La ruta latinoamericana

28/02/2007
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
“La verdad, pese a todo, existe”
Victor Serge

La gran ronda electoral que en 2006 involucró a un buen número de países latinoamericanos concluyó con resultados sorprendentes. El partido de las privatizaciones a ultranza, que coincide con el del ultraliberalismo y de la suscripción de los Tratados de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos, no ha salido muy airoso y ve reducido su margen de maniobra continental. No sólo en ese subcontinente en el que se busca introducir el término elusivo de las “dos izquierdas” –la buena y la mala- sino hasta México, Costa Rica y Nicaragua.

En México, la situación se sostiene sobre el equilibrio precario garantizado por un golpe electoral al cual- pese a todo- ha sido imposible auto-atribuirse una ventaja mayor que un exiguo “cero coma algo”. El continuismo liberalista, y la fatal apertura definitiva de lo que restaba del mercado y la soberanía nacional, es practicable sólo delegando a las fuerzas armadas un rol de primer plano.

El neofalangista presidente “electo”, efectivamente, frente a una sociedad lacerada y carente de consensos, ha pactado con los militares, que ahora se hacen con un protagonismo que trae a la memoria tiempos lejanos e inquietantes.

Después de 28 años, el torbellino liberalista deja un saldo inequívoco: una inundación de emigrados que demanda la construcción de un muro por parte de Estados Unidos, y una economía que tiene en segundo lugar el aporte en divisas de los emigrados. A pesar de los altísimos precios, la compañía petrolera estatal PREMEX es la única que el año pasado alcanzó a cerrar con una pérdida de 7 millardos de dólares. Para privatizar, primero hace falta debilitarse.

Se acercan vencimientos importantes y tiempos de gran apasionamiento social para México. La cita decisiva será la privatización del último gran patrimonio nacional, aquél petrolero, ya seriamente hipotecado por la Federal Reserve después del célebre “efecto Tequila”. Entrarán en colisión los dos bloques que se contraponen en el país. El resultado determinará si el futuro significará la definitiva subsunción a la economía de Wall Street o si se volverá a formar parte de la América Latina. De esto dependerá el futuro estado de las clases oprimidas, de los campesinos y de los indígenas.

En el “patio trasero blindado” centroamericano la sorpresa no estuvo dada sólo por el retorno sandinista en el gobierno de Nicaragua. En Costa Rica, el estrecho margen de ventaja del frente favorable al TLC, marcado por una diferencia de “cero coma algo”, ha llevado de nuevo a la presidencia al viejo conservador Arias. Éste, para ratificar a cualquier costo el TLC, está recurriendo a las maniobras de pragmática de los politiqueros de profesión: imponerlo con astucias parlamentarias, sin ningún escrúpulo ante un completo quiebre del país.

Pero el hecho es que la tranquila Costa Rica ha hecho de la superación de las fronteras comerciales, en favor de Washington y Ottawa, un tema comercial neurálgico de la campaña presidencial. La defensa de la sociedad telefónica y eléctrica ha cohesionado a la mitad de los electores. La privatización, aunada a la liberalización de la producción agrícola, está provocando una creciente polarización, y podrá imponerse sólo con un desgarramiento doloroso que dejará secuelas.

Menos sorprendente ha sido el retorno de Daniel Ortega, a la cabeza de una amplia coalición política y social, bendecida hasta por el cardenal Obando. El adversario derrotado por el FSLN era un joven y ambicioso banquero, hombre de ese restringido sector vinculado al business internacional y cercano a los Estados Unidos. La Nicaragua arruinada de las infinitas “aperturas”, en la oscuridad perenne por la falta crónica de servicios de un monopolio privatizado de la energía eléctrica, donde desaparecieron incluso los cultivos de algodón, ha dicho no. Quiere cambiar de ruta.

En el nuevo contexto – en el que se paga también por estudiar en las escuelas primarias- es de vital importancia renegociar la deuda con el FMI y negarle el aval definitivo al TLC. El nuevo gobierno, y la coalición que lo mantiene, sostiene una política de defensa de los intereses de la economía nacional, en ésta se identifican igualmente esos sectores productivos que se desvanecerían con la inundación de mercancías provenientes del norte.

En Brasil, a despecho de los esfuerzos desplegados a manos llenas por la burguesía de Sao Paulo, ésta no logró imponerse y Lula venció sin afanarse en lo absoluto. A pesar de su moderación y una política de redistribución social bastante cautelosa, hasta sus críticos más severos ratificaron su apoyo. Y ni siquiera ha emprendido la reforma agraria; el latifundio y la agroexportación de la soja transgénica siguen intactos. La meta de las 400.000 familias beneficiadas de la reforma agraria quedó incumplida.

En efecto, entre Lula y el representante ultraliberalista de los sectores pertenecientes a la transnacionalizada economía financiera, las dudas desaparecieron (en ocasiones tapándose la nariz). La derecha volvía a poner en discusión el rol geopolítico del Brasil, proponiendo un alineamiento contumaz con Washington, y un brusco freno a la integración regional. Es evidente que la derecha, vasalla, prefiere ser la cola del encanecido león que la cabeza del bloque del sur.

La continuidad del nuevo curso venezolano, que adviene con una amplia y cómoda ventaja el 3 de diciembre, es además una confirmación mayúscula de la función de País-cremallera que une a los Andes, el Caribe, América central y la latitud amazónica. La chispa lanzada en Caracas ocho años atrás, ya ha alcanzado con ímpetu los Andes, donde el reciente viraje boliviano y ecuatoriano, deja solos a Perú y Colombia, presas de la perspectiva ilusoria, y siempre más incierta, del TLC. Mientras transita la vía de repliego del abortado ALCA, actualmente corre sorprendentemente el riesgo de encallarse en el senado de Washington.

La ratificación de Álvaro Uribe a la cabeza de Colombia, confirma la persistente continuación de la represión de los movimientos populares con la mano militar del Plan Colombia, sin embargo no tiene buena estrella. Densas nubes oscuras se acumulan sobre la cabeza de Uribe. En pocos meses estallaron borrascas que anticipan inminentes ciclones. Las acusaciones de connivencia contra altos exponentes políticos y magistrados, involucrados directamente con la economía criminal de los “paramilitares”, ya han implicado a varios ministros del gobierno, y a la misma familia del Presidente.

Algunos sectores sanos dentro del Estado comienzan a reaccionar contra la asociación abierta entre “paramilitares”, fuerzas armadas y gobierno. La obra de saneamiento institucional es una batalla contra el tiempo, que tiende a concretarse en contados resultados positivos antes de que los “paramilitares” lleven a término el negocio de la “pacificación”. Entrega de las armas a cambio de la garantía de una pena máxima de 8 años de cárcel por cualquier tipo de crimen, respeto de la propiedad de bienes patrimoniales obtenidos por medio de la extorsión, conservación del poder político local y de su representación parlamentaria. Conservarán, en suma, la palanca del narcotráfico y mantendrán el orden feudal, de modo que la única vía de ascenso social continúe siendo la mafia.

Colombia se mantiene en un precario equilibrio, apoyada sobre las subvenciones con fines militares del Pentágono (las terceras, después de Israel y Egipto) que perpetúan la guerra civil, la narco-economía a gran escala y la iniquidad social. Las elites bogotanas, refractarias a toda evolución, opuestas a la tendencia regional, están condenadas a mirar solitarias únicamente hacia el norte. Y sufrir una dependencia progresivamente más acentuada; en fin, se trata ya de una vocación histórica.

Sin embargo, la estructuración del caos permanente permite a los Estados Unidos mantenerse firmemente en una plataforma militarizada, con una proyección de amplio radio de acción hacia ese sur siempre más renuente a acogerse en el verbo globalista, y avanza expedito hacia la formación del bloque regional.

En Bolivia y Ecuador, corazón amerindio del subcontinente, el proceso de cambio alcanza su punto álgido, y enciende la inevitable contraofensiva de la oligarquía. Negándose a aceptar el veredicto electoral, y dispuesta a jugarse el poder sobre el terreno de la ofensiva directa y violenta. En el Estado neocolonial, el ascenso al poder político no facilita ni siquiera una decente alternancia política o la depuración institucional. No confiere ningún poder de transformación y – sin el recurso a la Constituyente, a la reforma de las reglas mínimas del juego- en una condena a la inercia y a la pérdida del consenso acumulado. Vale decir que contribuye en el declive del apoyo a los movimientos campesinos e indígenas, a los sectores urbanos en miseria y a la clase media empobrecida.

Basta sólo pensar que los yacimientos de gas en Bolivia eran contabilizados como de propiedad de la multinacional Repsol y, como tales, adjudicados a Wall Street. Con 3 millardos de dólares controlaban reservas gasíferas estimadas en aproximadamente 250 millardos; lo que quiere decir que las multinacionales recuperaban la inversión en sólo 4 años, y acababan como propietarias de todo el resto.

Esta peculiar “dialéctica” entre economías globalizadas y nacionales puede incluso tomar la forma de leyes vinculantes. Como esa que obliga al gobierno de Ecuador a dar prioridad al pago de la deuda del FMI, por sobre las partidas destinadas a la instrucción pública y la salud. Se arriba a la trágica paradoja de un Estado petrolero, con las manos atadas, constreñido a importar gasolina y derivados a esas mismas transnacionales que extraen petróleo en Ecuador.
En esta fase, tanto en Bolivia como en Ecuador, observamos que el recurso de la Constituyente está siendo fuertemente combatido, y el conflicto entre las mayorías sociales y las elites de Santa Cruz y Guayaquil, se traslada del terreno electoral al jurídico, pero en realidad se trata de una lucha de clases, porque la oligarquía no permite ninguna modificación institucional. El Estado de ésta es intocable.

Sin la movilización permanente de los sectores sociales que, desde hace poco, están incluidos en la participación política –que en Ecuador se rehusan a elegir diputados- las oligarquías y sus pares internacionales ya habrían ganado la batalla los primeros rounds. Los partidos políticos, sin movimientos, no están en grado de hacer frente a una situación de este tipo. Son los límites insuperables de la democracia representativa. Votar es indispensable, pero no suficiente para garantizar la alternancia o la inversión de una tendencia.

La Casa Blanca ha procurado despejar el camino con los “golpes electorales”, donde no lo logra pasa a desestabilizar a los neo-gobiernos que cuentan con un vasto y arraigado apoyo popular activo. Al final, a esto se reduce ese “populismo” que atacan con tanto livor y temor. Captan y movilizan como cuerpos de asalto las minorías privilegiadas tradicionales, con la inducción de guardaespaldas (mediáticos, leguleyos, seguridad) y secuaces varios que –a cambio de la depredación de las materias primas y de la biodiversidad- cultivan la ilusión de ascender al rol de burguesía trans-nacional. En realidad, quedarán funcionarios neocoloniales subordinados o dirigentes de cuarta de las multinacionales del norte.

Con las mega-elecciones de 2006, entró en crisis la ideología que recetaba el desarrollo de los Países periféricos solamente prohibiendo a los Estados toda forma de intervención en la economía, con un mercado abierto de par en par y sin reglas. Éstos se redujeron a simples espacios óptimos para el acceso de las multinacionales a las materias primas. En ese sentido, fue pedagógica la execración y el grito de dolor se alzó en las dos costas atlánticas contra la nacionalización de los yacimientos de gas en Bolivia. Y más tarde, contra el anuncio del presidente Correa de regresar el Ecuador al seno de la OPEP, de renegociar la deuda con el FMI y de no renovar la concesión de la base militar de Manta a los Estados Unidos. En el giro de una semana, Venezuela y Argentina han expulsado a dos compañías eléctricas norteamericanas. El gobierno de Caracas, con 730 millones de dólares, ha obtenido el 82% de las acciones de la mayor industria del país, echando a la multinacional AES. Kirchner ha reaccionado con dureza ante las presiones del embajador Earl Wayne, que aspiraba fuera asignado el control de la mitad de la Transener al fondo de inversiones norteamericano Eton Park. “No somos una republiqueta” advirtió el Presiente argentino, rechazando el ataque de un fondo que tiene como capital declarado... 3200 euros!

Los electores se pronunciaron sobre los dos modelos geopolíticos de integración latinoamericana: autónoma o con los Estados Unidos. Este último frente se ve disminuido, dado que Nicaragua y Ecuador rechazan el TLC, y la situación mexicana es demasiado incierta. Sólo quedan Colombia, Perú, Chile y los remanentes microEstados centroamericanos. En la vertiente opuesta, de integración sin Washington, se agrupan Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia, Cuba, Uruguay y Paraguay, con algo de titubeos por parte de los dos últimos. En síntesis, este frente se ha extendido más allá de los Andes y Centroamérica. Y en México se reanudaron las danzas al sonido de un ritmo que parecía haber pasado de moda.

Con esta relación de fuerzas, y la solidez del vínculo entre los nuevos gobiernos establecidos y las respectivas bases sociales, se puede dar por sentado que la desestabilización buscará fomentar el separatismo. Sobre todo en Bolivia y Ecuador, donde tratarán de cercenar artificialmente la región costera de Guayaquil –industrial y agroindustrial- y de su vital puerto. Y esa región boliviana que contiene en sus vísceras el tesoro gasífero. Tentarán transfigurar el conflicto social atizando el racismo separatista de las minorías privilegiadas.

Esto, no obstante, es de difícil aplicación en Venezuela, a los fines del apoderamiento de la rica región petrolera del lago de Maracaibo. A parte de la realidad catódica de la propaganda, Venezuela se basa sobre un satisfactorio modelo de integración, donde los tres componentes afro, indo y euroamericano conviven en ausencia de serios conflictos étnicos, sociales, religiosos o culturales. Por tanto, es difícil separar el Zulia para unirlo a la limítrofe región petrolera colombiana, en un enclave de hidrocarburos gestionado por “paramilitares”, reinsertados como separatistas.

En la vertiente europea, los cultivadores de las “dos izquierdas” sudamericanas, no deberían hacerse excesivas ilusiones. Y reflexionar sobre las palabras pronunciadas por Lula en el cónclave de Davos, donde salió en la defensa del nuevo curso sudamericano, contra cualquier interferencia externa. Además, deberían preguntarse por qué todos los países latinoamericanos –salvo contadas excepciones- han intensificado sus relaciones económicas y comerciales con Cuba. Existe una defensa convencida de la soberanía nacional y una firme oposición a la intervención externa, sea “humanitarias” o de típica “exportación democrática”. En este terreno Bush está solo.

El continente en donde el neoliberalismo vino a la luz gracias a la macabra comadrona Pinochet, no ve con buenos ojos una Europa deferente que –además de mantener blindada la agricultura- hace propia la verborrea propagandística de los neoconservadores.

El nacionalismo latinoamericano no ha sido nunca colonialista o expansionista (salvo Chile), sino de resistencia contra las agresiones imperiales españolas, francesas, portuguesas, inglesas, holandesas y estadounidenses. Por esto, es superficial y desacertado proyectar sobre otros el peso del propio pasado. La defensa de la soberanía nacional, lejos de ser un anacrónico sarampión retrógrada, en la época globalista, es un carril sobre el que avanza la integración. Donde la cuestión social resulta de actualidad, y está en el centro del debate público.

Frente a la ruta trazada por el electorado, Bush está programando a toda prisa su primer tour continental, y a finales de marzo visitará 5 países: Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México. El pathos del redescubrimiento tardío de América Latina no es ciertamente aquél triunfalista de la efímera estación del ALCA. Se limita visitar a 3 socios incondicionales y a procurar llevarse a casa alguna cosa positiva en Brasilia (acuerdo sobre el etanol) y en Montevideo (algo de liberalización comercial). Será un viaje emblemático que sancionará una nueva situación: fin de la doctrina Monroe, ocaso de la hegemonía absoluta.

El sueño de Bush –por encima del obvio cálculo electoral- se reduce a sembrar insidias a lo largo del Río de la Plata, descomponer el MERCOSUR y obstaculizar su marcha, pero no tiene muchas esperanzas. Ni siquiera la de encontrar colaboradores para atar de manos a Chávez. Bush, en el fondo, se presenta con las manos vacías, mientras Venezuela ofrece la autonomía energética como motor de la unificación regional.

Tito Pulsinelli
Analista internacional, ha publicado numerosos trabajo sobre la geopolítica
Latinoamericana.

Fuente: SELVAS.org
Observatorio Informativo Independiente
http://www.selvas.org/newsAN0107es.html
https://www.alainet.org/de/node/119742?language=en
America Latina en Movimiento - RSS abonnieren