A 110 años de la muerte de Dios

23/08/2010
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Prodigioso enunciado que va a hacer temblar la filosofía del siglo venidero. La trágica noticia fue entregada a los hombres por una de las mentes más luminosas de la filosofía, cuya luz se oscureció el 25 de Agosto de 1900. Friedrich Nietzsche ha muerto, lo que no significa que murió.
 
Si bien es cierto que la proposición Dios ha muerto fue expresada anteriormente por Hegel en la Fenomenología del Espíritu ésta correspondía a una concepción muy diferente al significante filosófico que le dio Nietzsche tanto en “La gaya ciencia” como en su gran obra “Así habló Zaratustra”.
 
Dios ha muerto: murió la trascendencia y con ella su relación espuria con el hombre. Con su muerte empieza el primer paso hacia el Ubermensch. El supra hombre es un hombre de espaldas a la trascendencia, no la busca ni la necesita, vivirá su existencia sin esperanzas escatológicas, sin teleologías, en la insufrible soledad del paraíso perdido, pero en el gozoso dolor de su volitiva plenitud. Nietzsche exclama: “Nunca ha habido un superhombre. He visto desnudos al hombre más grande y al más pequeño. Todavía los dos se parecen demasiado. Aún al más grande lo encontré-demasiado humano”.
 
Con la muerte de dios, también muere el hombre; ambas muertes son necesarias para el hombre vencedor de su propia esclavitud, del hombre encontrándose nuevamente para que continúe el eterno retorno.
 
Pero, ¿qué significa este rayo estruendoso que cae sobre la humanidad, último quejido lanzado por un dios agónico que se disuelve en la emergencia del “hombre nietzscheano”? Se ha escrito mucho sobre Nietzsche, desde luego los grandes filósofos del siglo XX han recibido su influencia y han analizado su obra. Heidegger, Foucault, Deleuze han aportado bellísimos estudios sobre su pensamiento.
 
Este artículo no es un análisis de la obra nietzschana. Las palabras de este escrito son simples, e insuficientes frente a esta obra colosal. La locura no ha tocado con su gracia a quien escribe. Sólo un loco, en su maravillosa des-razón puede proferir esta sentencia, Nietzsche lo sabe, siempre jugueteando con la locura, viajando con ella, como su sombra. Serán sus palabras las que alumbrarán este artículo.
 
¡Oigamos, oigamos!
 
“¿No habéis oído hablar de aquel loco que, con una linterna encendida en pleno día, corría por la plaza y exclamaba continuamente?:”¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”
 
(…) “¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto! ¡Y lo hemos matado nosotros! (…) ¿No es demasiado grande para nosotros la magnitud de estos hechos? ¿No tendríamos que convertirnos en dioses para resultar dignos de semejante acción? Nunca hubo un hecho mayor -¡y todo el que nazca después de nosotros pertenecerá, en virtud de esta acción, a una historia superior a todo lo que la historia ha sido hasta ahora!”. Al llegar aquí, el loco se calló y observó de nuevo a sus oyentes: estos también se habían callado y le miraban sin entender. Por último tiró la linterna al suelo que se rompió y se apagó. “Llego demasiado pronto, dijo luego, mi tiempo no ha llegado aún. Este formidable acontecimiento está todavía en camino, avanza, pero aún no ha llegado a los oídos de los hombres. Para ser vistos y oídos, los actos necesitan tiempo después de su realización, como lo necesitan el relámpago y el trueno, y la luz de los astros. Esa acción es para ellos más lejana que los astros más distantes -¡aunque son ellos los que la han realizado!”[1]
 
En “Así habló Zaratustra se produce el mismo asombro: Zaratustra dice:”Será posible? Ese viejo santo en su bosque no se ha enterado aún de que Dios ha muerto”.
 
La muerte del hombre es sacrificial y dolorosa para Nietzsche, más es un acto de amor. A pesar de su desconfianza el filósofo ama a los hombres. Leemos en el Zaratustra: “…y un día se levantó al romper la aurora, se puso cara al sol y le habló como sigue: “¡Qué sería tu felicidad, radiante astro, si no tuvieses aquellos para los que brillas!”. ¡Qué mayor declaración! Más tarde, en su encuentro en el bosque con el hombre santo Zaratustra le dice: Yo amo a los hombres. Y esta afirmación la va a repetir varias veces más. 
 
Nietzsche es un hombre atemporal, desde luego no pertenece a su siglo, tampoco le ha sido auspicioso el que le sigue. Él lo admite con frecuencia. “Lo que a mí me pertenece es el pasado mañana. Algunos hombres nacen póstumos, declara en el prólogo del Anticristo, y en el Zaratustra, lo explicita dramáticamente:
 
“Me adentré demasiado en el futuro y fui presa de espanto. Y cuando miré en torno ¡he aquí que el tiempo era mi único coetáneo!
 
Entonces me volví atrás, huyendo con cada vez mayor rapidez –así llegué a vosotros, los hombres del presente, y al país de la ilustración. Por vez primera llegué bien dispuesto hacia vosotros, más aún, embargado por nostálgico afán.
 
Peo ¿qué me pasó? ¡No obstante mi azoramiento tuve que reir! ¡Nunca había visto nada tan abigarrado!
 
Reí de buena gana, mientras me temblaban las piernas, y también el corazón. ¡He aquí la patria de todos los tubos de colores! Me dije para mis adentros.
 
¡Con las caras y miembros salpicados de cincuenta manchas estabais sentados ahí, los hombres del presente, con gran asombro mío!
 
¡Y rodeado de cincuenta espejos que halagaban y reflejaban vuestro juego de colores! ¡No podríais llevar, los hombres del presente, máscara más eficaz que vuestro propio rostro! ¡Cualquiera os reconoce!
Cubiertos los signos del pasado y con estos signos cubiertos de nuevos signos -¡qué bien os habéis puesto al abrigo de todos los intérpretes de signos!
 
Vuestros velos son un muestrario abigarrado de todos los tiempos y pueblos; en vuestros ademanes hablan todos los credos y costumbres.
 
Quien os quitase los velos y mantos y colores y ademanes se quedaría con lo justito para espantar los pájaros.
 
(..) ¡Todos los tiempos disparatan unos contra otros en vuestro espíritu; y los sueños y disparates de todos los tiempos fueron más reales que vuestra lucidez!”
 
“Sois estériles; esta es la razón de que no creéis en nada. El creador siempre ha tenido también sus sueños –verdades y signos luminosos- ¡y creía en la fe!
 
“¡Sois puertas entreabiertas donde esperan sepultureros. Y vuestra realidad es ésta: “todo merece hundirse”. [2]
 
En lo anteriormente citado, “Del país de la ilustración”, también se vislumbra el pensamiento de Nietzsche sobre las premisas de la modernidad y su crítica a la razón y los imperativos morales de su época, el gran debate con Kant que se desprende de sus escritos. Su desprecio por la moralina, por la absolutización de la ciencia, por las ideas antropocéntricas los va a relevar en gran parte de sus escritos. Leemos en El Anticristo: “…estábamos aquejados de esta modernidad, de una paz pútrida, de un compromiso perezoso, de toda la virtuosidad impura del sí y del no modernos.(…) Vale más vivir entre los hielos que entre las virtudes modernas y otros vientos meridionales”.
 
Y luego agrega: “La humanidad no representa una evolución hacia algo mejor y más fuerte o más alto, como hoy se cree. El progreso no es más que una idea moderna; esto es, una idea falsa. El europeo de hoy está muy por debajo del europeo del Renacimiento; un desarrollo sucesivo no es absolutamente, con cualquier necesidad, elevación, ni incremento, ni refuerzo”[3]
 
También en “Sobre la verdad y mentira en sentido extra moral” Nietzsche va a volver sobre el mismo pensamiento: “Como hemos visto, en la construcción de los conceptos trabaja originariamente el lenguaje; más tarde la ciencia. Así como la abeja construye las celdas y, simultáneamente, las rellena de miel, del mismo modo la ciencia trabaja inconteniblemente en ese gran columbarium de los conceptos, necrópolis de las intuiciones; construye sin cesar nuevas y más elevadas plantas, apuntala, limpia y renueva las celdas viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar ese colosal andamiaje que desmesuradamente ha apilado y en ordenar dentro de él todo el mundo empírico, es decir, el mundo antropomórfico. Si ya el hombre de acción ata su vida a la razón y a los conceptos para no verse arrastrado y no perderse a sí mismo, el investigador construye su choza junto a la torre de la ciencia para que pueda servirle de ayuda y encontrar él mismo protección bajo ese baluarte ya existente. De hecho necesita protección, puesto que existen fuerzas terribles que constantemente le amenazan y que oponen a la verdad científica “verdades” de un tipo completamente diferente con las más diversas etiquetas.”  
 
En su obra, especialmente en el Zaratustra, libro de singular belleza, Friedrich Nietzsche regala a los hombres del futuro, traídos por el eterno retorno dos dones: La posibilidad del supra hombre y la transformación por la belleza. Sólo el poder de la estética podrá construir un hombre más allá del hombre. El ideal helénico, tan caro a Nietzsche, se envuelve en la idea heraclitiana del eterno retorno en el camino al devenir. Dionisos baila alegremente entre los hombres. El debate con Platón se ha cancelado, ha sido superado por el ígneo fluir del logo del Oscuro. También Heráclito ha vencido a Parménides. La posta fue tomada por Heidegger, luego Foucault y otros. Lo que falta, está por construir.
 
Para concluir este pequeño homenaje al gran pensador alemán cito un párrafo de Heidegger de su obra “¿Qué significa pensar?”: “…El aprender no se puede lograr a fuerza de regaños. Y sin embargo en ocasiones uno tiene que alzar la voz mientras está enseñando. Hasta tiene que gritar y gritar, aún donde se trata de hacer aprender un asunto tan silencioso como es el pensar. Nietzsche que era uno de los hombres más silenciosos y retraídos, sabía de esta necesidad. Sufrió el tormento de tener que gritar. En una década en que la opinión pública no sabía todavía nada de guerras mundiales, en que la fe en el “progreso” casi se estaba haciendo la religión de los pueblos y estados civilizados, Nietzsche lanzó el grito: El desierto está creciendo…” Este grito escrito de su pensamiento es el libro que intituló: “Así habló Zaratustra. (..) Un libro para todos y ninguno.” ¡Que inquietante es la forma en que este subtítulo de la obra se ha verificado en los setenta años que han pasado desde su aparición –pero en el sentido exactamente inverso! Llegó a ser un libro para cualquiera, y no asoma ningún pensante que esté a la altura del pensamiento fundamental de este libro y su oscuridad.”[4]
 
Dios ha muerto: ocurrió un 25 de agosto de 1900. Nietzsche nos entrega una frase imposible: “El hombre es un cuerda tendida entre el animal y el supra hombre –una cuerda tendida sobre un abismo”. Terrible pensamiento.
 
Luisa Bustamante B.
Licenciada en Sociología Universidad ARCIS
Diplomada en Estudios Griegos y Bizantinos de la Universidad de Chile


[1]              Nietzsche, F. La gaya ciencia, M.E. Editores, S.L. Madrid, 1995, P. 139
 
[2]              Nietzsche, F. Así habló Zaratustra, Malinca Pocket, Buenos Aires, 1963, p.94
[3]              Nietzsche F. El Anticristo, Ediciones Fausto, Buenos Aires,1993, p. 21 y 23
[4]              Heidegger, M. “Qué significa pensar” www.scribd.com/doc/14425982/Heidegger-Martin-Que.significa-pensar
https://www.alainet.org/de/node/143626?language=es
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