblos en la miseria- y por su régimen represor, pero también, porque son vistos como los agentes traidores en el mundo árabe a la lucha del pueblo palestino.
Para motorizar la contraofensiva, Estados Unidos se apoyó en sus aliados europeos y en Arabia Saudita, país que contribuyó al controlar con violencia los sucesos de Bahréin, con poca o nula repercusión desde las corporaciones mediáticas.
La necesidad de Washington de respaldarse en los aliados europeos sirvió en principio para aliviar sus gastos de la defensa en momentos en que en lo interno existe una desgarradora puja por adoptar medidas de “achique del gasto público” pero, por otra parte, también sirvió para obtener un respaldo ético de legitimidad en la injerencia que afectaba a Libia como país soberano. Ambas cosas, sin embargo, también son una fuerte señal del decaimiento de Estados Unidos que afecta singularmente su ansiada capacidad de comportarse como gendarme mundial.
Respecto de la alianza con Arabia Saudita, la misma fue denunciada desde el “Asian Times Online” en abril.
En la crónica, el medio citaba dos fuentes diplomáticas -un europeo y un miembro del grupo formado por Brasil, Rusia, India y China (BRIC)- , y hechas separadamente a un académico estadounidense y al Asia Times Online. La revelación se centraba en negociaciones de la Secretaria de Estado Hillary Clinton quién autorizaba a Arabia Saudita para invadir a Bahréin -y aplastar al movimiento pro-democrático en progreso- a cambio del voto de la Liga Árabe a favor de una zona de exclusión aérea sobre Libia.
Con esas acciones, Arabia Saudita pasó al primer nivel en la geopolítica regional posicionando a su monarquía wahabita como un competidor de Israel en la carrera por ser el secuaz más importante de Washington en la Región. Tal es así que Riad sale casi como alternativa para los intereses estadounidenses hasta ahora afincados en Tel Aviv.
Este nuevo status coloca –cuestiones religiosas surgidas del enfrentamiento sunita-chií- a Arabia Saudita como un país dispuesto y capaz de enfrentar a Irán. En 2010 Arabia Saudita compró a Washington material de guerra por valor de 64 mil millones de dólares: 84 aviones F-15; 70 helicópteros de ataque Apache y 72 Black Hawk; 36 helicópteros ligeros y también bombas inteligentes para armarlos. El cuadro geopolítico se completa a futuro con la avanzada en ciernes sobre Siria.
Todo parece señalar que Estados Unidos y sus aliados europeos no desean la construcción de un eje Damasco-Ankara-Teherán, cuya concreción daría por terminada la guerra civil musulmana entre chiítas y sunitas, además de propiciar la apertura de relaciones con los países laicos y que, de remate, allanaría el restablecimiento de la presencia de Rusia en esa región a veinte años del derrumbe soviético.
La estructuración del eje Siria-Turquía- Irán que contemple a Rusia, es algo que Washington aprecia que afectará su hegemonía en la región y pondría en desventaja a sus operadores regionales Israel y Arabia Saudita, además de potenciar la causa palestina.
Es por eso que ya empieza a notarse el cerco mediático y diplomático sobre Damasco con la misma matriz utilizada para deponer a Kadafi.
De hecho, la alta responsable de la política exterior de la Unión Europea (UE), Catherine Ashton, ha exigido al presidente de Siria, Bashar al Asad, que ponga fin con carácter inmediato a los ataques y la represión de las protestas en el país, al tiempo que ha exigido la liberación de los manifestantes detenidos. En el orden mediático empiezan a saturarse los canales con las informaciones acerca de las víctimas causadas por la violencia oficial ejercida por Damasco.
Las similitudes con el modelo libio no acaban ahí. Miembros de la oposición siria en Turquía han anunciado la formación de un Consejo Nacional de Transición -similar al creado en Bengasi por los rebeldes libios- para liderar a los activistas que reclaman la caída del régimen de Bashar al-Assad.
La versión siria del CNT está compuesto por 94 miembros, de los cuales 42 se encuentran en el interior del país y estaría liderado por el conocido opositor Burhan Ghalioun, un sociólogo formado en París, donde reside desde hace años.
La ofensiva mediática y diplomática sobre Siria es acompañada por el recordatorio acerca de que Irán podría ser sujeto de ataques preventivos si es que su gobierno insiste en desarrollar una política nuclear soberana.
En ese sentido se manifestó el mandatario francés Nicolás Sarkozy para quién “las ambiciones iraníes, militares, nucleares y balísticas constituyen una amenaza creciente”. Basado en ese razonamiento Sarkozy concluyó que “ante este desafío, la comunidad internacional puede aportar una respuesta creíble si da muestras de unidad y firmeza e impone sanciones todavía más duras que podrían derivar en un ataque preventivo”.
Sarkozy se lanzó también contra el presidente sirio Bashar al-Assad, a quien acusó de haber cometido “lo irreparable” contra el pueblo: “Francia, junto con sus socios, hará todo lo que sea necesario para que prevalezca la libertad y la democracia”.
Ambas declaraciones son la confirmación de la estrategia de contra revuelta occidental, en el nivel post Kadafi.
Para finalizar, es necesario decir que la operatoria inaugurada en forma coordinada en lo diplomático, militar, judicial y mediático significa una voz de alerta para otras regiones del mundo, en particular a Sudamérica, dónde a Venezuela; Bolivia o Ecuador le pueden caber –en cualquier momento- los mismos argumentos que motivaron la caída de Muammar Kadafi.
El líder libio firmó su sentencia de muerte al abrir el país a los intereses de compañías petroleras chinas en detrimento de las occidentales y, simultáneamente, propugnar la adopción de una moneda diferente al dólar para las transacciones internacionales. Vale la pena recordar –a modo de comentario de color- la magra suerte de Dominique Strauss Khann, quien también se había mostrado permeable a la idea de reemplazar al dólar.
Con esos antecedentes es posible imaginar la “sed de justicia” imperante hacia Hugo Chávez en el seno de las potencias hegemónicas. Más aún si se hace hincapié en la cerrada defensa que propuso el bolivariano a su par libio en desgracia. La similitud también deja imaginar que sería solo cuestión de tiempo para montar sobre Chávez una campaña mediática internacional de desprestigio como inicio de todo un dispositivo de injerencia desestabilizadora, aún más aceitado después de la experiencia libia.
El objetivo entonces es poner a Sudamérica en alerta.
Agencia Periodística de América del Sur (APAS) - http://www.prensamercosur.com.ar/apm/tapa.php
https://www.alainet.org/en/node/152333?language=es
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