Lo viejo disfrazado de nuevo

26/11/2008
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 438: América Latina en Movimiento No 438-439 06/02/2014

La victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales estadounidenses del 4 de noviembre, expresa la aspiración del pueblo por cambios políticos.  En el momento de la disputa electoral, en el marco de la crisis económica mundial, el nivel de rechazo al actual presidente, el republicano George W. Bush, se ubicó en el 67%.  Las votaciones más significativas de Obama fueron justamente en los estados donde la desaprobación al gobierno republicano era más alta, incluyendo las áreas donde Bush ganó en las elecciones de 2000 y 2004.

Los dos mandatos republicanos dejan al pueblo estadounidense un país destrozado: crisis económica, fractura social, ataques permanentes a los derechos civiles, imperialismo interno, crisis moral.  En la memoria política, quedarán registradas la incompetencia y la barbarie del gobierno en lo que se refiere a las políticas internas y externas pos-11 de septiembre, la inacción ante la crisis humanitaria en Nueva Orleáns, luego del paso del huracán Katrina, y la sumisión a los intereses de las corporaciones en la Gran Depresión de 2008.

Facilitado por el bipartidismo, la elección se transformó en un referéndum sobre la gestión del gobierno Bush.  Al elegir a Obama, un candidato joven, con un pasado en las iglesias afroamericanas de base, el pueblo votó “no” al legado bushista.  Fue un voto de esperanza y de cambio.  Pero, aunque Obama rompe con el conservadurismo religioso de Bush, él no representa una alternativa para la orientación política de los Estados Unidos.  Llega al poder con un apoyo popular histórico, como un fenómeno histórico, pero es parte de una corriente tradicional del Partido Demócrata.  El legado maldito de los demócratas –y los dos mandatos de Bush- pesa sobre Obama.  Los primeros nombramientos para el nuevo gobierno demócrata son políticos de la línea más conservadora del partido de Obama.  Rahm Emanuel, escogido como jefe de gabinete, se desempeñó en los proyectos de libre comercio en la Presidencia de Bill Clinton (1993-2001) y apoyó la invasión de Irak.  Muchos de los consejeros de Clinton, de tendencia conservadora, son personalidades cercanas a Obama, como el presidente de Citibank, Bob Rubin, y Larry Summers, ex-secretario del Tesoro, ambos neoliberales.

En política exterior, las diferencias entre los planes de Bush y Obama son más tácticas que estratégicas.  El demócrata defiende una retirada gradual de Irak, sin presentar un proyecto claro y una fecha para el fin de la invasión.  Más aún, en los debates presidenciales dijo que ataques militares a otros países, como Pakistán e Irán, se realizarían si sus gobiernos no modifican sus actuaciones políticas.  Obama pretende mantener la invasión en Afganistán y enviar a ese país parte de las tropas que hoy están en Irak.

Economía devastada

El gobierno Bush fue gestor de una crisis económica de proporciones mundiales, la Gran Depresión de 2008.  La mecha que desencadenó la crisis fue una política del Banco Central de EE. UU., la FED, de estimular la concesión de créditos a las familias pobres para la compra de casas.  Los bancos negociaron libremente los títulos de esas hipotecas en el mercado financiero, que habían sido vendidos a otros bancos, compañías de seguros, corporaciones y fondos de pensiones.  Con la fluctuación de las tasas de interés, en los intentos de contener la inflación, aumentó el incumplimiento de los contratos por parte de las familias y los títulos de hipotecas se volvieron innegociables, haciendo colapsar a las empresas que los habían comprado.  El Fondo Monetario Internacional (FMI) declaró que la economía estadounidense había perdido 1,4 billones de dólares con la crisis del mercado inmobiliario y que, en virtud de un efecto dominó, las pérdidas podrían llegar a 12,3 billones de dólares, es decir, 89% del PIB de EE. UU..

La crisis del mercado inmobiliario es el resultado de políticas de financierización promovidas por EE. UU. desde mediados de la década de 1970, y fueron estimuladas en la gestión de Clinton, cuando se implementaron mundialmente los “planes de ajuste estructural” bajo la égida de las instituciones multilaterales.  Tales planes promovieron tres políticas principales: privatización, estabilización monetaria y liberalización.  Rompiendo las bases de la producción, la financierización llevó a crisis recurrentes, como la argentina y la rusa, que anunciaban la Gran Depresión.  Summers y Rubin fueron los vectores de los “planes de ajuste estructural”.

En vez de cortar las bases del colapso –la financierización–, el gobierno estadounidense inyectó dinero en el mercado financiero y “compró” corporaciones quebradas.  Bush creó un plan de contención destinando para ello 700 mil millones de dólares, que sin embargo, sin estímulo a la producción, no modificó el escenario de la crisis económica.  Obama se pronunció favorablemente al plan de Bush.

Colapso social

La financierización estimulada por los diferentes gobiernos estadounidenses estuvo acompañada de una crisis social, conduciendo a las desestructuración de los servicios públicos, crisis en el empleo y pauperización.  La salud y la educación públicas fueron sistemáticamente deterioradas, en especial en áreas pobres.  No hay servicio de salud gratuito en EE. UU., y los proyectos para crearlos fueron impedidos por Bush y por la bancada republicana en el Congreso.  La falta de inversiones en educación llevó al deterioro de las escuelas –por lo demás, este deterioro fue aprobado en un proyecto de ley llamado No Child Left Behind [Que Ningún Niño se Quede Atrás], que determinó que las escuelas de los barrios pobres, incapaces de hacer progresos en los exámenes de evaluación de sus alumnos, vieran disminuidos los subsidios o fueran cerradas, sin que se creara una alternativa efectiva para garantizar la continuidad de los estudios.

Políticas de asistencia social fueron sistemáticamente revisadas y anuladas.  La falta de apoyo a la población pobre, el creciente desempleo y subempleo y la criminalización de la miseria –el incentivo a los policías para que repriman la violencia en lugar de prevenirla– hacen de EE. UU. el país con la mayor proporción carcelaria del mundo.  En 2008, uno de cada 100 adultos del país se encuentra preso.

En ese contexto, creció la desigualdad desde la década de los ‘70, haciendo de EE. UU. uno de los países con mayor tasa de desigualdad social del mundo, de acuerdo con el índice de Gini.  Los despidos de las empresas afectadas por la crisis, como General Motors, va a conducir a una intensificación del colapso social.

War at Home

El gobierno republicano siguió una lógica de ataques permanentes a los derechos civiles como forma de mantener bajo control presiones internas contra sus políticas.  Tal lógica se traduce en la adopción de políticas y acciones excepcionales, creando una situación de estado de sitio permanente, conocido en inglés como War At Home [Guerra Interna].  El gobierno encaró la cuestión social como si las resistencias a la lógica dominante y la política institucional fuese una acción antinacional, reprimiendo manifestantes y desconociendo las alternativas políticas.

El 26 de octubre de 2001, un mes y medio después de los atentados contra el World Trade Center por parte de Al Qaeda, Bush ratificó una serie de leyes conocidas como Acta Patriótica (Patriot Act): bajo el alegato de prevenir nuevos atentados terroristas, esta Ley dio al gobierno plenos poderes para hacer intercepciones telefónicas, revisar la correspondencia electrónica y volver más severa la represión a las manifestaciones y a los inmigrantes sin documentos.  Una nueva versión del Acta Patriótica se aprobó en el año 2006.

El aumento de los gastos de seguridad interna y las invasiones a Afganistán e Irak llevaron al gobierno a cortar inversiones en organizaciones públicas que atendían necesidades sociales.  El desmonte de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés,) agravó la tragedia durante el paso del huracán Katrina, en agosto de 2005.  El año anterior, se recortó al menos el 50% de los subsidios destinados a la Agencia, en el marco de un plan gubernamental de reducción presupuestaria.  Durante el desastre, el gobierno tardó cuatro días antes de iniciar el socorro a las víctimas; en total, 2.000 personas murieron, la mayoría afroamericanos pobres.

Fundamentalismo

En sus ocho años en el poder, Bush potenció grupos de extrema derecha, representados por las referencias religiosas del republicano e identificado con corrientes conservadoras del protestantismo, el neopentecostalismo.  La visión conservadora de Bush fue retomada por John McCain, pero principalmente por la candidata republicana a la vice-Presidencia, Sarah Palin.

El neopentecostalismo republicano se basa en la idea de que, en el fin de los tiempos, un grupo de cristianos estará destinado a tener poderes absolutos y reorganizar la vida en la Tierra.  Esos cristianos tendrían la tarea de prepararse para este destino profético y luchar continuamente contra las fuerzas del mal que quieren dominar el planeta de Dios.  El neopentecostalismo se fundamenta en la teología de William Branham (1909-1965), quien, siendo considerado un profeta por grupos evangélicos estadounidenses, influenció en el neopentecostalismo, para el cual la Salvación tiene que ser promovida por “la fuerza de la espada”, es decir, en una guerra permanente contra las fuerzas enemigas.

El branhamismo permeó la ideología del gobierno de Bush, iniciado en 2001.  Fue el sustento de la argumentación para la invasión de Afganistán y de Irak, en 2001 y 2003, respectivamente, definidas por el presidente como guerras del Bien contra el Mal.  En la política interna, el neopentecostalismo sirvió para crear una red institucional de apoyo al gobierno, formalizada con el nombre de Comité Nacional de Políticas.  El reverendo Ted Haggard y Grover Norquist, asesores cercanos del presidente, fueron los principales articuladores de la red neopentecostal.  La principal tarea del Comité fue ser un canal de transmisión de las orientaciones del gobierno a las iglesias conservadoras, con el objetivo de influenciar a la opinión pública.

Los grupos de extrema derecha son, además, fuentes de discriminación y violencia contra personas que luchan en defensa de los derechos civiles.  Sin la centralización del gobierno federal, se pulverizan y pueden descontrolarse.  Se vuelven una amenaza permanente a las libertades civiles, fuentes potenciales de ataques a las minorías y de atentados terroristas.  Analistas políticos consideran que el propio Obama puede ser blanco de la extrema-derecha.

Cooptación

Obama puede usar su carisma y su influencia en las iglesias progresistas estadounidenses y en los movimientos de lucha contra el racismo, para institucionalizar y cooptar movimientos sociales.  De esta forma, estará aniquilando la fuerza de oposición a orientaciones de derecha en su gobierno de concertación.

La elección de Obama representa una victoria contra el racismo y el neopentecostalismo, pero al mismo tiempo es una derrota desde la perspectiva de un proyecto de transformación social para Estados Unidos.  En ese sentido, el demócrata no pretende combatir las raíces de la pobreza de su país.  Encuestas oficiales estiman que el 13% de los 305,8 millones de estadounidenses vive bajo la línea de la pobreza.  En las grandes ciudades, la tasa de pobreza llega a 18,5%.

Chicago, centro de la campaña de Obama, es un símbolo de las dificultades socioeconómicas de los Estados Unidos.  La tercera ciudad más grande del país, con 2,9 millones de habitantes, tiene bolsones de pobreza que se asemejan a poblaciones marginales del Tercer Mundo, como Bronzeville y Woodlawn.  Cuarenta por ciento de la población de esos barrios, en un 95% afro-americana, vive bajo la línea de pobreza, sin acceso a salud pública, y el 55% de la población activa está desempleada o subempleada.  En los Estados Unidos, la población afro-americana marginal es llamada “subclase”, por debajo de la clase explotada.

Es en las contradicciones mismas de la cooptación institucional -cómo lidiar con el dinero y los cargos que Obama les destinará- que los movimientos sociales estadounidenses tendrán que reinventarse.  Encontrar la dialéctica de la radicalización en un escenario de institucionalización es la esperanza –la hope, tan divulgada por el candidato demócrata– de quien enfrenta la lucha de clases y la resistencia al imperialismo en el corazón del Imperio.

- João Alexandre Peschanski, periodista brasileño radicado en Madison, Wisconsin (EE. UU.)

https://www.alainet.org/en/node/134338?language=en
Subscribe to America Latina en Movimiento - RSS