Hacia un Movimiento Programático Anti-reeleccionista

La estrategia: “más país, menos Uribe”

09/06/2009
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  • Opinión
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Primer parte
1

Uno de los rostros más fascinantes de la política es el de ser consentida con sus practicantes: los mima, permitiéndoles ingresar a ella por los más variados caminos y, ya adentro, se les abre a múltiples posibilidades.

 
Les permite realizar, construir y avanzar. También les posibilita sentirse derrotados, levantarse y rectificar.
 
Podemos hablar entonces de los complacientes y maleables caminos de la política. Esta nunca marcha por un solo carril. Como a la libertad personal, a toda hora la retan las opciones.
 
Más que en cualquier otra actividad, los caminos de la política no son los de una línea de ferrocarril a la que, de antemano y para siempre, se le han fijado las paradas, los puntos de partida y los sitios de llegada.
 
Ocurre que por estas calendas, no sabemos a título de qué, así lo ha predeterminado el actual equipo de gobierno: Que con ellos se ha iniciado la historia de Colombia, que los presentes pasados no han sido sino prehistoria y que, por eso, la agenda futura de la política es la agenda por ellos levantada. Es decir, pretenden encarcelar la política al dejarla sin opciones.

2

En la presente etapa de la historia del país, media Colombia, orgullosa y enhiesta, alza la testa proclamando que las actuales, las de las primeras décadas del siglo XXI, son la era uribista de la historia nacional.
 
En este Atisbos desearíamos afirmar que eso así no es, que no nos dejaremos afectar por esa febril afirmación, que esa no es más que una abusiva pretensión que no podemos aceptar.
 
Esto no obstante, somos hombres de esta era, de este tiempo y no podemos escapar de él. Y por eso, al distanciarnos un poco del presente, del fenómeno y de su figura estelar, al volvernos, si se quiere, un poco inactuales, nos vemos obligados a concluir que estos tiempos, los del 2000 al 2010, efectivamente han sido los tiempos de Alvaro Uribe Vélez.


3

En sus ya históricas relaciones con las Farc (1963-2008), este Estado – que en su formación no ha sido una institucionalidad “inocente” sino que, de modo elevado, ha sido un producto dialéctico de las violencias siendo esto lo que en la actualidad nos ha traído a la memoria la parapolítica- decimos, pues, que en sus históricas relaciones con las guerrillas, este Estado ha pasado por distintos momentos:
 
En unos primeros, se despreocupó del fenómeno y de sus dinámicas como si no existiesen o, mejor, como si no fuesen con él y contra él; en otros, combinó, de modo desacompasado, el garrote con la zanahoria; en un tercer momento, y estamos ya en el Caguán, se puso a negociar, en un territorio paraestatal, el conflicto socioarmado; y finalmente, por primera vez en esta historia, con la Seguridad democrática se centró, concentró y agotó en una estrategia orientada a su derrota militar.
 
Desde sus inicios, en eso anduvo Uribe Vélez. Por esos caminos continuó. En la actualidad los sigue transitando. Y por ellos anhela correr durante tres, cuatro o cinco mandatos más hasta el 2018 cuando, de acuerdo con sus técnicos y asesores, estará en plena vigencia el Estado comunitario como equilibrada combinación de neoliberalismo (componente estatal) con comunidades desorganizadas (componente social).
 
He ahí, entonces, la razón central, que responde a la pregunta sobre el por qué ésta, la del 2000 al 2010, es la era de Uribe en la historia del país.
 
El hijo de Puerto Salgar, encumbrado, pasará a la historia colombiana por haber sido el primer presidente en levantar, desnuda y sin mayores sofisticaciones ideológicas, una estrategia orientada a la derrota militar de las Farc.
 
Pero, Uribe no sólo quiere levantar estrategias antifarquianas. Desea y anhela verlas materializadas en la vida real. Traducidas en unas Farc aniquiladas. De ahí su idea fija de perpetuarse en el poder.
 
No es inane, por cierto, la hipótesis que señala que Uribe sufre de una mal cercano a la sicopatología política, llamado hambruna de poder.
 
En una sociedad como la colombiana, donde la supervaloración del poder sobre otros recursos, es muy elevada – fenómeno definitorio de nuestra Cultura política- ese sesgo perverso, por llamarlo así, no debería ser considerado como anormalidad.
 
Sin embargo, más allá de este enfoque clínico, preferimos escarbar en la objetividad asociada a las realidades nacionales, así como en la subjetividad ciudadana, las razones de la uribización del país.

4.

Más que de la ideología de las Farc – atractiva y fascinante o perversa e inviable, cada cual la asumirá de acuerdo con sus valores políticos- la ciudadanía pareció cansarse de los métodos y prácticas de guerra, así como de los estilos de negociación de las guerrillas. Inteligente y habilidoso, ésta fue la primera observación detallada recogida por Uribe como precandidato presidencial.
 
En ese momento - segunda parte de la última década del siglo XX - un volumen significativo de la población colombiana, sobre todo a escala local y regional, así como un amplio sector de sus líderes, simpatizaban, más en la intimidad que en el discurso explícito, con los paramilitares.
 
Veían en ellos una fuerza básica de apalancamiento de las luchas del Estado contra la subversión guerrillera. Los más cristianos, al pellizcarles la conciencia, fundamentaban las simpatías en la tesis de “un mal menor”.
 
De nuevo Uribe, desde la gobernación de Antioquia, avizoró el nuevo fenómeno social y lo anticipó en las Convivir. Por otra parte, el precandidato antioqueño empezó a revelarse como un excelente comunicador.
 
Constituía ésta una notable y notoria condición personal en un momento en que en Colombia despegaba la política virtual. Más temprano que tarde, ésta se vio potenciada por unos Medios de difusión, cuyos dueños, en desconocida proporción, eran parte silenciosa de ese fenómeno de empatía social con los paramilitares.
 
Por ese nuevo camino estratégico de las comunicaciones, Uribe, de modo pedagógico aunque simplista pero efectista, empezó a llegar a una población, conformada en su mayoría por pobres, fatigados con los métodos de las guerrillas y simpatizantes in pectore del paramilitarismo.
 
Fue por ahí por donde el emergente candidato empezó a enhebrar una base de popularidad afectiva que, tras una década, no hecho más que agrandar y cultivar.
 
A una estrategia antifarc así construida, no le faltaba más que una sólida base de respaldo internacional. Más temprano que tarde se la brindó Bush con los seis mil millones de dólares del Plan Colombia, destinados, en un efecto carambola, a frenar la producción de la droga derrotando, en el mismo movimiento, a las Farc.

5

En coherencia ahora con el discurso inicial, en la era de Uribe, “a Dios lo que es de Dios y a Uribe lo que es de Uribe”.
 
Habrá que destacarlo: A la luz de sus propias lógicas hobbesianas, la Estrategia de Seguridad democrática fue exitosa como Estrategia de Contención de las Farc.
 
Estas, con su plan de bloqueo de la Capital, se vieron frenadas en su vertiginoso ascenso hacia el control del Estado central cuya puerta de acceso era la región de Sumapaz.
 
Fue entonces cuando las guerrillas salieron de muchos cascos urbanos regresando a donde siempre habían estado en la etapa precaguán, a la montaña, a sus más clásicas retaguardias paraestatales con bases sociales propias de sustentación.
 
De modo lento y dificultoso fueron readecuando su estrategia regresando, en buena medida, a los métodos de lucha propios de la guerra de guerrillas.
 
Los paramilitares, por su parte, al entender que sobraban, desde el 2002 abandonaron su proyecto anti-insurreccional dedicándose a hacer política armada-institucional codo a codo con la dirigencia de las municipalidades y de las regiones.
 
En este momento el gobierno, apalancado en los ingentes recursos asociados a las políticas de lucha contra la pobreza, transformó a un tercio de los pobres adultos del país en actores indirectos del conflicto armado al asignarles el rol de informantes de las organizaciones de defensa y seguridad del Estado. Una fuente más de cultivo de la más arrolladora popularidad afectiva.
 
En materia económica, por otra parte, dos hechos brutos merecen ser destacados. De acuerdo con el gobierno, los avances en la derrota militar de las Farc, animaron e insuflaron la llamada “confianza inversionista”.
 
Y en efecto, en los últimos años la inversión extranjera directa en cantidades inusitadas empezó a llegar al país. A guisa de ejemplo, según el departamento técnico del Banco de la República, la cifra al respecto en el 2008 alcanzó 10.564 millones de dólares. El monto más alto registrado en el país en su historia económica.
 
También, sobre todo a partir del 2004, la economía empezó a alcanzar tasas importantes de crecimiento.
 
Todo eso aunado - contención efectiva de las Farc en su acelerado ascenso militar, mayor control territorial de algunas regiones del país por parte del Estado, aprietos farquianos en la readecuación de su estrategia, fuertes y reiterados golpes a las Farc siendo espectacular y deslumbrante el de la “Operación Jaque”, masivas delaciones de la población civil a las autoridades, decrecimiento de las tasas de violencia, alejamiento de los paramilitares de la confrontación armada propiamente dicha, conversaciones Gobierno-Auc, llegada en volúmenes históricos de la inversión extranjera directa, elevación de las tasas de crecimiento económico y ampliación de la cobertura social del sentimiento de seguridad ciudadana-, todo eso, sin mayor análisis crítico, fue
cargado a favor de la bondad intrínseca de la Estrategia de Seguridad democrática.

6.

Llegados a este momento del análisis, cuando a la Seguridad Democrática se le han cargado tan inmensas y sublimes virtudes – las aquí destacadas se quedan cortas ante las catedralicias bondades que le asignan los uribistas- una pregunta de lógica elemental nos sale al encuentro: ¿En dónde tender la ropa sucia de la Seguridad democrática?
 
Para el gobierno las críticas se asocian o a casos excepcionales o a guerrilleros analistas vestidos de corbata o a desinformación por no acceder a la verdad de las fuentes oficiales.
 
Ha sido por esto por que algunos hemos pensado que inofensivos, inútiles y circulares se han tornado los esfuerzos por analizar la perversidad estrechamente unida al proyecto de Uribe Vélez.
 
Esto no obstante, démosle también a Uribe lo que es de Uribe en materia de metas no logradas; de logros efectivos falsamente atribuidos a la Seguridad democrática; de los subproductos negativos de ésta en el ámbito de la construcción de democracia; del fracaso de la propuesta de disminuir drásticamente la producción de droga derrotando, en el mismo movimiento, a las Farc; y de los manejos perversos que, desde el Estado, han contribuido al desquiciamiento moral e institucional de la sociedad colombiana.
 
Las guerrillas, de muchos y variados modos, han sido golpeadas con dureza, pero ahí continúan con sus diez mil hombres estratégicamente plantados.
 
Por estos días han salido del repliegue dando de baja a 40 integrantes de la Fuerza Pública en el mes de mayo y a unos 400 en los primeros cinco meses del año.
 
Cuando unos meses atrás los altos mandos hablaron del “comienzo del fin” de las Farc se olvidaron de la buena capacidad que esta organización siempre ha evidenciado para amortiguar los golpes, reciclarse y readecuarse en lo estratégico táctico.
 
Como ha dicho uno de sus mandos medios, “nos han quitado de encima el peso de una masa de guerrilleros asalariados, sin convicciones y rumbos definidos. Al final de esta etapa, como que hemos quedado los que ‘somos’ Los uribistas nos han limpiado”.
 
A los guerrilleros no se les puede pedir, como ha pretendido el gobierno, que se comporten como hermanitas del Buen Pastor, que cumplan con la Constitución y las leyes y que ajusten sus conductas a una Cultura democrática. No.
 
Ellos son alzados en armas que buscan subvertir este Estado, que están en contra de este ordenamiento jurídico y que pregonan querer construir una nueva sociedad.
 
Lo que sí se les debe exigir, de modo perentorio, es que se ajusten a la normatividad del DIH. Y mientras ellos persistan en esa condición “ontológicamente subversiva”, el Estado, rehusando hacerse el haraquiri, está en su derecho de defenderse y de atacarlos procurando llegar, por esa vía, a una utópica paz sin negociación.
 
Por su parte, también se encuentra obligado a ajustar sus conductas a un DIH, que es norma superior de nuestra Constitución de 1991.Por otra parte, todos los indicadores señalan que el Plan Colombia ha sido un fracaso, pero ahora sin Bush y sin los ingentes recursos estatales.
 
Claro que la inversión extranjera directa llegó, pero no tanto por la acción de la Seguridad democrática sino porque el Gobierno de Uribe, solícito, la cultivó de especial modo.
 
El capital llega a un país, con violencia o sin violencia, primero cuando el Estado lo protege, segundo, cuando ese mismo Estado le posibilita la autoprotección, tercero, cuando medidas gubernamentales especiales, al absorber los costos de transacción, le permite incrementar las tasas de ganancias y, cuarto, cuando los alivios tributarios lo abruman.
 
Todo eso, y mucho más, se ha dado en Colombia en los últimos años. Algo similar, puede afirmarse en relación con los importantes logros en materia de crecimiento económico. Pero, también los lograron otros países similares a Colombia, pues las condiciones generadas en la economía global les fueron altamente favorables.

No se trata de reiterar ahora lo que ya han remarcado analistas y estudiosos de Colombia y de otras latitudes. Pero, con el paso de los días y semanas y meses han adquirido relieve y significación un conjunto de hechos embadurnados de perversidad que, de modo directo o indirecto, se asocian al gobierno de Uribe. A manera de hipótesis así planteamos el asunto:
 
Fenómenos como,
 A-) La parapolítica;
 
B.) La extradición de los jefes paramilitares a los Estados Unidos;
 C.) El asesinato a mansalva de jóvenes civiles y de campesinos honrados para hacerlos aparecer como guerrilleros dados de baja;
 D.) Las chuzadas del DAS;
 E.) La yidispolítica;
 F.) La explosión de violencia urbana originada en la delincuencia común, así como en el paramilitarismo de tercera generación …
 
han quedado indisolublemente ligados al proyecto de Uribe Vélez.
 
Por cierto que las verdades más cercanas a esos ejes problemáticos no nos iluminarán en la coyuntura, pero, como ha señalado el colombianólogo Daniel Pecaut, “Ahora, para los responsables de millares de crímenes como es el caso de algunos paramilitares, yo creo que tarde o temprano, puede ser dentro de veinte años que es el plazo estipulado, tendrán que rendir cuentas a la justicia internacional si la justicia colombiana no puede hacerlo”.
 
Entonces, así como en las tres últimas décadas no ha habido en Colombia perversidad nacional en la que el narcotráfico no haya marcado sus huellas, así en los últimos años estos problemas no podrán sustraerse a la rúbrica, directa o indirecta, de la actual forma de gobierno.
 
Para manejar a su favor estos ejes centrales de perversidad, Uribe ha apelado a la gran popularidad afectiva que ostenta, como la manera más efectiva de aislar y debilitar los poderes, que limitan su poder personal.
 
Ya se verá si ahora también buscará reproducir una conducta similar de cara al enorme poder de la opinión pública internacional que, de modo reiterado, le ha venido diciendo que “sí, que ha sido muy buen presidente”, pero que no despilfarre su prestigio imponiendo una segunda reelección.
 
Hoy por hoy, no obstante su elevada popularidad afectiva, no obstante su reconocida habilidad política y no obstante la ya casi desbordada uribización de las instituciones macro y de la mente de los colombianos, en Colombia no parece haber gobernabilidad a no ser en lo poco que va quedando de la Política de Seguridad democrática y en las medidas tributarias orientadas a alentar la inversión extranjera directa en las Zonas Francas, sobre todo.
 
O si no, que se nos diga ¿cuáles entre los miles de acciones del gobierno ameritan la condición de una Política pública sólida por su impacto en la vida social, orgánica por sus lógicas internas y coherente por su regularidad en la aplicación?
 
Uribe, sin finalizar todavía su segundo mandato, ha desembocado en la Administración de la “Nanoacción”, es decir, administrando un universo de “detalles y de cositas” efectistas” en los Consejos comunitarios. Aún más, nosotros diríamos que su Administración de la “Nanoacción” ha tenido, como telón de fondo, el Gobierno efectivo de los intereses reales del gran capital.

8.

En la presente coyuntura, Uribe no se encuentra en una “encrucijada del alma” sino, más bien, en “en una encrucijada de realidad”.
 
En su intimidad ya tiene resuelto el problema de la reelección. Dejado a la espontaneidad de sus lógicas íntimas, con seguridad que marchará hacia la perpetuación en el poder moviéndose, durante las 24 horas del día, entre el micrófono y la pantalla chica en procura de acrecentar su popularidad emocional entre los pobres desorganizados como la mejor forma de neutralizar los poderes que limiten su poder personal.
 
Pero ocurre que en sus ya casi siete años de gobierno nunca, como ahora, había pasado por una coyuntura más dificultosa no para que la gente lo reelija sino, más bien, para remover los obstáculos institucionales y de opinión que, como vacas muertas, a toda hora se le están atravesando en los caminos hacia la reelección.
 
Por eso, su “encrucijada” es de realidad.
 
Entre los dos escenarios, ahora, por lo menos, está dudando de verdad.
 
Como antioqueño formado en la Cultura del mundo de los negocios no podrá sustraerse a un cálculo racional, que le permita balancear la más óptima conveniencia personal, aunque, en su lenguaje, él diría “el más óptimo interés de la patria”: o si quedarse con el acumulado de prestigio que ya tiene o si, por el contrario, acrecentarlo sin que se le desborde.
 
Si opta por la reelección, las Farc continuarán siendo su mayor obsesión. Esto no obstante, ojala no lo olvide, él mismo lo ha reiterado, las Farc hoy por hoy no son lo que fueron ayer.
 
Protagónicas en la vida nacional hace unos años, en la actualidad son una fuerza y un problema importantes, pero al lado de otras fuerzas y problemas también centrales.
 
Gracias a Uribe, sobre todo, Colombia se ha desfarquizado al mismo ritmo que se ha uribizado. En este momento, otras son las percepciones de la ciudadanía.
 
Según la última encuesta de Napoleón Franco (01-06-09), el gran problema del país es la seguridad (83%). Pero ahora no se trata de la seguridad atada a la guerra interna sino, más bien, de la seguridad ligada al desempleo (70%) y al problema social (66%). El asunto que menos les interesa, es el de la política (21%).
 
El presidente en este momento continúa obsesionado por la seguridad de la guerra. Quitémosle la adjetivación de “democrática”, lo que no ha sido más que un recurso ideológico orientado a tapar la destrucción de lo poquito que de democracia nos quedaba.
 
La otra seguridad, la seguridad integral o social ha permanecido durante su gobierno en el cuarto trasero.
 
Por lo tanto, si Uribe quiere entrar exitoso a un tercer mandato sólo lo podrá hacer apalancado en una sólida, orgánica y coherente Política social. Pero, esto repugna con sus concepciones neoliberales y con el papel de Supremo Limosnero con el que en sus dos mandatos ha manejado lo social.
 
Al ser ello así, como salida no le queda otra que la de profundizar el populismo asistencialista en el que cada ocho días se ha venido entrenando en los Consejos comunitarios.
 
Por populismo asistencialista entendemos aquella masa de acciones-limosnas que, desde el Estado, se le entrega al más amplio conjunto de de pobres que, por encontrarse líquidos y desorganizados, pueden ser manejados a merced del gran limosnero.
 
Este los quiere y los ama y los ensalza y los llama por sus nombres de pila y periódicamente reproduce y refuerza su lealtad emocional con uno u otro regalo. El gran limosnero goza entonces de la más enorme popularidad.
 
No tendría otra salida, pues, carismático y lo que se quiera, no es el líder con el perfil necesario para inscribirse en el populismo “popular”. Perdóneseme la frase, pero no es un pleonasmo.
 
En el populismo “popular”, el protagonista es el pueblo organizado. Es el protagonismo del conjunto de los trabajadores organizados que, empleados o desempleados, se movilizan, de modo autónomo, buscando sacar adelante sus luchas reivindicativas y hasta postcapitalistas.

Segunda Parte.

julio 2009

Abstract

Mental e institucionalmente Uribizado, el país se ha deslizado hacia la más precaria y obtusa y desorientadora polarización: Uribismo versus antiuribismo.
 
Abramos esta cárcel y salgamos de la oposición reeleccionistas y anti-reeleccionistas agarrando por los cuernos al país con sus problemas centrales jerarquizados, de modo adecuado, en procura de una gran coalición programática con claro sentido antireeleccionista.
 
Hacer de la política una actividad decente; impulsar una estrategia de seguridad integral; manejar el Estado a partir un nuevo modelo socioeconómico; poner en acción una política social robusta, orgánica y coherente; y fomentar y respetar una Cultura de las reglas de juego, podrían ser parámetros inspiradores de una nueva apuesta de gobierno del país.
 
Aislados, ninguno de los sectores de la oposición se encuentra en condiciones de emprender por su cuenta un reto tan enorme.
 
En estos Atisbos, aunque en lo básico fungimos como investigadores y analistas académicos, también somos ciudadanos. Desde esta lógica, no ocultamos, por el contrario, lo explicitamos como condición de objetividad, nuestras simpatías críticas por el Polo Alternativo.
 
Este todavía es un esbozo de partido, que se potenciará en la medida en que se democratice ejerciendo y cualificando la democracia interna, que se fortalezca como fuerza parlamentaria y que luche, al lado de los asalariados con sus grandes problemas irresolutos dentro de una estrategia de reivindicaciones y de luchas postcapitalistas.
 
Por eso, en esta coyuntura, un Polo en la Presidencia, se estaría cavando su sepultura.


Atisbos Analíticos, Santiago de Cali, junio 2009,

- Humberto Vélez Ramírez, profesor del Programa de Estudios Políticos, IEP, Universidad del Valle; presidente de ECOPAZ, Fundación Estado Comunidad Paz, “Por un nuevo Estado para un nuevo País”.

https://www.alainet.org/de/node/134215
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