Infancia y conflictos bélicos

05/10/2006
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  • Opinión
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“Lo único que está claro es que en la próxima guerra habrá que hacerse militar”, decía el ya fallecido humorista francés Coluche, tras hacer un recorrido por los principales conflictos armados registrados en el siglo XX, y ver cómo el porcentaje de fallecidos civiles iba en ascenso. Y es que a medida que han ido pasando los años, el porcentaje de víctimas civiles generadas por las guerras no ha dejado de crecer. Detrás de eso de las 'víctimas civiles', un genuino eufemismo, lo que se encuentran son mujeres, ancianos y niños. Las mujeres siempre se encuentran entre las víctimas principales de las guerras, pero también hay que recordar que su designio de resistencia se ha plasmado en decorosos movimientos antibelicistas; así lo certifican las Mujeres de Negro en Serbia y en Israel, o el Movimiento de Madres de Soldados que intentó hacer frente a la primera guerra de Chechenia. Sobran las razones para concluir por qué los ancianos se hallan también entre las víctimas principales de tantos conflictos. En las localidades bosnias sometidas a operaciones de limpieza étnica, los únicos miembros de los grupos humanos que quedaban sobre el terreno solían ser los ancianos, incapacitados para marchar. Qué decir, en fin, de los niños, radicalmente indefensos siempre, y ello incluso cuando acaban por convertirse, macabramente, en soldados. Una organización no gubernamental, Save the Children, ha depositado su esfuerzo en los últimos años en hacer frente a uno de los problemas mayores que las guerras acarrean en relación con los niños: la imposibilidad de que éstos puedan tener acceso a la educación. Save the Children reclama cifras asequibles para atender estas necesidades, al menos si las comparamos con las que se asignan a otros menesteres. Se trata de 10.000 millones de dólares anuales, 5.600 millones de los cuales habrían de encaminarse a países saqueados por los conflictos bélicos. No hay que olvidar que cada año se gastan en el planeta 400.000 millones de dólares en drogas, 900.000 millones en maquinarias represivo-militares y un billón en publicidad. Los informes que maneja esta organización recogen un dato que conviene rescatar: sólo un 2% de la ayuda humanitaria se destina a educación. Si en los tres últimos lustros, y por razones bien conocidas, los flujos de ayuda humanitaria han crecido sensiblemente mientras se estancaba o retrocedía la ayuda ordinaria al desarrollo, el hecho de que la ayuda a la educación desempeñe un papel menor invita a concluir que las sumas destinadas a conseguir un acceso universal a la enseñanza primaria han disminuido de manera inquietante. Con esos antecedentes no nos puede sorprender que en el planeta se cuenten hoy 115 millones de niños sin escolarizar. Las estimaciones que Save the Children maneja sugieren que cada año de escolarización implica un incremento de nada menos que un 10% en los ingresos posteriores del niño. Estamos obligados a preguntarnos por la pesada carga que, para el futuro, se deriva de cifras de desescolarización tan inquietantes. Y no hay que ir muy lejos para encontrar un ejemplo que puede ayudarnos a comprender la importancia del problema: ¿cuál está llamado a ser, durante decenios, el legado de los bombardeos israelíes en el Líbano, con su secuela dramática de muertes y destrucción? No faltará quien agregue que también entre nosotros, en sociedades aparentemente desarrolladas que se benefician de una educación universal y gratuita, esta última no es garantía de casi nada. Ahí está, para testimoniarlo, el derrotero de una opinión pública, la israelí, que, por lo que parece, repudia los hechos militares de julio y agosto, pero lo hace por su ineficiencia más que por su extrema inmoralidad. - Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
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