Comienza a ser asimilado el hecho de que la tercera revolución industrial aceleró, como nunca antes, la destrucción masiva de puestos de trabajo a manos de las máquinas, lo que se tradujo en desempleo y subempleo masivos en todo el planeta. Pero su impacto habrá sido menor en comparación con lo que se espera de la cuarta revolución tecnológica. Según una gran investigación realizada por la universidad de Oxford, en los próximos veinte años la mitad de los trabajos que realizamos los humanos podrían esfumarse debido a la robotización, la automatización y la digitalización de los procesos de producción y distribución de bienes y servicios¹.

Así, el capitalismo estaría alcanzando la cúspide de su irracionalidad en virtud de que, por un lado, el sistema sería capaz de disminuir el valor individual de las mercancías hasta un punto en el que muy pronto resultaría factible cubrir las necesidades básicas de la población mundial con muy poco esfuerzo, es decir, utilizando una cuota muy baja de trabajo humano y, sin embargo, por contrapartida, este infernal modo de organizar la vida arrojaría a miles de millones de personas a la calle, condenándolas, junto con sus familias, a la miseria.

En tal escenario —que parece aproximarse velozmente—, lo lógico sería que los medios de producción dejasen de ser propiedad privada para convertirse en un "bien común" al servicio de la gente, tal como debieran serlo (y en muchos lugares de hecho ya lo son) el agua, los bosques, la biodiversidad y el patrimonio cultural y artístico. Naturalmente, las familias tendrían el derecho a una "renta básica" mensual, con la cual adquirir lo necesario a partir, digamos, de una canasta de unos mil bienes y servicios de consumo básico y secundario. De este modo, los individuos podrían dedicar la mayor parte de su tiempo al disfrute de la vida, a la creación y al arte de trabajar y entretenerse en lo que más aprecian.

Todo esto es perfectamente posible, pero, si queremos que se haga realidad, tendremos que ganárnoslo mediante formas inteligentes de organización que nos habiliten para arrancarles nuestros sueños a los dueños del mundo, ese grupúsculo de potentados, codiciosos y destructivos, que todos los días ponen en evidencia sus graves problemas de comportamiento.

Debemos de tomar cuanto antes la iniciativa porque ellos no pierden el tiempo. Amazon, por ejemplo, controla ya el cuarenta por ciento del comercio por Internet, y en el corto plazo pretende dominar el grueso del consumo básico y suntuario de la sociedad, para lo cual recién adquirió la empresa de alimentos Whole Foods, valuada en trece mil setecientos millones de dólares. Su propósito es liquidar a Walmart —y demás competidores del segmento de supermercados— para proveer de productos a los hogares utilizando, entre otros instrumentos, una vasta red de drones que ofrecerían servicio a domicilio. Por supuesto, la concreción de este proyecto, ya en curso, significaría el despido de millones de empleados alrededor del mundo, pero eso no es algo que preocupe a Jeff Bezos. Y tampoco a Mark Zuckerberg, quien tiene incluso planes de emitir una moneda propia y utilizar su vasta red de Facebook —de dos mil millones de usuarios— como la herramienta para la compra-venta de todos esos bienes y servicios indispensables para la sobrevivencia, por medio de una "renta básica espuria" suministrada por el estado a los desempleados y subempleados del mundo, que seremos la inmensa mayoría².

Frente a todo esto ¿qué están haciendo los partidos de izquierda, los movimientos sociales y las fuerzas progresistas, los intelectuales, los profesionistas? ¿Qué haremos los trabajadores y los ciudadanos de a pie?

Ciudad de México, 2 de julio de 2017