Malvinas, siempre Malvinas (I)
Mucho más que una voz de alerta
29/12/2011
- Opinión
Los recurrentes choques diplomáticos en torno al archipiélago conforman una pieza más del conflicto global anunciado y en progreso.
Noam Chomsky sostiene que el mundo se encuentra en una etapa de profundo colonialismo que es marcada por las acciones que instrumentan las potencias occidentales para obtener de los países menos desarrollados la energía y materias primas que su maquinaria industrial requiere. En ese sentido Irak y Libia se han transformado en ejemplos recientes y descarnados de la exactitud de ese pensamiento.
Aunque citar a Chomsky como referente de la tesis anterior sólo sirve a nivel formal -es claro para los observadores atentos que su mensaje aparece como irrefutable- también sirve como disparador para un análisis más profundo: ¿Cuáles son las acciones que menciona este referente intelectual estadounidense? ¿Cómo se articula el conflicto de Malvinas con esas acciones? ¿Qué peligros implican para el futuro mediato? ¿Cómo proceder en consecuencia?
En el análisis debe partirse de otra obviedad: la alianza entre Washington y Londres es quizás la más fuerte de todas las que vinculan a las naciones desarrolladas de occidente y no existe ninguna razón para pensar que cualquier política de una no esté consensuada y aprobada por y con la otra aunque, sin dudas, sea Estados Unidos la nación que marca los tiempos de esa alianza.
Otra cuestión básica como herramienta de análisis es recordar que las grandes naciones se han hecho poderosas por su capacidad de prever y de planificar a largo plazo en términos históricos.
Así, en los países sudamericanos –asfixiados por problemas de coyuntura desde sus orígenes- hasta hace muy pocos años sonaba increíble que una nación como China –por ejemplo- fuera capaz de anunciar planes de desarrollo a 50 años en el futuro. Esa interpretación sudamericana parece estar siendo superada desde la emergencia de gobiernos nacionales y populares que, aunando sus esfuerzos, empiezan a pensar con matriz propia desde el conjunto e individualmente.
La capacidad de planificar a largo plazo abarca todos los ámbitos. Cuestiones como el desarrollo comercial; infraestructura; desarrollo poblacional y hasta la guerra forman parte de ese paquete.
Antes de la crisis capitalista de 2008, Estados Unidos ya preveía un choque bélico con China en 2024 merced a que los indicadores de crecimiento del gigante asiático señalaban a Pekín como inevitable rival en la búsqueda de mercados y de materias primas en el extranjero. La referencia no es casual: la caída de la Unión Soviética en la década de 1990 catapultó a China como principal adversario.
Sin embargo aparecieron factores no ponderados que modificaron las expectativas previas. La misma crisis financiera de 2008, las rebeliones árabes, el desprestigio de instituciones supranacionales –FMI; ONU; etc.-; los desastres de Irak y Afganistán; el paulatino descrédito de los medios de comunicación mundiales y la “desfachatez” latinoamericana de pretender asumir el control de sus destinos, son algunos de los problemas no suficientemente bien considerados en su momento que parecen haber acelerado los planes hegemónicos de Washington.
Pese a todo, los objetivos de Estados Unidos permanecen intactos y en función de ellos mueve su maquinaria estratégica. Washington es consciente de que su poder militar es la herramienta clave. Si alguna duda cabe hay que remitirse a los recientes dichos de Barack Obama para quien “Estados Unidos posee la maquinaria militar más poderosa de la historia y eso seguirá siendo así en el futuro”.
Lo malo de poseer armas es que tarde o temprano estas deben usarse contra alguien y por alguna causa. Así sucedió en años posteriores a la crisis de 1929 que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Hoy, con cierta similitud, se observa que los gobiernos de la Unión Europea han encarado la crisis con recetas que desde Sudamérica –por propia experiencia- se saben condenadas al fracaso. Las cúpulas políticas son reemplazadas por tecnócratas del ajuste, con la bendición de los medios de comunicación hegemónicos y ante la azorada mirada de pueblos que, aunque sospechan la miseria que les caerá encima, no alcanzan a dimensionar su gravedad.
Para una Europa que construyó su bienestar merced a la explotación de las riquezas coloniales la tentación de romper todo orden internacional que les niegue tales recursos es primordial.
De esa forma se explican las políticas de doble rasero cuya última expresión han sido las declaraciones del embajador británico en Chile.
En efecto, el embajador Jon Benjamin se refirió a la decisión de negar puerto a buques de bandera malvinense como “un intento de bloquear económicamente a las islas”, una defensa que su país no usó jamás en el criminal caso de Cuba.
La máquina comunicacional occidental oculta esa cuestión de fondo y al hacerlo se transforma en un arma tan letal como una ojiva nuclear. Ciudadanos de todo el mundo viven bajo el sopor de creer que Irán es un régimen demoníaco y tal situación los prepara para que un día como cualquiera asistan a un ataque a Teherán con toda normalidad. Lo mismo puede pasar con Venezuela o incluso con la aceptación de nuclearizar el Atlántico Sur en defensa de lo que consideran “legítimos” intereses británicos en la región.
Es así que silenciosamente o disimulados desde los medios de comunicación occidentales, el poderío militar de Estados Unidos se distribuye por el planeta. Como un dominó las piezas se disponen diferenciadas en objetivos estratégicos intermedios o secundarios en torno un objetivo principal: China.
Solo basta mirar el mapa que cambia día a día. En Australia y Filipinas se ha incrementado la presencia militar estadounidense. Un escudo antimisiles amenaza primariamente a Rusia, aliada de China en el poderoso polo económico conocido como Organización de Cooperación de Shanghái, que también vincula a India; Irán Mongolia y Pakistán. De la reciente base conquistada en Libia se vigilará la hasta hace meses casi imparable e incruenta expansión China en África.
Los aliados de Washington tienen roles contribuyentes sobre objetivos intermedios o secundarios.
Así, Israel y Arabia Saudita mantienen sus ojos sobre el desarrollo de las rebeliones árabes y sobre Irán. Un terrible dolor de cabeza que amenaza con desbalancear el siempre precario equilibrio en Medio Oriente mientras que la Unión Europea consolida el terreno conquistado en Libia y amenaza seriamente a Siria.
En estos objetivos intermedios no todas son mieles. Irak, que debería haberse consolidado con un régimen títere capaz de controlar a Irán parece más cercano a un desastre intestino y a ser asimilado por el vecino al que debía controlar. Pakistán, un aliado estratégico clave por su posición entre Afganistán y China, ha quedado por presión popular más cerca de romper con Washington y más cerca de los “supuestos/impuestos” enemigos talibanes y de China. El mismo Afganistán luego de 10 años de guerra, parece no haber sido controlado jamás. En ese pantano, la ejecución de Bin Laden sirvió de bálsamo y excusa para una virtual retirada honrosa que evitó una desbandada militar previsible.
Todas esas cuestiones han distraído a las potencias aliadas occidentales de algunos objetivos “secundarios” tales como el archipiélago de Malvinas, que en el reparto de tareas le ha tocado de manera “natural” a Gran Bretaña. Esa distracción provee a las naciones de América Latina de un tiempo precioso para la organización de una defensa a la altura del futuro que se juega en todo el globo terrestre.
No sólo son las Malvinas. Es también el petróleo venezolano; el Amazonas brasileño; el litio boliviano y una lista tan larga como conocida. Por eso, la presidenta argentina Cristina Fernández al agradecer el apoyo de sus pares regionales en el tema de Malvinas sostuvo que “Malvinas no es una causa argentina, es una causa global”. Se trata de impedir tempranamente una avanzada colonial.
Estados Unidos y Gran Bretaña saben que no pueden perder un enclave como Malvinas en un sector planetario donde queda claro que en no muchos años más se jugará una de las principales batallas de la “pelea por los recursos”, es decir, las fuentes de energía y de materias primas que hay en Latinoamérica, especialmente en la Patagonia y en la Amazonia. Es la ausencia de otras potencias en la zona la que transforma a Malvinas en objetivo secundario.
Hay menos urgencia para avanzar sobre él con todo el potencial bélico y sólo hay que esperar sin perder el status quo reinante hoy.
Ahora bien, para enfrentar esta situación Latinoamérica ha creado organizaciones que no están funcionando con la urgencia que la situación amerita. Y no sólo son cuestiones exclusivamente bélicas. Así, tal como lo remarcara Hugo Chávez en la última reunión del Mercosur en Montevideo, no se entiende como aún Venezuela no ha sido aceptada como miembro pleno del Mercosur siendo que sólo parece oponerse a ello una docena de legisladores del Paraguay. Tampoco se explica la demora en la puesta en marcha del Banco del Sur, institución financiera fundamental para el desarrollo de infraestructura.
Tal vez sea necesario achacar las citadas demoras a la presencia de “quintas columnas” que a modo de guerra de guerrillas políticas retrasan los procesos nacionales y populares en espera de que llegue -en la agenda estratégica estadounidense- el turno de la Región.
Frente a este panorama mundial, la decisión de Uruguay primero y del Mercosur después de apoyar el cierre de puertos de apoyo a buques con enseña malvinense constituye una señal clara de valiente resistencia en defensa de los intereses de la región. La medida afecta directamente a las flotas pesqueras con bandera isleña y a las naves que ejecutan la tarea de la explotación petrolera en curso.
Sin embargo, para ser efectiva deberá acompañarse por una rápida respuesta concreta basada en la creación veloz de fuerzas armadas latinoamericanas de verdadero valor disuasivo. Insistir en la vieja concepción de fuerzas nacionales dependientes de armamento extranjero y carente de planificación combinada no sólo resultaría improductivo sino que también atenta contra los intereses de la unión regional. Es allí donde radica la importancia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y del Consejo de Defensa de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
El desarrollo de nuevas tecnologías bélicas; la creación de doctrina; la unificación y educación de un refundado ejército latinoamericano y su disposición en el terreno, así como también las tareas inherentes a una apta preparación territorial, son iniciativas que por su magnitud no pueden demorarse.
Habiendo infructuosamente recorrido las instancias que se prevén en el actual esquema internacional para el diálogo entre naciones s crucial, además, la preparación para el peor desenlace, que podría minimizarse con la adopción de la estrategia disuasiva. Y todo debe suceder cuanto antes porque, como siempre, el tiempo es el factor clave del éxito.
APAS | Agencia Periodística de América del Sur | www.prensamercosur.com.ar/apm
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
https://www.alainet.org/de/node/154965
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