Una nueva alianza filantro-capitalista
15/04/2008
- Opinión
La alianza filantro-capitalista en África muestra el interés capitalista de “ayudar”.
En septiembre de 2006, las Fundaciones Bill & Melinda Gates y Rockefeller se aliaron para lanzar la Alianza para la Revolución Verde en África, AGRA, (siglas en inglés) con una donación de US$ 150 millones; afirmando que la Revolución Verde anterior (originalmente promovida por Rockefeller) no había atendido ese continente. Gates y Rockefeller prometieron que AGRA mejorará la vida de los campesinos empobrecidos del continente mediante la inversión en tecnología apropiada, prácticas agrícolas eficientes y una red de pequeños negocios para la venta de “mini-paquetes” de semillas mejoradas y fertilizantes.
Como propuesta simple y elegante, AGRA es la imagen global de un renovado esfuerzo internacional de revivir a los agonizantes institutos de investigación agrícola de África y de introducir los productos de la nueva Revolución Verde en el sub-Sahara. La compleja variedad de intereses institucionales y financieros respaldando a Gates y Rockefeller incluyen organizaciones de ayuda bilateral y multilateral, institutos de investigación nacional e internacional y un conjunto de fuertes monopolios que controlan las semillas, productos químicos y fertilizantes, en cuyas manos descansa el futuro financiero de la nueva Revolución Verde. Las fundaciones Gates y Rockefeller apuestan a que AGRA puede atraer a la industria, gobiernos y otros filántropos para invertir en la agricultura de África. AGRA es el nuevo almirante filantrópico de la Revolución Verde, que dirige una campaña global para atraer talento, inversión y recursos que se lanzarán al sufrido sistema alimentario de África.
La principal diferencia entre la nueva Revolución Verde y la primera, introducida en 1970-90, es que la actual es dirigida por el sector privado, no por gobiernos nacionales. Esta Revolución Verde se centra en productos alimenticios africanos como tubérculos y plátanos, no en mercancías globales como maíz, arroz y trigo. En esta oportunidad, los programas de producción de semillas convencionales, que se construyen en África, brindarán el material genético y la base industrial para la expansión de productos genéticamente modificados. Siendo lo más importante que, actualmente las compañías beneficiadas serán aún menos, además, debido a la biotecnología, son más grandes y verticalmente integradas, vendiendo también las semillas y los insumos químicos. De hecho, son sólo dos compañías—Monsanto y Syngenta—las que controlan el 30% del mercado mundial de semillas.
Estos y otros monopolios están penetrando los mercados de África con la ayuda de CGIAR—el Grupo Consultivo para Investigación Agrícola Internacional (siglas en inglés), USAID y DFID Británica, incluso Jeffery Sacks con su proyecto Pueblos del Milenio. Pero estas mismas instituciones—con el apoyo de institutos nacionales de agricultura— han fracasado durante tres décadas tratando de establecer la primera Revolución Verde en África. De hecho, con AGRA, Gates está retomando una iniciativa en la cual fallaron otros filantrópicos (Rockefeller, Sarakawa 2000) y unos políticos (Jimmy Carter, Bill Clinton).
Las instituciones del Norte dan varias explicaciones al fracaso de la primera Revolución Verde: el suelo de África es demasiado pobre, el terreno es muy quebrado, no hay infraestructura, los institutos de investigación son débiles, los campesinos son muy tradicionales… Por supuesto, ninguno de los promotores de la Revolución Verde cuestiona los supuestos, premisas o tecnologías de la Revolución Verde. Tampoco reconocen el fracaso social, económico o ambiental en Asia, Latinoamérica y también en parte de África—donde fue “exitosamente” implementada. Existe amplia documentación que demuestra que la primera Revolución Verde aumentó la división entre agricultores ricos y pobres, y degradó los agro-ecosistemas, exponiendo a los campesinos—ya vulnerables—a mayores riesgos ambientales. Llevó a la pérdida de variedades de semillas/especies y de la diversidad agrícola, base de la manutención de los pequeños productores y de la sostenibilidad ambiental regional.
Pero dejando esas consideraciones de lado por el momento, ¿cómo propone AGRA triunfar en lo que otros han fracasado?
Una nueva alianza para el capitalismo creativo
En su participación especial en el Forum Económico Mundial en Davos, Suiza, Bill Gates nos dio su respuesta: capitalismo creativo. Esto, explicó él a los amos del mundo financiero, es “Una propuesta en la cual los gobiernos, empresas y organizaciones no lucrativas trabajan juntas para estirar las fuerzas del comercio para que más gente pueda realizar ganancias o adquirir reconocimiento haciendo trabajo que reduzca las inequidades en el mundo”.
Gates reconoció que el capitalismo no trabaja bien para los pobres. Explicando que se debe a que no existen incentivos comerciales internacionales para luchar contra la pobreza o el hambre. (Este razonamiento, por supuesto, ignora las formas como el comercio internacional ha producido la pobreza y el hambre, pero también dejaremos esta consideración de lado por el momento…). Gates asume una posición neoliberal para solucionar el problema de incentivos al comercio cuando insiste en que el comercio es el principal instrumento para la transformación social. La dificultad consiste en persuadir a quienes tienen el poder del mercado en que erradicar el hambre también les beneficia a ellos. Para abordar este reto, Gates invita a sus socios capitalistas a considerar los beneficios del reconocimiento social—también eventuales ganancias—como el incentivo comercial faltante para lograr que el capitalismo funcione bien para todos.
El “reconocimiento”, dijo Bill Gates, “eleva la reputación de la compañía y atrae a los consumidores; y sobre todo, atrae a gente buena a la organización. Como tal, el reconocimiento apremia la buena conducta. En los mercados donde las ganancias no son posibles, el reconocimiento es un sustituto; donde la ganancia es posible, el reconocimiento es un incentivo agregado”. El reconocimiento por los buenos actos del capitalismo construirá el mercado necesario para llevar a los pobres los beneficios del capitalismo, y de esta manera introducir un nuevo sistema que Gates llama “capitalismo creativo”.
Esa misma semana en Davos, el presidente de Microsoft quien se retirará próximamente del cargo, concretó sus palabras con hechos al donar otros US$306 millones a AGRA. Esto compra bastante reconocimiento para cualquiera. Por supuesto que el “efecto de aureola” creado por el altruismo de la Fundación Bill & Melinda Gates beneficiará a todos los asociados de AGRA—desde CGIAR hasta Monsanto, DuPont y Syngenta. Este “incentivo agregado” está calculado para hacer del sub-Sahara un mercado atractivo para las corporaciones poderosas acostumbradas a un aumento en sus ganancias de 25% a 40% anual. Los pobres pueden tener muy poco para gastar (de acuerdo con la Fundación Rockefeller, la mitad de la población de sub-Sahara gana menos de US$ 0.65 al día), pero la compra de una pequeña cantidad de semillas e insumos por 180 millones de campesinos pobres representa una suma considerable. La nueva Revolución Verde invertirá en un pequeño pero estable aumento en su enorme poder de compara colectiva.
Para comprender AGRA—y el capitalismo creativo de Gates—es útil distinguir entre la misión de AGRA y su tarea. La misión de AGRA es “Acompañar y trabajar en el continente Africano para ayudar a millones de campesinos pequeños y a sus familias a superar la pobreza y el hambre”. La tarea de AGRA que describe elocuentemente Bill Gates en Davos—es meter a los pobres de África en el mercado internacional. Así, ellos consumirán semillas híbridas y genéticamente modificadas, fertilizantes y agroquímicos. También consumirán la comida que se produce con estas semillas, haciendo su dieta dependiente de las compañías que dirigen la Revolución Verde. Quien establezca este mercado de semillas en África controlará no sólo el comercio, sino también el sistema alimentario y, al final, el territorio de este vasto continente.
Pero mientras que estas corporaciones e instituciones son la fuerza principal detrás de AGRA, ellas no son por sí mismas la razón que mueve a Bill Gates a convocar en torno del capitalismo creativo, como tampoco de su decisión de abordar el hambre y la pobreza en África. El impresionante donativo de Gates nos lleva a la pregunta: Si Gates es un “capitalista creativo” ¿cual es su “premio agregado de mercado” a través de AGRA? ¿Reconocimiento para Microsoft? Innegable, pero no significativa ni necesaria para una compañía que ya cuenta con todo el reconocimiento que puede desear. ¿Los intereses financieros de Gates en la ingeniería genética? El tamaño de estas inversiones se desvanece en comparación con AGRA.
La respuesta es: no hay premio agregado de mercado. Más bien, el premio de AGRA es político. AGRA—respaldada por el enorme poder filantrópico de Gates, fortalecida por los diplomáticos mejor reconocidos en el mundo y con los mejores Directores Ejecutivos que el dinero puede comprar, y empujado por el impulso financiero e institucional de las industrias de la Revolución Verde—es una maquinaria política de enormes proporciones. AGRA le brinda a la Fundación Gates una influencia sin precedentes, no sólo para determinar las políticas alimentarias y agrícolas de muchos gobiernos Africanos, sino también para controlar la agenda de acuerdos continentales (ej. NEPAD alianza para el desarrollo socio-económico de cinco países Africanos), instituciones de desarrollo multilateral (ej. FAO), las estrategias de centros de investigación agrícola (ej. WARDA centro de investigación sobre arroz), y el sistema alimentario de África que se está reestructurando política y económicamente. AGRA es para la Fundación Gates la máxima expresión de la nueva encarnación de la filantropía: el filantro-capitalismo.
Desarrollo del filantro-capitalismo
En el nuevo libro de Michael Edwards “Solamente Otro Emperador”, filantro-capitalismo es el nombre que da al movimiento que toma control “prometiendo salvar al mundo revolucionando la filantropía, convirtiendo a las organizaciones no lucrativas para que operen como negocios, y creando nuevos mercados para bienes y servicios que beneficien a la sociedad”. Esta marca neo-liberal de filantropía se diferencia de la caridad y de la filantropía progresista al insistir no sólo en resultados en el mercado, sino también en procedimientos comerciales para dar subvención. El filantro-capitalismo busca la eficiencia comercial y una “línea de base” financiera para sus “inversiones”, procurando que los mercados globales funcionen mejor. Siendo una extensión lógica de la hegemonía del neo-liberalismo actual, el filantro-capitalismo visualiza el mercado sin regulaciones no sólo como mecanismo para crear riqueza, sino también como el máximo instrumento para el cambio social. En esta visión, los gobiernos son demasiado burocráticos y corruptos, y los movimientos sociales muy indisciplinados e ineficientes. Sólo el mercado nos puede salvar… pues… del mercado.
Sin embargo, la Fundación Bill & Melinda Gates está llevando el filantro-capitalismo al reino del super-poder filantrópico. Debido a que la Fundación posee el 10% de todos los fondos de filantropía de EEUU, AGRA no es sólo filantropía actuando como negocio, sino ultra filantropía tan grande y poderosa que puede influenciar gobiernos e instituciones supra-nacionales.
Esto no significa que Gates o AGRA actúen independientemente de Warren Buffet, Jeffery Sacks, FAO, USAID, CGIAR, Monsanto, Syngenta, DuPont, o de otras compañías de fertilizantes que alientan. Al contrario, por razones globales y regionales, existe un consenso general a favor de la campaña de AGRA. Primero, a pesar de la exagerada globalización financiera, el capitalismo industrial ha sufrido baja en las tasas de retorno y estancamiento en el crecimiento económico (1-2%) durante casi tres décadas. Esto se debe a la crisis cíclica de sobreproducción: o sea, mucho dinero y muchos bienes con pocos prestamistas y compradores. Es esencial para los grandes monopolios crear nuevos mercados (como evidencia la locura con los agrocombustibles), o reemplazar a los mercados existentes para encontrar compradores de sus mercancías. Los gigantes como Monsanto y Syngenta necesitan a AGRA y al sistema alimentario de África para solucionar su problema. Ellos tienen que cambiar las semillas y las prácticas agroecológicas locales por sus semillas y agroquímicos industriales. Segundo, mientras que el capitalismo del Oeste se desborda por vender productos a China, están tremendamente nerviosos sobre la entrada de China al mercado global como un vendedor competitivo—particularmente en África. Es importante para las corporaciones del Oeste, así como para los institutos de investigación que producen todo el material genético para estas compañías “adueñarse” del mercado Africano. Aunque los rendimientos marginales a sus inversiones sean pequeños, la Revolución Verde no quiere perder, en manos de China, esos 180 millones de consumidores.
Pero, ¿puede AGRA triunfar?
Si AGRA pueda o no llevar con éxito la Revolución Verde en África, y si la Revolución Verde va a beneficiar a los pobres tanto como va a beneficiar a los capitalistas que la Fundación Gates está cortejando, son dos preguntas muy diferentes que deben ser debatidas públicamente. Desafortunadamente, sobre AGRA jamás hemos tenido un debate público.
En África hay muchos sistemas agroecológicos que no dependen de Organismos
Genéticamente Modificados, OGM, ni de otras tecnologías de la Revolución Verde, pero estas alternativas jamás fueron consideradas. Si puede o no AGRA re-iniciar la Revolución Verde en África queda por verse. Lo que está claro hasta el momento es que ha tenido éxito en eliminar la competencia en su afán de controlar el sistema alimentario Africano.
El filantro-capitalismo de AGRA desvía la atención de las alternativas locales, dirigiéndola a las iniciativas globales asentadas en el mercado, “soluciones” que en última instancia favorecen a quienes tienen más poder en el mercado internacional, ej. los monopolios de semillas y productos químicos. Si bien fortalece las oportunidades y el poder de las corporaciones, nada hace a favor de la débil capacidad de ejecución y regulación del estado, ignora la necesidad de proteger el mercado local para garantizar una mayor participación de los agricultores en la cadena de valor. Evade el tema de la tenencia de la tierra, y no aborda la erosionada resiliencia económica y ambiental del sistema alimentario Africano. Y lo que es peor, desvía la atención del papel que el comercio global ha jugado en primer lugar, creando el hambre y la pobreza en África. ¿Podrá realmente AGRA solucionar este problema? Sin abordar las causas, no.
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