Perú: el debate de Chota
Por primera vez en la historia social del Perú, una confrontación de ideas entre aspirantes a la Magistratura Suprema de la Nación, se hace en una modesta localidad del interior del país, y no en los alumbrados salones de un Centro de Convenciones de la capital.
- Opinión
Finalmente, y contra los calificados pronósticos de la “prensa grande” el sábado primero, al mediodía, tuvo lugar en la Plaza de Armas de Chota, a más de 650 kilómetros al norte de Lima, el primer debate presidencial propuesto por el profesor Pedro Castillo.
Objetivamente podría considerarse que la sola realización del mismo fue una victoria neta del candidato presidencial de Perú Libre. Y es que, por primera vez en la historia social del Perú, una confrontación de ideas entre aspirantes a la Magistratura Suprema de la Nación, se hace en una modesta localidad del interior del país, y no en los alumbrados salones de un Centro de Convenciones de la suntuosa capital.
Por primera vez Chota –una casi olvidada provincia de Cajamarca ubicada en la serranía peruana- estuvo virtualmente en el centro del interés nacional. Políticos, periodistas, analistas nacionales y extranjeros, y agencias informativas de diversos países corrieron presurosos –y en muchos casos atemorizados- a la plaza principal de la ciudad, convertida en una ágora política a casi 35 días de los comicios nacionales previstos para el próximo 6 de junio.
Hace apenas cinco días nadie pensaba que este acontecimiento ocurriría. Incluso 24 horas antes se presumía que la localidad chotana sería escenario de algún hecho infausto, que opacaría completamente el evento. Nada de eso ocurrió.
La disciplina pueblerina -confirmada por la presencia de numerosos ronderos-, la participación austera de la Policía Nacional, la educación de la multitud, la ponderada conducta de los conductores del debate y la solvencia de las autoridades locales liderada por el burgomaestre y ex congresista Werner Cabrera, confluyeron para garantizar la seriedad de un encuentro que enmudeció todas las críticas.
Ningún acto hostil ni ninguna provocación alteraron la cita que cautivó el interés de millones de peruanos que siguieron atentamente los pormenores de un debate que no pareció improvisado, y que sirvió más bien para conocer mejor el perfil de los candidatos a la jefatura del Estado.
Quizá la única circunstancia que se podría subrayar como negativa, fue la demora evidente de la candidata de Fuerza Popular. Keiko Fujimori llegó con más de 30 minutos de retraso, y lo hizo deliberadamente, para “hacerse esperar” como suelen obrar las personas que se sienten “superiores” a quienes las esperan.
Y claro, en esa línea, se quejó plañideramente por haber tenido que “venir hasta aquí” para encontrarlo. Podría haber dicho “hasta este último rincón del mundo” si no se hubiera autocensurado. Pero la expresión espontánea de su disgusto y malestar, quedó registrada para todos.
La confrontación de ideas pudo haber sido mejor. Ninguno de los dos pareció suficientemente preparado y asistido para responder cabalmente a todos los puntos del debate. Pero eso fue bueno: confirmó que los aspirantes al gobierno no son sabios que conocen de todo, sino simples personas que usan sus recursos para persuadir a sus electores.
Por un lado, una veterana en estas lides, graduada en universidades de los Estados Unidos, ex parlamentaria y tres veces candidata a la Presidencia de la República; y por otro un maestro primario, docente de una escuela cercana, convertido en líder sindical, agricultor y rondero por circunstancias de la vida; catapultado como el candidato de mayor opción por su cercanía a las aspiraciones legitima de su pueblo.
En el intercambio de ideas y de puyas, Pedro Castillo resultó más solvente. Lució fresco, autentico, espontáneo; en tanto que Keiko pareció molesta, agresiva, prepotente y alambicada. En buena ley, el docente ganó en mayor medida la simpatía de los que siguieron el evento. Quizá por eso no asomaron las “encuestas” que se suelen presentar al culminarse los debates y que nos dicen “quién ganó” en la ocasión. Los medios prefirieron ahorrarse la vergüenza de admitir que, una vez más, ellos perdieron y el pueblo ganó.
¿Pudo Pedro Castillo haber sacado mayor provecho de la cita? Sin duda que si. Cuando se trató el tema de la educación, por ejemplo, debió subrayar que su tarea era devolver a los maestros del Perú lo que el fujimorismo les arrebatara en la “Década dantesca”: la estabilidad en el puesto de trabajo, el nombramiento, la dignificación docente, el respeto a la Carrera Magisterial, el derecho a los reajustes salariales. Pero además, aludir a la lucha por la calidad del sistema educativo, pauperizado por la orientación mercantilista que convirtió a la educación en un negocio altamente lucrativo; como fue -y sigue siendo- la línea general del fujimorismo en la materia.
Pero tiempo habrá, sin duda, para incidir en éste, y en otros temas de verdadero interés nacional. Pero lo esencial,} se dijo: la lucha está planteada entre quienes quieren perpetuar un “modelo” anti nacional; y los que buscan un camino mejor, que responda realmente a la voluntad abnegada y solidaria de los peruanos.
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