La violencia en los sujetos desgajados e insumisos en América Latina
21/06/2004
- Opinión
En los años noventa del siglo XX y aún en los primeros dos
años del XXI, en América Latina se asoman comportamientos
sociales inéditos que llama la atención, dado que guardan
aspectos singulares y demuestran con sus acciones que algo
nuevo está ocurriendo para que sea estudiado por la teoría de
los movimientos sociales; no obstante, las calificaciones que
se hace de ellos nos parecen prematuras y otras
inconsistentes, porque vemos en un sector de los estudiosos
el afán de innovar un adjetivo para entrar en el círculo de
los autores visionarios; otros han tratado de englobar a los
distintos y diversos movimientos en una categoría universal,
sin tener en cuenta la particularidad del contexto socio-
histórico en que se desenvuelven.
Las definiciones componen un abanico de opciones que pasan de
llamarlos nuevos movimientos sociales, otros nuevos actores,
no se excluyen los que intentan reducir las distintas
acciones colectivas a un movimiento de corte cultural-
simbólico, algunos más se deciden a clasificarlo como
movimientos comunitaristas y hasta se deciden clasificarlos
como sujetos insulares de perfil violento.
En los movimientos insumisos hay aspectos que nos llaman la
atención, tales como su accionar poco nítido, irrumpe de
manera cortocircuitante, en coyunturas específicas y tiene la
capacidad inaudita de aparecer orgánicamente para luego
regresar a un estado de latencia, donde no se le puede dar
seguimiento por tiempo prolongado, es autoconvocante y tiene
la plasticidad de acuerparse como domo convergente con otras
fuerzas sociales.
Los intentos por estudiar este fenómeno bajo las coordenadas
analíticas de los movimientos históricos y de los movimientos
sociales, no han dado cuenta de la situación imperante en
América Latina, si bien en algunos casos (Argentina y Bolivia
por tomar dos casos) los desplazamientos de los actores
mencionados se orientan hacia la transformación del modelo
económico, llevan implícito el cambio y se sitúan frente al
Estado con el objeto de alterar el modo de comportarse; sin
embargo, las alternativas que portan cada movimiento son
diferentes, puesto que en Argentina se nota un divorcio
profundo entre partidos políticos y clase política con
respecto a la sociedad civil; asimismo asistimos a la
ejecución de acciones estructurantes de un comportamiento
contrapuesto a la lógica del modelo de economía y sociedad
existente, tales como el trueque, asociaciones políticas
amplias que niegan a los partidos y nuevo ejercicio de la
democracia, todo ello emanado de los núcleos de los actores
insumisos.
Para el caso de Bolivia, el movimiento insumiso tiene un
perfil antiimperialista, reconoce como enemigo número uno a
los EE.UU., al capital financiero, al Fondo Monetario
Internacional, al Banco Mundial y las política anticarcótico
y antiterrorista instrumentalizada con el Plan Dignidad.
Esta diferencia de estrategia nos indica el sentido y
carácter de la acción colectiva, que si bien ambas están
orientada a reapropiarse de la sociedad, el para qué y con
quienes es distinto en estos dos países. En Argentina no
existe una densa población indígena y en Bolivia es
predominante; en la primera se busca negar el ejercicio de
una democracia procedimental que no llega ni le interesa
resolver asuntos de carácter social y de desigualdad; en la
segunda hay un marcado interés de reivindicar al indígena y
colocarlo como parte fundamental en la reconstrucción de l
proyecto de nación, renacionalizando los recursos naturales y
estatales, y recuperar el sentido de pertenencia con un
proyecto de nación que está incompleto.
Los argumentos de los movimientos culturales, vistos como las
acciones que se orientan a mostrar los sentidos contrarios
que los miembros de un mismo campo cultural dan a esta
sociedad en función de su relación con el poder, los han
habilitado para una tener una comprensión de lo que viene
sucediendo, pero sirve para algunos casos, no todos, en
especial los movimientos de los jóvenes, de los homosexuales,
entre otros, pero si intentamos analizar las formas
comportamentales de los actores de los Círculos Bolivarianos
en Venezuela o de Las Maras en El Salvador, hay razonamientos
que no encajan con el sentido que marcan las acciones de
estos grupos sociales.
Vayamos definiendo los sujetos que son parte central de esta
reflexión.
El Sujeto desgajado
Este sujeto en aparición, no deviene de un solo segmento
social definido, su composición es y sigue siendo heterogénea
y con una clara tendencia incremental en su cuerpo
semiorgánico. Decimos semiorgánico, porque sólo se le nota la
incipiente organicidad al momento que se manifiesta en las
plazas públicas, en las protestas, en el escenario donde se
dirimen asuntos de poder, pero en un breve periodo, regresa a
su estado natural, diseminado, inorgánico y actuando en el
campo de la vida cotidiana de cada miembro.
Los actores que integran este cuerpo desgajado no son hijos
del modelo societal que prevaleció en América Latina por más
de 40 años, la matriz estado céntrica, puesto que su relación
no está ligada al mundo del trabajo ni de la política; son
más bien producto de la hibridación societal que existe en la
sociedad latinoamericana, donde parte del modelo anterior
prevalece pero cruzado por franjas de una nueva matriz en
recomposición que tiene diversos ejes que hacen girar a los
ciudadanos en torno al consumo, la comunicación, el
individualismo, el hedonismo y los poderes invisibles de la
globalización.
Son personas que se fueron desprendiendo de su trabajo, los
sindicatos, los partidos políticos, las ligas y asociaciones
campesinas y agrarias, desertores del ejercito y de algunos
grupos de la izquierda civil y armada, lo cual nos indica que
su acervo de conocimiento y de praxis es rico, pero
desencantado de las promesas, de los liderazgos corruptos, de
los discursos patrioteros, de la política del estado
complaciente con fraude, el delito y la impunidad.
El desencanto los fracturó como comunidad al darse cuenta que
las penurias rara vez pueden aliviarse compartiéndolas, ni
siquiera con los mayores afectos. Los sufrimientos que
tienden a experimentar no son comunes y, por tanto, no reúnen
a sus victimas. Los sufrimientos dividen y aíslan; las
desdichas los separan, desgarrando el delicado tejido de la
solidaridad humana (1/Bauman.2001)
La pérdida del sentido de comunidad los conduce
paulatinamente al aislamiento progresivo y a la aparición de
unas relaciones sociales amorfas. La insularidad conlleva a
la atomización progresiva de los individuos, engendrando en
ellos fuertes sentimientos de alineación y ansiedad, antesala
de la predisposición a los comportamientos extremos para
evadirse de las tensiones (2/ Kornhauser, 1969)
Las acciones colectivas son dispersas, diseminadas, pero
siguen un mismo patrón, la acción directa contra el objetivo
que se haya escogido está marcada por la emoción de un
presente; el foco de la atención se halla muy alejado de las
experiencias personal y de la vida cotidiana; la modalidad de
reacción ante objetos lejanos es directa, tiende a la
inestabilidad, cambiando con rapidez su foco de atención y la
intensidad de la reacción; cuando se suma a una protesta y
adquiere continuidad se torna violento, desborda los
pronósticos y se configura en una masa que ataca sin sentido.
No es proclive a establecer o construir puente con otros
movimientos sociales porque carece de relaciones intermedias,
por ello tiene dificultad de entenderse con otros segmentos
sociales de la localidad o la región. Dado que no cuenta al
interior con una identidad que le de cohesión de cuerpo
orgánico su movilidad casi nunca está autoconvocada, pero se
hallan disponibles para ser movilizados en una coyuntura en
época de crisis por fuerzas políticas. El estado de angustia
permanente lo buscan vencer a través de la apatía o el exceso
activismo, y aquí está su lado impredecible.
La solidaridad entre ellos se da entorno al ejercicio del
poder, es decir, que el poder está construido sobre la base
del temor, la fuerza, la osadía y la violencia, quien pueda
reunir esos atributos, puede convertirse en poder insular
dentro de la amplia masa de sujetos desgajados. No hay ni
existe un poder hegemónico, sino que día tras días lo van
construyendo, se desplazan uno y se repósicionan otros, casi
siempre el nuevo poder tiene como antesala el evento
inmediato anterior, donde el "líder" pudo demostrar sus
atributos para atraer el reconocimiento de los otros.
El ejercicio unipersonal del poder dentro de un grupo grande
se convierte en la fuente de orientación que da sentido a las
acciones que ellos desarrollan y a la vez en el instrumento
de cohesión al interior del grupo. En estos casos los
miembros de cada comunidad desgajada invocan la relevancia de
los lazos sociales de forma mucho más selectiva, reforzadas
por el conflicto, la organización interna, la lealtad al
líder o la obtención de privilegios (3/Tilly Ch, 1998)
Circunstancia donde se estructuró el sujeto desgajado
La alteración profunda de la matriz sociopolítica
latinoamericana tuvo efectos profundos en los actores y
movimientos sociales, debido a que cada modelo tiene un tipo
de acción social, como podemos ver, en el modelo
desarrollista hubo acciones de carácter nacional popular que
irrumpieron en nuestras sociedades bajo la orientación del
sujeto pueblo; para el modelo neoliberal, los procesos de
democratización llenaron los campos políticos, se instauró la
democracia procedimental y los enfrentamientos fueron
remplazados por las negociaciones entre élites, tales como
los procesos de paz en Centroamérica y las transiciones
militares por gobiernos civiles.
A partir de los noventa se diversifican las identidades,
prevalece el criterio adscriptivo sobre el adquirido en las
autodefiniciones identitarias, se debilitan los vínculos
orgánicos y simbólicos en los ciudadanos lo cual resta
posibilidad asociativa para que se formen grandes movimientos
sociales, todo ello debido a que se presenta ante nuestros
ojos una nueva manifestación de la exclusión social, sin
negar las que ya existían.
Es necesario reconocer que cada nación y cada sociedad tienen
un segmento vinculado a la globalización, al mundo del
trabajo y del consumo y otro segmento que no participa en
ella, es residual, vive de las migajas que el Estado
proporciona a las reducidas políticas públicas y no se le
tiene en cuenta para el perfil y orientación que se le quiere
dar la sociedad.
El segmento excluido está fragmentado dado que penetra en
diversos campos humanos, en hombres, mujeres, niños,
discapacitados, homosexuales, indios, minorías étnicas,
obreros, campesinos, lo que lo hace heterogéneo y a la vez
dificulta cualquier acción colectiva con un principio u
objetivo único, quedándole la opción de actuar de manera
insular o de caer en las redes de movimientos
fundamentalistas.
Se encuentran, los excluidos, alejados de los sujetos
políticos estructurados (sindicatos y partidos políticos)
porque han visto en ellos un comportamiento pusilánime con
respecto a las fuentes que generan los problemas y la
alternativa que ofrecen para resolver en parte los agobios
que aquejan a los pobres, tampoco cuestionan el estado de
cosas que no funcionan, antes por el contrario buscan no
reñirse con la globalización ni con la inversión extranjera,
incluso toleran la privatización, lo cual ha ido acotando su
radio de acción
Los partidos políticos y los sindicatos, trincheras política
de los trabajadores en el ayer, hoy tienen un desempeño
dudoso, porque discursivamente critican el peso de los
políticos mediáticos, pero a la hora de su actuación hacen lo
mismo. Señalan a la globalización como un proceso excluyente,
pero al arribar a las esferas del poder estatal, aplauden,
legislan y defienden los dictados de los organismos
internacionales y de los empresarios criollos.
Podríamos afimar que se está agotando el modelo de dominación
tradicional que tenía como protagonista al empresario
criollo, patrimonialista, lactado por el Estado y protegido
por las fuerzas oficiales del orden y, al momento que se
desanudan las formas de control social (partidos políticos,
sindicatos, asociaciones corporativizadas por el Estado,
cuerpos policiales, etc.) aparecen los Planes con la
intención de recuperar el orden con acciones novedosas que
coadyuven a la política neoliberal privatizadora que apunta
hacia el control de los recursos del agua, el ecosistema y la
energía.
La parte operativa de los tres Planes no ha sido tarea fácil,
ha encontrado resistencia en los pueblos indígenas y la
población campesina, especialmente en la zona del Chapare,
Bolivia, y en el sur de Colombia; no obstante la violencia ha
existido como el recursos más eficaz para resolver las
diferencias y los conflictos de intereses, muchas veces al
margen del ámbito estatal pero más cercano a la esfera
paramilitar, a causa de que al encontrase en una
reestructuración las distintas fracciones y grupos de la
vieja clase dominante, los controles político-sociales se han
desajustado y no funcionan con eficacia, por lo que han
echado mano a los a la conformación, contratación y
operatividad de los grupos paramilitares para resolver toda
contingencia que ponga en riesgo los intereses de las
empresas y los nuevos propietarios.
Es innegable que asistimos al evento de la supremacía
ultraliberal, donde la izquierda tradicional que representó
la alternativa antisistémica, ahora está plenamente integrada
en el orden social contra el que nacieron y funcionan hoy
como legitimadores del sistema económico-social dominante y
del tipo de estado que lo garantiza. Los socialdemócratas se
convirtieron en social-liberales, los comunistas en
socialdemócratas, y las diferencias entre ellos, y de todos
ellos con los partidos tradicionalmente conservadores "de
derecha", estriba, aparte de las palabras – aunque en esto
las diferencias sean también cada vez menores -, en matices
cualitativamente poco significativas sobre cómo paliar las
aristas más duras del sistema y no en el planteamiento y
defensa de un modelo diferente de sociedad. El interés que
predomina no es en remplazar lo que no sirve, sino en
competir para estar en la política, controlar partidas, hacer
uso de los recursos públicos, traficar influencias y en
descalificarse discursivamente para ganar planas en los
medios de comunicación (4/ Moreno Navarro, 2000).
Estas actuaciones y desempeños han ido creando, poco a poco,
un desencanto mayúsculo en un segmento amplio de los
excluidos de los países latinoamericanos, cuyo efecto va
vertebrando un comportamiento insular, sin interés
asociativo, poco solidario y de resoluciones impronta,
aprovechando la coyuntura que surja en cualquier momento de
su larga y penosa vida cotidiana para actuar de manera
inesperada; así se van constituyendo los sujetos desgajados.
Las resoluciones improntas que los desgajados llevan a cabo
no caben en una acción colectiva racional, tal como lo
teorizan los más importantes analistas de los movimientos
sociales, sino que llevan en su seno un elemento sorpresa,
impredecible y cortocircuitante que altera el orden, rompe
los esquemas organizacionales y terminan en brotes de
violencia que a simple vista pareciera que son actos
vandálicos, disturbios, emocionales y sin objetivo alguno,
sin embargo, en la mente de los actores desgajados no encaja
esta apreciación.
Es cierto que la inmediatez, no permite el cumplimiento de
una obra ni el desarrollo de una composición organizada, sino
la fulgurante intensidad de un trance. Lo inmediato impide
continuidad de una duración, obliga la apuesta desmesurada y
pierde el sentido de trascendencia; todo el esfuerzo queda en
una ilusión, una pasión que se esfuma con rapidez en el hoy,
en el presente perpetuo, sin dar cabida a la reflexión y a la
creación. Todo ello hace que el sujeto desgajado
individualizado aproveche cualquier oportunidad para
expresarse, sin valorar la complejidad inherente a un acto
colectivo, solo le interesa actuar para romper un orden
institucional que le arremete.
Son actores que piensan por sí mismos, que fueron desnudados
por la falsa legitimidad de cada régimen imperante en América
Latina para que se dieran cuenta que ellos no cuentan como
ciudadanos porque no tienen derechos, que el reglamentarismo
jurídico que les reconoce en la letra sus derechos civiles,
en la práctica se los niega e incluso los reprimen cuando
exigen o reclaman lo que le corresponde, dejándolos como
parias de la sociedad globalizada, arrinconándolos hasta el
sitial de sujetos residuales.
Para estos actores excluidos que viven en el sótano de la
sociedad de hoy no hay esperanza, solo confusión y tristeza
ante lo que acontece, Los gobiernos no los escuchan ni los
ven porque se han dado a la tarea de usar la fuerza mediática
para medir su popularidad, alejados de la realidad donde
viven y conviven los pobres, por lo que han recurrido, los
desgajados, a la acción directa con el objeto de poner fin a
los límites y medidas que los gobiernos le imponen.
La acción directa es un recurso que un segmento amplio de los
excluidos ha re-creado para resolver sus carencias y re-
situarse en la sociedad, lo que nos dice que no es un arma
política emocional ni vandalismo disfrazado para entorpecer
todo lo que se hacen los demás miembros de la sociedad.
La acción directa la hemos observado en cada comportamiento
que los sujetos desgajados llevan a cabo para expresarse,
solo o juntos con otros que comparten sus convicciones; en
cada persona que alguna vez haya planteado alguna cosa, y la
llevó a cabo resolutivamente, o que haya presentado un plan a
los demás y haya ganado su cooperación para cristalizarla,
sin tener la necesidad de recurrir a una instancia orgánica
tradicional (partido o sindicato) o a una oficina de gobierno
a pedir permiso o favor para que ayudasen.
Se registra una acción directa al momento en que las
comunidades barriales, comunales y marginadas han
instrumentalizado un ejercicio de resolución de conflicto
para resolver una diferencia, pacífica o de otra modalidad,
con un vecino, amigo o miembro de la comunidad a la cual
pertenece; también cuando una o varias personas actúan para
construir un espacio de recreación, una escuela o desterrar
un basurero.
El recurso de la acción directa no es profundamente pensado,
tampoco lleva mucho tiempo en la elaboración de la acción,
sino que tiene una naturaleza espontánea y casi siempre la
lleva a cabo quien se encuentra en desventaja, se siente
oprimido o no ve solución que venga del ámbito externo. Ahora
bien, la acción directa puede ser pasiva o violenta, esto
está en función del tipo de circunstancia que la engendra, de
lo que sí estamos seguros es que la acción directa tiene
vocación de cambio, aunque muchos piensan que después de que
se lleve a cabo nada bueno resulta de ella, pero lo
acontecido en Argentina, Colombia y Venezuela nos indica que
no es así, porque posteriormente a las actuaciones de los
pobres o desgajados, el panorama de la lucha ha cambiado para
ellos, para los partidos políticos, los sindicatos, los
empresarios y el mismo gobierno.
Un hecho curioso y digno de analizar en la acción directa es
que casi siempre parte de una iniciativa individual, aunque
también las hay de carácter colectivo o grupal, pero la
osadía de un actor agrega una dosis de optimismo, de valentía
y de decisión en los demás que lo acompañan, desatándose un
acto de rebeldía que termina en un hecho violento que buscan
invalidar una ley o el desempeño de un gobierno, una
represión o intentona de golpe de estado, desembocando en lo
que comúnmente conocemos como rebelión de masas. Lo
discutible en este caso sería si la acción directa genera
toma de conciencia en los demás, para lo cual afirmo que sí,
porque las observadas en los últimos cinco años en América
Latina así lo confirman, ya que los hechos repetitivos de
saqueos, justicia por su propia mano, bloqueos de calles y de
oficinas de gobierno, cacerolazos, quema de bancos y agresión
a medios de comunicación que la juzgan, son síntomas de que
hay un comportamiento escalonado que lleva un rostro de
rebelión, quizá no apegada a las rebeliones de los años
setenta, pero sí con una modalidad distinta, donde las
actuaciones no son permanentes, sino cortocircuitante,
impredecibles e intermitentes.
Otra parte importante de la acción directa es que no requiere
de hacer un balance posterior después de haberse llevado a
cabo, tampoco se mueve bajo la lógica instrumental de costo
beneficio, dado que los actores que la protagonizan no tienen
nada que perder, son individuos quienes devienen de una
circunstancia donde no tienen asegurada la comida, la
vestimenta ni casa habitación funcional, lo poco que poseen
es producto de su esfuerzo individual o grupal y lo que
pueden ganar es poco en lo que atañe a su vida personal, pero
mucho en lo social, aunque en ello no hay dibujado un modelo
o imaginario de sociedad alternativa, más bien es resolver en
lo inmediato una penuria que le aqueja en la coyuntura que se
le ofrece.
La carencia de organización, de un imaginario social y de una
ideología, los pone a la orilla de la violencia, no porque
ellos la busquen, sino porque ella ha sido el nido de su
incubación como actor desgajado. Carecer de los medios para
vivir y ser desconocido como ciudadanos con derechos, es un
despojo, un ejercicio violento contra la dignidad, contra la
integridad de la persona, contra su futuro, contra su familia
y contra su comunidad. Violenta ha sido su realidad y
violenta es la respuesta que ellos dan a todo aquello que se
oponen o le impide sobrevivir.
La violencia no sólo de parte de los actores desgajados,
también existe en los ciudadanos con derechos, en el
gobierno, en los empresarios y en los partidos políticos,
vivimos una sociedad cruzada por múltiples coordenadas
violentas, las hay desde las quiebras de los bancos para
confiscar los ahorros de los ciudadanos hasta el cobro de
intereses sobre intereses en los créditos hipotecarios, desde
la expropiación de sus tierras para una obra que beneficia a
la iniciativa privada hasta la aplicación de la ley contra el
terrorismo cuando demandan sus derechos los pobres; desde los
empresarios que sacan su dinero por ingobernabilidad para
dejar sin recursos al Estado hasta el cierre de varias
empresas por declarase en quiebra, en fin, son múltiples los
actos de violencia que descargan sobre las espaldas de los
actores desgajados. Además, los sujetos sin derechos o
desgajados, no tienen muy claro quién es el enemigo, la
globalización volatilizó los referentes del burgués, del
imperialismo, del saqueador y de los terratenientes y se
convirtieron en fantasmas que aplican la violencia pero se
esfuman en el mundo global sin frontera, por ello las cadenas
de supermercados, los bancos, los automóviles, los monopolios
de los medios sean los blancos de los ataques de ira y de
impotencia e indignación de los sin derechos.
Desencanto, fragmentación e insularidad comportamental
Un hecho importante para nosotros es saber cómo el desencanto
y la desconfianza hacia los partidos políticos y los agentes
políticos han tenido efectos en el proceso de desarticulación
del imaginario que poseían los pobres,; además, observar cómo
se articulan los pedazos del espejo roto en la subjetividad
de los nuevos desgajados en situación de penuria y desgracia
que viven.
En el campo de la política, el desencanto deviene de la
actuación de los representantes de los partidos políticos,
quienes se han alejado de la interlocución ciudadana y se han
arrimado más al mercado, pareciera que situarse en la
política es desoír a los electores y escuchar las
recomendaciones de los responsables de conducir la economía;
la famosa frase "ni los veo ni los escucho" es fiel reflejo
de lo que hacen los políticos "profesionales" dado que solo
les interesa su popularidad medida a través de los medios y
no con la presencia de ellos en el ámbito público, puesto que
ahí son vapuleados.
Esto lo hacen todos, tanto los partidos que se autoreconocen
de derecha como los de izquierda, lo que nos dice que en el
horizonte inmediato del ciudadano no hay diferencia entre
gobierno y oposición, tampoco entre izquierda y derecha,
todos son centro, pero centro de una critica acérrima que
nutre el abstencionismo en cada proceso electoral que se
lleva a cabo en Latinoamérica.
Aquí está un afluente de la desconfianza ciudadana hacia los
líderes e instituciones política, no es que exista un
electorado desorientado ni indefinido; existe un electorado
desencantado y refractario ante las mentiras y los engaños,
por un lado, y por otro, uno puño de políticos que les
interesa más vivir, un periodo determinado, de las arcas
públicas sin importarle las esperanzas ni los anhelos de los
ciudadanos.
La fragmentación o insularidad no es obra absoluta de la
globalización, como suele achacársele en muchas reflexiones
escritas, tiene otros nichos que la nutren y la desconfianza
es una de ellas, pero no vista dirigida únicamente hacia los
partidos políticos. Hay desconfianza en la democracia
procedimental que basa su fuerza en el evento electoral, hay
desconfianza en el sistema de representación ciudadana, lo
mismo sucede entre los ciudadanos, la mayoría ve al otro como
un potencial agresor, de ahí que la sociedad de la
desconfianza se encuentre reinando y sobre ella la nube del
miedo. Miedo y desconfianza son dos categorías que se juntan
en la sociedad contemporánea y se asumen en la vida
cotidiana, lo podemos observar en la población que toma o
ejecuta medidas y acciones que le proporcionen seguridad,
tales como: portar armas de fuego, instalar dispositivos de
seguridad que, debido a las innovaciones tecnológicas, son
cada vez más sofisticados –alarmas, corta corriente, tranca-
palanca, sistemas de seguimiento por satélite, protección a
sus viviendas y seguros de vida, temor a contraer matrimonio,
a solicitar un crédito hipotecario, hay veces en que se teme
aceptar un nuevo amigo o invitar a compañeros de trabajo a
reuniones en su casa.
Todo ello es parte de un imaginario social del miedo, del
temor y la desconfianza que han propiciado y en gran parte
difundida por los medios de comunicación que divulgan
noticias de asaltos, secuestros, muertes, delincuencia y
violencia, lo cual va forjando en el individuo una
inseguridad personal; agreguemos a todo esto una dosis de
inseguridad laboral por el desarrollo de la tecnología que
desplaza a cientos de miles de trabajadores, la incursión de
personal joven con mayores niveles de estudios que desplazan
a los experimentados, las corrientes inmigrantes que
desalojan a los nacionales de trabajos de baja remuneración;
otro segmento que se añade es la alienada vida cotidiana que
te aísla, te seduce y arrincona en un espacio diminuto de tu
hogar; la volatilidad de los mercados financieros, sin que
tengas conocimientos de su dinámica, es preocupación de
muchos porque ahí se encuentran sus ahorros de pensiones y la
poca seguridad de su vejez; arrimemos otra parte del
rompecabezas del miedo y la desconfianza como son los
gobiernos altamente burocratizados y arrogantes que amenazan
a todos bajo el escudo del antiterrorismo, incrementan
impuestos y cancelan los programas sociales. He aquí los
múltiples y diversos manantiales que dan vida y fortaleza a
la desconfianza y al temor en la ciudadanía.
Con un imaginario gelatinoso, constituido por pedazos de
incertidumbre, miedo, temor, agresión, marcado por las
emociones de un presente que lo desconoce como sujeto,
inhabilitado para exigir o reclamar sus derechos por las vías
legales y estigmatizado como sedicioso si actúa violentamente
por defender sus derechos, el sujeto desgajado no ha anclado
su pensamiento en un futuro, tampoco goza por portar una
utopía, en su mundo no hay cabida para ello, nada tiene que
perder ni ganar, el conflicto no es un riesgo, antes por el
contrario, es algo necesario para mantenerse vigente.
Como se mueven en América latina
Ante la indiferencia de los partidos políticos, el vacío de
las instituciones políticas y sociales para trazar horizontes
a la ciudadanía, la multiplicidad de sentidos que tiene la
vida cotidiana de un individuo y la presencia inmutable del
imperialismo de la racionalidad instrumental en la actuación
actoral, dan como resultado a un hombre poco asociativo que
se mueve en un escenario despojado de virtudes cívicas de
convivencia, donde la solidaridad, el respeto, la tolerancia,
la pluralidad y justicia se aleja de los espacios públicos y
se ejercita, sesgadamente, desde lo privado.
La decadencia de la vida cívica conduce a la desaparición de
la vida pública en sus formas tradicionales y, mas
ampliamente, en la tendencia a la retracción en la vida
privada y a la revaloración de los logros personales. Por
ello la contracción del espacio público es paralela a esta
decadencia del civismo (5/ Cheresky I. Pousadela I.2001), por
ello observamos una sociedad desinteresada de los asuntos
públicos, agobiada por los asuntos personales y en algunos
casos, apropiándose de espacios públicos para ejercitar sus
derechos, los del grupo, excluyendo y atentando contra los
demás, de ahí que parques, esquinas, calles y espacios
deportivos sean secuestrados por grupos con identidad
adscriptiva pero con actitudes intolerantes que rompen el
tejido social en la comunidad donde se desenvuelven o
conviven.
Su potencial de agresividad es alto, casi siempre responden
con violencia cuando se les invita a compartir el espacio
secuestrado; si se le conmina a agregarse a los demás grupos
rompe reglas y altera lo establecido, mostrándose como un
sujeto insular e impenetrable en su subjetividad pero si se
le presenta una coyuntura de ingobernabilidad, anarquía o
desorden en el entorno inmediato, él impone el comportamiento
de violentar todo, porque el todo ha sido la atadura social
que impide ser lo que aspira pero que no sabemos que es
porque casi siempre lo expresan entre ellos, no ante los
demás o los otros.
Su accionar en una situación de crisis es profundizarla para
ver si el cambio viene, pero éste no lo tiene prefigurado en
la subjetividad, es muy limitada su intención social, pero
intensa la individual, por ello muchas veces reproduce
estructuras jerárquicas rígidas, centraliza el poder y es
tabicamiento para ampliar la participación ciudadana; lo
importante es que no son muchos, pero son suficientes para
promover el desorden y la violencia.
Este sujeto desgajado aparece en muchos rincones de América
Latina, su acción de masas avanza con una velocidad
inusitada, quizá no son muchos pero los que existen y actúan
son intensos, mostrando con su comportamiento qué es lo que
no quiere, lo que no aceptan y rechazan, pero aún sin la
conciencia de lo que efectivamente quiere, lo que provoca un
vacío que cada vez será cubierto por fuerzas de la derecha o
del propio gobierno para romper y deslegitimar a los que sí
se encuentran organizados y son enemigos de mayor jerarquía.
Los desgajados rastafari de Bluefields, Nicaragua
Están conformados por gente de color de cabellos largos y se
asumen como rastafari, cuya esencia es la protesta de una
raza que se considera esclavizada con cadenas invisibles.
"Somos puros de corazón", reclaman, contrario a la imagen que
la sociedad tiene de ellos: vagos, sucios, drogadictos y
delincuentes. Bob Marley, según los 'rasta', es el último
profeta que vino a la tierra.
Sus hábitos son variados, pues mientras algunos deambulan por
las calles sin oficio ni rumbo fijo, más interesados en
obtener algo para ingerir licor o traficar drogas, existen
otros que trabajan responsablemente y se preocupan de su
imagen. Y aunque no están organizados, ni se reúnen para
meditar sobre su posición frente a la vida, al menos
coinciden en que ésta es una expresión de protesta contra los
valores de la cultura dominante, a la que se oponen por
considerarla opresiva contra la raza negra. Hay otro segmento
de "seguidores", que usan el pelo largo en trenzas sólo por
moda o sentirse diferente a los demás, pero que en el fondo
ni siquiera saben por qué; y hay algunos otros que se sienten
militantes de una causa justa, que reivindican con su
posición, a toda su raza (6/ Valenzuela O.2002) .
El rastafari no es violento consuetudinario, pero si ha
actuado de esa manera cuando han intentado obligarlo a
sujetarse a normas de conducta ajenas a su forma de ver y
actuar en la vida; en otras ocasiones ha sido protagónico en
las coyunturas postelectorales que en esta zona de país han
desatado enfrentamientos bastante significativos, pero en la
mayor parte del tiempo se comporta como autista , lo que lo
limita a constituirse en un cuerpo sólido como sujeto social.
Desgajados de la guerra y el narcotráfico
Tras las incursiones del narcotráfico en las regiones de
Antioquia y Valle del Cauca en Colombia, década de los 80,
los paramilitares obtuvieron un apoyo significativo, puesto
que su labor de sicariato tuvo dos vertientes, por un lado,
apoyar las incursiones del narcotraficante y por otro, actuar
bajo el manto de la impunidad y consentimiento de las
autoridades para exterminar a los grupos guerrilleros urbanos
y a los delincuentes que realizaban acciones delictivas en el
radio de acción que tenían bajo su control militar.
La prueba del soporte legal que ellos tenían fue e programa
Convivir, que consistía en grupos de seguridad armados que
Álvaro Uribe constituyó cuando se desempeñaba como gobernador
en Antioquia, cuya función era la de legalizar la actividad
paramilitar al amparo del Estado.
Los paramilitares no son actores conscientes, sino que su
actuación está mediada por el dinero, puesto que en ello no
hay ni existe un imaginario de sociedad futura, tampoco
ideales de carácter político, sino que actúan por mandato de
un poder que compra su beligerancia y silencio a cambio de
dinero.
Las columnas paramilitares están conformadas por pandillas,
grupos de antisociales que abandonan la actividad delictiva
para cumplir u rol de sicario. Con el incremento de las
fuerzas de las FARC en Colombia y la presencia guerrillera en
algunas zonas urbanas de las principales ciudades del país
(Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Santa Marta, Cúcuta y
Bucaramanga), los paramilitares optaron por cooptar el mayor
número de sujetos desgajados que en la economía cerrada y
excluyente del neoliberalismo colombiano no tenían un
espacio. En Medellín, en la administración de Pastrana
Arango, se conformaron 400 bandas criminales y 40 del
Convivir aún sobreviven, todas ellas residen en gran parte de
los 250 barrios pobres de la urbe.
De esos 250 barrios pobres, 175 se encuentran bajo el control
paramilitar, quienes han desatado una lucha cruenta para
exterminar a los habitantes de las Comunas.
Las Comunas son barrios marginales que se han constituidos
por desplazados de guerra, del campo, población negra que
deviene del Chocó y campesinos que han decidido huir de la
violencia para resituarse en la ciudad. Son sujetos sin
derechos, pero conscientes de que pueden ejercerlos aun al
margen de la institucionalidad que ampara el Estado, por ello
han construidos barrios, que por su identidad indican que
tienen organicidad, memoria histórica y sensibilidad para
tejer redes asociativas. Nuevos Conquistadores, Corazón, 20
de Julio, Las Independencias, son nombres que dan cuenta de
la historia colectiva de estas comunidades. Su organicidad es
un producto que se disputan los paramilitares y los Comandos
Armados del Pueblo (CAP), que son unidades militares que han
conformado las FARC y el ELN.
Con la ruptura del proceso de paz en Colombia, las comunas
se han cargado de conflictos y violencia, debido a que
desgajamiento social ha sido mayor y la urbanización del
conflicto se ha extendido. En varias ciudades del país
sudamericano, entre las que destacan Medellín, Bogotá, Cali y
Barranquilla, grupos de jóvenes que tuvieron enlace con los
grupos armados y de paramilitares se vieron desaforados al
momento que se descomprimió el frágil proceso de paz,
recluyéndose en los barrios marginales para estructurar
fortalezas de poder, penetrando en zona donde la intensidad
de la confrontación es compleja, básicamente entre agentes de
gobierno, paramilitares y guerrilleros.
Los tres actores conflictuados en las Comunas se encuentran
fortalecidos por un aprendizaje que habían obtenido en la
militancia y en las prácticas delictivas; además, cuentan con
un arsenal de armas y se venden al mejor postor, sin entregar
su autonomía; ajustician, eliminan y secuestran a quienes son
elegidos por sus contratistas, ellos cumplen la tarea
encomendada y cobran su recompensa. La sobrevivencia de ellos
está fincada en los impuestos que cobran a los ciudadanos
para no atentar contra ellos y otra parte del financiamiento
del narcotráfico. Se organizan en comunas bajo una formación
militar pero sin ideología alguna, dado que el interés que
media entre ellos es el dinero que cobran por cada acto
violento en contra de una persona escogida.
Algunos autores,(7/ Kurz Robert, 2002) han construido una
tipología a estas formas comportamentales, denominándole
actos de furia asesina, pero vinculándolo a la vida que se
genera en la sociedad postmoderna, donde la sed de muerte
representa un fenómeno social que no está ligado a ningún
lugar social o cultura particular. Es resultado de una
desgajamiento en la sociedad que le borra, por anticipado, a
los individuos los referentes de interlocución para resolver
sus problemas; es un hombre aislado que vive el presente sin
ayer ni mañana, y ese perpetuo presente está ligado a su
subrevivencia, por tanto vivir es una necesidad y para ello
hay que vender la única destreza y habilidad adquirida: la
violencia.
Su comportamiento muestra una indiferencia hacia el otro y a
la vez se le revierte hacia el propio yo, eso hace más
compleja su relación social, sin embargo hay indicios
argumentativos para asir este fenómeno con lo que Hannah
Arendt llamaba "cultura de la autoperdición", donde explica
la pérdida de sí mismo de los individuos desarraigados y de
una debilitación del instinto de autoconservación a causa del
sentimiento de que nada depende de uno mismo, de que el
propio yo puede ser sustituido por otro cualquier momento y
en cualquier lugar. Claro está, este argumento de la filósofa
fue expuesto para casos de regímenes políticos totalitarios,
que bien se puede aplicar hoy día con el autoritarismo
económico de la globalización hegemonizante, proceso que ha
convertido al individuo en una artículo desechable que puede
ser remplazado sin mediar palabras con el afectado, los
hombres y mujeres no son considerados personas, sino un
elemento más del engranaje de una maquina, un juego o una
empresa, por lo cual puede ser sustituido y olvidado; donde
los pobres son una dato que aparece registrado en las
estadística y los delitos un número que debe ser atendido con
represión.
En esta incubadora nacen, se reproducen y se diseminan los
actores desgajados en Colombia y otros países de América
Latina.
Venezuela, un escenario propicio para los desgajados
El proceso de alteración política y social que vive Venezuela
desde el momento que se dio el Caracazo, 27 de febrero de
1989, sigue mostrando una tendencia incremental en lo que
respecta al número de sujetos desgajados que pululan por el
ancho territorio bolivariano.
Son parte de una masa pobre que en los últimos 20 años, más
que en cualquier país de la región, ha visto crecer la
pobreza al pasar de 26,4% en 1982 a 57,1% en el año 2000.
Antes de la crisis eran adeptos de los partidos
tradicionales, hoy son los desgajados de los partidos
políticos y los expulsados por el mercado laboral, hasta
constituirse en una masa amorfa que algunas veces toma forma
como Círculos Bolivarianos ( 8), aunque no todos, se agrupan
para defender a ultranza al presidente Hugo Chávez, otros se
asumen como Bolivarianos, pero le apuestan más a la acción
directa y a la actuación de ruptura en coyunturas de
confrontación.
Tal como sucedió el 27 de febrero de 1989, nuevamente
irrumpieron el 11 de abril del 2002, sin tener un plan para
que se diera la explosión social, mucho menos una idea
preclara de las repercusiones de su actuación; absolutamente
todos los organismos policiales, de seguridad -- tanto
civiles como militares, las direcciones y secciones de
inteligencia de toda la FAN, fueron tomadas por sorpresa, La
razón verdadera, no como justificación, es que no había plan
que detectar (9/ Rivas-Vázquez. 1999).
No se supo de donde venía, solo que bajaban de los cerros y
que se definían como los pobres del noroeste y Sur de
Caracas, o las hordas de Miraflores, quienes se distinguían
claramente de los que marchaban del Este, comandados por la
clase criolla burguesa y los medios de comunicación.
Las características de los habitantes de los cerros eran
nítidas, gente del pueblo curtido por la vida, manos
callosas, andando en cacharritos, con su morral llenos de
necesidades y esperanzas por un mañana distinto. No actúan
por un resentimiento social como algunos (as) quieren hacer
ver, en el fondo es un problema de clase añejo, con la
diferencia que hoy se aborda de manera distinta, sin un
referente de nueva sociedad, sin una organización partidista,
sin una ideología definida y sin el horizonte claro, pero con
una acción determinante por acabar con sus propias manos el
desorden político y social imperante.
Las críticas que le han vertido a este sujeto, se dan a
partir del resultado que arroja su actuación (actos
vandálicos, confrontación agresiva, saqueos a almacenes
etc.,) pero no se han detenidos, sus detractores, a reconocer
que en los actos violentos han participado integrantes de
diversos segmentos de la población, incluyendo ciudadanos
ajenos a los disturbios en sí. Ahora bien, al momento de una
situación caótica las vitrinas de almacenes, bancos y
supermercados se muestran como una promoción general de
artículos gratis, difícil de resistir ante una cúmulo de
carencias reprimidas en la subjetividad de los pobres;
además, no es caso exclusivo de los desgajados de Venezuela,
también ocurre en Argentina y ocurrió en Nicaragua con el
triunfo del FSLN ante la dictadura de Somoza en 1979.
En la República Argentina también se encuentra este sujeto
arrastrando la nostalgia y divagando entre las espesas nubes
de la pobreza y desilusión; el desgajado argentino actúa sin
referencia alguna, todas se hicieron añicos, desde la
fatídica guerra de las Malvinas en donde fue derrotada la
nación; cuando la ilusión del ícono popular Maradona se
deterioró el 1 de julio de 1994 al ser alejado de las canchas
futboleras por consumo de drogas; más tarde la esperanza
envuelta en un Alfonsín que traía en su alforja democracia
para todos, no pudo concluir su mandato; arribó Carlos Menem
a la presidencia con la promesa de la estabilidad y al
reelegirse, se desvaneció el discurso del exitismo y la
realidad volvió a ser la misma de años anteriores; De la Rua,
junto al Carlos "Chacho" Álvarez prometieron tranquilidad,
seguridad y esperanza, las cuales el viento y la furia del
pueblo la desnudó, porque tras de ella había una carga
inmensa de mentiras; hoy el corralito, el patacón (10) en
diferentes modalidades son resortes que empujan a los
desgajados a que salgan a la calle con cacerolas, sartenes,
espumaderas y tapas, es un fenómeno que se ha verificado en
Belgrano, Caballito, Palermo, Parque Chacabuco, Villa Crespo
y Almagro.
No todos los que protestan en Argentina son desgajados, hay
un amplio sector que se encuentra en tránsito de desgajado a
insumiso, el cual tiene características distintas en su
comportamiento y la brújula de su accionar está funcionando.
Desgajados en tránsito a Insumisos
Los insumisos son actores en proceso de estructuración,
tienen un comportamiento distinto a los desgajados, tiene una
voluntad de cambio y un interés marcado por reapropiarse de
la sociedad, su grado de conciencia es mayor y esta le da
sentido a las acciones que desarrolla; además, tiene claro
que su enemigo es de carácter social y la producción de
acciones está dirigida a construir una sociedad distinta a la
que vive, no aspira a remendarla o asistirla para que siga
igual, hay en ello un espíritu de cambio; también, el
ejercicio de la violencia tiene un significado en su lucha
política.
Una marcada diferencia es que no actúan espontáneamente,
aunque así lo describen muchos autores, pero la espontaneidad
es aceptada cuando no se conoce la capacidad acumulativa de
experiencia y saberes que los sujetos en estructuración van
creando y acrecentando en su acervo vivencial; casi siempre
este capital de la memoria social se adquiere cuando se
encuentran en una situación de latencia y la dan a conocer
cuando actúan de forma manifiesta.
Los factores que tomamos para el análisis son la actuación
súbita y la autonomía con respecto a las organizaciones
políticas tradicionales. Aunque algunos analistas afirman que
lo impredecible de sus actos es el mayor factor que niega la
existencia de una conciencia de lo que hace, esto corresponde
a un viejo debate entre lo espontáneo y lo conciente.
Existen otras vertientes analíticas que nos aproximan a
descubrir otras virtudes en este nuevo sujeto en transito a
insumiso (11/ Lucita Eduardo, 2000) cuyas argumentaciones
acerca de la espontaneidad la dirigen hacia un nuevo formato
que adquiere la revuelta por el carácter autoconvocatorio,
donde las consignas preelaboradas y las estructuras
preexistentes no se encuentran en la base del movimiento,
menos aún son reconocidos los liderazgos personales, tampoco
son la expresión de una determinada clase social.
La espontaneidad, políticamente hablando, dentro de una
acción colectiva, no es un hecho fortuito, sino que expresa
una actuación eficaz en la coyuntura, porque en ella, la
crisis política llega a manifestar su punto inflexible y de
tensiones acumulados durante varios años o meses, y es justo
ahí cuando actúa el sujeto que estamos describiendo.
Lo espontáneo es una expresión manifiesta cuando el sujeto ha
permanecido largo tiempo en la latencia, por ello lleva en su
seno los elemento embrionarios de lo consciente, en tanto que
lo entendemos como la acumulación de experiencia social, de
saberes, de desengaños, errores y fuerzas que le sirven para
actuar en el momento en que el terreno político le es
favorable.
La memoria social que posee es producto de su pasado, donde
la mayoría de ellos han pertenecido y actuado en
organizaciones sociales y políticas, pero con el
desdibujamiento de los partidos políticos y las otras
expresiones de representación social, decidieron actuar por
su cuenta, abriendo nuevos espacios públicos, impulsando el
"continum deliberativo", asambleas callejeras e
interbarriales , con el interés de ir abriendo cauces para
encontrar eco de sus propuestas, entrelazando y traslapando
protestas, socializando las experiencias y el conjunto de
ideas, que si bien no se plasman en un programa armonioso de
acción, si hay en ellas una decisión de actuar y romper los
candados impuestos por el Estado.
Su actuación no es pacífica, porque sabe que por ese medio
han intentado en innumerables ocasiones y no han obtenido
nada; ahora muestran la decisión de medir fuerzas con el
Estado, no en una confrontación de cara a cara con las
fuerzas represivas, porque están concientes que no avanzarían
en nada, pero en las coyunturas favorables actúa con
resistencia, rompe esquemas, toma las calles, confronta a las
fuerzas represivas y deja algunos muertos en su ejército y
del adversario también. Han hecho suya la proclama del
dirigente Zapatista Marcos,"en cualquier tiempo, en cualquier
lugar, un hombre o una mujer se rebela y termina por romper
con la ropa que el conformismo le ha tejido y que el cinismo
le ha coloreado de gris".
La protesta es parte del arsenal de experiencias políticas
renovadas, pero cuando se hacen visibles en los medios de
comunicación, logran una entidad tal que, a todos y cada uno
de los espectadores, se nos presenta como una tarea pendiente
a realizar (12/Lenguita. P.2001), por esa razón tiene dos
connotaciones, una es como ejercicio de un modo de acción
política, la otra, la necesidad de que impacte en los medio
porque a través de ellos vincula a otros sectores, convoca a
los movimientos aislados a que se unan a la protesta y a la
vez da pie para ir fraguando un cemento convergente.
Una definición que aporta a nuestra intención es la
construida por Farinelli, quien define la protesta pública
como una manifestación colectiva de carácter público, directo
y discontinuo, que expresa desacuerdos y reclama soluciones
frente a cierto orden de cosas (13/Farinetti, 2000)
Lo interesante es el papel que juega el espacio público como
ámbito abierto donde todos podemos acceder y debemos llevar a
cabo la protesta, porque muchas veces protestamos en lo
privado, dentro de la empresa, en los recintos universitarios
y al interior de las oficinas. El espacio público estaba
perdiendo significancia, sin embargo, la acción política de
los sujetos insumisos lleva el acto de denuncia y de reclamo
a lo público y justo ahí se está constituyendo la identidad
colectiva de diversos grupos que se suman a la protesta. En
espacio público es foro convocante y espacio estructurante
donde se resuelve la identidad colectiva de los nuevos
movimientos.
La protesta asume diversas modalidades, corte de rutas, toma
de calles, bloqueos de acceso a oficinas de gobierno,
manifestaciones y movilizaciones, suspensión de pagos de
servicios públicos, mítines, toma de parlamento, pintas, etc.
La mayoría de ellas se realizan en espacios públicos, como
una expresión de recuperar lo público para todos y a la vez
mostrar el grado de osadía y decisión de tienen para realizar
actos de este tipo.
La osadía y decisión es una acción política que convoca a
otros sectores sociales (barriales, sindicales,
estudiantiles, de género, gay, indígenas, desocupados,
buhoneros, pensionados y populares) para que se sumen y
salgan de su inactivismo o sumisión, provocando cierto grado
de integración entre las organizaciones que adoptan la
protesta como acción política. Aquí se denota un movimiento
con dos dimensiones, por una parte el amplio abanico de
generalidad que incorpora todo el espectro social excluido o
expoliado, por otra, el grado de integración que está
provocando alrededor del instrumento de la protesta pública.
Naturalmente, se han integrado por la eficacia que han tenido
los movimientos para protestar y para construir alternativas
tales como autoempleo, recuperación del trabajo, comedores
populares, ollas vecinales, trueque, escuelas comunitarias,
vigilancia popular, entre otros.
Muchas veces la protesta, en las modalidades que reseñamos en
párrafos anteriores, se viene dando fuera o al margen de los
partidos políticos y de toda estructura orgánica tradicional,
lo que lo convierte en un interlocutor nuevo que se sitúa
frente al gobierno de manera distinta, en la medida que exige
y busca el diálogo abierto, público y de cara a la sociedad
que representan. Esta actuación le ha abonado a los actores
que se vehiculizan a través de la protesta (Piquetero, Sin
Tierra, Sin Techo, desempleados, indígenas, minorías
sociales, desplazados de guerra, etc.) dos ingredientes
nuevos: La legitimidad que adquiere la protesta como acción
política y de representación simbólica, dando a entender que
es la forma de lucha de los nuevos actores insumisos y que
cada día que pasa integra a más sectores en ese tipo de
acción. La protesta es símbolo por crea discurso público y
acción porque materializa su contenido político dentro de un
escenario abierto de representaciones sociales (14/ Naishtat
F, 1999), es pensamiento rebelde donde se inscribe un sujeto
colectivo (el nosotros del mensaje) y es el reclamo en la
medida que se presenta como una estrategia de acción común
(15/Lenguita. P, op, cit) que demanda soluciones.
La protesta no transita sólo por la vía pacífica, en gran
parte le ha tocado hacerlo por las veredas de la violencia,
en San Salvador Atenco, en el Chapare, Bolivia, en los campos
de Brasil, en las calles de Caracas y en las localidades de
General San Martín, Tartagal y Cruz del Eje en Argentina han
encontrado en el gobierno el referente o ente político a
quien reclamarle y enfrentar, porque él representa a la
Constitución y a su vez es el garante de sus derechos
ciudadanos y si son violentados, pues hay que reclamarle a
quien los garantiza.. El gobierno y sus asesores, temerosos
de que la protesta fertilice las tierras del descontento y
amplíe su radio de acción en manos de los millones de
excluidos, ha decidido criminalizar los actos y acciones de
los insumisos a fin de negarles sus derechos porque se actúan
al margen de la ley; además, un criminal no puede tener
vigente sus derechos, por ello al encajonarlo como
delincuente le sigue negando lo que reivindica el actor
movilizado y le imputa otros cargos adicionales.
El sujeto en transición (de Desgajado a Insumiso) tiene
rostro y actúa en varios países de América Latina, la muestra
empírica son los Piqueteros y los Motoqueros, quienes se han
convertido desde entonces en un símbolo novedoso de la
revuelta popular Argentina..
Los motoqueros han puesto sus medios y su experiencia
callejera ciudadana a disposición de la protesta, cumpliendo
un rol de informadores a los grupos que habían ganado las
calles pero que se encontraban separados por las barreras y
barricadas de contención policial; su oficio y experiencia en
transitar las calles, conocer atajos, burlar transito, etc.,
les permitió recurrir a su acervo vivencial para
intercomunicar a los grupos en marchas, pasando
comunicaciones entre unos y otros de los contingentes
movilizados espontáneamente pero dispersos en la gran
metrópoli; también trasladaron heridos y en algunos casos,
incluso, cargando contra las mismas fuerzas policiales para
romper cordones de uniformados y permitir a la gente entrar o
salir de la Plaza desbordando los numerosos y violentos
cercos represivos (16/ Motos "conscientes, 2002)
La actuación violenta del sujeto en cuestión, es la respuesta
violenta de los oprimidos como una reacción a la violencia de
los opresores. No es su naturaleza comportamental, porque el
récord histórico nos muestra que siempre o casi siempre, los
oprimidos han optado por métodos "no violentos" de lucha, y
cuando se han agotado todas las perspectivas de solución
pacífica al problema de la opresión, han optado por la
violencia.
La violencia no es deseada por el sujeto en camino a la
insumisión, pero tampoco es negada como recurso de actuación
política. Si aceptamos que la violencia es una manifestación
de confrontación sin cuartel, entonces nace de la hostilidad
pública y cuando ésta se lleva a sus extremos, surge la
posibilidad de que la violencia lleve un significado, agredir
al enemigo.
Agredir no es exterminarlo, sino doblegarlo a través de una
acción beligerante que busca ante todo alterar las reglas del
juego y el juego mismo, pero no acabar con el contrario.
La violencia de la que hace uso el sujeto en mención no va
dirigida al sujeto contrario, sino al orden de cosas que el
sujeto represivo representa, en tal caso, la acción violenta
del insumiso va orientado a romper el eje normativo vigente
(17/ Salazar R. 1998).
Desde esta perspectiva, la violencia es el arma efectiva de
la que hacen uso los dos sujetos, el opresor y el oprimido,
uno que defiende a ultranzas el modelo neoliberal y sus
consecuencias nefastas para la población, y el otro que se
resiste a vivir en la precariedad absoluta y se rebela ante
el orden impuesto. La violencia insumisa se convierte así en
el motor de la acción colectiva de los pobres, porque en
medio de ella también se nutren nuevos valores, intereses
compartidos y referentes simbólicos que van juntando o
sumando a los insumisos dispersos hasta convertirse en un
nuevo sujeto en la escena política latinoamericana.
La organicidad del sujeto en transición, Caso Paraguay
La volatilidad comportamental aunada a la singularidad
orgánica del sujeto desgajado que está en tránsito hacia la
insumisión, es el principal obstáculo que tenemos los
investigadores sociales para dar seguimiento, no obstante,
las manifestaciones que ellos muestran en los eventos
políticos coyunturales, nos dejan sobre la mesa reflexiva una
serie de datos y registros que nos conducen a descubrir
nuevas aristas de este fenómeno actoral.
La explosividad de los sujetos mencionados en Paraguay (julio
del 2002), nos llevó a refrendar la teoría en construcción
con la realidad, arrojando aspectos significativos.
La explosión social no fue un acto espontáneo, mucho menos
manipulado por las huestes del General Lino Oviedo, sino la
culminación parcial de un proceso que decidió obrar cuando se
dio cuenta que sus fuerzas orgánico-políticas se encontraban
listas para contener otro abuso de la oficialidad neoliberal
en el poder.
La fuente de donde proceden los actores que intervinieron en
la movilización está alimentada por muchos afluentes,
fábricas cerradas, desencantados de la política y la
militancia corrupta, campesinos expulsados del campo,
pequeños comerciantes que fueron quebrados por el modelo
económico, madres solteras, en fin, está ligado a lo que
Garretón denomina expansión y estrechamiento de la ciudadanía
(18/ Garretón M.A. 2000). Son personas que quieren ser
ciudadanos para tener acceso a la justicia, al trabajo a una
vivienda digna y a tener derechos políticos. Para lograr todo
ello, han inaugurado nuevos espacios y campos de ciudadanía,
los cuales no se los reconoce la autoridad por lo que han
decidido, por su cuenta, a construir su organicidad y
resolver sus problemas al momento que decidieron unir la
palabra con el acto, esto es, transitar del discurso a la
práctica cotidiana.
Así fue articulándose el Movimiento Sin Techo (MST), con
desempleados, campesinos sin tierra, trabajadores informales
sobrevivientes que fueron desalojados de su terruño y se
quedaron con las manos vacías. La oquedad que dejaba el
despojo no alcanzó a eliminar la resistencia de los sujetos,
quienes decidieron construir la urdimbre de la pobreza y
transformarla en la red asociativa de invasores de terrenos,
bajo el lema "De aquí no nos moveremos".
Las primeras incursiones asumieron el riesgo de la represión,
pero ganaron capacidad de movilización en la medida que
ampliaron la red hasta incorporar a más de 150 mil personas
que se agrupan en 78 asentamientos que rodean a la capital
del país.
La experimentación orgánica y manejo logístico del movimiento
lo ha construido el asentamiento Marquetalia, tomado el
nombre en honor al poblado que fundó Manuel Marulanda en
Tolima, Colombia y que más tarde dio origen a las FARC, en
1964.
Dentro del asentamiento viven 1.600 familias que dan cuerpo a
un grupo de 10.370 personas, que si bien se pueden contar de
manera numérica, su organicidad nos da a entender que son más
de los que a simple vista se observan.
Esta acción política les ha permito reapropiarse de un
espacio estratégico de la vida social, donde circulan
trabajadores, mercancías, ideas, diálogos, mujeres, y niños,
posesionándose en un territorio que han hecho suyo.
Los hechos más significativos son su perseverancia, no
negocian lo creado por ellos, lo defienden y lo sustentan en
su trabajo cotidiano, su historicidad y visión que tienen de
lo que ellos arman y crean. El nombre Marquetalia fue
impugnado por las autoridades, sin embargo lo defendieron e
impusieron hasta que el gobierno lo aceptó. Marquetalia no es
un simple recordatorio de algo que aconteció en Colombia, es
una aspiración que en Colombia se le impidió su crecimiento
pero que en Paraguay, con inéditas formas de trabajo nació y
se extendió.
Es el ejemplo para más de 400 mil personas que no poseen
terreno ni vivienda, en un país de 5 millones de habitantes;
es el modelo orgánico de una sociedad embrionaria,
antineoliberal, que desde abajo ha constituido los Tribunales
Populares, mediante el cual, los asentamientos que se
encuentran formados como anillo alrededor de Asunción, actúan
bajo las normas y reglas que dentro de las comunidades se han
definido, incluso, existe un patrón disciplinario para
aquellos que atenten contra los residentes comunitarios.
Los Tribunales se apoyan en la Asamblea Popular, instancia
donde se ventilan las necesidades, los conflictos, las
diferencias y se construyen los consensos, bajo una
acolchonada estela de tolerancia supervisada que evita los
privilegios e incrementa la solidaridad como principio
político, fundamentalmente orientada al trabajo.
Se asoma el ejercicio de un poder local, interesado en
proporcionar seguridad a sus habitantes. Marquetalia está
dividido, como cualquier delegación o distrito, en 16 bases,
cada una posee su dirigente político, un representante y su
cuerpo de seguridad, comandada por un jefe que cuanta con un
grupo de diez personas que se encargan de custodiar entre 100
a 200 familias, coordinada de tal manera que no hay invasión
de funciones ni duplicidad de roles.
Los asomos de violencia que se le asignan a los actores Sin
Techo son por su situación estratégica, puesto que se
encuentran enclavados alrededor de la capital, la cual pueden
paralizar con cortes de acceso, con movilizaciones y saqueos,
pero ello está sujeto a las agresiones que sufran los colonos
y no por actividad delictiva de ellos.
La violencia no es de naturaleza social en los actores
desgajados en tránsito a la insumisión, pero si es una opción
política cuando se le cierran los caminos y le niegan sus
derechos. Lo que potencia el uso de la violencia es la
situación del país y la actuación de sus gobernantes, quienes
al verse impedidos de obtener dinero a consecuencia de la
crisis en Argentina, la reducción de los intercambios
comerciales con ese país, la disminución en un 50% de las
exportaciones, asociada a la corrupción, el descrédito del
gobierno y las presiones del FMI por privatizar los servicios
públicos, provocaron a los actores del MST para que
aparecieran.
No toda la insumisión está en los Sin Techo, la represión
desatada en Ciudad del Este, Caaguazú, Itá, Piribebuy y
Asunción, como medida de fuerza para imponer la privatización
del agua potable, la ley antiterrorista, el impuesto al valor
agregado (IVA) a los productos agrícolas, la Ley de Reforma
de la Banca Pública y Concesión de Rutas, fue el factor para
que las organizaciones campesinas, populares y políticas
fusionadas temporalmente en el Congreso Democrático del
Pueblo, actuaran en plena desobediencia civil, cortando
calles, bloqueando acceso, tomando oficinas y desbordando el
marco legal impuesto desde las esferas del gobierno.
El Congreso Democrático del Pueblo es la instancia
convergente que tiene la particularidad de asociar otras
organizaciones para la acción conjunta, respetando la
autonomía de los cuerpos sociales que en ella abrevan y esta
abierta permanentemente, es una especie de domo político que
da cobijo a diferentes organizaciones como la denominada
Plenaria Popular y el Frente contra la Enajenación de los
Bienes Públicos, sumándose también la Mesa Coordinadora
Nacional de Organizaciones Campesinas y la Federación
Nacional Campesina, dejando al margen la organización
oviedista Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (UNACE).
¿Qué es lo significativo del movimiento insumiso en Paraguay?
Que usa la violencia cuando sus recursos son opacados y sus
derechos son vejados.
Que es un sujeto distinto a los de ayer, dado que une su
aspiración individual con las comunitarias, combinando la
participación instrumental con la apelación a determinadas
orientaciones culturales, personales o colectivas, a una
lengua, a una memoria, siempre inseparables de una comunidad
(19/Touraine, 2002).
Las actuaciones del MST en la comunidad de Marquetalia nos da
a entender que la democracia no va sola, sino de la mano de
la seguridad pública, la educación, la solidaridad en el
trabajo colectivo y el respeto a los demás, por tanto la
política no es el centro de toda las atenciones de los
actores, sino la ética como recurso de respeto, tolerancia y
equidad.
Que el nuevo sujeto es el que combina la cura de la
enfermedad con el cuidado del enfermo (20/Touraine, Op.
Cit.), por tanto no es sólo obtener un terreno para fincar
una casa o techo, sino crear una comunidad, educarla,
convivir y fomentar nuevas virtudes cívicas que fortalezcan
la convivencia.
Y por último, que la política no es la única invitada en los
espacios públicos, sino también la economía, las experiencias
de vida, los intercambios y trasvasamientos de experiencias y
saberes, la afirmación de sus derechos, los anhelos, la ética
y las exigencias morales que coadyuven a formar una red
asociativa que de base a la comunidad de actores.
Que la violencia no es un instrumento o vehículo para la
actuación política, pero es la mejor opción cuando los
agentes de gobierno o del poder "legal" tratan de desconocer
a los sujetos desgajados e insumisos, arrancándoles sus
derechos y negándoles un espacio en la sociedad contemporánea
latinoamericana.
Violencia del campesinado Insumiso
Las autodefiniciones de los sujetos, hoy día, no están en
función de su actividad principal, el trabajo, sino en
relación a sus derechos y dignidad personal, por ello se
autoproclaman como ciudadanos y más específicamente,
defensores de sus derechos, identidades, ya sea de género,
étnica, lengua, creencias, edad, etc.
Esto da como resultado una multidiversidad de sujetos,
borrando la idea del sujeto único, remplazándolo por los
sujeto específicos.
El sujeto campesino y étnico guardan una relación identitaria
a través de la tierra, debido a que a través de ella obtienen
el fruto de su trabajo. Tierra y trabajo es unidad dialéctica
en estos dos segmentos sociales, puesto que ese espacio de
producción es el patrimonio que han conservado durante siglos
y sobre él se han construido diversas formas asociativas de
convivencia, lazos afectivos, pertenencia e identidad. La
tierra es punto de encuentro y reencuentro de los hombres y
mujeres del campo pero con un sello propio que la distingue
de la vida urbana. La tierra como espacio de trabajo y de
reproducción, es parte de la familia, de la comunidad y del
mismo hombre, porque a través de ella ha girado toda su
vida., por ello, todo intento que vaya en dirección del
despojo de ese patrimonio, es un atentado contra la vida del
hombre del campo y aunque en el modelo neoliberal imperante
se le señala como un rezago de la vieja sociedad, el
campesino y el indio son los sujetos que han puesto los
mayores obstáculos de resistencia a la depredación del modelo
imperante.
Tierra y dignidad es unidad inseparable, porque a través de
ella se obtiene una forma de vivir y la vida que ellos han
escogido en el campo tiene patrones morales y éticos que dan
cuerpo al cuadro axiológico de este sujeto. Dignidad que se
sustenta en el trabajo, trabajo que le proporciona alimento
para reproducirse en comunidad, por ello la visión del mundo
de los campesinos no embona con la percepción que los
tecnócratas tienen sobre la sociedad. Un ejemplo de ello es
el significado de protección y robo. Para los indios y
campesinos, robo es obtener algún beneficio de manera
ilícita, dañando a otro al sustraerle parte de su patrimonio;
proteger es cuidar al desprotegido o a quien me proporciona
beneficios de manera funcional.
En la visión de los tecnócratas, la protección se debe
entregar al que genera riquezas, en este caso los inversores,
dado que ellos son los dinamizan la economía. Robo o fraude
no es algo atentatorio contra la sociedad, antes por el
contrario, es parte del capitalismo, por tanto lo mejor que
pueden hacer los gobiernos es contener el daño y los
inversionistas esquivar el peligro.
Esquivar el peligro, es evadir impuestos, quebrar una
empresa, trasladar los capitales a otros nichos favorables,
llevar doble contabilidad y hasta negar los derechos a los
trabajadores; contener el daño es obtener recursos del sector
público para subsanar las deudas del sector privado, rescatar
carreteras, bancos, etc.
Por ningún motivo, en la visión de los tecnócratas, un
gobierno puede garantizar que el pequeño productor tenga los
mismos beneficios del gran inversionista, el sistema no está
armado para que la equidad exista (21/Thurow Lester, 2002)
Por lo anterior, despojar a los indios y a los campesinos de
su patrimonio no es visto como un acto violento e ilícito,
sino como algo que debe suceder para que las cosas funcionen,
el capitalismo siga su curso y las inversiones lleguen, pero
no todos tienen esa forma de pensar, menos el que es timado,
robado y violentado de sus derechos. Por actuar bajo la
consigna de que todo se puede y que los pobres no tienen el
derecho de contener el desarrollo del capitalismo, han
desatado una ola de despojos y desconocimientos de derechos
que han activado la violencia a lo largo y ancho de América
Latina.
Otro aspecto de desencuentro entre los campesinos e indios
con los gobernantes e inversores, es la forma como conciben
el espacio público.
El espacio público en los campesinos e indios es el ámbito
donde se discuten, deliberan y construyen consensos de
aspectos locales, comunitarios, incluso de algunos aspectos
de la vida privada como son los matrimonios, valoraciones
morales que tienen que ver con la familia, la sexualidad y el
trabajo. En cambio, para la parte del gobierno, la vida
pública está vaciada de estos aspectos que contiene el
espacio público de los campesinos e indios.
La economía se orienta y decide en espacios privados, las
políticas de despojo y arrebato de derechos se cocina en lo
privado, los diálogos de concertación se hacen de espalda a
la sociedad y aún las rondas de negociaciones con los actores
conflictuados se hacen privadas.
Como podemos ver, campesinos e indios frente a gobierno e
inversionistas, se encuentran en coordenadas distintas, lo
cual imposibilita un acuerdo entre ellos; mientras que el
despojo se haga de manera violenta, la violencia será el
recurso de los campesinos e indios, dado que el diálogo está
cerrado por encontrarse en avenidas distintas para acordar o
negociar.
Los casos más significativos son los campesinos de San
Salvador Atenco, México, y los cocaleros en Bolivia,
organizados alrededor del Movimiento al Socialismo –MAS-.
El MAS emerge como una construcción política con raigambre
indígena y nucleador de diversas experiencias ética-
colectivista que reivindica la dignidad del indígena, levanta
la voz de los sujetos sin derechos y reclama un espacio
dentro de la nación boliviana.
Su experiencia política se fue nutriendo de las
movilizaciones dentro de la Coordinadora por el Agua y la
Vida, la defensa del cultivo de la coca y el consumo
ancestral ligado a sus tradiciones y costumbres, la
resistencia al Plan Dignidad que impulsó los EE. UU con el
presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. En el plano externo,
han tenido como lección los aprendizajes de lucha de los
indígenas de Ecuador a través de la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador -CONAIE- en el célebre
21 de enero del 2000 cuando se conformó el parlamento Popular
y de las movilizaciones zapatistas en México.
Su postura política es la de un rechazo rotundo a los
partidos políticos tradicionales, apelando a las virtudes
cívicas del honor de ser candidato, el sacrificio de la
actividad pública para crear bienes colectivos y el ejercicio
de un buen gobierno.
Si bien su inicio fue en la zona del Chapare, su accionar
político fue ampliándose hasta tocar las puertas de otras
instancias orgánicas de indios y campesinos hasta conformar
el MAS.
Su orientación política es netamente nacionalista, sin perder
los lazos con otras organizaciones latinoamericanas, pero su
fuerza política la canalizan para defender los recursos del
gas y el petróleo de Bolivia, impulsar la renacionalización
de las empresas que en el ayer fueron estatales y rechazar el
Plan Dignidad y el Plan Colombia que están militarizando los
puntos estratégicos de los países que componen el eje andino.
Este sujeto se alió al sector de campesinos pauperizado para
incrementar su potencial combativo y puso sobre la mesa un
tema olvidado, la reforma agraria, aunque muchos políticos
afirmen que es un tema archivado, puesto que pertenece a las
exigencias de la sociedad tradicional, son estos sujetos, los
que devienen del campo los que se encuentran trabando el paso
acelerado del modelo neoliberal excluyente.
La multidiversidad de formas orgánicas le ha permitido ser un
sujeto impredecible en su actuación política, lo podemos
observar en parlamentos callejeros o comunitarios, también se
asume como coordinadora con otras asociaciones políticas, más
tarde se asoma en asambleas populares para dirimir y tomar
decisiones, se atreve asumir la desobediencia cívica para
anular iniciativas de reforma política o de nuevos impuestos,
se moviliza, cierra calles, oficinas y bloquea acceso para
contener la ola de privatizaciones de los servicios públicos,
arma comité de luchas de huelga en fabricas donde los obreros
son despedidos, participa en las elecciones como una opción
distinta a las practicadas por los partidos políticos
tradicionales, en fin, posee un abanico de opciones que lo
hace aparecer como un sujeto altamente experimentado, aunque
su trayectoria sea corta, su aprendizaje es altamente
calificado.
Otra expresión de este sujeto son los campesinos de San
Salvador Atenco en México, quienes se agrupan para actuar en
el espacio público a partir del decreto expropiatorio que el
gobierno de México instrumentaliza para utilizar sus tierras
en la modernización del aeropuerto de la capital del país.
Los resortes que activan a este sujeto insumiso son dos, uno
es el carácter unilateral y ciego de las autoridades
mexicanas para proceder a la expropiación, sin contar con la
anuencia de los afectados; dos, la cantidad irrisoria que el
gobierno estableció como tope para indemnizar a los
expropiados, entre 080 ctvs y 2.50 de dólar el pago por metro
cuadrado.
En la actuación gubernamental no se tuvo en cuenta la ruptura
que generaba el decreto expropiatorio en las tradiciones de
los pobladores, el carácter simbólico y material que tiene la
tierra para el campesino, la permanencia de más de dos
generaciones viviendo en el lugar y labrando la tierra, el no
llamar a conciliar a los campesinos y desatender las marchas
y reclamos que los originarios del lugar realizaron en varias
ocasiones.
Los encargados de orientar e imponer el modelo neoliberal en
México no les importaron las demandas de los campesinos, sino
que basaron su actuación en dos criterios instrumentales: Uno
era el de ofertar unas tierras a inversionistas para que
obtuvieran un plusvalor en menos de dos años; Dos, que los
campesinos son unos sujetos en extinción y que su actuación
no tendría eco en el seno de la sociedad mexicana.
El día 11 de julio vieron la oportunidad de actuar y
decidieron exigir el diálogo pero con un pie de fuerza, esto
es, bloquearon calles, avenidas, cerraron accesos y sufrieron
la represión de las fuerzas públicas, lo cual desató la
medición de fuerzas entre los guardianes del orden estatal y
lo expropiados.
Solo así el gobierno abrió sus oídos y prestó sus ojos a la
dimensión del conflicto, cuando el sujeto desconocido por la
oficialidad gubernamental decidió romper los cauces normales
y actuó con decisión, haciendo uso de la violencia como
respuesta a la represión que sufría.
Nuevamente, el sujeto insumiso convocó a un dialogo abierto y
de cara a la sociedad y el gobierno respondió con un dialogo
cerrado, a espalda de la opinión pública, como está
acostumbrado a actuar desde 1982, momento en que se inició la
construcción del estado neoliberal excluyente.
En este caso, la violencia se asoma nuevamente, la utiliza
quien se tiene que defenderse y quien vive en un modelo de
estado y economía que no reconoce a todos como parte de la
nación, sino a unos pocos, los demás son objetos que deben
someterse a los dictados del gran capital, vivir bajo el
paraguas de los partidos políticos inutilizados por las
decisiones que toman y lesionan los intereses de los
excluidos.
Su actuación está divorciada de los sindicatos y partidos
políticos y de toda estructura tradicional, por ello se asoma
el rostro de un nuevo ejercicio de la política que apunta
hacia la construcción de un poder local, autónomo y justo.
Este poder local no está fincando su esperanza en que el
gobierno lo reconozca, puesto que son personas excluidas,
fragmentadas por el modelo que funciona en cada país y se
encuentran fuera, al margen de la sociedad, de la política y
de la economía. No son explotados directamente, porque no
cuentan con trabajo, pero son producto de la indiscriminada
expoliación, de ahí que se hallen dispersas sus acciones
colectivas pero con una densidad que suple la extensión.
En cada experimento de autonomía no se configura un nuevo
modelo arquitectónico de sociedad, pero si resuelven
necesidades que van moldeando la sociedad particular que
construyen día tras día, sin dejar de ver a corto y mediano
plazo que el proceso sigue vivo y falta mucho por resolver.
* Robinson Salazar Pérez, Investigador en la Universidad
Autónoma de Sinaloa y Asociado al CIDHEM/México
CITAS
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Madrid.
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en "Los Movimientos Sociales: Transformaciones políticas y
cambio cultural.( Ibarra P y Tejerina B. Editores) Edit.
Trotta, Madrid. Pp.34/35.
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una ideología para el siglo XXI, (Alcina Franch J. y Cales
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http://www-
ni.laprensa.com.ni/archivo/2002/junio/16/regionales/regionale
s-20020616-10.html
7/Kurz Robert, 2002, LA PULSIÓN DE MUERTE DE LA COMPETENCIA:
ASESINOS FURIOSOS Y SUICIDAS COMO SUJETOS DE LA CRISIS.
Título original en alemán: Der Todestrieb der Konkurrenz
(www.krisis.org) Tomado de la edición en portugués de Crisis
(http://planeta.clix.pt/obeco) Traducción de Luiz Repa.
8/Los Círculos Bolivarianos constituyen uno de los productos
más polémicos del proceso revolucionario que encabeza Hugo
Chávez. Para la oposición, se trata de células armadas
orientadas a la defensa del status quo. Oficialmente, sin
embargo, se trata de pequeñas organizaciones apartidistas -
compuestas por no más de siete personas- con dos finalidades
últimas: la promoción de políticas sociales a nivel local y
el control democrático de las políticas públicas llevadas a
cabo por los cargos electos. A pesar de que su papel durante
el intento de golpe de Estado del pasado 11 de abril fue
clave por cuanto se refiere a la recuperación de la
democracia, lo cierto es que su praxis está mucho más cerca
de lo segundo que de lo primero.
9/ Rivas-Vásquez Rafael, 1999, GUARACABUYA, órgano oficial de
la sociedad económica amigos del país. EL DÍA QUE BAJARON LOS
CERROS. http://www.amigospais-uaracabuya.org/oagrv002.html
10/ ¿Qué son los patacones?
Son bonos o títulos públicos que, por problemas financieros,
comenzó a emitir el Gobierno provincial.
11/ Lucita Eduardo. 2002. QUE VENGA LO QUE NUNCA HA SIDO.
CUADERNOS DEL SUR NO 33. Argentina en la RED WEB editado por
http://www.nodo50.org/espacio/espai/seccions/general/argentin
a/que%20venga%20lo%20que%20nunca%20ha%20sido.htm
12/Lenguita Paula. 2001 LOS DESAFÍOS TEÓRICOS DE LA IDENTIDAD
PIQUETERA. Ponencia presentada en el Primer Congreso sobre
Problemáticas Sociales Contemporáneas, Octubre.
http://www.ceil-
piette.setcip.gov.ar/docpib/ponencias/lenguitapiq/html
13/Farinetti Marina 1999. ¿QUÉ QUEDA DEL MOVIMIENTO OBRERO?
Las formas del reclamo laboral en "La nueva democracia
Argentina", en Trabajo y Sociedad, No 1, Vol.1, citado por
Lenguita Paula en " Los desafíos teóricos de la identidad
piquetera"
14/Naishtat. F. (1999) ACCIÓN COLECTIVA Y REGENERACIÓN
DEMOCRÁTICA DEL ESPACIO PÚBLICO. Fotocopias, Argentina.
Material de Seminario.
15/Lenguita. P, op, cit
16// Ferrari Sergio, 2002 ARGENTINA: MOTOS CONSCIENTES al
servicio de la protesta social, en
http://lahaine.topcities.com/Internacional/motos.htm
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http://www.inisoc.org/conten.htm
18// Garretón Manuel A. 2000. POLÍTICA Y SOCIEDAD ENTRE DOS
ÉPOCAS. Edit. HomoSapiens, Argentina
19/ Touraine Alain/ Khosrokhavar Farhad, 2002. A LA BÚSQUEDA
DE SÍ MISMO: Diálogo sobre el sujeto. Edit. Paidós. España,
20/ Op. Cit.
21/ Thurow Lester, 2002, LOS ESCÁNDALOS SON PARTE DEL
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EE.UU. Entrevista en el periódico CLARÍN, Bs. Aires, 20 de
julio.
https://www.alainet.org/de/node/110119?language=en
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