Pragmatismo, cambios y continuidades

09/10/2007
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A poco menos de un mes para las elecciones presidenciales en la Argentina, nada se debate, no hay euforia callejera y los candidatos de la oposición son todavía desconocidos por los electores. Reina así una apatía general y la discusión, en un país tradicionalmente muy politizado, brilla por su ausencia.

Es que existe una convicción profunda, tanto en la oposición como en el gobierno, de que la candidata oficialista y primera dama, Cristina Fernández de Kirchner , será quién gane cómodamente los comicios del 28 de octubre. Esta certeza se reafirma en los últimos datos de los encuestadores que muestran una intención de voto para la senadora que oscila entre el 45-55%, lo que le daría una victoria en primera vuelta.

En este contexto es fundamental el rol de los candidatos opositores, que están perdidos en el mapa político, ninguno llega al 15%. Según las encuestas, en un segundo Elisa Carrió, de la Coalición Cívica y en alianza con el Partido Socialista, es la única que podría alcanzar una cifra semejante. Tras ella, se encontraría el ex ministro de Economía de la actual gestión, Roberto Lavagna, con 9-13.5%. Aún más abajo, el derechista Ricardo López Murphy parece no tener posibilidades con el apoyo de no más del 4.8%.1

A partir de estos números, el gobierno parece haber elegido la misma estrategia que tuvo en las elecciones de 2005, cuando la primera dama fue candidata a senadora nacional por el Frente para la Victoria en la provincia de Buenos Aires. Sabiéndose ganadora, aquella vez no dio entrevistas ni aceptó un "cara a cara" con los otros candidatos. Esta vez tampoco.

Es por eso que no extraña ver a Fernández de Kirchner en campaña desde Alemania, Estados Unidos o España y sin dar cuenta de otra agenda que no sea la que arma junto a su marido, el actual presidente Néstor Kirchner. El silencio parece darle frutos: "La mejor campaña es la gestión del gobierno", asegura el ministro de Interior, Aníbal Fernández.

Sin embargo, a pesar del calmo del escenario general, algunos hechos en los últimos meses generaron corridas y enojos en la Casa Rosada. Primero, los escándalos de corrupción—temática particularmente sensible para un Kirchner que siempre buscó distanciarse de lo que se llamó la "fiesta menemista" de la década del los noventa—ligados a la ex ministra de Economía Felisa Miceli y a un misterioso empresario venezolano, que intentó introducir en el país US$800,000 no declarados dentro de una valija. Con el correr del tiempo, estas cuestiones fueron perdiendo espacio mediático. Su lugar, luego, lo ocupó lo que hoy en día representa el flanco más débil del Ejecutivo: la inflación.

El problema no sólo radica en que los precios de la canasta básica aumentan semana a semana, sino fundamentalmente en que el gobierno la niega. Es más, los índices exactos se desconocen dado que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) está intervenido por el Secretario de Comercio Interior de la Nación, Guillermo Moreno. Este dato no es menor cuando se tiene en cuenta que, afectada la credibilidad del organismo, cualquier otro dato es susceptible de cuestionamientos. Por ejemplo la pobreza, que se calcula, entre otras variables, a partir del Índice de Precios al Consumidor (IPC) es sospechado de estar manipulado.

Esta creciente desconfianza, de todas maneras, no logra avanzar sobre la convicción de que existen logros en materia social realmente significativos. Tal vez el más destacado de ellos sea justamente el de la pobreza que hoy es, según el Indec, de un 23%, cifra todavía elevada pero sustancialmente inferior al 57% que había en 2002 después de la crisis del año anterior (ver recuadro).

En lo que respecta al desempleo, las cifras muestran una caída a menos de la mitad desde el 2003 (de 21.7% al 8.5%), y el trabajo en negro, que hoy está en 40.4%, disminuyó un 20% en el mismo período. Sin embargo, a pesar de que el empleo no registrado muestra un descenso paulatino pero persistente en los últimos tres años, los actuales niveles son todavía mayores a los de la década del noventa, cuando estalló el drama de la precarización laboral.

Resulta indiscutible, desde una perspectiva macroeconómica, que la gestión Kirchner ha sido exitosa. Así lo demuestra el 8.8% anual que promedia el crecimiento económico, gestado al amparo de un tipo de cambio alto, como por los superávit fiscal y externo.

Ante este escenario de crecimiento a tasas chinas, el principal eje de las críticas al Ejecutivo—y sobre el que la candidata no ha expresado ninguna voluntad de cambio—es la desigual distribución del ingreso. Ocurre que después del cuento del derrame en la década neoliberal, esta resulta una cuestión central ya que si el 20% más pobre de la sociedad obtenía el 4.1% del ingreso hacia 2003, en la actualidad sólo obtiene el 4.6%, cuando las reservas internacionales acumuladas en el Banco Central llegan a 45 mil millones de dólares.

El 25 de mayo de 2003, cuando el presidente Kirchner asumía su cargo, expresó sus intenciones para los cuatro años posteriores: "En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente".

Hoy, con un discurso anti-neoliberal y con el Fondo Monetario Internacional (al que forzó a una renegociación de la deuda externa que significó una reducción del 65%) como enemigo retórico, el presidente goza de una imagen positiva que ronda el 50%. Así las cosas, los grandes interrogantes en el mundo político argentino hoy son dos: por un lado, ¿por qué el mandatario decidió dar un paso al costado dejando así a su mujer como principal protagonista?, y por el otro, ¿cuál será el futuro de Kirchner?

Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 en las que una rebelión popular tumbó al presidente de la Unión Cívica Radical (UCR), Fernando de La Rúa, fueron la muestra más cabal de la crisis en la que estaba inmerso el sistema político y económico argentino. "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo" era no sólo el cántico protagonista de aquella movilización espontánea, sino también la expresión de ruina de un sistema de representatividad que hasta aquella época hegemonizaba el bipartidismo del Partido Justicialista (peronismo) y la UCR.

Por aquel entonces, el único que pudo ostentar una cuota mínima de gobernabilidad, gracias a su armado clientelar2 en la pauperizada provincia de Buenos Aires, fue el ex vicepresidente de Carlos Menem y gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde. Esta vez la historia se repetía, según Hegel, como farsa.

"En su búsqueda afanosa de un sucesor capaz de darle continuidad a un confuso proyecto que procuraba establecer nuevas reglas de juego sin alterar las estructuras existentes", como señala con perspicacia el periodista Daniel Vilá3, Duhalde apostó por un poco carismático gobernador patagónico que había lanzado su candidatura para instalarse en el mapa político con miras a 2007.

Así fue que Kirchner obtuvo el 22% de los votos y pasó al ballotage junto a Menem, quien sacó un 24%. Seguro de su derrota, el riojano desistió de participar y el santacruceño se convirtió en el nuevo Jefe de Estado.

La fragilidad y heterogeneidad del armado político era tan evidente, como la profunda crisis institucional que vivía el país. El sistema de partidos estaba destruido y, sin ir más lejos, el presidente debió soportar por un breve tiempo el apodo de "Chirolita", en alusión al muñeco manejado por un ventrílocuo.

Una vez en la Rosada, lo primero que Kirchner buscó fue deshacerse de la sombra de su predecesor, y para ello intentó un armado propio con todo el progresismo diseminado en los partidos políticos y en los movimientos sociales, como las Madres de Plaza Mayo y algunos sectores de los trabajadores desocupados, llamados piqueteros. A ellos los sedujo con medidas como el descabezamiento de la cúpula militar, los progresivos avances en el castigo a los ejecutores del genocidio de la última dictadura militar y el reemplazo de los viejos miembros de la Corte Suprema por respetados juristas. El proyecto, que no duró, se llamó Transversalidad.

Luego, con pragmatismo peronista, su construcción se centró en la conformación de una estructura que le permitiera mantener la iniciativa en una coyuntura problemática. Para eso cooptó a los intendentes duhaldistas de la provincia de Buenos Aires y alineó tras de sí a los gobernadores provinciales y a la deslegitimada dirigencia sindical, sobre la que pesan sucesivas denuncias de corrupción y una distancia abismal respecto de sus bases.

Así, la anomia política que explotó en 2001 es la que continúa hoy día. Una prueba es que de cara a las próximas presidenciales en ningún partido hubo internas.
Los Cambios

Respecto a la primera incógnita, el politólogo Isidoro Cheresky sostiene que "Kirchner llegó al poder accidentalmente, con recursos políticos, intelectuales y de experiencia limitados. Y ahora, que viene un período de estabilidad y en el que ya no es posible gobernar como lo hizo porque ya no estamos, como él se encargaba de repetir, \' en el infierno\', empieza a tener problemas. Hay que entender que no se trata solamente de la existencia de un partido, sino de la falta de visiones estratégicas y políticas sectoriales que hacen a la institucionalidad del Estado".

Fernández de Kirchner, además de representar una nueva cara en la contienda, ha propuesto cambios como la nueva "Concertación Plural", que tiene su expresión más contundente en la candidatura de Julio Cobos, actual gobernador mendocino de origen radical (la Unión Cívica Radical decidió hace pocas semanas expulsarlo del partido) como candidato a vicepresidente.

Otra novedad de la candidata oficialista, es su nuevo acuerdo, pacto o diálogo social entre empresarios y sindicatos que tenga como intermediario al gobierno. En el Teatro Argentino, en La Plata, así lo definió la primera dama: "Hay que proponer un acuerdo: el Diálogo Social en la Argentina, en el cual tenemos una rica historia de empresarios, trabajadores y la pata del Estado que redirecciona y garantiza las condiciones macroeconómicas de no endeudamiento, de superávit fiscal primario, de superávit comercial, de tipo de cambio competitivo, de reservas suficientes para evitar cualquier cimbronazo. Esas condiciones macroeconómicas no pueden ser solamente de un gobierno o de un presidente de turno, tienen que ser patrimonio de todos los argentinos, y tiene que ser institucionalizado".

Pero según el periodista del diario Página 12, Alfredo Zaiat, "la convocatoria, tal como la ha expresado la candidata, no invita al debate ni a la propuesta de ideas sino a rubricar un contrato de adhesión de la actual política económica. La discusión de precios y salarios es un capítulo más y no el principal de ese acuerdo"4.

Otro argumento a favor de la candidatura de la primera dama fue el triunfo en junio del empresario Mauricio Macri en las elecciones a Jefe de Gobierno de la Capital Federal. En la Casa Rosada se interpretó ese hecho como una exigencia de cambio y una muestra de hartazgo con un sistema político que no representa ni entusiasma.

Pero el gobierno no sólo perdió en la Capital. En pocos meses ocurrió lo mismo en Santa Fe y en Córdoba, los otros dos grandes conglomerados urbanos del país. "Ahí pierde el kirchnerismo porque establecer redes clientelares de subordinación política es más complejo. En cambio, va a arrasar en la provincia de Buenos Aires (que con sus más de 10 millones de votantes, representa el 37% del total de los electores del país) donde los índices de pobreza e indigencia son enormes" asegura el sociólogo Atilio Boron.

En cuanto a la segunda pregunta, el presidente Kirchner dijo en más de una oportunidad que no se retirará de la vida política y ha dejado entrever que en su horizonte se encuentra la rearticulación del sistema de partidos. Boron señala, "De los tres grandes partidos de las últimas décadas no queda ninguno en pie: el Frepaso, nacido a comienzos de los 90 como expresión del progresismo porteño y que llegó al poder junto a la Unión UCR en 1999, se atomizó y se disgregó; la UCR dejó de ser una fuerza nacional y hoy es sólo una serie de fuerzas regionales en cuatro o cinco provincias sin la menor chance de llegar al ejecutivo; y el peronismo que es una confederación de caudillos con identidades locales y provinciales. El objetivo de Kirchner es crear una fuerza partidaria sobre las bases del peronismo y con los resabios del la radicalismo".

En términos ideológicos, el nuevo armado político con el que se especula insinúa una tendencia de centro-izquierda pragmática. "Nosotros conciliamos intereses y nunca vamos a anteponer a ellos ninguna actitud ideologicista", ha dicho, rotundo, el presidente. En este sentido, la tapa de la revista humorística Barcelona es elocuente. Junto a las fotos de los dos principales representantes de las tendencias dentro del kirchnerismo—el ministro de Planificación, Julio De Vido y el Jefe de Gabinete, Alberto Fernández—titulaba: "Utopías, el país se debate entre la mordida y la tajada".

El politólogo Vicente Palermo coincide en que esta elección se caracteriza por la ausencia de grandes paradigmas: "Este no es un fenómeno exclusivo de la Argentina, ya que en casi todas las democracias estables se vive un creciente clima general de indiferencia y apatía. Creo que estos sentimientos, no obstante, caracterizan esta elección en particular, debido a dos razones: primero, se da casi por descontado el triunfo de un candidato. Segundo, ninguno de los otros competidores tiene un atractivo importante para el electorado. Se trata de una elección en la que parece por consiguiente haber poco en juego, y que se efectúa en el marco de una situación política, social y económica muchísimo menos dramática que las anteriores."

Complementariamente, Palermo agrega que "la oferta política oficial no es, precisamente, la de un peronismo que vuelve a enamorar como lo fue la de Menem en su campaña de 1989. Es la oferta de un gobierno que administra su capital y trata de mantener un precario equilibrio entre las tribus peronistas y el registro en el que tiene que emitir para retener el respaldo del voto no peronista que es indispensable".
Las continuidades

Salvo una reforma al interior del ministerio de Economía, que implicaría su desdoblamiento en las carteras de Hacienda y Desarrollo Económico, lo más probable es que la línea macroeconómica de un eventual gobierno de Fernández de Kirchner siga siendo la misma que tuvo su marido. Se continuará con el dólar alto, se impulsará el mercado interno y seguirán las retenciones a la soja, al maíz, el trigo y las carnes, que son el fundamento del perfil neo-desarrollista actual.

A pesar del signo industrialista de la gestión Fernández de Kirchner, la soja (que exporta el 95% de su producción de 47.5 millones de toneladas) se encuentra en el corazón del modelo. Es que tributa el 27.5%, mientras que el maíz y el trigo ceden 20% de su valor exportable en retenciones, cuya suma representa para el Estado un ingreso anual de 2.500 millones de dólares. Los ingresos tributarios acumulados por el Estado en los primeros nueve meses del año, según la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), fueron de 45.315 millones de dólares.

Ocurre que por factores externos como el constante crecimiento de la demanda impulsada por China e India, y el incipiente \'boom\' de los biocombustibles que reforzó la demanda del maíz en los Estados Unidos, los precios de la oleaginosa alcanzan picos históricos que superan los US$300 por tonelada para la próxima cosecha.

Probablemente tampoco haya cambios en lo referente a la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), hoy en manos de la española Repsol. Ni siquiera cuando el crecimiento económico consume cada vez más recursos que parece llevar hacia una inevitable crisis energética.

Esto tiene que ver con otro de los puntos flacos del crecimiento que es la extranjerización de la economía. En los últimos días, con la venta de la metalúrgica Acindar a un grupo indio, se reavivó un debate que fue frecuente en los noventa. Es que en los últimos años pasaron a manos extranjeras muchas empresas emblemáticas de la burguesía local como la cervecería Quilmes, la cementera Loma Negra o las textiles Grafa y Alpargatas. Este fenómeno que se está intensificado, se expresó en 2005, cuando, según el informe sobre "Las grandes empresas de la Argentina" publicado por el Indec, el 92% de las ganancias obtenidas entre las 500 mayores empresas del país correspondieron a empresas de capitales foráneos. Hoy, a pesar de la retórica oficial que dice favorecer a un "capitalismo nacional", basado en el impulso a una burguesía nativa y al crecimiento de las pymes, el 72% de esas firmas son extranjeras5.

La Argentina hoy vive una paradoja. En un contexto de crecimiento, de ruptura con lo viejo y del auge de algo nuevo, nadie propone, ni sugiere, ni discute algo distinto. Con sus palabras, así lo plantea Cheresky: "Estamos ante un hecho sorprendente y es que todos los sectores políticos, la oposición y el oficialismo, cada uno desde sus propios argumentos, piensan que estamos frente a una nueva etapa. Esto supondría algún tipo de debate, alguna confrontación, pero no es así. Pese a que Cristina se postula como el cambio—cuando el único cambio significativo es la candidatura a vicepresidente de Cobos—la estrategia evidente ha sido el continuismo. Seguramente gane, pero el oficialismo tiene un problema. Es que ha cambiado de manera permanente la relación de los ciudadanos con la política. Cerca del 70% o el 80% dice no pertenecer a un partido político, y el problema de la segregación no es que han desaparecido las organizaciones o los militantes, sino la pertenencia. Los líderes expresan proyectos o alternativas políticas, pero el liderazgo cuando no está sustentado en una organización es un problema", y esto en la Casa Rosada lo saben.

Notas


1. Página 12, domingo 30 de septiembre 2007.
2. En entrevista a Clarín, suplemento zona, del 26 de agosto de 2001, el sociólogo Javier Auyero así definió al clientelismo: " Se habla de clientelismo político como el mero intercambio de favores por votos, cosa que existe. Pero esto no significa que los valores promuevan en forma automática el apoyo político. Lo que en realidad motiva el respaldo son las redes de intercambio, que son mucho más complejas que un simple reparto de zapatillas con la firma de un gobernador.

Se hace todos los días, no sólo en épocas de elecciones. Hoy muchas familias sobreviven con lo que consiguen a través de punteros, unidades básicas, comités, agencias municipales. Por ejemplo, si en los hospitales no hay medicinas, uno puede encontrarlas en las unidades básicas. A través del clientelismo se resuelven cotidianamente los problemas que la gente no puede resolver debido al desempleo y la retirada del Estado en su función de bienestar, no en su función punitiva. Se solucionarán problemas, se llenarán estómagos pero también se construyen relaciones de dominación, de dependencia. Se establecen amores o lealtades cautivas. Es curioso que habiendo tantos estudios sobre peronismo, no haya uno sobre unidades básicas, que son las instituciones, junto a la sociedad de fomento y a los sindicatos, más importantes de la vida popular.

3. Acción, segunda quincena de agosto.
4. Página 12, suplemento Cash, domingo 9 de septiembre 2007.
5. Según el Indec, En 1993 menos de la mitad de las 500 firmas que más vendían en la

Argentina eran de capitales extranjeros (219). Esa participación fue creciendo sin pausa: en 2000 las foráneas eran 318, en 2004 saltaron a 335 y en la actualidad son 360, una abultada mayoría.

- Diego González es periodista independiente en Buenos Aires y analista para el Programa de las Américas.

Fuente:
Programa de las Américas del Centro de Relaciones Internacionales (IRC) 

http://www.ircamericas.org

https://www.alainet.org/en/node/123676
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