Los medios de comunicación: un reto para la democracia

22/09/2008
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1. Se habla mucho hoy en día del poder de los medios de comunicación –la "mediocracia"- convertido (si no lo fue siempre) en cuarto poder político, añadiéndose a los tres poderes políticos clásicos (legislativo, ejecutivo, judicial) que definen a la democracia (aquella que existe en la práctica, la única hasta la fecha).

Los hechos confirman ampliamente esta visión:

(i) En efecto, en la realidad, en las democracias modernas del Norte (digamos Estados Unidos, Europa y quizás algunas otras), su aplicación se ha institucionalizado en la democracia electoral pluripartidista.

Esta práctica respeta (en cierta medida quizás, aunque a veces cuestionada en los hechos) la definición y separación de los tres poderes: un legislativo electo, un ejecutivo limitado en su poder por el control del legislativo, un poder judicial que solo conoce las leyes que está encargado de hacer cumplir y lo hace como lo entiende, sin recibir órdenes.

Este principio es fundamental, siempre declarado, incluso si por algunas contorsiones su aplicación es a veces un poco violada.  La declaración de este principio no es una cosa minúscula sin importancia, sino que representa una realidad material (que considero, junto a otros, como un "progreso" en la historia de la humanidad).  El Estado de Derecho, que define este principio, es por lo tanto una exigencia ineludible de la modernidad.

(ii) El poder supremo en este sistema de pensamiento y acción, inaugurado por la Ilustración (siglo XVIII europeo) es el legislativo elegido (incluso si en su origen y por mucho tiempo estuvo restringido a quienes pagaban impuestos).  Éste dispone del derecho inalienable de innovar. No está limitado por la herencia del pasado (en particular por las creencias religiosas).  Mi definición de la modernidad -la declaración que "el Hombre" (el individuo y los colectivos sociales) hace su historia y no que la padece (bajo el mando de Dios o de la "tradición")- implica el reconocimiento de este derecho.  De esto se desprende que la democracia moderna, institucionalizada como sistema de la representación del pueblo a través de sus elegidos, implica la laicidad.  O por lo menos una dosis de laicidad suficiente para que este derecho a la innovación no sea suprimido.

Empero, este derecho a la innovación tiene límites.  Su ejercicio está enmarcado en una serie de principios fundamentales, formulados en  declaraciones que tienen el status de "leyes supremas", también conocidas como "derechos humanos".  Y más aún, cualesquiera que hayan sido las insuficiencias de estas declaraciones -limitadas al principio y durante mucho tiempo a los derechos políticos y cívicos de una minoría masculina acomodada, y luego extendidas a todos, hombres y mujeres, pero ignorando los derechos colectivos y sociales introducidos parcialmente en tiempos más recientes- no se puede sino reconocer la necesidad inevitable de respetar su existencia y su principio.

(iii) Los medios de comunicación, en el sentido más amplio del término, constituyen los instrumentos por medio de los cuales la diversidad de opiniones y propuestas pueden ser expresadas efectivamente.

Una vez más la declaración de este principio (libertad de opinión y expresión) y su vigencia (cualquiera que sean sus límites, resultado principalmente de las desigualdades de recursos materiales a disposición de las distintas clases y categorías sociales) no deben ser tratados con menosprecio.  Forman parte integrante de los derechos fundamentales.

(iv) En este marco,  la observación -común- de que los dispositivos movilizados por los medios de comunicación han tomado una amplitud y una fuerza creciente, sin comparación con los que existieron en el siglo XIX e incluso en el siglo XX, es ciertamente confirmada por cualquier examen objetivo  de su evolución.

La literatura que reconoce este hecho hasta en sus menores detalles es gigantesca.  Esta literatura es no solamente descriptiva y analítica, sino a menudo inspirada por el deseo -sano- de denunciar la instrumentalización de la práctica democrática que el poder de los medios de comunicación permite.  Las intervenciones contundentes de periodistas auténticamente demócratas -como aquellos del equipo de Le Monde Diplomátique, por ejemplo, y de otros medios de Europa, Estados Unidos y otros lugares-, son saludables y deben ser reconocidas y apoyadas como tales.  La "mediocracia” no es pues un falso problema o un abuso del lenguaje, sino una realidad, un verdadero desafío para la democracia.

2. No se puede, sin embargo, quedar allí.  Hacerlo, es estar condenado a la impotencia, a renunciar a "cambiar el mundo" ("cambiar el lugar y el papel de los medios de comunicación") y darse por satisfecho con la denuncia reiterativa o contentarse con la defensa de posiciones amenazadas, cuando el desafío es pasar a la ofensiva definiendo propuestas con objetivos de lucha tácticos y estratégicos, en el corto y en el largo plazo.

(i) Para ir más allá de la pura y simple "denuncia" (que no es más que el primer paso) es necesario plantear algunas cuestiones fundamentales relativas a la realidad social y más concretamente a lo que llamo el "capitalismo realmente existente".  Exige volver a la "teoría", con todo respeto a sus detractores sistemáticos, que están de moda.

Primera cuestión: llevar a su límite la crítica de la filosofía de la Ilustración y del concepto de la sociedad democrática que de ella se desprende.

Marx hizo precisamente esta crítica, o por lo menos la empezó.  Y lo hizo bien, de una manera no solamente contundente, sino incluso justa.  Marx se niega a separar a la instancia económica de la instancia política.  Asocia y no disocia los distintos aspectos de la vida social.

Por el contrario, "la ideología de la democracia moderna" separa la vida política (al proponer la gestión por la democracia, tal como se la concibe) de la vida económica (al pretender que la gestión "racional" supone la libertad de los "mercados").  De hecho es justamente esta teoría de la sociedad que trae aparejada la desviación economicista, a veces disfrazada de tecnologismo: el desarrollo de las fuerzas productivas es neutro, derivado directamente de los conocimientos científicos y tecnológicos; éste transforma la economía e impone a su vez el ajuste de la política a sus exigencias.  Tal es el concepto común, dominante en el discurso sobre el "progreso" y sus exigencias "ineludibles".

No se puede sino proseguir en el camino iniciado por Marx (pero que él apenas inició), es decir, profundizar en el conocimiento de las interconexiones económico/políticas, y no volver al periodo "antes de Marx".

Segunda cuestión: analizar la realidad en términos de "capitalismo realmente existente", que presenta dos características fundamentales:

-  Se convirtió en un capitalismo dominado por un puñado de oligopolios "financieros" que no tiene nada que ver con lo que el discurso "de la economía de mercado" nos propone.

- Siempre ha sido y es más que nunca “mundializado” y la mundialización que ha construido es por naturaleza jerárquica y polarizante (construida con dos polos indisolublemente asociados: centros dominantes que "mundializan"/periferias dominadas que padecen esta mundialización).  Capitalismo realmente existente e imperialismo han sido y son siempre indisociables.  No hay un "post imperialismo" que no sea "post capitalista".


(ii) El análisis de la realidad, que impone salir de los límites del discurso de la democracia sobre sí misma, invita a reflexionar sobre las razones de la "crisis de la democracia", para lo cual propongo considerar los siguientes puntos:

a) La decadencia de la legitimidad y la credibilidad de las prácticas de la democracia representativa en los mismos centros imperialistas, asociada al capitalismo de los oligopolios realmente existente.

Atención a esto:

- Esta decadencia no es el producto de las "fuerzas del pasado", de vestigios que tendrían la piel dura y volverían a la superficie.  Responde a una estrategia política (no de una conspiración) coherente con la afirmación del poder social (económico y político) de los oligopolios.  Por lo tanto, esta decadencia aparece como el producto de las "exigencias del futuro" (el discurso dominante).  En realidad es el producto (la estrategia de acción) de las fuerzas dominantes (los oligopolios) y no de fuerzas exteriores casi sobrenaturales que se imponen (¡como el cambio climático!).


- Esta decadencia no tomará (probablemente) la forma del fascismo o de una nueva versión de éste.  Tomará (y ya toma) la forma "de la democracia en América" (leer Estados Unidos).
 
b) Los enormes obstáculos (por no decir la imposibilidad) de poner en ejecución la democracia representativa -modelo euro-estadounidense- en las periferias del sistema.

Este hecho no tiene nada de nuevo.  El capitalismo/imperialismo realmente existente nunca ha promovido la democracia en las colonias y los países dominados.  Allí donde la democracia ha sido reivindicada por los pueblos, su ejecución no ha podido empezar sino en los momentos de victorias de los procesos de liberación contra el imperialismo.

3. La puesta en práctica del sistema conceptual de la democracia/modelo va de la mano con la construcción de una "cultura política del conflicto".  Esto es, que este modelo se encontró en conflicto en un primer momento largo con las fuerzas apegadas al pasado que rechazaban los principios, y posteriormente con las fuerzas del futuro que se proponen ir más allá de éstos.


Esta trayectoria es la que se encuentra, bajo distintas modalidades, en el conjunto de Europa.  Primer momento: la Ilustración y la Revolución francesa.  Se está a favor y se es de izquierda, la derecha está en contra. Segundo momento: la formación del movimiento obrero y socialista, las revoluciones de 1848, la Comuna de París, la revolución rusa.  La izquierda está a favor, la derecha en contra.  Este recorrido determina una separación permanente derecha/izquierda que tiene sentido, y que da a la reivindicación democrática su potencial de innovación, de transformación de la sociedad, de afirmación del poder de la burguesía capitalista contra las fuerzas del Antiguo Régimen (siempre presentes y con gran influencia al menos hasta la Primera Guerra Mundial), luego viene el socialismo posible.  La reivindicación democrática crea las condiciones para la emergencia de una consciencia política avanzada, lo más lúcida posible, que da sentido a la modernidad (los Hombres hacen su historia).

Pero esta trayectoria no es la única que la historia moderna ha conocido.  En los Estados Unidos el proceso de afirmación de la democracia/modelo en cuestión fue singularmente diferente.  Desde el principio, con la guerra de independencia (e incluso antes), la colonización del territorio y la exterminación de los indios, la importación de esclavos africanos, luego a lo largo de los siglos XIX y XX con las olas sucesivas de emigrantes europeos, el proceso construyó una "cultura política del consenso y de individualismo".  O sea, que hubo una cultura que no tuvo que combatir un "Antiguo régimen" (lo que Marx consideraba como una ventaja, lo que es discutible), y también en la cual las olas sucesivas de inmigrantes sustituyeron la maduración de una conciencia política de clase (sin la cual no hay movimiento socialista posible) por la de la yuxtaposición jerarquizada de pertenencias comunitarias.  Estas realidades definen lo que llamo una "cultura política del consenso" (por oposición a la del conflicto).  Consenso que se afirma sobre dos planos: la ausencia de cuestionamiento al capitalismo (la sociedad  estadounidense nunca ha conocido otro sistema y no se imagina la posibilidad), la reducción de la modernidad al principio de que "el individuo hace su historia" (en el marco capitalista).  El modelo destruye el potencial transformador de la democracia.  Prohíbe la emergencia de una conciencia lúcida de la naturaleza de la alienación que permite la reproducción del sistema: la doble alienación mercantil y la ilusión individualista.


4. Europa está inmersa en una evolución que conduce al abandono de su tradicional cultura del conflicto y a la adopción del modelo estadounidense de la cultura del consenso.

(i) Hay fundamentos objetivos para esta evolución.

La aceleración extraordinaria del desarrollo del capitalismo en la parte occidental del continente, después de la segunda guerra mundial, produjo un modelo de capitalismo oligárquico de oligopolios similar al de los Estados Unidos.  Esta aceleración de la modernización capitalista finalmente borró los últimos vestigios del Antiguo Régimen (excepto algunos símbolos como la persistencia de monarquías).  A nivel político creó las condiciones de una bipolarización electoral -un objetivo perseguido sistemáticamente por las clases dominantes para garantizar la estabilidad casi absoluta del ejercicio de su poder- simbolizada en el refuerzo de los poderes de los primeros ministros o de los presidentes, jefes de uno u otro de los dos sectores de un partido en realidad único (el partido de la oligarquía de los oligopolios).  La alternancia de la derecha o de una izquierda que no se distingue ya en sus aspectos esenciales sustituyó a la amenaza de la alternativa que daba su sentido a las izquierdas históricas.

Esta evolución "interna" se desplegó en el marco mundializado de aquello que he calificado como "imperialismo colectivo de la tríada" (Estados Unidos, Europa, Japón).  La coincidencia no es casual ni secundaria.  Es fundamental: es la consciencia de pertenecer al centro imperialista, que da derecho a una "renta" asentada sobre la dominación del mundo, es el origen del abandono de la alternativa socialista por las mayorías electorales populares (cuando éstas no han preferido votar por la derecha).

(ii) El papel y las funciones de los medios de comunicación dominantes (las excepciones -desgraciadamente- confirman la regla) solo adquieren sentido en la perspectiva de esta "americanización".

Los métodos que emplean son conocidos, contabilizados y objetos de constantes denuncias.  Sin embargo, lo que no siempre se dice es que responden a lógicas sistémicas implementadas con una voluntad lúcida por sus principales promotores (aunque los ejecutantes no siempre tengan consciencia).  El objetivo consiste en despolitizar, sustituir el pensamiento por la "opinión" (manipulada en gran parte), lo que a su vez conduce a suprimir el conflicto (el reconocimiento de la divergencia de los intereses, de los valores etc.) en beneficio del consenso.  No se trata de una conspiración, sino de una estrategia en consonancia con la lógica del sistema.

Dos conjuntos de hechos observables -y observados por todas las críticas- deben indicarse aquí:

- El escenario mediático sustituye progresivamente al  trabajo político.

Éste último supone la paciencia, la organización, el debate, el análisis de la realidad y sus desafíos, la definición de estrategias de luchas.  El trabajo político (la tradicional lucha de la izquierda - burguesa contra el Antiguo Régimen, la socialista contra el capitalismo) constituía el fundamento y el objetivo de las organizaciones, de los partidos, de los medios de comunicación (en esa época, la prensa principalmente); producía sus intelectuales y sus "vanguardias" (aunque el término ya no esté de moda).

- El escenario mediático sustituye al trabajo político con la velocidad y la imagen.  Los "líderes" son elegidos o incluso fabricados por los medios de comunicación, calificados (o auto cualificados) como "representantes" de tales o cuales corrientes, tanto en el caso de los que son importantes en términos electorales (los líderes de la derecha y la falsa izquierda, en realidad unos y otros partidarios del consenso capitalista oligárquico/imperialista) como de los que son calificados como representantes de la "ultra/anti sistema": de extrema derecha y extrema izquierda (el término "extremo" es el símbolo de su insignificancia electoral).

Algunas "imágenes" -brutales en general– sustituyen a los análisis y a las explicaciones.  "Imágenes" de las que se extraen conclusiones inmediatas y precipitadas (siempre dudosas, a menudo falsas) para coartar la reflexión.

En conjunto, el escenario mediático constituye una empresa de despolitización, condición a su vez para la adhesión al discurso del consenso.  Condición para la adhesión a la idea de que el capitalismo constituye un horizonte insuperable, que anuncia "el fin de la historia".

Estas evoluciones no son, de ninguna manera, el producto inmanente de la naturaleza de las atribuciones de los medios de comunicación modernos.  Los discursos que intentan hacerlo creer -la imagen habla mejor que el discurso, etc.- no son mas que pretextos engañosos.  Los mismos medios -la tele junto al libro y la prensa escrita- podrían ponerse en beneficio de otra estrategia, destinada a politizar y no a despolitizar, a informar realmente y a contribuir a la educación del ciudadano (en el buen sentido del término: darle los elementos que permitan el ejercicio de su inteligencia), y no a condicionarlo para manipularlo.

(iii) No basta "con resistir" a estas fuertes tendencias.  Es necesario oponerles alternativas positivas.

La lucha en los frentes mediáticos no puede desligarse de la lucha más general no solamente contra las ideologías dominantes, sino para afirmar en forma positiva y proyectar teórica y prácticamente la alternativa socialista.

Es allí donde se encontrarán los temas fundamentales de la democratización asociada al progreso social (y no disociada de éste), de la "democracia revolucionaria" y de su forma que podríamos llamar "plebeya".  Y de otros  campos de reflexión.

https://www.alainet.org/en/node/134333?language=es
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