Un Nobel de la Guerra?
- Opinión
Érase una vez un pequeño Principado cerca del ombligo del mundo, bañado por dos océanos y de riqueza natural incalculable. Lo dirigía un mortal como cualquier hijo de vecina, pero con ínfulas de Principito. Sus verdades eran absolutas, demasiado elevadas para sus iletrados súbditos. Por avatares del destino y haciendo suyos méritos de otros, lo llamaron una vez a los grandes reinos de tierras lejanas, para colgarle del pescuezo un Premio en nombre de la paz.
El Principito volvió a su tierra casi arrastrando los pies, porque siempre le quedó pesado el galardón. Como estaba cansado tomó vacaciones por 20 años, hasta que un siniestro grupo de hechiceros, en franco aquelarre, quemó la Constitución que regía las reglas del juego y que prohibía la reelección. Volvió al trono por la gracia de los grandes medios de comunicación y con el billete de los empresarios. Lejos de honrar la paz, entró en guerra contra su pueblo; a sus amigos los favoreció con tantas granjerías y corruptelas que ya los escribanos se cansaron de anotarlas en los libros de historia del Principado.
Como le reclamaban su indolencia con los más pobres y su entrega de la soberanía del reino a grandes consorcios internacionales, le declaró la guerra a su propio pueblo.
Entró en Guerra contra la libertad sindical, persiguió a líderes sindicales, violó acuerdos internacionales suscritos por el reino y hasta despidió de su trabajo a dos dirigentes por denunciar la corrupción. Para acallar las voces de protesta declaró la Guerra contra la libertad de expresión, cerró programas de opinión, porque sus conductores profesaban opiniones políticas diferentes.
Naturaleza, salud y billetes. Su locura fue tal que hizo la Guerra contra la naturaleza. Los serviles de su majestad permitieron mega proyectos turísticos, condominios de lujo y explotaciones de piña de exportación destructivas de los recursos naturales. Para poner el ejemplo, él mismo autorizó el funcionamiento de una mina con explotación a cielo abierto y uso de cianuro. Naturaleza y salud humana deberían sacrificarse por codiciados billetes verdes de otro reino más al norte al que le rendía pleitesías.
Sus decisiones debían contar con cierta legitimidad, la cual garantizó regalando buenas rodilleras a los magistrados del Tribunal Supremo de Elecciones. Ordenó: hágase la Guerra contra la legislación electoral y en un referendo pudo usar recursos millonarios cuyo origen dudoso nunca fue investigado. Dispuso de fondos públicos con la complacencia de los magistrados. Prometiendo motos y vehículos de lujo, llevó a cabo el más escandaloso fraude que el reino recuerda.
En ese proceso uno de sus cachorros confesó su crimen electoral, plasmado en un escandaloso memorando violatorio de las normas y las buenas costumbres. En Guerra contra la decencia legislativa, sostuvo a su desvergonzado primo como diputado.
Como también estaba en Guerra contra la ética en la función pública, sus pegabanderas se repartieron, a punta de consultorías, $2.5 millones que un gobierno asiático había donado para la construcción de casas para familias pobres. Los infortunados quedaron sin techo digno y nunca se supo para qué sirvieron las consultorías.
Los desfachatados hicieron fiesta con otro pequeño donativo de 2 millones de billetes verdes para asesorías, esta vez manejadas desde Palacio. Ambas donaciones administradas por un banco regional, cuyo Director fue tesorero de la campaña electoral del Principito. Tampoco se conocieron las bondades de estas asesorías. Sí se supo que uno de sus beneficiarios fue simultáneamente asesor de Palacio y magistrado de la Corte Suprema, en clara Guerra contra la independencia de poderes.
Tesorero desentendido. Todo esto pasaba a vista y paciencia del bufón encargado de la hacienda pública, quien ya antes había dado muestras de su entereza al permitir el modesto regalo de 90 millones en moneda local, para pagar los votos de un diputado evangélico. Ese mismo funcionario, también de origen noble, declaró la Guerra contra la educación pública, prefiere jactarse de tener superávit fiscal que reparar tantas escuelas que están en pésimo estado. Pero eso no importa, los descendientes de su alteza y sus lacayos van a colegios privados.
Era el preámbulo de la Guerra contra las universidades estatales. El mismo flamante guardián de la hacienda pública, cumpliendo con el Plan Escudo de su alteza, reduce el presupuesto a las universidades estatales. Mientras, los magistrados de la Corte Suprema se autorecetan un jugoso incremento salarial, sin cuestionamientos del tesorero de Palacio.
Como sus pajes y allegados trabajan mucho se merecen ciertas canonjías prohibitivas para los parroquianos, a quienes apenas les alcanza para el arroz y los frijoles. Sobreviene la Guerra contra la plata de los pobres. En lujoso restaurante los jerarcas se mandan un festín de viandas y néctares, sólo digeribles por los estómagos de las élites sociales. La cuenta la pagaron con los impuestos del pueblo, con la plata de los damnificados de terremotos e inundaciones.
El Principito acrecienta su Guerra contra los agricultores, les niega protección y subsidios, pero permite los precios abusivos de unas pocas compañías extranjeras comerciantes de insumos. Como premio a quienes financiaron su campaña, se inventa un Plan Escudo para hacer la Guerra contra la clase trabajadora y las normas laborales. La crisis creada por el modelo que él defiende la tienen que pagar los pobres. Deben aceptar medio salario sin que los precios de la canasta básica bajen a la mitad. Como trofeo de guerra, a los patrones les promete la cabeza del código de trabajo y las garantías sociales.
Armas prohibidas. Previniendo cualquier sublevación de los incómodos e inconformes, el Principito se prepara para hacer la Guerra con armas prohibidas. ¡Un Premio Nobel de la Paz autorizó su uso mediante decreto! y hoy enfrenta un proceso en el Tribunal Contencioso Administrativo.
Como no han faltado malcriados que se opongan a sus ilustres decisiones, declara la Guerra y criminalización de la protesta social. Los delincuentes andan sueltos, mientras los policías están dando palos a los pobladores de Sardinal. ¿Quién los tiene reclamando el derecho al agua? ¿No ven que las canchas de golf de los hoteles necesitan riego todos los días?
Ante tanta guerra el Principito confesó que está cansado y prepara a su heredera al trono. Ojalá esta vez los habitantes del reino no se coman las falsas promesas de cada cuatro años. Por el momento, se siguen preguntando si el galardón de su majestad era un Premio Nobel a la Paz o a la Guerra.
Y colorín colorado, este cuento NO ha acabado.
- Giovanni Beluche V. es Sociólogo
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