Miranda y la lucha anticolonial
- Opinión
Decía Francisco de Miranda, el gran precursor de las Independencias de la América Latina, en una proclama a los habitantes del Continente Colombiano (1801), que era necesario luchar por alcanzar la independencia, pues sólo así, decía, “seremos libres, seremos hombres, seremos nación. Entre esto y la esclavitud no hay medio, el deliberar sería una infamia.
Es decir, sólo independientes de cualquier tipo de sujeción podemos decir que somos seres verdaderamente libres, y sólo libres es que podemos sentirnos personas humanas en toda la extensión de la palabra, y sólo después, es que podremos decir que conformamos una nación. Aparece entonces la independencia o la autodeterminación como una condición necesaria para llegar a ser plenamente humanos y dueños de nuestros destinos. Y no podía ser de otra manera en tanto el libre albedrío es una de las notas esenciales de la condición humana.
Si además partimos del hecho biológico de que todos los seres humanos compartimos las mismas características neurofisiológicas y la misma capacidad de razonamiento, lo que nos hace por naturaleza iguales, ¿sobre qué puede fundarse entonces el derecho de unos pueblos a ser autónomos y otros a ser dominados?
Cierto es que la historia de la humanidad ha sido una eterna batalla entre las ambiciones de conquista y apropiación de unos pueblos sobre otros y la aguerrida resistencia de los ocupados por defender su territorio y su cultura de las fuerzas ocupantes. Ocupaciones que han durado siglos, que se han mantenido sobre la muerte de millones de seres humanos, considerados además como seres inferiores por la cultura invasora como vía de legitimación de su acción depredadora y que bajo nuevas justificaciones, se siguen reproduciendo hoy día por viejos y nuevos imperios.
En la Carta de las Naciones Unidas se define un Territorio No Autónomo como un territorio “cuyo pueblo todavía no ha alcanzado un nivel pleno de autogobierno”. Pero tal definición se hace bajo condiciones casi asépticas, como si se tratara de un fenómeno similar al de una planta que todavía no ha alcanzado su tamaño de madurez y que sólo debe esperar que la lluvia caiga de vez en cuando para alcanzarlo. Muy similar es el término “subdesarrollo” que deja la carga de la prueba al país que, al igual que la planta, aún no ha alcanzado su pleno desarrollo, con lo cual se exime de responsabilidades a los grupos de poder mundiales, a gobiernos con vocación imperial, a instituciones creadas para mantener al mundo dividido entre las naciones plenamente desarrolladas y aquellas condenadas a ser sólo proveedoras de materias primas.
Pero hay más que eso. En el caso de los territorios bajo dominación colonial, no sólo se le confisca a un pueblo su autodeterminación sino que el Estado ocupante se apodera además del presente y del futuro del país ocupado, y hará también esfuerzos por borrar su pasado para quitar toda fuerza a sus deseos de ser nuevamente libre.
Con ello que queremos mostrar no sólo que el problema de pueblos y culturas avasalladas sigue estando presente aún hoy, en pleno siglo XXI, sino que las causas y consecuencias no distan mucho de las que analizó Miranda. NO existe justificación alguna ni ética, ni política, ni legal para que una nación, por muy poderosa que se crea, se abrogue el derecho de “administrar” a otros pueblos y culturas, que incluso se ubican en las antípodas de la tierra.
Pero no se trata sólo de esta forma de colonización la que queremos denunciar aquí. Se trata de una prolongación de esta colonización directa, que ocurre a través de la imposición de la cultura, de los modos de producción material e ideológica, de la obligada articulación económica con los centros de poder de los países que se siguen creyendo destinados por Dios para controlar el mundo, para dirigir incluso con exclusividad la economía mundial, como bien lo dijera recientemente Obama, e incluso para decidir quién está marchando por el camino “correcto” y quién merece ser declarado “una amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad de los Estados Unidos y, por tanto, para lo que ellos llaman el mundo libre. Y para eso se sienten además autorizados a usar todos los medios posibles, entre los cuales se cuenta, además de la amenaza militar – Obama dixit – un arma más peligrosa: los medios de comunicación. ¿En qué se diferencia esta actitud de la que se ejerció durante el imperio romano, o el otomano o el español en su época? Quizás sólo en que esta vez se pretende que el imperio sea planetario.
21 de junio de 2016
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