El trabajador desarraigado de sí mismo

04/05/2015
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¿Por qué no conmemoramos también un Día Internacional del no Trabajador? Sería un día muy saludable para todos los trabajadores y para la humanidad en general.

 

Una de las concepciones más antiguas del trabajo lo considera como un castigo impuesto por Dios a la primera pareja humana, Adán y Eva, por haber desobedecido un mandato divino. El relato bíblico presenta el trabajo como una pena, un castigo, una punición.

 

También existen otras concepciones que alaban el trabajo como sinónimo de “la libertad”. En algunos países incluso el trabajo es parte de los sagrados símbolos patrios.

 

Sin embargo, hoy día es difícil pensar que el trabajo es “libertad” porque el hombre vive cada vez más para el trabajo y está muy atado a él. Pasa más de ocho horas trabajando y, cuando vuelva a su casa, sigue pensando en la faena del día siguiente. A veces tiene que realizar varios trabajos para sobrevivir o ganar más. Está definitivamente atrapado en las redes del trabajo, sin posibilidad de desenredarse fácilmente en esta máquina devoradora.

 

Como consecuencia de ello, el ser humano se ha desarraigado de su familia, de sus amigos, de su comunidad y de sí mismo en pro del trabajo. Ya no hay tiempo para el ocio: no hay tiempo para el muy divino y humano arte de perder el tiempo.

 

La contemplación del mar, del cielo y de las montañas, los juegos, el sueño, la poesía, el arte, la diversión se vuelven lujos e incluso cuentos de hadas, en un mundo en que “el tiempo es oro” y se convierte en mercancía, en un producto vendible en el mercado a cambio del Señor dinero.

 

El ser humano se ve obligado (¿o se obliga a sí mismo?) a ser “razonable”, es decir, a hacer un uso “productivo” del tiempo, a tener un manejo eficaz, efectivo y eficiente del tiempo. La primera mercancía a la que está constreñido a “gestionar” es el tiempo. Tiene que dedicar tiempo a este “negocio”. Es así como el tiempo se va pasando, y el ser humano también pasa en este “transcurrir” del tiempo.

 

Tiempo de recuperar el tiempo

 

Es “tiempo” de recuperar el tiempo para que dejemos de vivir para el tiempo, para que lo utilicemos sabiamente en favor del ser humano. Para eso, creo que es importante abogar por el ocio para recuperar -detrás del trabajador eficiente, productor, administrador del tiempo- al ser humano capaz de “regalar” tiempo a su familia, a su esposo, a su esposa, a sus amigos, a la vecindad, a su barrio, a su comunidad, a sí mismo. Por ejemplo, dedicar tiempo a no hacer nada, sino simplemente a estar consigo mismo, a darse el “lujo” de sentir, pensar, meditar, leer novelas, hacer bromas, reír, jugar, orar, filosofar. Sería una acción revolucionaria en el mundo de hoy, tan enemigo de la gratuidad, del ocio, de la no producción.

 

Es necesario conmemorar un Día Internacional del no Trabajador en el que desmovilicemos al trabajador desarraigado para movilizar al padre y a la madre de familia, al hijo, a la hija, al vecino y a la vecina, al amigo y a la amiga. A un ser con carne y hueso, y sin reloj. A un ser consciente del trabajo más importante que está llamado a cumplir cabalmente en esta tierra, a saber: trabajarse a sí mismo como el alfarero a su vasija de barro.

 

El sociólogo Zygmunt Bauman muestra cómo en la modernidad se ha desarraigado el ser humano de sus estamentos comunitarios “tradicionales” (la familia, la comunidad, etc.) para ser “re-arraigado” en un nuevo entorno “moderno” en el que se ha convertido en obrero, productor, trabajador en las industrias, etc. Nuestras grandes ciudades de hoy, al compás de la urbanización galopante, son el testimonio elocuente de este nuevo entorno moderno, con sus contradicciones sociales y económicas.

 

El nuevo trabajador se ha desarraigado socialmente para que pueda aumentar su productividad, sin ninguna atadura comunitaria. Su nueva “comunidad” es su clase social (la clase trabajadora) a la que tiene que ganar el derecho a pertenecer mediante su trabajo. El nuevo entorno tiene precio, y el “re-arraigo” que brinda no es tan hospitalario.

 

La familia da cada vez menos identidad a la persona, mientras que su “hacer”, su trabajo y la actividad que hace para ganar el “pan de cada día” se configuran en su nuevo estatus “identitario”, sin embargo, tan frágil.

 

El ser humano es cada vez menos que lo que es por su nacimiento y su origen, y es más por lo que hace o lo que el sistema le pide que haga.

 

El Día del “no Trabajador” permitiría rescatar al sujeto del “rol” que juega o de lo que se ha hecho o dicho de él. Sería un día en el que dejaría de ser periodista, obrero, profesor, médico, ingeniero, etc., para volverse “niño” o “niña”, “ciudadano” o “ciudadana”, “amigo” o “amiga”.

 

Sería un día de terapia gratuito contra el estrés laboral. Contra el miedo de perder el trabajo y de no saber cómo pagar las deudas pendientes. Contra el miedo de ganar menos y no tener cómo solventar los gastos diarios y los créditos bancarios y otros. Contra el miedo de no volver a encontrar trabajo y seguir desempleado.   

 

Sería un día en el que los patrones y jefes recuperarían su libertad para dedicarse a vivir, más allá del rol. Día en el que los súbditos recobrarían la libertad de dar verdadero sentido a su trabajo, de reencontrar el gusto por el trabajo bien hecho por el simple deleite de hacerlo bien, de vivir el trabajo como una posibilidad de crecimiento y no como una oportunidad para “ganar” en una supuesta competencia a muerte.

 

Los estudiantes hallarían el verdadero sentido del estudio que no es para lograr un buen empleo en el mercado laboral, sino para ser integralmente humanos, desarrollar al máximo sus potencialidades y capacitarse para sacar adelante a sus familias y a su país.

 

Las universidades darían la prioridad no a los perfiles de los profesionales que esperan las empresas y otros empleadores en el mercado laboral, sino a las verdaderas y reales necesidades que tiene la sociedad, que tiene el mundo de hoy y que tiene la Academia. Necesidad de justicia como praxis y como teoría.

 

En fin, sería un día en el que la humanidad se daría cuenta de lo equivocada que está al vivir para el trabajo. Al no relativizar el trabajo en pro de lo único absoluto que hay o debe haber, a saber: la dignidad y nuestra vocación a la felicidad y a la realización humana en todas sus dimensiones.

 

Celebremos no sólo “un” Día del no Trabajador, sino “varios” en todo el mundo para que los actuales beneficiarios de la globalización hegemónica entiendan por fin que el ser humano vale más que todo el oro y que el trabajo está hecho para el hombre, y no el hombre para el trabajo. Que el no trabajo es tanto o incluso más necesario que el trabajo.

 

Humanicemos la globalización desde abajo, trabajando contra la dictadura del trabajo cuando se vuelve desarraigador, alienante e inhumano.

 

Bogotá, 4 de mayo de 2015

https://www.alainet.org/de/node/169400?language=es
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