20 años sin la URSS
- Opinión
El 26 de diciembre de 1991 fue disuelta oficialmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En su lugar aparecieron 15 nuevos países –algunos lo hicieron antes de esa fecha-, a saber: Letonia, Lituania, Estonia, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Turkmenistán, Kazajstán, Uzbekistán, Ucrania, Bielorrusia, Rusia, Kirguistán, Moldavia, y Tayikistán. La desaparición de la URSS supuso el fin de la guerra fría y el inicio de una nueva era en las relaciones internacionales que, sin embargo, a 20 años de distancia, no termina por configurarse.
Mucho se ha escrito y dicho sobre las razones por las que desapareció la URSS, exaltando, en particular, la figura de Mijaíl Gorbachov, su último líder y quien desarrolló iniciativas como la perestroika o reforma económica, y la glasnost o reforma política. Estas reformas transformaron al país en el breve tiempo en que Gorbachov tomó sus riendas. Hay que decir, sin embargo, que era necesario hacer cambios en el extenso país, aun cuando no parece que Gorbachov los haya desarrollado de la mejor manera. De ahí que algunos de sus críticos acuñaran la noción de catastroika para referirse al poco oficio político que mostró Gorbachov en la segunda mitad de la década de los 80. Por ejemplo, si bien el clamor por la democracia era entendible, al hacer cambios tan radicales en la burocracia y las instituciones, se perdió el control sobre el país. Posiblemente, si la perestroika hubiera comenzado y la glasnost se hubiese conducido lentamente y con prudencia, el colapso soviético no se habría producido, o no al menos de manera tan dramática y estrepitosa. Claro que el “hubiera” y el “hubiese” son sólo especulaciones.
En cualquier caso, ante el deceso de la URSS, Estados Unidos se encontró en una situación privilegiada, en condiciones de liderar al mundo y de imponerle su estilo de vida y visión sobre la democracia. Ya a principios de 1991 el otrora Presidente George Bush padre había proclamado un nuevo orden mundial. A continuación, su sucesor, William Clinton, afirmaba eufórico que Estados Unidos era “la única nación indispensable.” En los hechos, la década de los 90 se caracterizó por un renovado optimismo en torno a un mundo donde los temas del desarrollo y el desarme se impondrían.
Así, a lo largo de los 90, Rusia, heredera de las responsabilidades internacionales de la extinta URSS, incluido por supuesto el control del botón nuclear, lo pasó muy mal. Su producto nacional bruto no paró de decrecer, al igual que la esperanza de vida, en particular de los hombres, y, en general, se produjo un desplome de la calidad de vida, al punto de que las autoridades pasarían a solicitar ayuda a los organismos del Sistema de Naciones Unidas para atender la debacle en la salud de los niños y las mujeres; los crecientes rezagos en materia educativa, y otra serie de dificultades sociales. Por si fuera poco, el fantasma del separatismo, manifestado en especial en el caso de Chechenia, amenazaba con una implosión en el territorio, que las autoridades rusas buscaban impedir a toda costa. En el terreno internacional, la influencia del país decreció y no fueron pocas las ocasiones en que Occidente ninguneó al país eslavo. Por ello, al término de esa década apareció la figura de Vladímir Putin en sustitución de Boris Yeltsin. Putin sería el encargado de reconstruir al país y de devolverle cierta dignidad y confianza perdidas, algo que concretaría en la primera década del siglo XXI.
Estados Unidos, mientras tanto, demostró ser incapaz de ejercer la función de Globocop y de “única nación indispensable” cuando el 11 de septiembre de 2001 fue víctima de arteros ataques terroristas en su propio territorio. A pesar de que buscó castigar de manera ejemplar a los presuntos responsables y proclamó que el terrorismo era la mayor amenaza a la seguridad del mundo –lugar que correspondió, en la guerra fría, al comunismo soviético-, lo cierto es que la capacidad de liderazgo de Washington se veía profundamente mermada, situación que se confirmó con la crisis financiera internacional de 2008, la que, por cierto, se originó en Estados Unidos.
Hoy, a 20 años del fin de la guerra fría y del colapso soviético, Rusia se encuentra más recuperada en lo económico, si bien su sistema político sigue teniendo fuertes dosis de autoritarismo y el próximo año, con las elecciones presidenciales, se verá qué tanto Putin controla los hilos para regresar a la presidencia. Con todo, hoy es un país más respetado, uno de los dos grandes vendedores de armas a nivel mundial; cuenta con influencia suficiente para presionar a Europa en materia energética; y posee las capacidades no sólo para evitar el desmembramiento de la Federación, sino inclusive, para intervenir en países vecinos, otrora repúblicas soviéticas. Su estratégica alianza con la República Popular China, y su inclusión, por parte de las consultoras financieras en la agrupación conocida como BRICS (acrónimo que se refiere a Brasil, Rusia, India, la República Popular China y, recientemente, Sudáfrica) le garantizan una mejor posición en las relaciones internacionales del siglo XXI.
Estados Unidos, por su parte, se encuentra debilitado por la crisis financiera, su incapacidad para hacerle frente y para conducir al mundo por los senderos de la prosperidad. Recientemente concretó el retiro de sus tropas de Irak, pero ese país es un polvorín que genera un vacío de poder regional, situación que, hay que decirlo, favorece ampliamente a Irán. Para ponerle las cosas más complicadas a Washington, sus aliados en Europa se encuentran en una delicada situación económica, con pronósticos muy sombríos para 2012, por lo que no existe la posibilidad de que pueda apoyarse en ellos en una interlocución que en otros tiempos y condiciones ha sido ventajosa para ambos y para el sistema capitalista.
Así las cosas, el colapso de la Unión Soviética y el consecuente fin de la guerra fría no dieron pie a un mundo ni más seguro ni más próspero. El terrorismo sustituyó al comunismo como la principal amenaza para el mundo, pero a la fecha, los métodos empleados para enfrentar este flagelo no han sido exitosos. Asimismo ahora, como en la guerra fría, la carrera armamentista sigue su camino y desde 2001 lo hizo amparada en una estrategia de militarización, presuntamente para enfrentar a los terroristas, de nuevo, sin éxito, dado que una cosa –la militarización- no necesariamente ha estado conectada con la otra –el debilitamiento de los terroristas.
Por ello es entendible la nostalgia por la guerra fría. En aquellos tiempos, al menos, el “enemigo” era más fácil de identificar, amén de que el entorno bipolar generaba una sensación de relativa estabilidad y equilibrio. Ambas potencias, EEUU y la URSS, se neutralizaban y controlaban. En contraste, hoy el planeta tiende a una multipolaridad donde nadie quiere hacerse responsable de los destinos del mundo, pese a la gravedad de los problemas que lo aquejan y que afectan a todos.
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
etcétera, 27 de diciembre, 2011
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