Control estadounidense sobre los recursos y acceso al espacio estratégico

30/01/2007
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La presencia de las bases militares de Estados Unidos en todo el planeta es un componente clave para la extensión y expansión de su poderío militar. Esto tiene mucho que ver con la búsqueda de recursos alrededor del mundo, que es un asunto muy importante. Lo que a menudo se pierde de vista es que la cuestión de los recursos es un asunto de control, no de acceso. Por ejemplo, en el caso del petróleo en Iraq: la problemática no es si EE.UU. está preocupado por no conseguir petróleo; en el mercado global lo puede hacer dondequiera. Si lo desea, lo comprará. Lo que busca es el control de todo el proceso del petróleo: la producción, la fijación de precios y ser el garante del acceso a este recurso por parte de competidores y aliados: Japón, Alemania; cada vez más Brasil e India, y otros países.

Tal control también implica control militar, de ahí que necesita bases en todo el mundo. EE.UU. tiene ahora bases en cerca de 40 países, algunas muy pequeñas, otros enormes. Esto significa que EE.UU. puede funcionar diariamente como una potencia global que controla los recursos y los espacios estratégicos alrededor del mundo. Es así que, por ejemplo, para estar seguro que mantiene el control ante cualquier eventualidad de un desafío político en el Golfo Pérsico, acaba de enviar un segundo grupo de portaaviones, que actúa como base flotante para la aviación estadounidense. Otro ejemplo, durante la invasión a Afganistán, no solo se trataba de atacar a ese país, sino también de construir nuevas relaciones con regímenes terriblemente represivos en todos los países que rodean a Afganistán; nuevas alianzas con países como Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán, bajo el entendimiento de que esto permitirían funcionar en sus países bases militares estadounidenses como punto de partida para los ataques de EE.UU. contra Iraq, Afganistán, Somalia. Es por esta razón que desean la flexibilidad para ir dondequiera y para atacar a cualquier punto en cualquier momento.

En el fondo, esta política ha sido compartida tanto por las administraciones republicanas como demócratas. Existen diferencias serias entre los partidos, pero hay muchas concordancias también, y en esta cuestión del rol internacional de EE.UU. como potencia militar global, las diferencias no son muy significativas. En lo que sí hay diferencias es respecto a cómo operar militarmente. La administración Bush ha operado sobre la base de una política extranjera militarizada, que es expansionista, temeraria e irrebatible. Las administraciones demócratas han sido más cautelosas, han utilizado justificaciones internacionales, verdaderas o falsas, pero no han reivindicado deliberadamente el derecho a violar la ley internacional, por ejemplo, como lo ha hecho la administración Bush.

La política de Bush de hecho se está mostrando contraproducente, en muchos sentidos; entre otras cosas genera una oposición mucho más masiva. Tal el caso de la nominación de John Bolton como el embajador de EE.UU. en las Naciones Unidas. Bolton era un bravucón, y porque era bravucón era más fácil que otros países se unan contra él, antagónicamente. Le costó conseguir que la gente hablara con él.

El problema: era un representante muy bueno de una política extranjera bravucona. Quedó muy claro que tener a un diplomático más llano, más suave, facilitaría para que las cosas sean mucho más fáciles.

Repercusiones internas

La estrategia de los neoconservadores, particularmente, dentro del partido republicano,-que son un sector en descenso, pero siguen siendo un ala poderosa dentro del partido-, está profundamente arraigada en el llamado a militarizar la política extranjera, como principio, afirmando la legitimidad del militarismo sobre la diplomacia, de modo que sus políticas buscan, por ejemplo, privilegiar el Pentágono por sobre el Departamento de Estado. Asimismo, buscan ampliar las asignaciones presupuestarias para las fuerzas militares y disminuir las asignaciones para las iniciativas de la sociedad civil, la diplomacia pública y esa clase de cosas. Entonces, es un punto de vista muy específico y público respecto a que ésa es la manera de defender los intereses estadounidenses, para lo cual han utilizado las proclamas ideológicas sobre la supuesta guerra contra el terrorismo, valiéndose del miedo generado en los estadounidenses tras los ataques del 11 de septiembre. Para el efecto han dicho: hemos sido atacados, por lo que debemos lanzar una guerra, que ahora la proclamamos como una guerra de autodefensa. Y esto ha pasado a convertirse en la política exterior: la guerra global contra el terror, que es una guerra sin fin.

De modo que allí es donde entra el militarismo, y da forma a todo. En EE.UU., por ejemplo, el papel de los militares en la vida interna está aumentando considerablemente. Siempre hubo una cultura política muy estricta en EE.UU. -no solo en términos legales- que preveía que los militares no desempeñen ningún rol político ni civil dentro del país. Esto ya no es más el caso. Ahora hay cooperación entre el Pentágono, la CIA y el FBI en términos de la recolección de inteligencia, así que hay una peligrosa distorsión de las líneas que separaban a los militares y a los civiles. Una de las ironías actuales para George Bush es que la cúpula militar se cuenta entre sus críticos más acérrimos, porque reconoce que su versión militar de la guerra está condenada al fracaso.

En el plano legislativo, el Patriot Act es esencialmente una ley para militarizar la sociedad civil en EE.UU., para privarnos de muchas libertades civiles. La Ley de Comisiones Militares – la MCA- aprobada muy recientemente, da a los militares el derecho de llevar a juicio a los supuestos "combatientes enemigos". Esta medida es básicamente una manera de poner en riesgo a cualquier persona que no sea ciudadano estadounidense y haya sido identificada como "combatiente enemigo", por lo que puede ser enjuiciada bajo términos que le niegan todas las garantías que la Constitución de EE.UU. establece para quienes son conducidos ante la justicia. Entonces, estamos pagando un precio muy alto en EE.UU. por la supuesta guerra al terror: la privación de nuestras propias libertades civiles.

¿Un regreso a la política del "patio trasero"?

En el caso de América Latina, la emergencia de gobiernos progresistas, ciertamente con diferencias entre ellos, pero coincidentes en cuestionar la política neoliberal liderada por EE.UU. y la hegemonía de este país en la región, se ha producido en un contexto en el que la atención estratégica estadounidense está muy centrada en Oriente Medio y Asia Central. O sea, esto ha ocurrido cuando Washington "no estaba mirando" a sus vecinos; no totalmente, por supuesto, pero sí en cierto sentido. Lo que ahora estamos viendo es una inquietud cada vez mayor en Washington de que estos procesos, que son muy democráticos y arraigados en los pueblos, en todos estos países latinoamericanos, podrían ser muy peligrosos para EE.UU. a largo plazo, porque es una manera de movilizar la oposición popular contra el control estadounidense sobre esos gobiernos.

En ese contexto, permanece siempre la amenaza de que EE.UU. regrese a su diplomacia de las cañoneras. El punto de vista de que América Latina es "nuestro patio trasero" sigue siendo muy prevaleciente en Washington, como vimos, por ejemplo, con el golpe en Venezuela, cuando la Casa Blanca apoyó este golpe ilegal. Así, aunque la política de EE.UU. hacia América Latina en el período reciente no haya sido primordialmente una política militar, está muy presente el peligro de que una versión militarizada de la oposición a estos gobiernos progresistas podría convertirse en una amenaza mucho más seria.

Phyllis Bennis es investigadora en el Institute for Policy Studies en Washington y en el Transnational Institute en Ámsterdam. Este artículo se basa en una entrevista mantenida con ALAI.
https://www.alainet.org/en/node/121295
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