La “patria yankee de orilla” salió a manifestarse el 18F
19/02/2015
- Opinión
Hay que ver a esas viejas de todas las edades, y de todos los sexos, cuyo mundo cultural se circunscribe en ver por televisión los almuerzos de Mirtha Legrand, o consumir ideología vía el operador Jorge Lanata, o leer en los veranos de Pinamar o Punta del Este los libros de autoayuda de Paulo Coelho y los bodrios mágicos de Isabel Allende, marchar por el fiscal Alberto Nisman, horrorizadas por su muerte, angustiadas por el destino de la República “en manos de esta gente”, exigiendo justicia, libertad, democracia, con sus permanentes hechas mechones chorreados sobre la frente, por culpa del vengador aguacero.
Es como una metástasis, lo peor de una sociedad, los analfabetos de la política se apropian de términos sagrados, profanándolos de las formas más banales, cada vez que los pronuncian. Términos que fueron inmolados por regímenes del terror, durante los cuales estos sectores necrosados de la sociedad vivían tranquilos. No toleran una sociedad que vive una puja por mayores cuotas de poder democrático, en todos los campos y en todos los ámbitos, también, el económico, el financiero, el judicial, el sindical. Ellos quieren que no se toque nada, que no se revise nada, que nada cambie, que no haya ruido, que no se escarbe en la historia reciente de nuestro país. Es esa gente que se siente “diferente” al resto de la sociedad, sin tener la menor prueba concreta que sustente su aberrante sentimiento de superioridad moral. Son las muchedumbres que sustentan lo viejo, lo que ya conocemos, las que defienden los privilegios de sus propios enemigos de clase, como si fueran sus propios privilegios, y como si los verdaderos privilegiados fueran sus pares. Es difícil decir que en Argentina existe una clase media. Tal vez por los rangos de ingresos nos podríamos aventurar a decir que existe; pero por los rasgos psico-sociológicos tendríamos que afirmar que buena parte de esa clase media no es más que lumpen, porque su comportamiento social es lumpenil, su defensa del poderoso y del amo es lumpenil, su odio al que está apenas nanómetros por debajo de ellos, en la escala socio-económica, es lumpenil.
En una ciudad como Buenos Aires hay una parva de esa gente, un número que puede llenar avenidas como la 25 de Mayo, o llenar la plaza homónima. Ellos creen que son el país, el país son ellos (dicen o lo dejan entender en alguna digresión), lo demás y los demás son un obstáculo, barbarie. Les han hecho creer en una realidad construida a su propia mediada de mediocridad y cinismo. Una construcción que lleva décadas creando una matriz informativa ideologizada para la dependencia, una pedagogía para formar colonizados, ellos. Tal vez nos lleven ventaja, y tenga razón Fidel, y también Jauretche y Puiggrós, en que la batalla decisiva se libra en el campo cultural. La batalla de las ideas. Y que las otras batallas, la de la democratización de la vida económica, social, política, están siempre en riego de revertirse, sino se presta atención a la batalla del campo cultural.
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