Rigoberta Menchú en la Cumbre Mundial Nobel de la Paz
19/10/2002
- Opinión
Intervención de Rigoberta Menchú Tum en la
3ª Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz
Roma, 18 al 20 de Octubre de 2002
Apreciado amigo y colega señor Mikhail Gorbachev,
Señor Walter Veltroni, Alcalde de Roma
Estimados colegas y amigos: Siento un enorme orgullo de ser parte de este movimiento por la paz, integrado por tan prestigiosas personalidades e instituciones. Siendo, probablemente, la Premio Nobel más joven, este año cumplo diez años de haberlo obtenido, y me alegro de compartir con todos ustedes las lecciones que he aprendido en este tiempo tan fecundo. Agradezco profundamente la invitación a este encuentro al que asisto con expectativa y esperanza de que, quienes hemos sido distinguidos con el Premio Nobel de la Paz, hagamos un esfuerzo especial para enfrentar la amenaza de la guerra en la compleja y difícil situación que vive el mundo en estos días. Los invito a que hablemos sin cálculos políticos, nosotros que tenemos el privilegio de no tener embargada la voz, que tenemos una voz que puede ser oida y debe ser respetada. Digamos aquí hoy lo que millones de personas quisieran poder gritar. Demos la cara por los millones de gentes sin rostro, sin derechos, sin oportunidades, que deben ocultar su lengua, su identidad y su dignidad para sobrevivir. Seamos capaces de asumir compromisos inspirados en la fuerza moral de nuestras luchas particulares y en la de Gandhi, figura emblemática de la no violencia, que liberó a su pueblo del yugo colonial y tuvo el valor y la modestia de rechazar el Premio Nobel. Es inocultable la gran paradoja que está viviendo el mundo en este principio de siglo: Nunca como ahora la humanidad ha estado en condiciones de superar el hambre y las enfermedades y lograr que la economía brinde empleo pleno y se organice en función del ser humano. Nunca antes habíamos vivido las oportunidades de la llamada globalización para conocernos y respetarnos. Sin embargo, la humanidad está viviendo en mayor incertidumbre, inseguridad y desasosiego que nunca antes. Nunca como ahora parecemos estar más lejos del mundo fraternal y solidario con que soñaron los independentistas, liberales y revolucionarios que forjaron la sociedad moderna. Nunca la humanidad parece haber estado más irremediablemente condenada a la guerra y la destrucción. Mientras mayor es el bienestar y la opulencia de unos cuantos, mayor también es la insaciable voracidad por los recursos que deberían servir para garantizar lo mínimo para todos. Hemos avanzado en la construcción de un mundo multipolar, pero ahora estamos sometidos a la unilateralidad de una sola potencia. Hace sólo dos años los líderes mundiales suscribían el compromiso de reducir a la mitad los 800 millones de personas que padecen hambre hasta el año 2015; sin embargo, la FAO nos acaba de advertir que, al ritmo que vamos y con 25 mil muertos de hambre al día, esta meta no se alcanzará ni en los próximos 100 años. En fin, nunca como ahora la comunidad mundial había tenido conciencia de los peligros en que se traducen los patrones actuales de producción y consumo para la salud del planeta, pero los intereses políticos que los sustentan, amparados en su supremacía militar y económica, se niegan a reconocer su responsabilidad, arrastrando al desastre a todos los pueblos de la tierra... y a la propia Madre Tierra. Los síntomas de este fracaso no pueden ser más elocuentes. Desde la enfermedad social que se expresa en los francotiradores solitarios que en la capital del imperio hacen que cualquier persona sienta que puede ser su próxima víctima; pasando por la enfermedad del sistema puesta en evidencia por las vergonzosas quiebras millonarias de las corporaciones más ricas del mundo que han destruido la confianza y los ahorros de millones de ciudadanos; hasta la igualmente inaceptable respuesta violenta a la que recurre el fanatismo y la desesperación de algunos excluidos, tan unilateral y despreciable como los designios egoistas del sistema que los excluye. No podemos permanecer callados frente a la irresponsabilidad de las campañas totalitarias que detrás de la propaganda de la "guerra contra el terrorismo" propician crímenes masivos, ocasionan gravísimas crisis humanitarias y pretenden reducir a las Naciones Unidas al papel de bombero. No podemos sumarnos a la satanización de una de las culturas más antiguas y una de las religiones más respetables de la historia de la humanidad, cuyo peor pecado parece ser el estar asentadas sobre la mayor reserva de petróleo del mundo. Un joven finlandés se ha encargado de demostrar hace unos pocos días que la confusión y los recursos extremos no son patrimonio exclusivo ni del radicalismo islámico, ni de la gente que no tiene nada que perder. No podemos consentir que el Congreso de ningún país pese más que el Consejo de Seguridad de la ONU a la hora de decidir otra guerra de caricatura entre el "bien" y el "mal". Mucho menos, cuando tal campaña se despliega asegurando la inmunidad de sus soldados frente a la jurisdicción universal del Tribunal Penal Internacional, creado para terminar con la justicia discrecional que ha imperado hasta ahora en el sistema internacional en esta materia. La Italia y la Europa que hoy nos acogen, conocen muy bien los efectos de las guerras preventivas destinadas a salvar la "civilización". La guerra clásica que se nos pretende imponer como una fatalidad es peor que inútil, puesto que no sólo no eliminará ni reducirá el terror, sino que lo estimulará. Me sumo aquí a la voz de nuestro hermano Nelson Mandela y a los millones de voces que se están levantando en todos los rincones del mundo, reclamando que una eventual agresión militar unilateral instruida por el presidente Bush en contra de Irak no se haga "en nuestro nombre". Nuestra conciencia no puede permanecer tranquila ante la pasividad de la comunidad internacional frente al régimen israelí que, amparado en el poder de veto de los Estados Unidos –su valedor ante la ONU- lleva adelante implacable e impunemente una política criminal en contra del pueblo palestino, sus autoridades y sus derechos nacionales inalienables, desconociendo TODAS las resoluciones que ordenan retirarse de los territorios palestinos ocupados y la creación del Estado Palestino como base de la seguridad individual y colectiva de todos los pueblos y Estados de la región. Quisiera aprovechar esta tribuna para saludar la valiente posición del ex presidente Jimmy Carter –a quien espero encontrar en nuestra próxima Cumbre- frente al gobierno de su país, denunciando esta complicidad, llamando a poner fin a la arbitrariedad israelí y a la prepotencia estadounidense. En América Latina enfrentamos los efectos no menos dolorosos de la desestabilización económica y política de unas democracias frágiles a manos de los ajustes estructurales impuestos por los organismos financieros internacionales. Estos organismos antidemocráticos, cuando no logran la sumisión de los gobernantes de turno, o cuando aparece un candidato popular victorioso, no vacilan en sacudir sus débiles sistemas bursátiles y espantar a los capitales volátiles de los que dependen críticamente el empleo, el crecimiento y la paz interna de nuestros países. Los pueblos indígenas del mundo hemos sabido preservar la vida y el equilibrio en el planeta. A pesar de haber sido despojados de nuestros territorios y recursos, despreciados por el temor y el odio racista, invisibilizados y marginados por las políticas de Estado, continuamos luchando por el reconocimiento de los derechos que los pactos internacionales reconocen a todos los pueblos. Hemos abierto significativos espacios de participación en diversos ámbitos nacionales e internacionales, concurriendo con propuestas y forjando acuerdos como el que acabamos de suscribir en la Cumbre de Río+10 para proveer de agua potable a los pueblos indígenas del mundo. Como un nuevo ejemplo de esta dinámica, dentro de un mes, tendré el honor de presidir la Primera Cumbre de Mujeres Indígenas que reunirá a más de 300 lideresas en la ciudad mexicana de Oaxaca, para intercambiar nuestras experiencias, dialogar con los factores institucionales y perfilar un plan de acción y una plataforma que nos conviertan en sujetos activos de las políticas que nos afectan Señor presidente, quiero referirme a otro tema en el que creo que también debemos decir una palabra clara: me refiero a la impostergable necesidad de reformar las instituciones políticas y económicas del sistema internacional. A pesar de los avances que nadie puede desconocer, su crecimiento y complejización han diluido significativamente su papel político, han minado su eficacia, lo han burocratizado y el veto tiene secuestrada a la democracia en su seno. Parece, pues, llegada la hora de una reforma que rompa la exclusividad que hasta ahora han tenido los representantes gubernamentales convertidos en mandatarios de los intereses de las grandes corporaciones empresariales, las mafias corporativas y los intereses supranacionales. Una reforma que dé paso a la participación de actores sociales que hoy no encuentran caminos apropiados de representación en la estrechez de los sistemas institucionales existentes. La capacidad de contribución y la independencia de los pueblos sin Estado, las iniciativas ciudadanas, las organizaciones civiles y los movimientos sociales, reclaman que su compromiso se traduzca en reconocimiento y corresponsabilidad en las grandes decisiones que tengan que ver con la paz, la justicia, el desarrollo y la democracia en el nuevo mapa institucional del sistema internacional. A ese objetivo se orientó una de las principales contribuciones de la Cumbre de Río celebrada hace 10 años. El balance antes de Johannesburgo era pesimista, y hoy sus resultados son una innegable regresión. Señor presidente Mikhail Gorbachev, en el marco de la reciente Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible, fui honrada con el privilegio de presentar a los jefes de Estado y la comunidad internacional allí reunida, el manifiesto que, bajo su liderazgo, reunió la firma de varios de nuestros colegas y la de los alcaldes de algunas de las más populosas ciudades del mundo. Ese manifiesto, titulado "Batalla por el Planeta" recoge con sabiduría la demanda de la mayoría de los habitantes del mundo. Él debería ser la base para una mayor articulación de nuestro trabajo a favor de la paz y la base también sobre la que sumemos a una diversidad de actores sociales, culturales, económicos y políticos en la construcción de ese compromiso ético que hoy se expresa por nuestra voz y espero que se exprese también en nuestra acción concreta y permanente. Quienes podemos alzar nuestra voz por tantos que no pueden hacerlo, debemos expresarnos sin temor y con firmeza para salvaguardar la dignidad de la humanidad. Muchas gracias.
Señor Walter Veltroni, Alcalde de Roma
Estimados colegas y amigos: Siento un enorme orgullo de ser parte de este movimiento por la paz, integrado por tan prestigiosas personalidades e instituciones. Siendo, probablemente, la Premio Nobel más joven, este año cumplo diez años de haberlo obtenido, y me alegro de compartir con todos ustedes las lecciones que he aprendido en este tiempo tan fecundo. Agradezco profundamente la invitación a este encuentro al que asisto con expectativa y esperanza de que, quienes hemos sido distinguidos con el Premio Nobel de la Paz, hagamos un esfuerzo especial para enfrentar la amenaza de la guerra en la compleja y difícil situación que vive el mundo en estos días. Los invito a que hablemos sin cálculos políticos, nosotros que tenemos el privilegio de no tener embargada la voz, que tenemos una voz que puede ser oida y debe ser respetada. Digamos aquí hoy lo que millones de personas quisieran poder gritar. Demos la cara por los millones de gentes sin rostro, sin derechos, sin oportunidades, que deben ocultar su lengua, su identidad y su dignidad para sobrevivir. Seamos capaces de asumir compromisos inspirados en la fuerza moral de nuestras luchas particulares y en la de Gandhi, figura emblemática de la no violencia, que liberó a su pueblo del yugo colonial y tuvo el valor y la modestia de rechazar el Premio Nobel. Es inocultable la gran paradoja que está viviendo el mundo en este principio de siglo: Nunca como ahora la humanidad ha estado en condiciones de superar el hambre y las enfermedades y lograr que la economía brinde empleo pleno y se organice en función del ser humano. Nunca antes habíamos vivido las oportunidades de la llamada globalización para conocernos y respetarnos. Sin embargo, la humanidad está viviendo en mayor incertidumbre, inseguridad y desasosiego que nunca antes. Nunca como ahora parecemos estar más lejos del mundo fraternal y solidario con que soñaron los independentistas, liberales y revolucionarios que forjaron la sociedad moderna. Nunca la humanidad parece haber estado más irremediablemente condenada a la guerra y la destrucción. Mientras mayor es el bienestar y la opulencia de unos cuantos, mayor también es la insaciable voracidad por los recursos que deberían servir para garantizar lo mínimo para todos. Hemos avanzado en la construcción de un mundo multipolar, pero ahora estamos sometidos a la unilateralidad de una sola potencia. Hace sólo dos años los líderes mundiales suscribían el compromiso de reducir a la mitad los 800 millones de personas que padecen hambre hasta el año 2015; sin embargo, la FAO nos acaba de advertir que, al ritmo que vamos y con 25 mil muertos de hambre al día, esta meta no se alcanzará ni en los próximos 100 años. En fin, nunca como ahora la comunidad mundial había tenido conciencia de los peligros en que se traducen los patrones actuales de producción y consumo para la salud del planeta, pero los intereses políticos que los sustentan, amparados en su supremacía militar y económica, se niegan a reconocer su responsabilidad, arrastrando al desastre a todos los pueblos de la tierra... y a la propia Madre Tierra. Los síntomas de este fracaso no pueden ser más elocuentes. Desde la enfermedad social que se expresa en los francotiradores solitarios que en la capital del imperio hacen que cualquier persona sienta que puede ser su próxima víctima; pasando por la enfermedad del sistema puesta en evidencia por las vergonzosas quiebras millonarias de las corporaciones más ricas del mundo que han destruido la confianza y los ahorros de millones de ciudadanos; hasta la igualmente inaceptable respuesta violenta a la que recurre el fanatismo y la desesperación de algunos excluidos, tan unilateral y despreciable como los designios egoistas del sistema que los excluye. No podemos permanecer callados frente a la irresponsabilidad de las campañas totalitarias que detrás de la propaganda de la "guerra contra el terrorismo" propician crímenes masivos, ocasionan gravísimas crisis humanitarias y pretenden reducir a las Naciones Unidas al papel de bombero. No podemos sumarnos a la satanización de una de las culturas más antiguas y una de las religiones más respetables de la historia de la humanidad, cuyo peor pecado parece ser el estar asentadas sobre la mayor reserva de petróleo del mundo. Un joven finlandés se ha encargado de demostrar hace unos pocos días que la confusión y los recursos extremos no son patrimonio exclusivo ni del radicalismo islámico, ni de la gente que no tiene nada que perder. No podemos consentir que el Congreso de ningún país pese más que el Consejo de Seguridad de la ONU a la hora de decidir otra guerra de caricatura entre el "bien" y el "mal". Mucho menos, cuando tal campaña se despliega asegurando la inmunidad de sus soldados frente a la jurisdicción universal del Tribunal Penal Internacional, creado para terminar con la justicia discrecional que ha imperado hasta ahora en el sistema internacional en esta materia. La Italia y la Europa que hoy nos acogen, conocen muy bien los efectos de las guerras preventivas destinadas a salvar la "civilización". La guerra clásica que se nos pretende imponer como una fatalidad es peor que inútil, puesto que no sólo no eliminará ni reducirá el terror, sino que lo estimulará. Me sumo aquí a la voz de nuestro hermano Nelson Mandela y a los millones de voces que se están levantando en todos los rincones del mundo, reclamando que una eventual agresión militar unilateral instruida por el presidente Bush en contra de Irak no se haga "en nuestro nombre". Nuestra conciencia no puede permanecer tranquila ante la pasividad de la comunidad internacional frente al régimen israelí que, amparado en el poder de veto de los Estados Unidos –su valedor ante la ONU- lleva adelante implacable e impunemente una política criminal en contra del pueblo palestino, sus autoridades y sus derechos nacionales inalienables, desconociendo TODAS las resoluciones que ordenan retirarse de los territorios palestinos ocupados y la creación del Estado Palestino como base de la seguridad individual y colectiva de todos los pueblos y Estados de la región. Quisiera aprovechar esta tribuna para saludar la valiente posición del ex presidente Jimmy Carter –a quien espero encontrar en nuestra próxima Cumbre- frente al gobierno de su país, denunciando esta complicidad, llamando a poner fin a la arbitrariedad israelí y a la prepotencia estadounidense. En América Latina enfrentamos los efectos no menos dolorosos de la desestabilización económica y política de unas democracias frágiles a manos de los ajustes estructurales impuestos por los organismos financieros internacionales. Estos organismos antidemocráticos, cuando no logran la sumisión de los gobernantes de turno, o cuando aparece un candidato popular victorioso, no vacilan en sacudir sus débiles sistemas bursátiles y espantar a los capitales volátiles de los que dependen críticamente el empleo, el crecimiento y la paz interna de nuestros países. Los pueblos indígenas del mundo hemos sabido preservar la vida y el equilibrio en el planeta. A pesar de haber sido despojados de nuestros territorios y recursos, despreciados por el temor y el odio racista, invisibilizados y marginados por las políticas de Estado, continuamos luchando por el reconocimiento de los derechos que los pactos internacionales reconocen a todos los pueblos. Hemos abierto significativos espacios de participación en diversos ámbitos nacionales e internacionales, concurriendo con propuestas y forjando acuerdos como el que acabamos de suscribir en la Cumbre de Río+10 para proveer de agua potable a los pueblos indígenas del mundo. Como un nuevo ejemplo de esta dinámica, dentro de un mes, tendré el honor de presidir la Primera Cumbre de Mujeres Indígenas que reunirá a más de 300 lideresas en la ciudad mexicana de Oaxaca, para intercambiar nuestras experiencias, dialogar con los factores institucionales y perfilar un plan de acción y una plataforma que nos conviertan en sujetos activos de las políticas que nos afectan Señor presidente, quiero referirme a otro tema en el que creo que también debemos decir una palabra clara: me refiero a la impostergable necesidad de reformar las instituciones políticas y económicas del sistema internacional. A pesar de los avances que nadie puede desconocer, su crecimiento y complejización han diluido significativamente su papel político, han minado su eficacia, lo han burocratizado y el veto tiene secuestrada a la democracia en su seno. Parece, pues, llegada la hora de una reforma que rompa la exclusividad que hasta ahora han tenido los representantes gubernamentales convertidos en mandatarios de los intereses de las grandes corporaciones empresariales, las mafias corporativas y los intereses supranacionales. Una reforma que dé paso a la participación de actores sociales que hoy no encuentran caminos apropiados de representación en la estrechez de los sistemas institucionales existentes. La capacidad de contribución y la independencia de los pueblos sin Estado, las iniciativas ciudadanas, las organizaciones civiles y los movimientos sociales, reclaman que su compromiso se traduzca en reconocimiento y corresponsabilidad en las grandes decisiones que tengan que ver con la paz, la justicia, el desarrollo y la democracia en el nuevo mapa institucional del sistema internacional. A ese objetivo se orientó una de las principales contribuciones de la Cumbre de Río celebrada hace 10 años. El balance antes de Johannesburgo era pesimista, y hoy sus resultados son una innegable regresión. Señor presidente Mikhail Gorbachev, en el marco de la reciente Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible, fui honrada con el privilegio de presentar a los jefes de Estado y la comunidad internacional allí reunida, el manifiesto que, bajo su liderazgo, reunió la firma de varios de nuestros colegas y la de los alcaldes de algunas de las más populosas ciudades del mundo. Ese manifiesto, titulado "Batalla por el Planeta" recoge con sabiduría la demanda de la mayoría de los habitantes del mundo. Él debería ser la base para una mayor articulación de nuestro trabajo a favor de la paz y la base también sobre la que sumemos a una diversidad de actores sociales, culturales, económicos y políticos en la construcción de ese compromiso ético que hoy se expresa por nuestra voz y espero que se exprese también en nuestra acción concreta y permanente. Quienes podemos alzar nuestra voz por tantos que no pueden hacerlo, debemos expresarnos sin temor y con firmeza para salvaguardar la dignidad de la humanidad. Muchas gracias.
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