Una foto simplemente vergonzosa
Un agente de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos persigue a dos migrantes haitianos para impedirles cruzar hacia Texas: se trata de la reedición de un pasado colonialista y racista aún vigente.
- Opinión
Esta foto está dando la vuelta al mundo: perturba la conciencia de quienes aún la seguimos. Como bien lo decía Eduardo Galeano: “No vale la pena vivir para ganar, vale la pena vivir para seguir tu conciencia”.
La foto fue tomada el pasado 19 de septiembre de 2021 por Félix Márquez (Associated Press), pero nos devuelve siglos atrás. Nos indica claramente que la humanidad, en particular, los Estados Unidos de América, no ha mejorado su trato al hombre negro y a la mujer negra.
Lo negro se convierte en algo más que un simple color de piel: metonimiza la condición humana en el momento en que justamente ya se le quita lo humano y se le suspende su dignidad intrínseca. Lo negro deviene la situación de todos aquellos y aquellas que son víctimas de la deshumanización en el mundo. Como lo decía Achille Mbembe, es como si hubiera un “devenir-negro del mundo”.
La amplia frontera entre México y Estados Unidos de América muestra este trágico devenir de decenas y cientos de miles de migrantes, originarios de Centroamérica, el Caribe, África y Asia que buscan ingresar a este supuesto Eldorado, debido al caos provocado -a menudo con la complicidad de los Estados Unidos, como es el caso de Haití- en sus respectivos países de origen. En el caso de los haitianos su tragedia transeúnte empieza desde Chile y Brasil, pasando por Centroamérica y México.
Visto desde la larga duración, este caso de las negras y negros haitianos muestra la incomodidad que ha provocado y sigue provocando para el mundo occidental el recuerdo del golpe más duro que se ha asestado, en la historia de la humanidad, al orden colonial y racista. Haití y Cuba representan dos piedras históricas que el gran vecino del Norte ha tenido en sus zapatos y en sus narices y que le siguen molestando. Primero de enero de 1804 y primero de enero de 1959, fechas respectivas de la revolución negra-haitiana y la revolución socialista-cubana, han sido dos heridas que Estados Unidos no ha podido cicatrizar y que aún tiene abiertas.
En la foto se ve a un agente de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos de América, quien, montado en su caballo, persigue a dos migrantes haitianos para no dejarlos cruzar el Río Grande desde México hacia Texas. Se podría interpretar esta dolorosa imagen, para las y los haitianos y quienes se solidarizan con este pueblo, como una venganza histórica de los Estados Unidos.
Sin embargo, lo que realmente muestra esta foto tristemente célebre es cierta reedición, actualización y continuación de la colonización en un país, como Estados Unidos, que no ha podido superar su pasado colonialista y racista y donde sigue vigente este orden despreciable e injusto del mundo. Ayer la víctima de este orden fue Floyd y hoy son miles de migrantes haitianos y del “devenir-negro” de tantos otros migrantes y refugiados en la frontera mexicano-estadunidense, pero son los mismos negros (o personas tratadas como tales) quienes o mueren ahogados bajo la rodilla de un policía blanco o son “cazados” como animales por “jinetes” blancos. Más allá de ello, es la imagen de un país que ya se liberó de un presidente xenófobo, pero no de un sistema, un Estado, un país, una historia, una mentalidad, un orden del mundo que son profundamente racistas.
La foto debería ser más bien vergonzante para los Estados Unidos y, sobre todo, para su nueva administración que sigue la misma política migratoria xenofóbica; para la clase política haitiana que contribuye a exiliar a los haitianos, con la complicidad de la llamada comunidad internacional; para nuestros países de América Latina y del Caribe que tardan en expresar su solidaridad con los migrantes haitianos, cubanos, centroamericanos y africanos varados en estas fronteras mexicano-estadunidenses; y para las organizaciones internacionales, tales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organizaciones de los Estados Americanos (OEA) que no juegan de manera clara y contundente su papel de proteger los derechos humanos de las personas en el continente y el mundo.
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