El Che y la segunda guerra mundial
07/10/2007
- Opinión
Durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial la familia Guevara de la Serna residió en la provincia de Córdoba, mayormente en la casa denominada Villa Nidia de la localidad de Alta Gracia, hoy Museo Che Guevara. Uno de los momentos más sombríos que les correspondió padecer durante aquellos tiempos de conmoción internacional, fue cuando París cayó en manos de los alemanes el 14 de junio de 1940, el mismo día en que Ernesto cumplió doce años
Fomentando a través del aprendizaje una admiración que ella misma profesaba por la cultura gala, la Ciudad Luz, sus góticos templos, el magnífico Sena y los tradicionales puentes, Celia hablaba perfectamente el idioma francés y además lo instruía a sus hijos.
El hecho irreversibles de invadir y usurpar, la evaporación de los símbolos de fraternidad e igualdad bajo la ocupación Nazi y sus aliados fascistas, fueron sufridos por los Guevara de la Serna como un fin de los valores, de las libertades sociales e individuales, del derecho y de la justicia que se sumó a la pérdida de la República Española luego de la Guerra Civil.
El impacto había sido tan profundo que en los círculos partidarios de los aliados había comenzado a entonarse la Marsellesa como emblema de la concordia y de la paz.
Celia no pudo permanecer quieta ante los graves sucesos que asolaban Europa. Comenzó a desenvolverse como activa militante de la causa y fundó con su marido y otros amigos el Comité De Gaulle del cual fue Presidenta, y cuyos objetivos se encaminaron a defender la causa aliada y el logro de la paz.
En el Comité se reunían, publicaban las últimas noticias sobre la marcha de la guerra, explicaban estrategias de combates y reunían fondos por la liberación de París.
La vida sin embargo continuaba y debido a la salud de Ernesto durante los veranos viajaban a Mar del Plata para sus vacaciones o de no tener dinero suficiente alquilaban alguna villa colindante con las altas cumbres, donde la madre podía cumplir el rito de lanzar por las mañanas la arenga acostumbrada de Alta Gracia:
-Respiren bien este aire, chicos. ¡Qué placer, qué pureza!¡Qué felices somos de vivir en un lugar así! Otros lo buscan para veranear y gastan dinero para viajar a Córdoba. Nosotros lo disfrutamos todos los días...Tenemos mucha suerte...¿Verdad?
Y el coro juvenil no se hacía esperar:
-¡Sí, mamá!¡Vivimos en el mejor lugar del mundo! De eso no tenemos dudas.
Y después, mezclados con risas y algarabías, salían corriendo a encontrarse con sus juegos al aire libre que Celia vigilaba con discreción.
Algunas temporadas también se divertían en la estancia de la abuela Ana situada en la provincia de Buenos Aires. Durante un mes de diciembre fue allí donde escucharon sobre el ataque de los japoneses a Pearl Harbor.
Cuando las fuerzas niponas agredieron las bases de Filipinas, Estados Unidos entró en la contienda. Los simpatizantes aliados vieron equilibrarse las acciones aunque el desastre de la guerra ya conformaba el mayor del caos posible.
Luego llegó la ocupación del norte de África, la derrota de Rommel por los ingleses, la cruenta invasión a Normandía considerada un éxito aliado y que concluyó con la Liberación de París el 23 de agosto de 1944.
Después de seis años de duros combates, millares de muertos y pueblos destruidos, la conflagración parecía llegar a su fin.
La humanidad desconocía que aún faltaba el más cruento de los sacrificios bélicos porque el 6 y el 9 de agosto de 1945 se lanzó la genocida Bomba Atómica sobre Hiroshima y Nagasaky con la injustificable excusa de apresurar el fin de la contienda.
Este hecho, muy debatido en el seno de la familia Guevara, llegó a impresionar fuertemente a los más pequeños por la alteración de sus padres, quienes sufrieron inenarrablemente semejante horror volcado sobre las poblaciones civiles.
Habiéndose vencido a Alemania después de tomar Berlín, Japón capituló el 1º de septiembre de 1945, firmándose la ansiada paz a bordo del Acorazado Missouri.
Las dramáticas vivencias, aún alejadas de las costas argentinas fueron para Celia de angustioso aprendizaje. Su sensibilidad extrema se desgarró y concluyó brindándole razón al marido por sus reiteradas desconfianzas con respecto a EEUU.
Pensaba con gran dolor que durante aquellas terribles tardes de agosto, serenas y tibias en la ciudad cordobesa, ella miraba jugar con tranquilidad a sus hijos mientras sobre otros seres humanos desvalidos se vaciaba una fuerza letal tremenda, pavorosa y capaz de trasmutar lo genético.
Picasso había presagiado en 1937 a través de su Guernica en aluvión catártico el bombardeo vasco, intuyendo y vaticinando simultáneamente el terror de lo atómico y también el principio y final de la guerra.
La obra de arte originada en el ataque aéreo de la Legión Cóndor contra la población vasca de Guernica durante la Guerra Civil Española puede interpretarse en la exégesis histórico-política como que la figura de la mujer quemándose significa el dolor de la población indefensa sufriendo los efectos de las bombas incendiarias mientras escapa corriendo la población civil incapaz e indefensa. La humanidad impotente grita por la ventana. El quinqué y la luz informan al mundo lo que está ocurriendo. Hay otra lámpara encendida cuya pupila es una sola bombilla. Un ojo de luz característico de la radiación y el gran aquelarre que asesina tejidos entreverados en espantosa revolución de células y genes, primero de la población vasca y luego de aquella isla lejana, hasta hoy un dragón agonizante en manos de los vencedores.
Pero volvamos al 23 de agosto de 1944, Día de la Liberación de París, con las tropas aliadas irrumpiendo triunfantes por haber vencido a los alemanes que se retiraban sin honra.
Las fiestas en las calles de las ciudades de Córdoba y en el comité Degaulle fueron de copas levantadas en alto para festejar el principio del fin. La Ciudad Luz retornaba otra vez como un símbolo de libertad, igualdad y fraternidad.
Durante toda esa noche la Marsellesa se escuchó con fuerza coreada por los entusiastas presentes, que en bandadas acudían a las plazas, parques y calles de la urbe.
Entre la multitud distinguimos a un joven buen mozo, el mayor de los hijos de los Guevara de la Serna llamado Ernesto, que tiene flamantes dieciséis años. Enarbola una Bandera Argentina y viva a la PAZ mientras entona por las calles de su amada Alta Gracia y en perfecto francés, la vibrante marcha de la igualdad. Libertad y fraternidad.
Recorre en grupo los barrios de la ciudad con sus compañeros del secundario en medio de la algarabía casi carnavalesca que acostumbra ser tan brillante en las provincias. El torso debajo de su camisa se torna más acelerado a fin de no privarlo del aire que requerirá su esfuerzo entusiasta colocado en vítores y cantos llevando en alto la bandera. Festejar la Paz Mundial no es cosa de todos los días y por defender el equilibrio de los pueblos habrá que empeñar la vida.
Desde la vereda de enfrente, su madre lo observa con ternura y orgullo.
Ernesto la descubre y mientras le tira un beso guiñándole el ojo, le hace señales de sentirse muy bien.
Después se mezcla entre la sana y bulliciosa algarabía de su pueblo cordobés para continuar festejando que se ha vencido al Nazi Fascismo, logro que coexistirá en el empeño de toda su vida,.
El refulgente sol de una Bandera celeste y blanca ondea airosa e ilumina el futuro.
Sobre el rostro del joven, las sombras fugaces de sus rayos conjeturan y traslucen palmeras.
Adriana Vega
Fragmento de un Capítulo de su novela
Pariendo un Corazón.
(Inédita)
Fomentando a través del aprendizaje una admiración que ella misma profesaba por la cultura gala, la Ciudad Luz, sus góticos templos, el magnífico Sena y los tradicionales puentes, Celia hablaba perfectamente el idioma francés y además lo instruía a sus hijos.
El hecho irreversibles de invadir y usurpar, la evaporación de los símbolos de fraternidad e igualdad bajo la ocupación Nazi y sus aliados fascistas, fueron sufridos por los Guevara de la Serna como un fin de los valores, de las libertades sociales e individuales, del derecho y de la justicia que se sumó a la pérdida de la República Española luego de la Guerra Civil.
El impacto había sido tan profundo que en los círculos partidarios de los aliados había comenzado a entonarse la Marsellesa como emblema de la concordia y de la paz.
Celia no pudo permanecer quieta ante los graves sucesos que asolaban Europa. Comenzó a desenvolverse como activa militante de la causa y fundó con su marido y otros amigos el Comité De Gaulle del cual fue Presidenta, y cuyos objetivos se encaminaron a defender la causa aliada y el logro de la paz.
En el Comité se reunían, publicaban las últimas noticias sobre la marcha de la guerra, explicaban estrategias de combates y reunían fondos por la liberación de París.
La vida sin embargo continuaba y debido a la salud de Ernesto durante los veranos viajaban a Mar del Plata para sus vacaciones o de no tener dinero suficiente alquilaban alguna villa colindante con las altas cumbres, donde la madre podía cumplir el rito de lanzar por las mañanas la arenga acostumbrada de Alta Gracia:
-Respiren bien este aire, chicos. ¡Qué placer, qué pureza!¡Qué felices somos de vivir en un lugar así! Otros lo buscan para veranear y gastan dinero para viajar a Córdoba. Nosotros lo disfrutamos todos los días...Tenemos mucha suerte...¿Verdad?
Y el coro juvenil no se hacía esperar:
-¡Sí, mamá!¡Vivimos en el mejor lugar del mundo! De eso no tenemos dudas.
Y después, mezclados con risas y algarabías, salían corriendo a encontrarse con sus juegos al aire libre que Celia vigilaba con discreción.
Algunas temporadas también se divertían en la estancia de la abuela Ana situada en la provincia de Buenos Aires. Durante un mes de diciembre fue allí donde escucharon sobre el ataque de los japoneses a Pearl Harbor.
Cuando las fuerzas niponas agredieron las bases de Filipinas, Estados Unidos entró en la contienda. Los simpatizantes aliados vieron equilibrarse las acciones aunque el desastre de la guerra ya conformaba el mayor del caos posible.
Luego llegó la ocupación del norte de África, la derrota de Rommel por los ingleses, la cruenta invasión a Normandía considerada un éxito aliado y que concluyó con la Liberación de París el 23 de agosto de 1944.
Después de seis años de duros combates, millares de muertos y pueblos destruidos, la conflagración parecía llegar a su fin.
La humanidad desconocía que aún faltaba el más cruento de los sacrificios bélicos porque el 6 y el 9 de agosto de 1945 se lanzó la genocida Bomba Atómica sobre Hiroshima y Nagasaky con la injustificable excusa de apresurar el fin de la contienda.
Este hecho, muy debatido en el seno de la familia Guevara, llegó a impresionar fuertemente a los más pequeños por la alteración de sus padres, quienes sufrieron inenarrablemente semejante horror volcado sobre las poblaciones civiles.
Habiéndose vencido a Alemania después de tomar Berlín, Japón capituló el 1º de septiembre de 1945, firmándose la ansiada paz a bordo del Acorazado Missouri.
Las dramáticas vivencias, aún alejadas de las costas argentinas fueron para Celia de angustioso aprendizaje. Su sensibilidad extrema se desgarró y concluyó brindándole razón al marido por sus reiteradas desconfianzas con respecto a EEUU.
Pensaba con gran dolor que durante aquellas terribles tardes de agosto, serenas y tibias en la ciudad cordobesa, ella miraba jugar con tranquilidad a sus hijos mientras sobre otros seres humanos desvalidos se vaciaba una fuerza letal tremenda, pavorosa y capaz de trasmutar lo genético.
Picasso había presagiado en 1937 a través de su Guernica en aluvión catártico el bombardeo vasco, intuyendo y vaticinando simultáneamente el terror de lo atómico y también el principio y final de la guerra.
La obra de arte originada en el ataque aéreo de la Legión Cóndor contra la población vasca de Guernica durante la Guerra Civil Española puede interpretarse en la exégesis histórico-política como que la figura de la mujer quemándose significa el dolor de la población indefensa sufriendo los efectos de las bombas incendiarias mientras escapa corriendo la población civil incapaz e indefensa. La humanidad impotente grita por la ventana. El quinqué y la luz informan al mundo lo que está ocurriendo. Hay otra lámpara encendida cuya pupila es una sola bombilla. Un ojo de luz característico de la radiación y el gran aquelarre que asesina tejidos entreverados en espantosa revolución de células y genes, primero de la población vasca y luego de aquella isla lejana, hasta hoy un dragón agonizante en manos de los vencedores.
Pero volvamos al 23 de agosto de 1944, Día de la Liberación de París, con las tropas aliadas irrumpiendo triunfantes por haber vencido a los alemanes que se retiraban sin honra.
Las fiestas en las calles de las ciudades de Córdoba y en el comité Degaulle fueron de copas levantadas en alto para festejar el principio del fin. La Ciudad Luz retornaba otra vez como un símbolo de libertad, igualdad y fraternidad.
Durante toda esa noche la Marsellesa se escuchó con fuerza coreada por los entusiastas presentes, que en bandadas acudían a las plazas, parques y calles de la urbe.
Entre la multitud distinguimos a un joven buen mozo, el mayor de los hijos de los Guevara de la Serna llamado Ernesto, que tiene flamantes dieciséis años. Enarbola una Bandera Argentina y viva a la PAZ mientras entona por las calles de su amada Alta Gracia y en perfecto francés, la vibrante marcha de la igualdad. Libertad y fraternidad.
Recorre en grupo los barrios de la ciudad con sus compañeros del secundario en medio de la algarabía casi carnavalesca que acostumbra ser tan brillante en las provincias. El torso debajo de su camisa se torna más acelerado a fin de no privarlo del aire que requerirá su esfuerzo entusiasta colocado en vítores y cantos llevando en alto la bandera. Festejar la Paz Mundial no es cosa de todos los días y por defender el equilibrio de los pueblos habrá que empeñar la vida.
Desde la vereda de enfrente, su madre lo observa con ternura y orgullo.
Ernesto la descubre y mientras le tira un beso guiñándole el ojo, le hace señales de sentirse muy bien.
Después se mezcla entre la sana y bulliciosa algarabía de su pueblo cordobés para continuar festejando que se ha vencido al Nazi Fascismo, logro que coexistirá en el empeño de toda su vida,.
El refulgente sol de una Bandera celeste y blanca ondea airosa e ilumina el futuro.
Sobre el rostro del joven, las sombras fugaces de sus rayos conjeturan y traslucen palmeras.
Adriana Vega
Fragmento de un Capítulo de su novela
Pariendo un Corazón.
(Inédita)
https://www.alainet.org/de/node/123637?language=en
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