¿Por qué hablamos de Guerra Fría en la tercera década del siglo XXI? (parte II)

Los rusos no le ofrecen competencia económica a Estados Unidos y sus aliados, sino un esfuerzo muy bien coordinado a nivel global que impide la imposición de los intereses y los dictámenes estadounidense en distintas regiones y conflictos del tablero global.

07/07/2021
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Imagen: kaosenlared
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Continuando con el análisis que habíamos iniciado en la primera parte, ahora abordamos los rusos. Enfocándose en sus fortalezas en vez de sus debilidades, el desafío ruso para los gringos es estratégico: militar y diplomático, con énfasis en el segundo. Mientras que la China se inserta económicamente en la África Subsahariana, Rusia se inserta geopolíticamente en el Medio Oriente, por ejemplo[1]. Desde sus respectivas fortalezas, ambas potencias euroasiáticas buscan el mismo fin: limitar la imposición de la supuesta hegemonía unipolar estadounidense.

 

Durante los alegres tiempos de Boris Yeltsin, ese presidente ruso (1991 a 1999) adorado por los gringos, el “líder” ruso no podía ni siquiera ejercer el control sobre su propio gobierno, mucho menos todo lo que heredó de la Unión Soviética. Dos décadas después del fin de su presidencia, Rusia se encuentra en el Medio Oriente, en Asia Central y en América del Sur, creando problemas para la supuesta hegemonía gringa hasta en el corazón del continente europeo (con los gaseoductos y oleoductos entre Rusia y la Unión Europea).   

 

Irónicamente, al considerar a China o Rusia de manera separada, cualquiera de estas dos potencias no posee todos los elementos necesarios para constituirse por sí misma como un contrincante en una guerra fría contra Estados Unidos. Parte de los ámbitos de la lucha gringa-soviética se encuentran hoy reflejados en la lucha actual entre Estados Unidos y la Federación de Rusia –como la lucha intensa multilateral y diplomática– mientras que otras se encuentran entre ambas potencias, la rusa y la china, aunque con una marcada ventaja china, como por ejemplo la carrera espacial[2].

 

En aún otros ámbitos de esta lucha geopolítica, los rusos poseen una ventaja sobre los chinos en desafiar a los gringos, pero la China va alcanzando a todos, como por ejemplo la tecnología militar. Adicionalmente, ahora existe una forma de rivalidad geopolítica en el marco de una guerra fría que no se evidenció durante el siglo XX: la competencia por los mercados, mas allá del mercado de armamentos. En fin, abordaremos este punto nuevamente en las conclusiones del documento actual.   

 

La gran ventaja que posee China en su lucha actual contra Estados Unidos es simplemente un factor que a muchos analistas se les olvida, aunque siempre deberíamos tenerla en mente: China, como Estados Unidos, genera inmensas cantidades de riquezas, pero al contrario de Estados Unidos – hasta los momentos – no posee el mismo gasto bélico y militarista, asunto que le permite dedicar muchos más recursos para la reinversión y la expansión de sus proyectos económicos extranjeros, particularmente los de infraestructura.

 

Es lo mismo que explica las milagrosas recuperaciones económicas de las principales potencias del axis, después de la Segunda Guerra Mundial: Alemania Occidental y el Japón.[3] Sin esa carga asfixiante de gasto bélico, quedan muchos recursos para reorientar hacia otros temas que permiten el crecimiento económico, sin perseguir el crecimiento en las capacidades bélicas y la proyección militar en el ámbito geopolítico global.

 

No obstante, hay que tomar otro elemento en consideración.[4] Lo que igualmente permitió que estas potencias aprovechen de la ventaja de desviar sus gastos fuera de la esfera militar y hacia la proyección económica interna, regional e internacional, es el propio orden posguerra creado y forjado por los estadounidenses mismos. Irónicamente, al buscar una manera para dominar globalmente y sostener relaciones imperiales sin el abrumador gasto y desgaste militar, junto a los problemas tradicionales de sobre-extensión imperial, los gringos forjaron una arquitectura institucional global de dominio indirecto que permitió que otras potencias surjan paulatinamente, sin que su surgimiento implique inmensos gastos militares y bélicos.

 

Para dominar sin ocupar, Estados Unidos forjó un sistema de instituciones globales en la cual se colocó en el centro de estas, a la vez de crear y redactar las reglas de operación del sistema mismo (derecho internacional, normas de interacción, reglas del juego financiero global, etc.), todo con el fin de dominar sin conquistar, sin ocupar y sin reducirse a guerras perpetuas contra contrincantes peligrosos (por eso vemos que todas las guerras estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial fueron contra países que se perciben como pequeños, débiles y/o pobres: Vietnam, Irak, Afganistán, países latinoamericanos, etc.). [5]   

 

Pero al forjar semejante sistema, se redujo la necesidad de instaurar programas armamentistas inmensos que desgasten las capacidades financieras de ciertas potencias emergentes. Alemania Occidental y el Japón, al ser subordinados estratégicos del forjador del sistema internacional de la posguerra, ya no tenían que preocuparse por carreras armamentistas, accesos a materias primas o amenazas de sus vecinos, pues ya estos temas fueron preocupaciones de estos países cuándo buscaban forjar el sistema internacional con  ellos en la cima, pero ahora que fueron derrotados y otra potencia se encuentra en la cima de un nuevo sistema, ahora pueden enfocarse en todo lo que no pudieron realizar durante y antes de la segunda guerra mundial.

 

Claro, quien se encontró fuera de esta ecuación fue la Unión Soviética, y, naturalmente, esta colapsó del propio peso de su programa armamentista, entre otros factores. Pero el Japón y la Alemania Occidental, luego la Unión Europea, y, finalmente, la China, todos pudieron aprovecharse del sistema internacional posguerra impuesto por los gringos para crecer sin el peso asfixiante de la acumulación bélica.

 

De estas cuatro potencias señaladas en el párrafo anterior, nadie hizo esto de manera más exitosa que la propia China, con una paciencia del propio Job, con una profunda sabiduría de no permitir que Estados Unidos la “arrastre” en aventuras militares que la desgasten (sabiduría que el iraquí Saddam Hussein nunca tuvo), y una dedicación programática a un proyecto de resurgimiento interno a través de lo económico, seguido por otro proyecto que busca la proyección externa a través del mismo medio.

 

La Rusia heredera de la Unión Soviética no posee muchas de las ventajas que posee la China de la actualidad, la China de Deng Xiaoping y su alumno, Jiang Zemin. No obstante, heredó una diplomacia fortalecida por décadas de guerra contra las potencias occidentales que trataban de destruir la naciente Unión Soviética, contra el fascismo alemán y sus varios aliados europeos, y contra Estados Unidos y sus varios aliados, durante y después de la primera Guerra Fría.[6] Igualmente heredó un inmenso aparato bélico, que, aunque fue parte de la razón del colapso, lo heredó de todas maneras, a pesar de que se fue desgastando durante el periodo de la historia rusa que es el favorito de los gringos: la presidencia de Boris Yeltsin.[7]

 

Para que estas herencias regresen a ser útiles para la Rusia postsoviética, solo se requería de un liderazgo sólido que aproveche lo que quedó de la implosión soviética, y una coyuntura en la cual se dé un flujo de riquezas que permite la reconstrucción. Ambos elementos se presentaron con la consolidación del liderazgo de Vladimir Putin y el auge de los precios de los hidrocarburos, durante la primera década del Siglo XXI.   

 

Por eso es que se evidencia un antagonismo tan desequilibrado y atípico entre Estados Unidos, por un lado, y la China y Rusia, por el otro. Es una rivalidad que tomada descontextualizada de todos sus actores o de su período histórico particular, tendría poco sentido y lógica, pero de manera agregada y contextualizada, es completamente comprensible. La guerra fría de la actualidad, como todo proceso sociohistórico, es hija de su momento histórico, de su coyuntura y de su contexto.

 

Sin duda alguna, todos los factores del poder internacional se cruzan sobre la entidad que llamamos “Estados Unidos”:

 

  • El poder bélico (el cual sigue siendo el más imponente de la historia humana, hasta los momentos);
  • El poder económico (aun sigue en primer lugar en muchos asuntos, aunque ya no en todos);
  • El poder institucional (sigue en control de la arquitectura institucional global, el derecho internacional y, mucho más importante, el sistema financiero global);
  • El poder financiero global, con su moneda aún manteniendo su posición de “moneda de reserva” (posición que se encuentra en fuerte declive, no obstante);
  • Parte del poder sociocultural, junto a la capacidad de elaborar y proyectar sus narrativas, asunto que podemos ver en el dominio que dicha entidad posee sobre los medios de comunicación e información, el mundo académico y las artes y otras expresiones socioculturales, etc.

 

Esto es lo que la derecha liberal y el liberalismo internacional denominan “soft power”[8]como una categoría que tuvieron que inventar cuando las herramientas oxidadas del Realismo Político y del propio liberalismo internacional, ya no podían ofrecer más apoyo para justificar las políticas exteriores de las potencias occidentales.   

 

En todos estos elementos, Estados Unidos se encuentra, de una manera u otra, en declive, salvo en el poder bélico y militar. Pero esta capacidad bélica pierde relevancia con la posesión – por parte de otras potencias - de armas nucleares, como también por al propio sistema internacional que los gringos forjaron, justo con la finalidad de obtener una opción más “económicamente viable” para mantener su imperio global. La capacidad de emplear la diplomacia, las alianzas informales y no declaradas y las fuerzas armadas para limitar las opciones estadounidenses es el dominio de los rusos. No obstante, y no podemos olvidarnos aquí de este gran detalle, más allá del uso de la diplomacia y la proyección estratégica, los rusos no pueden tener un impacto decisivo contra la política exterior de Estados Unidos, sus diseños y sus caprichos. A pesar del surgimiento de nuevas grandes potencias, aún vivimos en un sistema internacional gringo.[9]

 

Alternativamente, la capacidad de competir económicamente y desplazar a Estados Unidos en casi todas las regiones del mundo es el dominio de los chinos, pero aún no tienen la sagacidad (o el interés, quizás) de enfrentar a Estados Unidos diplomáticamente y con alianzas informales como lo realiza tan hábilmente la Rusia de Vladimir Putin.

 

La Alianza de los gringos tampoco está en perfectas condiciones, lamentablemente para ellos. No es la misma que tan obedientemente seguía a los gringos por terror que la Unión Soviética arrase toda la Europa Occidental en un par de semanas, como se creía que pudiera ser el caso, durante las décadas de 50 y 60 del Siglo XX. Quienes pasaron años espiando los celulares de la Señora Canciller Ángela Merkel no fue el malvado Vladimir y el perverso Xi, sino los respetuosos señores Obama (premio nobel de la paz) y Trump, quien fue mucho más sincero que el propio Señor Obama. Lo del gaseoducto ruso alemán (los Nord Streams)[10] fue un conflicto silencioso entre Estados Unidos y Alemania, mas que de los gringos contra el malvado Vladimir.[11]

 

Peor aún, la Turquía de Erdogan se alió con el gran Satanás ruso, aún manteniendo su membresía que ahora es declarada “no-merecida” en la OTAN (aunque no se atreven aún de suspenderla). Es por eso que ningún turco ha sido más odiado por los occidentales que el mismo Erdogan.[12] 

 

El tema de Erdogan nos permite aquí tomar en consideración otro elemento que nos ayuda a comprender la complejidad de las dinámicas de la actual guerra fría y sus consecuencias. A la vez de esta inmensa rivalidad global, surgen otros actores internacionales que no son ni peones ni parte de la rivalidad, por lo menos al mismo nivel que ocupan las tres potencias principales: Estados Unidos, Rusia y la China. Tenemos obviamente a Turquía, la cual coordina y se entiende con la Rusia de Vladimir Putin, menos difícilmente podemos decir que son “sólidos aliados”. Otra potencia innegablemente es Irán, la cual es un actor que ya no se puede categorizar como “regional” a raíz de su alcance en Asia, Sur América y con la Unión Europea. Fiel aliado de Rusia, tampoco es un “satélite” de esa potencia, y tiene sus propios objetivos, a la vez de sus propios métodos y mecanismos para lograr estos objetivos.[13]

 

La Unión Europea es otra potencia que existe en el tablero internacional, aunque no sabemos qué tan “homogénea” y “coherente” lo es, ya que una cosa es lo que dice y hace Bruselas, y otras son las que surgen de ciertas capitales de la “Unión”. Es bastante obvio del ejemplo señalado (la Señora Merkel) y las incoherencias que salen de tiempo en tiempo del Señor Macron, que la alianza no vive por sus mejores momentos, y no se puede reducir todo el deterioro de la alianza al Señor Magnate Trump y sus actuaciones caprichosas. Los europeos actúan de manera independiente de los gringos en unos asuntos, pero se someten a la voluntad de estos en otros.[14] Después de las cumbres del G7 y la OTAN (junio 2021), Merkel y Macron hablaron de invitar a Putin a una reunión para iniciar el acercamiento UE-Rusia, pero los países orientales de la Unión – aliados históricos de los gringos – pusieron el paro a esa iniciativa.[15]

 

Adicionalmente, y en muchos casos, la autonomía de las capitales en temas de política exterior expone la fragilidad de la Unión, por un lado, y la complejidad de la alianza con los gringos, por el otro. Por más que tratemos de debatir el rol de la Unión Europea en la rivalidad de esta nueva Guerra Fría, la realidad es que la Unión Europea de la tercera década del Siglo XXI (2020 – 2029) no es la Europa de la OTAN de las décadas de 1950 y 1960 del Siglo XX.   

 

Tenemos también a la India, país que efectivamente es un verdadero aliado de nadie. A pesar de los grandes problemas que posee dicha potencia, todas las demás buscan “jalarla” a su lado, sin alguien lograrlo de manera efectiva o duradera. Pakistán es una potencia más de carácter regional que global, pero al igual tiene a los gringos, los rusos y los chinos todos muy interesados en “amarrarla” en alianzas duraderas. No debemos olvidarnos del rol crucial y esencial que jugó este país asiático en la humillante salida de los gringos de Afganistán.

 

Finalmente, tenemos otra potencia, quizás la más difícil de definir, de conceptualizar y de identificar, por lo tan incoherente que es, lo tan acéfala que obviamente lo es, incluso lo tan difícil que es asignarle territorialidad, forma y contenido. Solo podemos asegurar que esta “entidad” reside en América Latina, y no, no es un pueblo en particular, mucho meno un estado o un gobierno (o un movimiento sociopolítico). Su existencia, a pesar de ser tan amorfa, imprecisa y anárquica (es decir, que no posee jerarquía o “cabeza única”, y no por ser “desordenada”), ha logrado milagrosamente erigirse como un gran desafío para los gringos, y que hasta los momentos no han logrado neutralizar o dominar, incluso hasta se les ha complicado los esfuerzos recientes para someterla.[16]

 

Esta entidad, como señalamos, reside en América Latina, específicamente en la mayoría de los votantes de una gran parte de sus poblaciones, los mismos que salen a las calles a tumbar gobiernos neoliberales y/o identificados con Washington y sus políticas. Esta potencia no posee coherencia alguna, ni posee liderazgo continental o transnacional, los lideres de los partidos que tratan de ofrecer liderazgo a estas masas no logran proyectar una visión más allá de sus propias fronteras, y, por lo general, aunque luchan de manera muy eficaz, carecen de una consciencia de clase socioeconómica, de una consciencia política que vaya más allá de lo nacional, y raramente logra identificar sus verdaderos enemigos y desafíos.

 

No obstante, han logrado “prender llamas” que han quemado a la gran mayoría de los aliados de Washington en la región, desde el Señor Macri y hasta los Señores Duque y Piñera. Gracias a esta potencia altamente incoherente y sin orientación política e ideológica clara, Washington no ha logrado mantener una estrategia coherente y continua para recuperar a América Latina y tenerla como la “profundidad estratégica” coherente y consistente que debe ser (es decir, sometida y dominada) condición que sí existía durante los alegres y felices días de la primera Guerra Fría, cuando la OEA no era tan anémica y asquerosamente administrada como lo es ahora, bajo el miserable que hoy ocupa la secretaría general de dicho ministerio gringo de las colonias. 

 

Peor aún, y contando con aliados como los que tiene, Estados Unidos aún no ha logrado – ni de cerca – su objetivo inmediato en América Latina, el cual no es “apoderarse de los recursos naturales” (como si fuera que los gringos tienen tanta visión estratégica y de largo plazo), sino el de sacar a los chinos (y los rusos) de la región. A pesar de una colección hermosa de aliados fieles a lo largo de la región que han ocupado o siguen ocupando las distintas presidencias de las republicas latinoamericanas y caribeñas, la penetración económica china sigue creciendo en la región, al igual que en la África Subsahariana. 

 

Y justo por esto es que los golpes de Estado continuarán en América Latina, y las sanciones y las campañas de deslegitimación y subversión de gobiernos “malvados”, “antidemocráticos” - a pesar de que ganaron elecciones más limpias que las de los mismos gringos, pues nos recordamos de las elecciones presidenciales gringas de los años 2000 y 2020 - y violadores de los derechos humanos, - eso de acusadores que asesinan a su propia gente con impunidad como George Floyd. Porque Estados Unidos se está enfrentando a una potencia geopolítica, una fuerza de alcance geopolítico que transforma a sí misma y se opone a la “restitución del patio trasero”, aunque quizás de manera inconsciente y poco coherente.

 

Estados Unidos disfrutó de un momento glorioso de restauración conservadora en América Latina,[17] durante los momentos de Peña Nieto, Macri y el fascismo de Bolsonaro, con Bogotá y Lima como bastiones tradicionales del conservadurismo que nadie puede tocar, mientras que la Venezuela Bolivariana – la semilla de toda esta pesadilla de las décadas anteriores – se encontraba lentamente sofocándose, y con poco que faltaba para anunciar oficialmente su esperada, deseada y anhelada muerte crónica. ¿En vez? La Venezuela Bolivariana, severamente golpeada, rasguñada y cubierta en su propia sangre y sus morados, logró sobrevivir lo peor que le pudo lanzar el Señor Trump. El Señor “Treparejas”[18] de la ex Asamblea Nacional – uno de los instrumentos más desechables, pero a la vez más “llamativos”, de la política exterior gringa – ha sido reducido a solicitar el derecho de negociar con el “demonio” de Maduro y el “rrrrrégimen”.[19]

 

Venezuela aún sigue en peligro mortal, sin duda alguna, pero por lo menos parte del proyecto gringo – la parte en la cual el treparejas hubiera asumido la mera “administración” de la pasada y futura colonia gringa en el Caribe – se encuentra tan muerto como el futuro político del títere mismo. ¿Quién ayudó a Venezuela a sobrevivir este proceso? ¿Quiénes se aseguraron que la invasión gringa nunca se materialice? ¿Quién ayudó a Venezuela a evadir las sofocantes sanciones? ¿Por qué la ayudaron? Estos son los interrogantes que nos ayudan a comprender la guerra fría de nuestros tiempos.

 

Pero más importante, los bastiones mas tradicionales del conservadurismo en Sur América han sufrido grandes pérdidas: Chile[20] y Perú,[21] como ya hemos visto recientemente. Mientras tanto, el régimen uribista en Bogotá se encuentra bajo asedio,[22] sin correr el peligro de un derrocamiento, naturalmente, pero tampoco sin poder controlar la situación a favor de las elites bogotanas y antioqueñas, como siempre ha realizado. Aunque estamos lejos del capitulo final de esta lucha titánica en la región, definitivamente no es el mejor momento “pro-gringo”. Quizás sea el segundo peor, después de ese momento único y glorioso de la historia nuestramericana, cuando ciertos lideres de la región le dijeron “No” a los gringos, en Mar del Plata, en el año 2005.   

 

El problema es que creíamos que esa fuerza geopolítica es un Estado, o un grupo de Estados, o un partido político o un movimiento, pero creo que los últimos años – desde el inicio de la restauración conservadora en la región – nos han demostrado que los gobiernos progresistas pueden sufrir reveses e incluso colapsar, aunque suelen regresar. Eso significa que la verdadera fuerza no son los partidos o los líderes progresistas, sino quienes los ponen a ellos en sus puestos, en primer lugar. Entonces la fuerza geopolítica que enfrenta Estados Unidos en la región latinoamericana y caribeña no es una agrupación de partidos u organizaciones progresistas per se, sino los mismos pueblos que votan en contra de los secuaces de los gringos o, peor aún, reducen estas administraciones políticas a un caos de ingobernabilidad. He ahí el detalle que se nos suele escapar: no son los lideres o los partidos que representan esta “potencia geopolítica”, sino los pueblos, o por lo menos parte de estos.

 

Esta potencia geopolítica regional, gracias a sus varias limitaciones, como la fragmentación, la falta de liderazgo visible y palpable, la ausencia de una consciencia colectiva de sí misma, y la carencia de una comprensión clara y estructural que logre asociar el objetivo de sus revueltas y sus votos (la agenda neoliberal, por ejemplo) con Estados Unidos y sus deseos de reimponer el dominio tradicional que han disfrutado durante los últimos dos siglos, no puede causar el tipo de daño que otras potencias le han causado a la política exterior y expansionista de los gringos. No obstante, el desafío que representa esta potencia regional – a pesar de lo amorfa que es – sí es creíble y bastante problemático para los gringos, ya que, si la región sigue “flotando” fuera de las garras de los estadounidenses, ¿cómo podrá Washington alegar supremacía global ante sus más grandes adversarios, cuando hasta su propio “patio trasero” no les obedece?  

 

Después de esta larga exposición de actores geopolíticos en el ámbito internacional actual, y la manera en la cual se enfrentan las tres potencias de nuestro momento histórico – Estados Unidos, la China y Rusia – quizás ahora podemos regresar a nuestra categoría de “guerra fría” que habíamos ya elaborado.

 

Habíamos señalado en nuestra construcción de categoría, que el conflicto entre Estados Unidos y las potencias euroasiáticas es de carácter geopolítico, es decir, no es temático (sobre un tema o un área en particular), ni tampoco ideológico (relacionado con un sistema de gobierno o un partido político, por ejemplo), sino de competencia entre Estados, una rivalidad y un antagonismo que se manifiesta en todos los ámbitos precisamente por ser el país en cuestión, y no por los particulares del ámbito, un problema en particular o un gobierno. Es de carácter global y no regional, ya que se enfrentan en casi todas las regiones del planeta, incluyendo los espacios estratégicos de estos: Europa Oriental (para Rusia), los mares del Este y el del Sur de la China (para la China), Sur América (para Estados Unidos), y los ámbitos multilaterales internacionales.

 

Tenemos mucho de los otros elementos: actos de espionaje y sabotaje (entre las tres potencias), a través de los medios de comunicaciones y las instancias académicas (entre las tres potencias, y va recrudeciendo), en lo económico y financiero con competencias agresivas (Estados Unidos y la China), exclusiones de mercados (las tres potencias, excluyendo a Rusia o Estados Unidos de varios mercados de equipamiento militar) y sanciones socioeconómicas (Estados Unidos aplicando sanciones contra todo el planeta Tierra, durante la presidencia del Magnate Trump). Los enfrentamientos militares, naturalmente, no existen, pues es lo que hace “fría” la guerra en cuestión, aunque esta exclusión no aplica a los “clientes”, como por ejemplo Georgia en el 2008, o Siria desde el 2015 y hasta los momentos. 

 

Definitivamente, lo que impide el enfrentamiento bélico entre los tres beligerantes de esta guerra fría es la incertidumbre de poder llegar a una conclusión decisiva, o el tamaño y la naturaleza del daño mutuo que se pueda generar (todas son potencias nucleares). Incluso, es difícil determinar aquí qué sería una conclusión decisiva: ¿el colapso de Rusia y/o la China? Sería un catástrofe para todo el sistema internacional, particularmente la China, la segunda potencia económica del planeta, primer consumidor de energía del mundo, y prácticamente la “fabrica” del mundo, con todo lo que produce. ¿Declive económico acelerado? De nuevo, catastrófico, ya que nadie puede ir “llenando” rápidamente el vacío que dejaría cualquiera de estas potencias con su declive acelerado, pues por más que se enfrentan, ninguna de las tres está en la actualidad en capacidad de absorber el espacio que las otras dos ocupan en el sistema internacional.

 

Quizás lo que aspira Estados Unidos es el regreso al periodo “dorado” (para los gringos, porque para los rusos fue un oscurantismo) de la diplomacia rusa, con el Señor Boris Yeltsin en el Kremlin, y quizás un cambio de régimen en Beijín que lleve a ese país a transformarse voluntariamente en una “Alemania Occidental” de la pos-guerra, o el Japón de la actualidad, potencias no-revisionistas que acepten el status quo y operen en el marco de este, sin complicar, estorbar, entrometer, criticar o incluso opinar sobre cualquier proceso de proyección de poder estadounidense en el sistema internacional.

 

Incluso, cada país del sistema internacional debe mantenerse en su propia región geográfica: Rusia debe tener una opinión solo sobre su entorno geográfico, la China lo mismo, la India, etc. Solo Estados Unidos puede opinar y participar en todas las regiones del mundo (simultáneamente), sin tener que justificar su presencia o sus acciones. En pocas palabras, lo que Estados Unidos realizaba durante la década de 1990 del Siglo XX. 

 

Ahora bien, aquí nos enfrentamos con la pequeña discordancia entre nuestra categoría y las realidades de esta guerra fría: “por lo cual este tipo de guerra suele ser protagonizadas por potencias con capacidades relativamente simétricas, o que poseen armas nucleares (este último criterio no es obligatorio).” Sin duda alguna, y ya lo habíamos indicado en este documento, la relación entre las capacidades de Estados Unidos y de Rusia está muy lejos de ser simétrica: ni en la acumulación militar y bélica (aunque no estamos incluyendo aquí la tecnología militar, ya que Rusia ha avanzado considerablemente en ese tema), ni mucho menos en la capacidad económica.

 

Lo que si es bastante simétrico entre Estados Unidos y Rusia es lo que el sistema internacional – el de la posguerra, creado por los gringos – permite que sea de esa manera: la diplomacia y las relaciones internacionales. Quizás Rusia no podrá movilizarse militarmente al otro lado del planeta como lo puede realizar Estados Unidos, pero los requerimientos de un enfrentamiento geopolítico no dictan la obligatoriedad de esta capacidad en particular, pero si la capacidad de armar y entrenar a potenciales clientes adversarios de los clientes de la otra potencia. La cruda realidad es que Rusia no necesita competir con Estados Unidos en capacidad de movilización militar y maniobras militares: solo necesita que el gobierno en Damasco aguante, o el gobierno en Kabul no pueda aguantar más, por ejemplo. O que el Gobierno Bolivariano se sostenga en Caracas. Solo eso.

 

Debemos entender que a pesar de la gigantesca y galáctica acumulación masiva de armas que posee Estados Unidos, las cuales su letalidad incrementa exponencialmente con cada incremento de presupuesto bélico de la República Anglosajona, esta guerra fría no se trata de Napoleón Bonaparte contra Pyotr Bagration, ni tampoco de George G. Meade contra Robert E Lee, o de Georgy Zhukov contra Erich von Manstein, sino de medidas y contramedidas en el tablero internacional que no dependen exclusivamente de la cantidad de explosivos que posees, ni de los portaviones que mantienes en los altos mares. Para quienes dudan de lo que acabamos de afirmar, solo le pedimos que se recuerden del total número de portaviones (nucleares y no-nucleares; de guerra antisubmarina; ligeros; súper-portaaviones o de escolta) que poseen actualmente los Talibán. Quizás este punto es uno de los que más frustran y confunden a estadounidenses como el Magnate Donald Trump.

 

En el caso de la rivalidad entre la China y los gringos, la simetría es más palpable, menos no en el ámbito militar, aunque con el tema de la tecnología militar, los rusos y los chinos le van alcanzando a los gringos, justo una de las razones por la cual se ha intensificado esta guerra fría. La triste realidad para Estados Unidos es que, o fue producto de una ausencia total de visión estratégica, o producto de una mera incapacidad (por parte de Estados Unidos), o a raíz de inmensos niveles de autocontrol y disciplina (por parte de los chinos), pero por cualquiera que sean las razones, el hecho es que Estados Unidos nunca logró arrastrar a la China durante sus años formativos (desde Deng Xiaoping y hasta Hu Jintao), hacia el ámbito en el cual ellos poseen todas las ventajas: la guerra.

 

En vez, la China ahora es la que está arrastrando a Estados Unidos hacia el ámbito en donde ella posee las ventajas: construcción de infraestructura, carreras espaciales, tecnologías cuánticas y la fabricación de electrónicos, específicamente esos que requieren de los 17 elementos de “tierras raras” (para el 2017, la China producía el 81% de la producción global de estos elementos necesarios para construir baterías y todo tipo de equipos electrónicos). 

 

Sin duda alguna, las “simetrías” entre las tres potencias pudieran ser bastante “asimétricas”, a primera vista, pero sumando un grado de cooperación tan afín y tan preciso como el que demuestran las dos potencias euroasiáticas, a la vez de la altamente compleja configuración del poder en el ámbito internacional,  junto a las limitaciones físicas, legales, institucionales, administrativas y de todo otro tipo e índole que caracterizan el propio sistema internacional (en donde efectivamente se dan los enfrentamientos), muchas (aunque no todas) de estas asimetrías, o pasan a ser más “simétricas”, o pasan a ser más irrelevantes.

 

Finalmente, y esto es lo que más nos interesa a nosotros – quienes observamos y tratamos de interpretar y entender el sistema internacional - los conflictos de los “agentes” o “clientes” de las potencias enfrentadas, suelen ser comprendidos en el marco de la guerra fría misma, y raramente fuera de estas. En pocas palabras, no podemos comprender la guerra en Afganistán, los graves conflictos entre los países orientales y occidentales de la Unión Europea, la gran abrumadora mayoría de los conflictos en el Medio Oriente, el conflicto en Nagorno Karabaj, la restauración conservadora en América Latina o los conflictos entre Estados Unidos y Corea del Norte, o la China y varios de sus vecinos en el Mar de la China, fuera de la lógica de esta guerra fría. Es precisamente por esta relación orgánica en la cual un conflicto define el desarrollo de otros, que los internacionalistas deben siempre buscar la relación entre un tema de análisis que ellos seleccionen para el estudio, y este conflicto global.        

 

El tema de la nueva guerra fría es bastante difícil, ya que muchos lo resisten y lo niegan, por razones meramente subjetivas, y nunca objetivas. Tenemos primeramente los apologistas pro-gringos en nuestra región, quienes al recibir la señal de Washington – la de negar un enfrentamiento gringo con las potencias euroasiáticas – lo reproducen fielmente en sus respectivas regiones. Durante los primeros tiempos de esta guerra, Estados Unidos valoraba inmensamente su ilusión de unipolaridad. Otorgarle status de contrincante oficial a países desgastados como Rusia y a proyectos fracasados como la China Comunista, hubiera afectado negativamente su reputación en el ámbito internacional. Era siempre importante sostener la idea de países “buenos” y “malos”, y Estados Unidos por encima de todos estos. El excepcionalismo gringo en su mutación más agresiva y universal.

 

Con el tiempo, la fachada se fue fracturando, la imagen se fue desgastando, y la imagen se fue borrando. La poderosa “America”[23] de “Desert Storm” y de múltiples y simultáneas frentes globales de guerra, pasó a ser la “America” del colapso financiero del 2008, de la ruina y la bancarrota de Detroit (la capital de producción de vehículos de Estados Unidos) y la de la infraestructura física y servicios de salud más desgastados del llamado “Mundo Occidental”. La llegada del Magnate Trump a la Casa Blanca ayudó con ese proceso, pero en realidad sería injusto atribuir un proceso sociohistórico tan complejo a un solo actor o elemento, ya que estos temas de declive relativo son propios de los procesos de “longue durée”, como nos enseñaron los sabios franceses Marc Bloch y Fernand Braudel, y no del “Gran Hombre” de la historia, como alega el escoses Thomas Carlyle.    

 

Lamentablemente, ahora es imposible ocultar lo manifiesto, y los apologistas que anteriormente negaban la existencia de una guerra fría, ahora pasan a proclamarla como una lucha ideológica – democracias y autocracias; civilización y barbaría; derechos humanos y represión (cuando se trata de países como Venezuela), o la versión contraria - orden y vandalismo (cuando se trata de países como la Colombia de siempre, el Ecuador de Lenin Moreno, la Entidad Sionista, etc.). Entonces, una aceptación más o menos universal de este tipo de conflicto como una herramienta analítica para comprender las relaciones internacionales, lamentablemente, se limita a raíz del problema mas tradicional y fundamental de todas las ciencias sociales: el debate eterno entre los analistas que desean analizar la política, y los que desean hacer la política.

 

Al igual, muchos rusos y chinos, conscientes de la necesidad de “navegar” las aguas peligrosas de las relaciones internacionales, saben que, por razones diplomáticas y/o propagandistas, deben también negar la existencia de dicha guerra, porque al admitir su existencia, se implica que ellos al igual la están dando, y la idea es que cada parte pueda culpar a los otros del inicio de la misma. La idea general es que cada una de las tres potencias pueda alegar lo siguiente, a saber: “Si estamos en una guerra fría, ellos la declararon y la están dando, y nosotros no la estamos buscando”. Entonces, por una razón u otra, no podemos contar ni con los gringos, ni con los chinos o los rusos – ni mucho menos sus apologistas – para comprender las dinámicas de esta guerra fría. Afortunadamente, y desde Nuestramérica, no necesitamos a ninguno de estos

 

 

 

[1] Efectivamente, y esto se les escapa a muchos, Rusia es la única gran potencia que habla con todas las partes en todos los conflictos del Medio Oriente. El siguiente artículo expone los éxitos de la política exterior rusa en el Medio Oriente. Irónicamente, escrito por los propios gringos: https://afsa.org/russias-return-middle-east

[2] En un artículo anterior de este autor, se presentó un resumen de esta “carrera espacial”. https://khosomoso.wixsite.com/website/post/la-guerra-fr%C3%ADa-del-siglo-xxi

[3] Ward, Michael D., et al. “A Century of Tradeoffs: Defense and Growth in Japan and the United States.” International Studies Quarterly, vol. 39, no. 1, 1995, pp. 27–50. JSTOR, www.jstor.org/stable/

[4] Beckley, M., Horiuchi, Y., & Miller, J. (2018). AMERICA'S ROLE IN THE MAKING OF JAPAN'S ECONOMIC MIRACLE. Journal of East Asian Studies, 18(1), 1-21. doi:10.1017/jea.2017.24. Ver https://www.cambridge.org/core/journals/journal-of-east-asian-studies/article/americas-role-in-the-making-of-japans-economic-miracle/9C7CC6A85CE125290BAD2735B09A882A

[5] Es de notar que la única excepción a esta regla fue el enfrentamiento militar directo entre Estados Unidos y la China, en el contexto de la Guerra de Corea (1950 – 1953). De este enfrentamiento Estados Unidos no salió ni derrotada, pero tampoco triunfante (Corea del Norte aún sigue existiendo).

[6] Este artículo fue escrito desde la perspectiva gringa, la cual es bastante antagónica contra los rusos, naturalmente, pero es de gran utilidad: https://carnegieendowment.org/2019/02/20/russia-s-global-ambitions-in-perspective-pub-78067

[8]  Nye, Joseph S. (1990). Bound to Lead: The Changing Nature of American Power. Art of Mentoring Series (reprint ed.). Basic Books

[9] El tema del poder militar y su rol en las lógicas del poder político internacional en el Siglo XXI son evaluadas de manera más profunda en el siguiente artículo: El Mundo Necesita un Trump: El Paradójico Declive de la Pax Americana. https://khosomoso.wixsite.com/website/post/el-mundo-necesita-un-trump

[13] Excelente artículo que aborda el tema de Turquía e Irán como grandes potencias: https://www.arabnews.com/node/1816456

[16] Artículos que abordan este tema, por el mismo autor del artículo actual:

[23] Aquí usamos la palabra en inglés, y se refiere aquí al país mismo, después de que los gringos hayan secuestrado el nombre de todo el continente para ellos mismos.

https://www.alainet.org/de/node/212960?language=en
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