La verdad y la posverdad
- Análisis
Este verano “horribilis” de 2020, degusté un suculento y cooperador ensayo del filósofo Harry G. Frankfurt, titulado “Sobre la verdad” y publicado por la Editorial π, en la colección “Ensayos para pensar”. Se trata de un texto muy pertinente en estos tiempos en que los mentirosos, las tergiversadores, los charlatanes, los demagogos, los “todólogos”… —en definitiva, los “Pinochos”— han sentado sus reales en las redes sociales, en los medios de comunicación y en los resortes del poder político, económico, social, cultural, etc.
Hoy, como reza el aforismo popular, se podría seguir afirmando que sólo dicen la verdad los niños, los borrachos y los practicantes de la “honestidad radical”. El resto de los mortales y, en particular, los miembros y “miembras” —Bibiana Aído dixit— de la casta política mienten como bellacos. Y, al hacerlo en este año de pandemia, los de la casta política provocan unos efectos colaterales graves y letales para la vida, la hacienda, la salud, el bienestar, la convivialidad…, y, en suma, la felicidad de la mayoría de los ciudadanos. Por eso, me permito presentar las ideas-fuerza y el hilo argumental del ensayo precitado del profesor y filósofo americano H. G. Frankfurt.
La verdad y las verdades. Para H. G. Frankfurt, la verdad no sólo existe sino que es vital y de una gran “utilidad práctica e instrumental”, sobre todo cuando se materializa en “verdades individuales y concretas”. Es el caso, por ejemplo, de las verdades relativas a la resistencia y la elasticidad de los materiales, para el ingeniero o el arquitecto, que proyectan y construyen edificios, puentes, etc.; o a la concentración de leucocitos en sangre, para el médico, que trata enfermedades; o a la trayectoria de los cuerpos celeste, para el astrónomo, que estudia el movimiento de los astros.
Según el profesor Frankfurt, nuestra experiencia nos dice que, ni individual ni colectivamente, no se pueden despreciar las verdades que se desprenden del estudio-análisis de los “hechos tangibles”, ni tampoco uno puede dejarse guiar por el error, la mentira, la ignorancia o las creencias erróneas. Tomar en consideración o no las “verdades concretas” permite, en efecto, tomar decisiones adecuadas, arrostrar los problemas cotidianos, realizar bien actividades profesionales o sociales o individuales y alcanzar nuestros objetivos y metas en cualquier empresa. Por eso, la táctica del avestruz no hace que los hechos tangibles sean menos peligrosos o amenazantes. Y añade que, sin verdades y chapoteando en la ignorancia y el error, no tendremos ninguna idea clara de nada, actuaremos a ciegas y avanzaremos a tientas por la vida. Por eso, la utilidad de las verdades concretas “es fácil de comprender, difícil de obviar […] e imposible de negar”. Además, puntualiza, estas verdades han sido y son el secreto y la base del progreso de las sociedades más desarrolladas y civilizadas.
Por otro lado, de la premisa de que los seres humanos somos seres racionales, H. G. Frankfurt infiere que no podemos comportarnos racionalmente si no somos capaces de diferenciar lo que es verdadero y lo que es falso. En efecto, “ser racional” es “ser sensible a las razones”; y las “razones” están elaboradas a partir de “hechos”. Así, por ejemplo, el hecho de que llueva es una razón suficiente para abrir el paraguas y no mojarse. Por eso, el profesor Frankfurt precisa que los conceptos de “verdad” y de “facticidad” son fundamentales para tener comportamientos racionales; y añade que están interrelacionados: a cada “hecho” le corresponde un “enunciado verdadero” que lo describe; y a cada “enunciado verdadero” le corresponde un “hecho”.
También pone el acento en las relaciones estrechas entre la idea de “verdad” y las de “confianza” y “fidelidad”. Así, cuando las parejas se prometen “fidelidad”, se están diciendo que serán “veraces” el uno con el otro y se podrán fiar el uno del otro. Si no fuera así, estaría amenazada la vida de la pareja. Algo parecido sucede socialmente. La mentira también fragiliza y amenaza irreparablemente la cohesión social, como escribió Michel de Montaigne en frase lapidaria: “Al realizarse nuestro entendimiento únicamente por la palabra, aquel que la falsea traiciona la relación pública”.
Las posverdades. A pesar de la funcionalidad y de la utilidad vital e instrumental de la(s) verdad(es), H. G. Frankfurt constata que, hoy, los llamados “posmodernos” (esos genuinos antagonistas o “negacionistas” del sentido común) niegan que las verdades existan, que merezcan respeto y que sean funcionales. En efecto, en la sociedad y la vida política actuales, para muchos colectivos de charlatanes (políticos, periodistas, “todólogos” e incluso historiadores, biógrafos,…), la verdad no es moneda de ley ni tampoco de curso legal. Hoy se aprecia y se valora más la charlatanería que la verdad. Hoy se pone el acento más en lo trivial y el chafardeo, actitudes que arrinconan cuestiones que merecen y exigen una reflexión detenida, rigurosa y ponderada. Hoy la apariencia de los hechos es más relevante que los propios hechos. Para comprobarlo, basta con visionar, escuchar o leer los medios de comunicación o pasearse por las redes sociales o escuchar a los miembros de la casta política.
Por eso, en esta “era de Pinochos”, han surgido nuevas palabras para disfrazar las mentiras de toda la vida. Es el caso del término “posverdad”, eufemismo para no hablar de la “mentira” pura y dura de siempre. Con la palabra “posverdad” se designa un estado cultural (?) que está marcado por la distorsión deliberada de la realidad y por una indiferencia hacia la verdad, que exaltan las emociones y las creencias personales sin fundamento.
Los hechos. Hoy, en España, es una perogrullada afirmar que se ha producido una nefasta convergencia de “policrisis” coadyuvantes (la sanitaria, la política, la económica, la social, la demográfica, la cultural, la ética, la de valores,…), que nos han metido en un túnel, del que no se ve y del que se tardará mucho en ver el final y, mucho más, en salir de él. Navegamos a la deriva en estas gravísimas “policrisis” y los responsables de gestionarlas —nuestra electa, que no selecta, casta política— no están a la altura. No hablan, con luz y taquígrafos y pensando sólo en los sufridos ciudadanos, con sus pares para concertarse, gestionarlas y darles una solución satisfactoria para la mayoría de la ciudadanía. Cada partido hace la guerra por su cuenta pensando sólo en los réditos personales y partidistas. Y, para ello, no dudan en mentir y en ser, día y noche, incoherentes o contradictorios. Y si no lo hacen más es porque el día sólo tiene 24 horas.
Ahora bien, ante el complicado y grave momento que estamos viviendo, los de la casta política gobernante y los de la oposición siguen con su “modus operandi” habitual: hacer populismo y demagogia, huir de la verdad, mintiendo a troche y moche para mantenerse en el poder o para poder llegar a disfrutar de él. Y la casa sin barrer. Y las “policrisis” agravándose cada vez más y conduciéndonos al abismo sanitario, económico, político, social, educativo...
De ahí la pertinencia y la actualidad del ensayo de H. G. Frankfurt: sin la verdad o las verdades no comprenderemos la realidad de las actuales “policrisis” españolas, seguiremos dando palos de ciego e, individual y colectivamente, iremos a tientas por la vida. Y lo que es también muy grave, la ciudadanía hará, cada vez más, oídos sordos a los mensajes contradictorios e incoherentes de los indocumentados demagogos de la casta política, que la utilizan como instrumento de su particular ambición política o vital. Ahora bien, en el pecado, los mentirosos de la casta política tienen su propio penitencia: “El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad” algún día, Aristóteles dixit.
Contra los populismos y la demagogia que prostituyen y envilecen la verdad, sólo hay un antídoto: dotar a la ciudadanía —gracias a la educación, a la formación y a la información contrastada— de un espíritu crítico, que la vacunen contra las mentiras descaradas de la casta política. Como dijo alguien, no se puede seguir dando periódicamente la palabra-voto a la ciudadanía sin darle también la formación y la información para que lo haga con conocimiento de causa. Seguir así es seguir votando a ciegas, sin saber lo que está en juego. Y, luego, pasa lo que pasa: entregamos el poder a unos indocumentados demagogos, que nos utilizan como instrumentos de su particular proyecto político y vital, al tiempo que nos mantienen en la sociedad del desconocimiento y de la mentira, cautivos de los charlatanes y de los Pinochos.
12 de octubre de 2020
© Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas. Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada, Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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