Autonomías, resistencia y emancipación
- Opinión
I
Eric Hobsbawm escribió que el siglo XIX comenzó en 1789 con la Revolución Francesa y concluyó en 1914 con el inicio de Primera Guerra Mundial. Nombró a este periodo el Largo siglo XIX y se caracterizó por el triunfo del liberalismo como ideología dominante. El mismo autor apuntó que el siglo XX había iniciado en 1914 y concluido en 1991 con la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). A este periodo lo llamó el Corto siglo XX, el cual a su vez estuvo marcado por la disputa entre el liberalismo y el socialismo.
En 1992 Francis Fukuyama decretó el fin de la historia. Para él el triunfo de la democracia liberal y del capitalismo neoliberal, expandidos en un mundo unipolar liderado por los Estados Unidos de América (EUA), representaba el fin de la historia, entendida esta como la historia de la lucha de clases.
También en 1992, el 12 de octubre para ser más precisos, con motivo de los “500 años de resistencia indígena, negra y popular”, los pueblos indios de diferentes países del continente americano se movilizaron recordando el comienzo del genocidio, también conocido como “Conquista”. En Bolivia, Ecuador, Guatemala y México acontecieron grandes manifestaciones. En México, aproximadamente 10 mil indígenas marcharon en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, derribando a su paso la estatua del conquistador Diego de Mazariegos. Los nombres de Evo Morales y Rigoberta Menchu se volvieron relevantes para la prensa en aquellos años. Un nuevo sujeto sociopolítico reclamaba su lugar en el mundo: los pueblos indios de América, y con ellos un nuevo capítulo en la historia de la humanidad comenzaba a escribirse.
Siguiendo esta línea, quisiera proponer a manera de hipótesis que el siglo XXI comenzó a parirse en 1992 en el continente americano. De inicio esta proposición podría parecernos arrogante, “indianista” y “americanocentrista”. La propuesta no va en ese sentido. Nuestro siglo, el siglo XXI, es aún muy joven para caracterizarlo. Sin embargo, en los más de 20 años que han transcurrido, hemos visto florecer en nuestras geografías una forma nueva de la lucha de clases, una en que la dominación de género, de raza, de etnia y sobre la naturaleza también son atendidas, una en la que “los obreros” no son el único sujeto revolucionario y en la que la pluralidad y la diversidad son reto y bandera.
Otro suceso importante en el inicio del siglo XXI ocurrió el 1 de enero de 1994. La aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional terminó de atraer las miradas del mundo entero hacía México en particular y hacía América Latina en general. Los y las zapatistas aparecieron para echar abajo los mitos del México moderno y cuestionar la globalización neoliberal. Rápidamente, su discurso y su accionar ganaron adeptos en todo el mundo.
Entre los meses de julio y agosto de 1996 el EZLN realizó el “Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo”. A dicho encuentro acudieron más de 6000 personas de los cinco continentes. El Intergaláctico, como fue llamado el encuentro, ha sido considerado el inició de la resistencia popular y articulada de forma global contra el capitalismo neoliberal. La consigna de “otro mundo es posible”, nacida en el encuentro, pronto llegó a Seattle, a Génova y a Porto Alegre. Sí el movimiento indígena había comenzado a cuestionar el decreto del fin de la historia de Fukuyama, el movimiento altermundista terminó por echarlo abajo.
Otro episodio también de gran relevancia en el inicio de nuestro siglo fue el triunfo electoral del comandante Hugo Chávez Frías en Venezuela. En 1998, luego de intentar llegar al poder mediante las armas y de pasar dos años en la cárcel, Hugo Chávez ganó las elecciones que lo llevaron a la presidencia de Venezuela. Apenas un año después de haber asumido la presidencia, Chávez convocó, por medio de un referéndum, a la redacción de una nueva Constitución, la cual se adoptó en 1999. Nació así la República Bolivariana de Venezuela, en claro homenaje a Simón Bolívar, el “Libertador” de Venezuela y fundador de la “Gran Colombia”.
Chávez, acompañado de un brioso movimiento popular, intentaba concretar el proyecto iniciado casi treinta años atrás por Salvador Allende y la Unidad Popular en Chile; proyecto –vale recordar- interrumpido por el imperialismo norteamericano y los militares chilenos. El gobierno del pueblo también era posible por la vía electoral, nos recordaron desde Venezuela. El camino al socialismo no estaba negado aun utilizando las herramientas de la clase dominante, siempre y cuando este fuera construido desde los pueblos, y no solamente por partidos y vanguardias.
Con la experiencia del pasado, pueblo y gobierno de Venezuela han sabido enfrentar los diferentes golpes de Estado que desde Washington se han orquestado.
Lo que Chávez encabezó fue un verdadero proceso revolucionario del que gran parte del pueblo venezolano fue participe y que rápidamente se volvió referente, al igual que el zapatismo, de otros procesos latinoamericanos.
El ascenso en cascada de gobiernos progresistas, de centro izquierda o de izquierda en el continente ha sido otro de los fenómenos que caracterizaron el inicio de siglo. En Brasil, Argentina, Uruguay, Nicaragua, Honduras, Bolivia, Ecuador, Paraguay y El Salvador el descontento social como consecuencia de la aplicación del modelo neoliberal fue capitalizado por partidos, coaliciones y frentes que llevaron a sus candidatos al poder con el compromiso de culminar con el modelo neoliberal. En casi todos los casos el saldo es negativo.
Así, el inicio de siglo XXI se caracterizó por las reformas, resistencias y revoluciones que los pueblos de América Latina protagonizaron. El giro antineoliberal y antiimperialista que se vivió en la región fue resultado de un largo proceso de movilización social en el que los pueblos de la región, torturados y sometidos a la barbarie de las dictaduras, y saqueados y despojados con el neoliberalismo, decidieron poner un alto al imperialismo y a las burguesías nacionales y transnacionales.
II
Han pasado más de 20 años desde que los pueblos indígenas comenzaron a emerger como sujetos sociopolíticos en todo el continente y más de 15 desde que se inició el ascenso de gobiernos de izquierda, centro izquierda y progresistas en la región. En ese tiempo han salido a relucir viejas contradicciones y han aparecido otras nuevas. Es un buen momento –quizá urgente- para mirar el camino recorrido, saber que ha salido bien, que se ha mantenido igual y que ha empeorado.
A riesgo de caer en generalizaciones y con fines estrictamente metodológicos, podemos clasificar a las fuerzas sociales que protagonizaron el giro antineoliberal de inicios de siglo en tres grandes matrices ideológicas: Neopopulismos, Socialismos y Autonomías; todas en plural.
No queremos profundizar mucho sobre las dos primeras. No es el objetivo de este trabajo. Además, sobre eso ya se ha hablado y se hablará en las otras mesas de este Coloquio. Sin embargo, hay tres temas que nos resultan claves por su vinculación con quienes han optado por las autonomías y que queremos plantear de manera superficial para abrir el debate. Los dos primeros son de orden interno y el tercero es externo.
El primero de ellos es el que tiene que ver con el despojo. Al respecto, Francisco López Bárcenas escribió que:
El surgimiento de los pueblos indígenas como actores centrales de los nuevos movimientos sociales no ha sido fortuito. En ello han sido determinantes los nuevos rumbos que el imperialismo capitalista ha tomado para entrar en una nueva fase económica que diversos analistas denominan acumulación por desposesión. De acuerdo con quienes suscriben esta tesis, una vertiente importante del capital se está enfocando a despojar a los pueblos de sus riquezas naturales. Aguas, bosques, minas, recursos naturales y los saberes ancestrales y conocimientos asociados a su uso común están perdiendo el carácter de bienes comunes que por siglos han mantenido para beneficio de la humanidad, convirtiéndose en propiedad privada y por lo mismo en mercancía, lo que representa un nuevo colonialismo, más rapaz que el sufrido por los pueblos indígenas de América Latina durante los siglos XV y XVIII[1].
Esa forma de “neocolonialismo”, implementada desde corporaciones transnacionales y sus proyectos extractivistas, práctica común en el neoliberalismo; también ha sido permitida y hasta impulsada por gobiernos adscritos a los nuevos socialismos o a los neopopulismos, es decir, desde Bolivia hasta Uruguay, pasando también por Ecuador. Peor aún, para la implementación de dichos proyectos, los gobiernos de estos países se han convertido en instrumentos de mediación, cooptación o represión para despojar a los pueblos a los que dicen representar.
La respuesta común de gobiernos e intelectuales que respaldan estas prácticas es siempre en el sentido de justificarlas en pos del crecimiento económico, del desarrollo y de generar recursos que luego serán invertidos en política social. Sin embargo, estos actores se olvidan que el desarrollo de las metrópolis, obtenido a costa del subdesarrollo de las colonias, que funcionan como “exportadoras de materias primas” y fuente de “mano de obra barata”, fue una práctica común durante la Colonia, fenómeno que aún hoy sigue vigente entre clases y pueblos de un mismo Estado-nación y al que Pablo González Casanova tuvo a bien llamar “colonialismo interno”.
El segundo tema es el que tiene que ver con la propiedad de los medios de producción, o mejor dicho, con la abismal diferencia entre “estatizar” y “socializar”. Una de las grandes banderas de intelectuales y gobiernos adscritos a los neopopulismos y a los socialismos es su política de nacionalización de sectores estratégicos, emprendida siempre contra el sector privado. Desde luego que la medida es clave en el proceso de reapropiación de los medios de producción, pero cuando estos medios se quedan en propiedad del Estado y administrados por la burocracia, surge una forma de capitalismo de Estado, del que a menudo las burocracias se aprovechan y forman una “nueva burguesía” que genera acumulación a través de los bienes expropiados. Para ejemplo basta mirar hoy a China y a Rusia.
En el libro Del Estado burocrático al Estado Comunal, Víctor Álvarez analiza desde Venezuela los retos para el Socialismo del siglo XXI, lo anterior con el interés de alertar a Chávez sobre la posibilidad de que el partido y la burocracia secuestren u obstaculicen el proceso revolucionario. Entre las tesis principales del libro está precisamente la que mencionamos líneas atrás: estatizar no es socializar. Así lo escribe este autor:
La clave para eliminar todo mecanismo de explotación es la gestión o dirección del trabajo social. Pero, la propiedad total y absoluta del Estado sobre todos los medios de producción, distribución y comercialización lo que hace es engendrar el capitalismo de Estado y obstaculizar el control obrero, la autogestión y la contraloría social, recrudeciendo la explotación del trabajo asalariado y la exclusión social (…)[2]
El tercer tema, de orden externo, tiene que ver con un reordenamiento geopolítico en el que el complejo militar-empresarial-industrial-mediático y también criminal que opera desde los EUA se prepara para enfrentar –junto a la Unión Europea- a otra de las grandes potencias mundiales: Rusia. En este camino, el gobierno de los EUA necesita tener control total sobre su territorio más próximo, es decir, América Latina y el Caribe. Esa fue la táctica durante la “guerra fría”. De ese tamaño es hoy la amenaza. Basta con mirar los golpes de Estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012), o las constantes agresiones contra los pueblos de Ecuador, Bolivia y Venezuela para corroborar esto. México y Centro América han sido la avanzada del proyecto neocolonial. Los pueblos del Sur tienen que mirar la barbarie en la que han sumergido al pueblo mexicano para entender las magnitudes de la recolonización. Sólo construyendo verdaderos Pueblos-Gobierno podrán salir victoriosos en la guerra que se avecina. Es tiempo de radicalizar las transformaciones o dar paso a nuevas fuerzas y comenzar nuevos procesos emancipadores.
III
En lo que se refiere a las autonomías, pienso que debemos de partir por aclarar el concepto y esbozar algunas de las principales características de las luchas y procesos a las que hace referencia, pues el mismo término puede usarse para referirse a distintos fenómenos, algunos de ellos con objetivos diferentes y hasta contrarios.
La noción más general es la de la autonomía en su forma jurídica, y se usa para describir a los pueblos e instituciones que tienen la facultad de autogobernarse, es decir, a decidir las formas internas de organización social, económica, política, jurídica y cultural; aunque siempre sujetados al poder del Estado del que forman parte. Esa es la noción de autonomía cuando hablamos de la autonomía universitaria. Es también la base del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo y punto clave en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.
Ahora bien, las diferencias surgen con la politización del concepto, o mejor dicho, con la orientación política ideológica de quienes demandan el reconocimiento de la autonomía. En Bolivia, por ejemplo, las burguesías locales de los departamentos de Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando demandaron en 2008 el reconocimiento de la autonomía de sus departamentos con el objetivo de preservar sus privilegios económicos y quebrar, al menos en sus regiones, el proyecto de gobierno de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo. Esta experiencia nos ayuda a entender que la demanda de autonomía también puede ser exaltada por las burguesías para conservar sus privilegios de clase, pero sobre todo nos ayuda a comprender que autonomía no es sinónimo de emancipación, error común entre las fuerzas de izquierda.
Otra forma de concebir la autonomía es la que, pueblos, comunidades y colectivos ejercen y demandan para resistir la violencia del capital, pero también para construir horizontes emancipatorios. Resistencia y emancipación son dos términos fuertemente vinculados a estos modelos de autonomías. Profundicemos en esta relación.
Las formas en cómo se despliega el capital son extremadamente violentas contra los territorios y contra las poblaciones. La sofisticación política, tecnológica y militar hace que el despojo se intensifique. Así por ejemplo, el periódico La Jornada reportó que tan sólo en primera década del siglo XXI “un pequeño grupo de empresas mexicanas y extranjeras –con las canadienses a la cabeza– extrajeron el doble de oro y la mitad de la plata que la Corona española atesoró en 300 años de conquista y coloniaje, de 1521 a 1821, en lo que hoy es México”[3]. El fraking y la guerra en México son otros de los ejemplos para comprobar esta afirmación.
Frente a la violencia que trae consigo la intensificación del despojo, los pueblos indígenas, asentados casi siempre en territorios con valiosos recursos naturales, recurren a la autonomía para resistir. A veces utilizan instrumentos legales para el reconocimiento jurídico de sus autonomías (autonomía de derecho), pero, cuando los Estados de los que forman parte les niegan este derecho, algunos pueblos llegan a ejercerla de facto, apelando al derecho internacional o a la organización por fuera del Estado (autonomía de hecho).
Pero no sólo los pueblos indígenas resisten al capital mediante la autonomía, también pueblos, comunidades y colectivos no indígenas la utilizan. Por ejemplo, en las últimas dos décadas, un gran número de colectivos en todo el mundo ha aprovechado las ventajas de las nuevas Tecnologías de Información y Comunicación para construir “medios libres, autónomos o como se llamen” (como los llamara el hoy desaparecido Sub Marcos) para contrarrestar a la prensa dominante, romper los cercos informativos y comunicar a las resistencias.
Los proyectos autonómicos para resistir a la violencia del capital pueden estar orientados a resistir desde la salud, la educación, la comunicación y la información, la economía, la alimentación, la cultura, el trabajo, etcétera. Algunos autores han utilizado el término de “autonomía integral” para referirse a un pueblo, comunidad o colectivo que es autónomo en todos los aspectos, y “procesos autonómicos” para referirse a aquellas experiencias que, por factores internos o externos, no han logrado construir una autonomía integral.
La autonomía tiene –parafraseando a Massimo Modonesi[4]- un carácter performativo y prefigurativo: performativo porque orienta las luchas y prefigurativo porque anticipa la forma de la sociedad futura. Así, en el proceso de resistir mediante la autonomía, los pueblos, colectivos y comunidades han ido construyendo formas nuevas de relaciones sociales, formas alternativas a las relaciones sociales típicas del capitalismo. Cuando esto sucede, las autonomías no sólo son mecanismos para la resistencia, sino formas de sociedad emancipada.
Algunas características de esta sociedad emancipada son:
1. Frente a la exaltación del individuo, una de las características principales del capitalismo manifestada en la propiedad individual, se da una recuperación de la comunidad y de lo colectivo. El poder del Nosotros se enfrenta al poder del Yo.
2. Se da una reapropiación de los medios de producción, atendiendo así la contradicción capital-trabajo. Los medios libres, las fábricas recuperadas y las cooperativas son algunos ejemplos.
3. Hay una gran “conciencia ecológica” que atiende a la contradicción capital-naturaleza, sea por la cosmovisión de los sujetos (pueblos indígenas) o por toma de conciencia sobre lo finito de los recursos naturales en el plantea.
4. Son profundamente democráticas, sus formas de toma de decisiones casi siempre involucra a todos o a la mayoría de sus integrantes. Hay una combinación de prácticas, pues a la asamblea se agregan otras como las consultas, los referéndums y la rendición de cuentas.
5. Su principal forma de organización es en forma de redes, con algunos nodos articuladores. Se crean redes de pueblos, municipios, comunidades y colectivos las cuales se articulan, coordinan y autogobiernan, lo que les permite mejorar su capacidad de contribuir a que otro mundo sea posible[5].
6. Los proyectos autonómicos, como formas de sociedad emancipada, atienden a lo que Gilberto Valdés ha llamado Sistema de Dominación Múltiple (SDM)[6], y que describe formas de dominación presentes en distintos momentos de la historia de la humanidad y que se han agudizado en el capitalismo-neoliberal. Dichas formas, que se entrelazan y complementan entre sí, son: a) Explotación económica y exclusión social, b) Opresión política, c) Discriminación sociocultural (étnica, racial, de género, de edades, de opciones sexuales, por diferencias regionales, entre otras), d) Enajenación mediático-cultural y e) Depredación ecológica.
7. Los actos y relaciones alternativas acontecen todos los días y en todos los niveles, la cotidianidad y el sentido común son llenados de estas formas emancipadas. El pensar y el hacer diferente es cosa de todos los días y no está exento de contradicciones.
8. Ningún proyecto emancipatorio puede concebirse como acabado, todos se encuentran en construcción, es decir, son dinámicos, se transforman y evolucionan día con día.
Entre las organizaciones que con proyectos autonómicos construyen horizontes emancipatorios podemos identificar también tres grandes líneas de pensamiento, con puntos divergentes y también convergentes entre ellas. Estas son:
· Consejistas: Inspirados principalmente en el pensamiento de Rosa Luxemburgo, plantean entregar todo el poder a los organismos obreros, diferencia profunda con el leninismo, sobre todo en la centralidad del partido. Los referentes históricos son la Comuna de París, los “Soviets” de la revolución rusa, la “República de los Consejos” de la revolución húngara y los “Consejos Obreros” en Italia. Aunque no hay una oposición rotunda a la toma del poder del Estado –en algunos casos hasta participan de él-, argumenta que la administración de los medios de producción debe hacerse de manera directa por los consejos obreros y apela a favor de la democracia directa.
· Anarquistas: La autonomía es una demanda que ha estado presente desde siempre en la teoría anarquista, la cual, vale recordar, rechazaba no sólo la toma del poder del Estado, sino al Estado mismo. La autonomía impulsada desde el ideario anarquista, está fuertemente vinculada a la autogestión, a la idea del ejercicio propio, individual y colectivo del poder. Es desde el anarquismo donde más se han desarrollado reflexiones teóricas sobre la autonomía.
· Indígena: No hay oposición rotunda al Estado, en ocasiones se utilizan sus propias herramientas para el reconocimiento jurídico de sus autonomías. En ese sentido, al igual que en el Consejismo, el Estado puede ser medio, pero nunca fin. Está vertiente de las autonomías tiene un fuerte componente cultural, sin abandonar el elemento de clase. Aquí la defensa del territorio es parte sustancial. Al respecto, Gilberto López y Rivas escribe:
Como cualquier concepto, la autonomía indígena contemporánea debe comprenderse en su contexto histórico: la lucha de los pueblos originarios por conservar y fortalecer su integridad territorial y cultural a través de autogobiernos que practican la democracia participativa y enfrentan -con una estrategia antisistémica- la rapacidad y violencia del sistema capitalista en su actual fase de transnacionalización neoliberal. Si bien ante este fenómeno coercitivo llamado globalización, la figura política del Estado-nación resulta obsoleta y estorbosa, es difícil negar que más allá del mercado y el consumo existan pueblos que reclaman un origen y una identidad. Son sujetos que desean imprimir un sentido comunitario a sus vidas en un momento en el que egoísmo, individualismo y competencia pretenden desplazar solidaridades, dignidad y fraternidad. Las autonomías en América Latina se proyectan hoy día como aquellos espacios político-territoriales donde los pueblos oprimidos pueden consolidar en el ámbito local, regional y aún nacional, sus expresiones comunitarias de democracia directa[7].
A grandes rasgos, estas son algunas de las características de los “espacios liberados”, de esos archipiélagos que desde abajo y a la izquierda emergen en medio de una civilización que se derrumba. Quizás sean pocos y aun pequeños, pero su apuesta es gigante: transformar el mundo, así, sin más.
IV
Como escribimos líneas atrás, “los espacios liberados” que han construido pueblos, comunidades y colectivos son procesos en construcción y no están exentos de contradicciones. En el día a día encuentran nuevos problemas que solucionar para los cuales no hay recetas. Para ello recurren a la imaginación y al pensamiento colectivo, pues en colectivo siempre es mejor.
Los retos que enfrentan los proyectos autonómicos son también externos e internos. Algunos de ellos son prácticos y otros son teóricos. Aquí quiero enunciar tres de ellos.
El primero es de tipo económico. Los pueblos, comunidades y colectivos que construyen autonomías han creado una diversidad proyectos para enfrentar este problema. Cooperativas, mercados alternativos, espacios de trueque e intercambio, trabajos colectivos y en algunos casos hasta se han diseñado monedas alternativas, bancos o bancos de horas. Pero, construir proyectos anticapitalistas en un mundo dominado por el capitalismo es un trabajo que requiere mucha reflexión, mucha organización y mucha imaginación. Eso lo saben gobiernos y corporaciones que buscan quebrar los “espacios liberados” asfixiándolos económicamente, al tiempo que utilizan los “programas sociales” como herramientas de contrainsurgencia. Gobiernos y corporaciones crean el problema y ofertan la solución. En algunos casos siempre pueden ofrecer dinero a algunos de los integrantes del proyecto, aprovechándose de la necesidad. Si la cooptación y la corrupción no funcionan, siempre pueden utilizar la represión. Consolidar la autonomía económica es una tarea clave de estos proyectos.
El segundo reto que se presenta a los “espacios liberados” es el de los falsos debates, aunque estos propiamente se dan entre quienes simpatizan o teorizan sobre esas experiencias. Uno de esos falsos debates es, por ejemplo, el de lo vertical y lo horizontal. Las posiciones que argumentan a favor de la horizontalidad, parten de críticas reales hacia las estructuras verticales, muchas veces centralistas, autoritarias, paternalistas y antidemocráticas. Sin embargo, el argumento de la horizontalidad llevado al extremo, también impide la formación mínima de estructuras operativas, capaces de tomas decisiones e implementar acciones urgentes. Al respecto, Pablo González Casanova escribió
“(…) podemos combinar las técnicas más antiguas de la democracia directa, en localidades o empresas donde todo mundo se conoce, con las nuevas técnicas de la comunicación, información, organización. Con unas y otras podemos enfrentar los problemas a resolver, pero ya sin contraponer como un todo abstracto las organizaciones horizontales y las verticales, sino viendo qué tipo de organizaciones pueden permitirnos el logro más eficiente de nuestros proyectos emancipadores”[8].
El tercer reto a enfrentar es el que tiene que ver con conectar las resistencias y con ello lo local con lo global, lo particular con lo general y lo urgente con el largo plazo. Si los proyectos autonómicos no son capaces de hacer esta vinculación, corren el riesgo de quedarse aislados y ver agotado rápidamente su proyecto. Si el sistema dominante funciona como una compleja red en la que burguesías de todos los países se articulan por medio de corporaciones que permiten la dominación global; la alternativa también debe construirse en red: una red que organice a las diferentes resistencias en el mundo y que garantice sus autonomías.
V
Como relámpago que ilumina la obscuridad –la obscuridad de un “mundo que se derrumba”–, el otro mundo posible ha comenzado a revelarse. Los Caracoles Zapatistas son la versión más acabada de ese mundo nuevo, pero también asoma en Cherán, en Bolivia, en Ecuador, en Brasil, en Colombia, en Argentina, en Kurdistán… Pueblos, comunidades y colectivos están ahí construyendo poder y nuevas formas de relaciones sociales. Desde abajo, contribuyen a derribar las formas de explotación y dominación del mundo en que todavía vivimos las mayorías. Sigamos aprendiendo con ellos y de ellos. Sigamos acompañándoles, requieren de toda nuestra solidaridad para seguir creciendo. Nosotros también necesitamos de ellos, son uno de los caminos y quizá también destino.
Ponencia presentada en el III Coloquio Internacional del Centro de Estudios Latinoamericanos-UNAM, “Balance de los procesos de transformación en la América Latina y el Caribe del Siglo XXI.
- Raúl Romero, Técnico Académico en el Instituto de Investigaciones Sociales - UNAM, Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos, Red de Artistas e Intelectuales en Defensa de la Humanidad - Capítulo México, Twitter: @cancerbero_mx
[1] López Bárcenas, F. (2007). Autonomías indígenas en América Latina. Textos Rebeldes, La Paz (Bolivia), pág. 2.
[2] Álvarez R., Víctor (2010). Del Estado burocrático al Estado comunal. La transición al socialismo de la Revolución Bolivariana. Venezuela: Centro Internacional Miranda, pág. 84.
[3] La Jornada San Luis, 9 de abril de 2015. http://lajornadasanluis.com.mx/2015/04/09/mexico-sa-mas-oro-que-en-la-colonia/
[4]Modonesi, M. (2011) “El concepto de autonomía en el marxismo contemporáneo”. En Pensar las autonomías. Alternativas de emancipación al capital y al Estado. A. E. Ceceña, B. Arditi, C. Albertani, et. al. México: Sisifo Ediciones / Bajo Tierra, pp. 23-52.
[5] González Casanova, P. (2009) “Los Caracoles zapatistas: redes de resistencia y autonomía”. En De la sociología del poder a la sociología de la explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI. Colombia: CLACSO, p. 338.
[6] Valdés Gutiérrez, G. (2009) “Planeta Tierra: Movimientos antisistémicos”. En Memorias del Primer Coloquio Internacional In memoriam Andrés Aubry: “Planeta Tierra, movimientos antisistémicos”. Chiapas, México: Universidad de la Tierra, pp. 77-109.
[7] López y Rivas, Gilberto (2010). “Tesis entorno a la autonomía de los pueblos indios”. En Rebelión. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=106782
[8] González Casanova, Pablo (2015). “Crisis terminal del capitalismo o crisis terminal de la humanidad”. En Rebelión. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=198545
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